Capítulo 2: No es el mejor día

2502 Words
6 de octubre de 2002   La risa de Dan es sincera. Annice sonrió mientras lo escuchaba atentamente en aquella mesa de la cafetería. Era agradable pasar tiempo con él. Los ojos miel del chico la miraron mientras pasaba una mano sobre su cabello azabache. Era dulce y, aunque las cosas no habían salido bien entre ellos como pareja, era agradable la amistad que había quedado de aquello. Annice bebió de su té antes de coger una galleta y metérsela en la boca. Los ojos de Dan eran risueños. -¡Lo digo en serio, Ann! -ríe-. A veces los cachorros de la manada pueden ser unos verdaderos metepatas. Annice sonrió. -¿De verdad pillaste a uno de tus jóvenes dentro de una ducha con otra loba? Dan asintió. -Y en su pelaje -hizo una mueca-. Los jóvenes de la manada pueden ser muy calientes. Yo mismo lo fui en mis tiempos, pero eso era algo que desde luego no quería ver. Annice soltó una carcajada. -Entonces, supongo que tengo suerte de solo ser una bruja. Dan asintió. -En eso te doy la razón -asintió-. Los brujos no soléis tener que preocuparos por verle el pene a otros brujos todos los días, o sus cosas a las brujas. Aunque no me quejaría de ver alguna que otra bruja desnuda, o loba. Ambas están bien para mí -sonrió. Annice sonrió, aunque no pudo evitar recordar el encuentro de Daimon con aquella otra bruja. Era evidente que ellos habían intimado ese día en el despacho de él y ella había estado a punto de verlos en directo. ¿Cómo habría reaccionado si los hubiera visto en medio de aquello? Probablemente se habría avergonzado muchísimo y desde luego no era una escena que habría disfrutado ver. Dan inclinó la cabeza hacia ella. -¿Estás bien? -preguntó-. Te has puesto muy seria de un momento a otro. Annice alzó la cabeza para verlo y asintió. -Estoy bien. Dan estrechó los ojos y sus nariz se dilató. -Annice, puedo oler tu dolor. No me mientas. Ella se aclaró la garganta algo avergonzada. -No es nada de lo que quiera hablar. Dan asintió. -Bueno -sonrió-. Si necesitas hablar, no dudes en hacerlo conmigo. Sabes que estoy para ti si lo necesitas. Sonrió. -Gracias. Él asintió y se metió dos galletas en la boca. Era agradable pasar tiempo con Dan. 11 de octubre de 2002   Dan: no sabes cuánto siento lo que está pasando… Dan: :’( Annice apagó el teléfono y lo colgó de una cuerda que había en su cuello mientras suspiraba. Estaba agotada y deseando que terminara el día. Había pasado toda la mañana de un lado para otro en el Ministerio. Le dolían los talones debido a los tacones altos y estaba segura de que en uno de ellos terminaría con una herida muy fea, pero no se quejó mientras seguía caminando. Se había liado una buena cuando se descubrió que habían estado muriendo varios lobos de diferentes manadas. El primer llamado de atención fue cuando asesinaron a aquel lobo en la red oscura; el segundo, cuando un vampiro atacó a un brujo en Downing Street. Una verdadera locura. Entró apresuradamente en su despacho y se sentó tras su escritorio. No sabía cuánto tiempo tendría hasta que tuviera que salir disparada de allí, pero pensaba disfrutar de aquellos minutos para descansar sus doloridos pies. Joyce, una de sus compañeras, entró en su despacho. -Señorita Crawford, ya tengo la lista de las personas que estuvieron en la red la noche que en la que murió el lobo de la manada de West. Annice le sonrió agradecida y tomó la lista que le tendía. Esperó unos segundos a que Joyce se marchara antes de comenzar a leer. Ninguno de los nombres le sonaba. En realidad, le sorprendía que hubieran podido obtener una cosa, así como una lista de los que habían asistido aquel día. Estaba a punto de terminar de leerla cuando un par de nombres llamó su atención. > > Annice contuvo el aire. Solo por si acaso, releyó una vez más los nombres que ponían en la hoja. Definitivamente eran ellos. Un sudor frío recorrió su espalda. ¿Qué narices hacían ellos ahí? ¿Y Belinda? ¿Desde cuándo se metía en líos? Se levantó de la silla con la hoja en la mano y corrió hacia la puerta. No pudo evitar gemir de dolor. Realmente se había hecho daño con esos zapatos. Les echó un vistazo, eran sencillos y bonitos, pero unas verdaderas armas asesinas. Sin pensarselo dos veces, se los quitó y los lanzó a un lado antes de correr hacia el despacho de Daimon. No tardó mucho en llegar, tenía tanta adrenalina metida en su sistema por el susto que ni siquiera se molestó en tocar la puerta antes de abrirla. Un jadeo la echó hacia atrás. -Pero ¿qué coño? -exclamó una voz femenina. Los ojos de Annice se centraron en lo que era el pecho desnudo de Daimon y la misma morenita de la otra vez con la falda muy por encima de los muslos. Eso la sorprendió y la hirió como si le hubieran clavado un puñal, pero se recompuso rápidamente. No tenía tiempo para sufrir por Daimon. Annice enderezó sus hombros y aclaró su garganta: -Necesito que te vayas en este momento, tengo algo de lo que hablar con el señor Black. El bonito rostro de la chica se enrojeció e hizo una mueca de disgusto. -¿Por qué debería irme? -inquirió-. ¿Y quién eres tú? Annice la ignoró y centró sus ojos en Daimon, casi suplicando que le hiciera caso y que estuviera dispuesto a hablar con ella. Él la miró por breves segundos antes de volverse a la morena. -Deberías irte. Pudo respirar de alivio cuando vio que no la estaba echando a ella. La morena parecía disgustada. Su boca se abrió y cerró un par de veces y luego, retocó su ropa y caminó con la cabeza en alto. Se detuvo frente a ella. -Bonita carencia de zapatos -dijo acercando sus pies a los suyos-. No sabía yo que ahora se podía caminar descalzo por el Ministerio. Annice apretó los labios. -Y yo no sabía que ahora se permitía abrirse de piernas para los tíos del Ministerio. Bien parece que no sabes separar las horas de trabajo de tu vida personal. El rostro de la chica se volvió más rojo que antes. Rápidamente se giró y salió de la habitación, cerrando con un fuerte portazo que los encerró a ambos en el despacho de Daimon. Annice suspiró cansada. Estaba siendo un día lleno de mierda para ella. Centró su atención en Daimon que seguía mirándola sin vestirse. Él enarcó una ceja y ella se acercó a él antes de tenderle la lista con las personas que habían estado en la red aquella noche. -Deberías leer esto. Daimon miró lo que traía entre las manos, confundido. -¿Qué es? Annice se humedeció los labios. -Es una lista de las personas que estuvieron en la Red la noche en la que mataron al lobo de la manada de West -cogió aire-. Tu hermana está en ella. Los ojos de Daimon se abrieron. Apenas registró el movimiento de su mano rozando la suya cuando le quitó el papel de las manos y leyó la lista. Pudo apreciar como palidecía ligeramente. -La madre que la parió… Annice contuvo una sonrisa. Hacía mucho que no veía a un Daimon muy sorprendido y revolviéndose el pelo como un loco. Sus ojos verdes la miraron. -¿Alguien más sabe de esto? -Solo nosotros -negó. Él asintió y se apoyó en el escritorio mientras miraba de nuevo la hoja. Annice aprovechó para mirarlo. Era la primera vez que veía tanta piel de él desnuda en mucho tiempo y eso le afectaba un poco. Quería tocarlo. -¿Puedes guardarme el secreto hasta que hable con ella? Ella lo miró. -Sin problemas. Daimon miró sus pies, recordándole que no tenía zapatos. Ni siquiera se había acordado de ese pequeño detalle debido a lo bien que se sentía sin esas armas sacadas del infierno. Él suspiró y se sacó los zapatos. Annice lo miró sorprendida. -¿Qué haces? -Voy a dejarte los zapatos para que puedas usarlos. Nunca te han gustado los tacones altos y no sé por qué estás últimas semanas te has empeñado en usar esas armas creadas por el mismísimo diablo. Annice sonrió, pero no se quejó mientras se ponía sus zapatos. -¿Cuándo vendrás por ellos? Daimon la miró mientras se levantaba y se enderezaba. -Puedes dejarlos en la pared junto a tu puerta, si quieres. Annice se lamió el labio inferior y sonrió. -Creo que prefiero que vengas a mi piso a buscarlos. Los ojos y la boca de Daimon se abrieron. Ella pestañeó hacia él. -Que tengas un buen día, Daimon.   24 de octubre de 2002   El timbre en la puerta de Annice sonó. Dejó de escribir en su ordenador la siguiente entrada de su blog y se levantó para abrir. Seguramente sería la comida china que había mandado a pedir para su cena. Contuvo el aire cuando abrió la puerta y se encontró al otro lado a Daimon Black. Su cuerpo se congeló. Había perdido las esperanzas cuando después de una semana, no había ido a buscar sus zapatos. Sin embargo, ahí estaba, de pie frente a ella. Se sintió incómoda cuando él repasó su pijama desde sus pies hasta que llegó a su cara con un moño mal hecho. Quizá debería empezar a vestirse mejor cuando pidiera comida a domicilio, una nunca sabía cuándo aparecería el chico que te atraía en tu puerta. -¿Daimon? -su voz sonó ronca. Se la aclaró. Sus ojos verdes se alzaron para mirarla, su labio tembló y su mirada se intensificó. -Bonito pijama -dijo suavemente. Era un pijama de gatitos-. Fue el que te regaló Bel por tu cumpleaños, ¿cierto? Annice asintió sorprendida. -¿Por qué estás aquí? -preguntó en un susurro. Los ojos de Daimon se estrecharon, pero sonreía. -Creo que me dijiste que viniera a por mis zapatos. Sus mejillas se calentaron. -Eso fue hace una semana. Él inclinó la cabeza. -¿Eso quiere decir que ya no me los vas a devolver? -Entra -se detuvo y cogió aire-. Quiero decir, pasa a por ellos. Posiblemente venga un pedido que hice de comida china. No sé si será mucho, pero… Daimon sonrió. -Me encantaría cenar contigo -respondió-. Y podemos usar tu cocina si necesitamos más comida. Ahora era ella quien sonreía. -¿Ya no quemarás la comida? Daimon se inclinó hacia ella. -He mejorado mucho desde la última vez que hablamos, en muchos aspectos. Annice cogió aire ante su declaración. Se sentía loca por haber querido creer que había un doble sentido en su declaración. Se echó hacia atrás y le permitió el paso. -Entra, voy a por tus zapatos. Él asintió y caminó hacia el salón. Ella fue rápidamente a su dormitorio a por los zapatos de Daimon. Rápidamente los encontró junto a su armario y los tomó de los talones. Eran unos bonitos zapatos de vestir negros. Cuando regresó, Daimon estaba sentado en el sofá frente a su ordenador, con la mano apoyada de en la barbilla y leyendo lo que era la entrada de su blog. Se detuvo en seco. Daimon alzó los ojos y la miró. Se irguió sobre el asiento. -No sabía que habías comenzado un blog. Lo comencé después de que te rechacé aquel día. Se aclaró la garganta. -Lo comencé hace un tiempo -dijo, se había puesto nerviosa-. Me ayuda a expresar lo que siento y es relajante. Él asintió. -¿De qué sueles hablar? Sonrió. -De todo un poco. De emociones, de momentos… A veces hablo de algún libro que leo. Daimon volvió a mirar la pantalla antes de volver a mirarla. -¿Me dejarías leerlo? Su cuerpo se tensó y sus mejillas se calentaron. No estaba segura de que aquello fuera una buena idea. -Eh, yo… Bueno… Él arqueó una ceja. Annice cogió aire. El timbre de la puerta cortó la conversación y ambos se giraron para mirar hacia la puerta. Daimon se levantó. -Abro yo, ya que tú estás en pijama. Annice asintió. -El dinero está en el mueble de la entrada. Daimon caminó con sus largas piernas hacia la entrada del apartamento, dejándola completamente sola en la habitación. Dejó escapar un suspiro. Se sentía muy incómoda y no estaba segura de cómo terminaría la noche con Daimon. Se había sentido muy valiente el día que le prestó sus zapatos. Dio por hecho que había sido cosa de la adrenalina porque ya no se sentía tan valiente como en aquel momento. -Santa mierda… -murmuró. Annice se movió hacia un lado de la estancia y dejó los zapatos junto al sofá. Así no se olvidaría de que estaban ahí cuando Daimon se marchara de regreso a casa. Miró hacia la entrada, Daimon estaba tardando demasiado. Con curiosidad, caminó hacia donde el moreno se había marchado anteriormente. A lo mejor el repartidor le estaba dando problemas para pagar o algo. -No tengo por qué darte explicaciones -gruñó una voz grave. El corazón de Annice saltó. Era la voz de Dan. Rápidamente corrió hacia la puerta; ambos hombres se encontraban uno frente al otro en la puerta de la entrada. Los ojos de Annice se abrieron y su rostro se volvió blanco, no sabía qué estaba pasando, pero no parecía una charla amigable. Los ojos miel de Dan se centraron en ella. Lo que antes había sido un bonito color claro, ahora se había convertido en una sombra oscura. El hombre estaba dejando que su lobo estuviera presente mientras se dirigía a Daimon. -Oye, Ann, ¿le puedes decir a este brujo que solo quiero hablar contigo? La cara de Daimon se cerró. -Te dejaré hablar con ella cuando me digas quién eres. Dan le gruñó. -Ya te he dicho que somos amigos -espetó-. Salí con ella y somos buenos amigos. ¿Quién eres tú para impedirme hablar con ella? El rostro de Daimon hizo una mueca. Se giró a Annice. -¿Es eso cierto? El corazón de Annice se encogió. No le gustaba la expresión de dolor en el rostro de Daimon. Apretó los labios y asintió. Daimon sonrió con una mueca. -Supongo que cualquier opción siempre será mejor que yo. ¿Verdad, Annice? El rostro de ella se encogió de dolor y empezó a negar con la cabeza. No le gustaba por donde iba aquello. Daimon se giró de nuevo hacia Dan. -No te preocupes, yo ya me iba. No interrumpiré vuestra follada de media noche. Dan solo le gruñó y Daimon se marchó sin mirar atrás. Annice sintió como su mundo se le caía a los pies, sin embargo, no dijo nada. Ya era bastante doloroso que él creyera que se tiraba a Dan.    
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