Capítulo 4: Vigilia

2843 Words
Daimon se llevó el tenedor a la boca sin mirarla. A Annice le molestó su actitud. Él había accedido a comer con ella, a compartir la mesa, pero prácticamente la evitaba como a la peste. Frunció el ceño y siguió observando como comía. -Si sigues mirándome así, se te van a secar los ojos, muñeca. Ella apretó los labios. -No tendría que mirarte tan fijamente si te dignaras a hablarme -respondió-. Me haces sentir como si te hubiera hecho algo horrible. Los ojos verdes de Daimon se alzaron y la miraron con intensidad. Annice se removió en el sitio sintiendo como se encogía por dentro, aunque rápidamente lo desplazó ya que se trataba de Daimon. Él jamás le haría daño por muy enfadado que pudiera estar. -Es curioso que me digas eso -sonrió con desagrado-. ¿Qué pasa? ¿Te molesta no ser el centro de atención de los hombres? ¿Volverás a invitar a ese lobo para tirártelo? -ladeó la cabeza-. ¿Es eso, Annice? ¿Quieres un hombre en tu cama? Si lo que quieres es sexo, solo tenías que decirlo, muñeca. Annice recibió sus palabras como una bofetada en la cara. No iba a admitirlo abiertamente, pero le habían dolido sus palabras. Tampoco era la primera vez que Daimon le decía palabras hirientes. Aquella vez que Dan fue a su casa fue más de lo mismo. ¿Acaso era así como él la veía? ¿Cómo una mujer que solo buscaba acostarse con alguien? De repente, ya no sentía ganas de seguir comiendo. Se le había revuelto el estómago y solo quería marcharse de ahí. Cogió aire muy lentamente antes de volverse hacia él. -Te lo diré muy claro, Daimon. Que sea la última vez que vuelves a faltarme el respeto de esta forma. Primero, no vuelvas a decirme muñeca, porque no tienes ningún derecho para llamarme así; y, segundo, puedo tener amigos, lo cual no puedo decir lo mismo de ti, ya que parece ser que te encanta acostarte con tus “amigas”. Daimon apretó los labios y estrechó los ojos. Ella cogió su bolso y se levantó de la silla sin mirarlo. -Se me ha quitado el apetito -dijo colgándoselo en el hombro-. No te preocupes por la cuenta, ahora mismo p**o mi parte antes de marcharme. -Anni… -Adiós, Daimon. Su voz se volvió un murmullo lejano mientras se marchaba enfadada con más rabia de la que nunca había sentido en su vida. Daimon podía ser un verdadero c*****o cuando se lo proponía y ella no estaba dispuesta a permitirlo. Si quería hablar con ella, bien. Y si no… Suspiró y tendió la tarjeta para que se cobraran su parte. Ni siquiera era capaz de pensar en no hablar con Daimon, pero supongo que después de tanto tiempo debería de sentirse acostumbrada. Cuando salió a la calle tras guardar la tarjeta de vuelta en su monedero, el viento la recibió suavemente. No había notado que tenía ganas de llorar hasta que el frío hizo que se le humedecieran más. -Maldito seas, Daimon.   Daimon 21 de noviembre de 2002       Daimon golpeó el saco de boxeo con rabia. Estaba harto. Cansado. Y dolido. Todo estaba siendo una auténtica mierda desde el momento en el que decidió volver a hablar con Annice. Tenía que haberse alejado. Debería haber aprendido la lección cuando lo rechazó. Él nunca sería importante para ella y, mucho menos, tendría un lugar en su corazón. Jadeó después de dar un último puñetazo y se fue en busca de una botella de agua. Hacer ejercicio le había ayudado a soltar el estrés y el cabreo. Se limpió el sudor de la frente con una toalla mientras revisaba su teléfono. Cero llamadas. Cero mensajes. Tal vez debería buscar a alguien con quien pasar la noche. Hace un tiempo conoció a una morena que le había caído bastante bien y físicamente también era agradable. Sería el ligue perfecto. La imagen de Annice apareció en su mente. La última vez que se habían visto, le había hablado muy mal. Rápidamente se sintió horrible. Le debía una disculpa. Cuando se levantó de la mesa, había observado como sus ojos habían contenido las lágrimas. No solo la había enfurecido. La había herido. El simple recuerdo de aquello lo lastimaba. Él no quería hacerle daño, pero aun así no paraba de lastimarla con sus palabras. Contuvo una carcajada llena de sarcasmo. Estaba siendo un idiota igual que Connor. Se pasó la mano por el cabello despeinándolo más todavía. Una parte de él sabía que tenía que hablar con ella. Saber que él había sido el causante de aquello lo estaba matando por dentro. La quería demasiado como para odiarla. Y eso lo hacía odiarse a sí mismo. Una verdadera paradoja. Daimon recogió sus cosas y se dirigió hacia las duchas; rápidamente dejó las cosas en un banco, se quitó los zapatos, las vendas de las manos y se bajó los pantalones. Su teléfono empezó a sonar cuando se metió bajo la ducha, pero lo ignoro. Respondería más tarde. El agua caliente relajaba sus músculos y le hacía pensar. Nuevamente su mente fue a parar a Annice. Se preguntó como hubiera sido su vida si ella nunca lo hubiera rechazado. ¿Estaría ahora con ella, en lugar de estar en un gimnasio? Habría compartido sus duchas con ella y seguramente le habría hecho el amor de muchas formas distintas. Lo habrían hecho en la cocina, en el salón, en el dormitorio, en el despacho… Prácticamente le habría hecho el amor en cualquier sitio. Mirarla era una tortura. Cuando la vio con ese pijama de gatitos fue una tortura. Su piel lisa y pálida que se revelaba en las partes que no cubría su pijama; sus curvas y sus labios llenos. Había querido abrazarla. Todo en ella se volvía el infierno cuando el recuerdo lo atormentaba. Eso le ardió como una daga clavada en el pecho. No importaba cuanto tiempo había pasado, él la seguía queriendo. Se decía que tenía que olvidarla. Hacerla a un lado y seguir con su vida. Sin embargo, la vida sin ella no era vida. Cerró la llave la ducha y se secó con una toalla antes de envolverla alrededor de su cintura. El cabello le goteaba sobre la frente mientras se acercaba a su teléfono y revisaba las llamadas perdidas. Tenía dos llamadas. Una de Lilly y otra de Samantha, la última había sido su ligue de la oficina. Decidió llamar a Lilly e ignorar la otra llamada. Ya lo llamaría de nuevo si estaba interesada. Lilly respondió al primer toque. -¡Por fin coges el teléfono! Sonrió. -¡Hola, preciosa! ¿Qué tal el aventurero rebelde? Lilly bufó. -Muy rebelde. Anoche tuvo fiebre y ninguno pudimos pegar ojo. Hizo una mueca. -Eso es jodido -respondió preocupado. Miró la hora en su reloj por costumbre, pero realmente no tenía nada que hacer desde que dejó el Ministerio. Había estado ocupado con las preparaciones de su negocio, pero nada más-. ¿Quieres que me pase a cuidar al aventurero rebelde? Tengo que revisar la documentación del local, pero puedo hacerlo mientras lo cuido. -¿De verdad lo harías? -preguntó-. Eres un jodido encanto, Daimon. Sonrió. -Así soy yo. Daimon Black, el jodido encanto de todas las mujeres. Ella resopló. -Y también el hombre con un ego comparable al de su hermano Alexander -bromeó-. Recuérdame que la próxima vez que lo vea, comparemos vuestros egos. Eso llamó su atención. -No sabía que seguías en contacto con él. -No tanto como contigo, pero lo veo de vez en cuando. Daimon se tensó. -¿Él sabe del pequeño rebelde? Lilly suspiró. -No. Eres el único que lo sabe, Daimon. Daimon permaneció en silencio. Que Alexander no lo supiera, posiblemente fuera una buena noticia. Después de todo, él no iba a ser el que hablara de la existencia del pequeño Ángel. Eso era algo que solo podía decidir ella y ya había decidido no contar nada. Por ahora. Él respetaría su decisión. -Bien. Supongo que es bueno que no lo sepa, por el momento. -Lo sé. Daimon estornudó. -Voy a vestirme y voy para allá. No tardo. Escuchó la risa de Lilly al otro lado de la línea. -¿Estabas hablando conmigo desnudo? Sonrió. -Estaba en el gimnasio y acabo de salir de la ducha, preciosa. Es un privilegio del que necesitabas disfrutar al menos una vez en la vida. -No quiero saber nada que tenga que ver contigo desnudo, Daimon. Él rio. -Es una pena. -Idiota. -Te veo en un rato. Colgó. Antes de dejar el teléfono en el banquillo, miró la lista de contactos. Tal vez debería llamar a Annice antes de ir a casa de Lilly. Salió de la lista de contactos. No era una buena idea. Ella seguramente seguía enfadada con él y no le cogería la llamada. Volvió a entrar en la lista de contactos. -Tal vez un mensaje… Bloqueó el teléfono. Ni siquiera sabía que escribirle. Lo lanzó dentro de su bolsa y comenzó a vestirse. La puerta se abrió un par de hombres entraron riendo y charlando antes de comenzar a desvestirse y meterse cada uno en una ducha. Daimon cogió sus cosas y salió de allí.   Annice 30 de noviembre de 2002       Annice cerró el portátil y estiró los brazos. Había terminado de escribir la entrada más reciente de su blog en cuestión de minutos. Desde el sofá, miró a través de la ventana. Era un día lluvioso en Londres y las gotas golpeaban furiosamente contra los cristales. -Al menos esta vez me pilla en casa. Todavía recordaba como la lluvia había caído sobre ella el día anterior. Había terminado empapada hasta las trancas y tuvo que recorrer todo el camino hasta su apartamento en esas condiciones. No fue un buen día para decidir dejar el coche en casa. Un escalofrío recorrió su columna ante el recuerdo; luego, pensó en el chocolate caliente y le entró el antojo. Le apetecía una taza. Annice se levantó y se acercó a la cocina para prepararla. El suave olor del chocolate era algo que disfrutaba. Una taza caliente, una manta y una buena película eran el ritual perfecto durante un día lluvioso. Mientras el chocolate se calentaba, caminó hacia el sofá y preparó la manta; luego buscó la película. El timbre de la puerta sonó cuando se acercó para echar el chocolate en una taza. Annice frunció el ceño. No estaba esperando a nadie. Suavemente dejó la taza sobre la encimera de la cocina y caminó hacia la entrada. Miró por la mirilla de la puerta con curiosidad. Ella contuvo un jadeo y abrió la puerta rápidamente cuando reconoció a la persona que estaba al otro lado. -¡Dan! El licántropo hizo una mueca dolorosa. Estaba cubierto de sangre. Su ropa medio destruida y, por si fuera poco, también estaba empapado. Le sorprendió que, con toda esa lluvia, no se hubiera limpiado toda la sangre. Su corazón latió a toda velocidad. Miles de posibilidades de lo que podía haberle pasado vinieron a su cabeza. -Hola… -su voz era ronca y rota. Se le cayó el alma a los pies. -Entra -ordenó mientras se hacía a un lado. Con otra mueca en su rostro, Dan apretó la mano que tenía en su costado y entró en el apartamento de Annice. Ni siquiera le importó que él le estuviera manchando el suelo de sangre. Su cara palideció considerablemente. Esa era la sangre de Dan. Rápidamente cerró la puerta y corrió al baño por el botiquín. Cuando regresó, Dan permanecía de pie junto a su sofá, mirándolo muy fijamente. Ella observó como su rostro se fruncía con incertidumbre. Eso la molestó y abrió la boca sorprendida. -Siéntate, ¡maldita sea! El sofá siempre se puede limpiar o reemplazar. Dan la miró en silencio, luego al sofá y de vuelta a ella. Asintió y se sentó. El asiento se hundió bajo su peso y ella no se perdió la mueca dolorida que hacía mientras se recostaba. Abría la boca, jadeando; sus ojos se habían convertido en pequeñas rendijas que amenazaban con cerrarse por el dolor y su piel estaba muy pálida. Eso la asustó. Rápidamente empezó a sacar todo del botiquín. La camiseta estaba tan destruida que simplemente tiró de ella para terminar de destrozarla y retirarla de su cuerpo. Se detuvo a observarlo. Su vientre estaba desgarrado hacia la cadera donde el corte parecía ser menos profundo. Quien le había atacado, había ido con la intención de sacarle los órganos y matarlo de paso. Un escalofrío cruzó su cuerpo. Podría haber muerto. En realidad, esa era la peor herida de todas, pero, aun así, no podía evitar sentir miedo por él. Lo miró. -Esto te va a doler. Dan cerró los ojos y apretó los labios. Annice se centró en el botiquín, cogió gasa para limpiar la herida, alcohol y se giró hacia él. El fuerte siseo que soltó Dan llenó todo el salón. Su cuerpo saltó ante la sensación de ardor producida por el alcohol y Annice sintió como se tensaba bajo sus toques. Intentó ser todo lo delicada que pudo. Poco a poco, iba limpiando la herida. No había sido un corte demasiado profundo, pero necesitaría puntos. ¿Cómo había podido terminar así? Levantó la cabeza. -Necesitas puntos. -Simplemente véndalo -gruñó-. Los licántropos nos curamos rápido. Solo véndalo y déjame descansar. Ella no estaba tan segura de que eso fuera lo correcto, pero no se atrevía a discutir con él ahora. Sabía que en estado de profundo dolor y tras una pelea, podía volverse muy agresivo. Con un suspiro, asintió y siguió limpiando la herida. Annice dejó la gasa y el alcohol en la mesa del salón; luego, cogió las vendas y se levantó para inclinarse sobre su cuerpo y empezar a vendar su torso. Daniel era tan grande que tenía que estirarse de lado a lado para poder vendarlo. Cuando terminó, la cortó y la pegó a un extremo. Suspiró satisfecha con el resultado. Hubiera preferido coserlo, pero él conocía su cuerpo mejor que ella, supongo. Lo miró a la cara. Dan permanecía con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Parecía algo más sereno y parecía algo dormido. -Ahora voy a curar el resto de tu cuerpo. Luego, te llevaré a mi dormitorio y dormirás ahí. Él asintió de una forma apenas perceptible. El corazón de Annice se encogió. Rápidamente cogió el alcohol y las gasas de nuevo y comenzó a curar el resto de las heridas. Sus dedos estaban cubiertos de la sangre de Dan mientras lo hacía, al igual que algunos rastros de sangre seca en su palma o dorso. Cuando terminó de curar el resto, corrió a la cocina para lavarse las manos. La sangre caía de sus manos gracias al agua. Annice se las secó y volvió a correr hacia Dan. Prácticamente no se había movido del sitio, pero sabía que estaba bien. Que estaba vivo. Eso al menos la aliviaba un poco. Se acercó a él e intentó levantarlo un poco. Aquella había sido la estupidez más grande de su vida. Dan era mucho más grande que ella, superando el metro noventa con facilidad y pesando más de cien kilos seguro. -Dan, necesito que me ayudes a llevarte a mi dormitorio -susurró. Sus parpados se movieron, pero no se abrieron. Observó como cogía aire antes de intentar levantarse del sofá con la ayuda de Annice. Ella gimió cuando él dejó caer todo su peso sobre ella, pero no se quejó, simplemente lo llevó hasta su habitación. Tumbarlo en su cama fue casi un milagro porque más de una vez estuvo a punto de caer al suelo. Era evidente que estaba agotado. Tumbó a Dan boca arriba en su cama. No llevaba zapatos por lo que solo tuvo que quitarle los pantalones para que descansara. Annice no se sorprendió cuando descubrió que no llevaba ropa interior. Había veces en las que no la llevaba como, por ejemplo, cuando había cambiado a su otra forma previamente. Simplemente tiró sus pantalones a un lado y le echó la sábana por encima. Ya las limpiaría cuando se despertara porque era evidente que las había manchado de barro, lluvia y sangre. Contempló durante unos segundos la imagen de Dan dormido. Su pecho se levantaba y bajaba suavemente, pero de una forma alarmante. Suspiró antes de girarse de nuevo hacia el salón. Allí cogió su teléfono. Annice se mordió el labio, no muy segura de lo que iba a hacer, pero alguien tenía que hacerlo. Annice: Dan está en mi apartamento. Vino cubierto de sangre. ¿Tiene esto algo que ver con lo de Asher? La respuesta no tardó en aparecer: Daimon: Puede ser. Gracias por notificármelo. Annice apretó los labios. No le gustaba lo cortante que había sido su conversación, pero tampoco había sido del todo desagradable. Al menos podía haberle preguntado por la condición de Dan. Un nuevo mensaje llegó. Daimon: ¿Dices que está en tu apartamento? Annice: Afirmativo. Daimon: Voy para allá, muñeca.  
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