Capítulo 1: Daimon

2473 Words
Annice  29 de marzo de 2002     Sus pasos resonaron silenciosamente en medio de todo aquel jaleo que se había formado en el edificio del Ministerio. Estaba agotada. Annice no había parado desde que había entrado a trabajar aquella mañana. Tampoco había podido tomar café y, por si fuera poco, aún tenía mucho trabajo por delante.  A aquel ritmo terminaría pasando el día en el trabajo, lo cual encontraba molesto porque ella realmente quería salir a tomar algo con unas amigas. Puede que tuviera que aplazar sus planes para tomar algo.  Caminó en dirección a la administrativa del Ministerio. Todavía tenía que entregar unos documentos sobre un lío entre licántropos en el Támesis que había resultado en una pelea entre territorios. Cada día que pasaba, la manada de Asher estaba más descontrolada y eso le preocupaba. Tal vez tuviera que llamar a Dan y preguntarle cómo iban las cosas por la manada.  Un extraño sonido llamó su atención cuando pasó junto al despacho de Daimon. La puerta estaba ligeramente abierta. Un sonido jadeante sonó dentro de la habitación y ella se estremeció cuando escuchó un ligero grito. Era un grito femenino.  Preocupada. Annice apretó los papeles entre sus manos y se acercó hacia la puerta. Antes de que pudiera llegar a abrirla, esta se abrió y una hermosa morena salió. Sus miradas se encontraron. La mujer era de cabello liso y oscuro; sus ojos eran de un llamativo color verdoso y llevaba mucho maquillaje. En cierta forma desprendía el aura de una belleza peligrosa, aunque si le hubieran dicho que se dedicaba a acostarse con hombres, perfectamente se lo habría creído.   La mujer apenas la miró dos veces antes de pasar por su lado e irse por el pasillo. Annice miró de nuevo hacia el despacho. Daimon la estaba mirando fijamente. Su cabello estaba revuelto, su corbata suelta y su camisa se encontraba por fuera de unos pantalones ligeramente desabrochados. Rápidamente comprendió lo que acaba de pasar.  El corazón se le encogió en cuestión de segundos y sintió como sus mejillas se sonrojaban. De repente se sintió muy incómoda, como si hubiera presenciado algo que no debería haber visto.  -¿Ahora te dedicas a espiarme? -preguntó Daimon arqueando una ceja. Su voz era ronca y sexy, provocando que sienta calor en el bajo vientre. No pudo evitar fijarse en esa fina línea negra de su ropa interior que aún no había sido cubierta.   -Yo...  -Mis ojos están más arriba, muñeca -espetó.  La forma en que la llamó le molestó y la hirió. Él nunca le había hablado de esa forma. Lo miró a los ojos, incapaz de decir algo. Realmente no sabía qué decirle y temió que pudiera empeorar aún más su relación entre ellos.  Daimon dejó escapar un suspiro y se dispuso a hablar cuando su teléfono sonó. Ese debería ser el momento para marcharse, pero en su lugar, se quedó mirándolo mientras buscaba su teléfono por el escritorio. Al tercer toque, descolgó la llamada.  -¿Diga?  Ella no alcanzó a escuchar lo que decía la persona al otro lado del teléfono, pero pudo ver los rasgos de Daimon mientras se sorprendía. Jadeó.  -Dame unos minutos -pidió mientras comenzaba a vestirse como pudo-. No estás sola. Eh, no llores. Lo digo en serio. Yo estoy ahí para ti, así que aguanta. Te prometo que estaré en treinta minutos como máximo.   Apenas la otra persona respondió, colgó. Él metió el teléfono en el bolsillo de su pantalón y terminó de arreglarse la ropa. Annice observó como cogió sus llaves y su maletín antes de dirigirse a la puerta que ella bloqueaba. La hizo a un lado suavemente, sorprendiéndola por la delicadeza con la que la apartó.  -Ahora no tengo tiempo para hablar contigo, Annice -dijo sin apenas mirarla-. Si alguien pregunta, me ha surgido una urgencia.  Ella apenas tuvo tiempo de responder cuando salió corriendo en dirección a la salida del edificio. Le sorprendió la rapidez con la que se había marchado. ¿Quién podía ser aquella chica que lo había preocupado tanto?  Su corazón dolía. Era evidente que tenía chicas a su alrededor que reclamaban su atención. Ella solo era algo del pasado.      4 de abril de 2002     Annice había decidido arreglarse más de lo habitual para ir al trabajo. Por lo general, calzaba unos tacones sencillos y un atuendo bonito. Esta vez le apetecía arreglarse más. Su cabello lucía rizado y suelto, llegándole hasta la cintura. Se había puesto un vestido bonito y sencillo que acentúa sus curvas; y los tacones que llevaba eran un poco más altos de lo habitual. También se había puesto un poco más de maquillaje y estaba satisfecha con el resultado.  Allí las cosas eran como siempre, pero ella se sentía más animada. Después de unos cuantos días, había conseguido olvidar su preocupación por la llamada de Daimon. No había vuelto a hablar con él, pero ya estaba acostumbrada.   Suspiró mientras dejaba unos documentos en el despacho de su padre y salió disparada en dirección al suyo. Al menos ese día estaban teniendo una mañana tranquila. No tardó mucho en encontrarse con Daimon. Sus ojos se fijaron en ella cuando se vieron.   Annice observó cómo sus ojos recorrían su cuerpo sin ninguna vergüenza. Nuevamente se sentía intimidada por Daimon. Ella hizo lo mismo con él. Puestos a mirar, ella tampoco se iba a quedar corta.   Le encantaba como los brazos de Daimon se acentuaban bajo la camisa blanca de vestir que llevaba. No se perdió el hecho de aquella barba de dos días que llevaba y que remarcaba sus labios carnosos. Ni como sus ojos quemaban mientras la examinaba con toda atención.   El aire le falló por unos segundos. Tenía que decir algo. Cualquier cosa, pero perdía el habla cuando Daimon se encontraba frente a ella.   La morena de la otra vez cruzó su visión y se acercó a Daimon hasta pegarse mucho a su cuerpo. Su estómago se revolvió ante la cercanía de la chica. Él desvió su atención de ella para mirar a la morena que ahora colgaba de su brazo y sonrió. Tenía que marchase de ahí.  -¿A qué se debe tu visita? -su voz ronca le produjo escalofríos a pesar de que no estaba dirigida a ella. Él nunca volvería a dirigirle su atención.  La chica sonrió con coquetería y pestañeó mientras mostraba un pronunciado escote para que él lo mirara.  -Te echaba de menos.   No se perdió como los ojos de Daimon adquirían un tono pícaro y su estómago se revolvió. No podía quedarse ahí. Antes de que él pudiera responderle a la morena, ella comenzó a caminar para alejarse de ellos lo más rápido posible. Aquello estaba siendo una tortura y no quería ni imaginarse lo que podrían hacer después de esa pequeña charla. Ya había presentado el resultado de su última reunión. No estaba dispuesta a presenciar el comienzo de la siguiente.      25 de septiembre de 2002       Annice le ofreció a Belinda un pañuelo mientras Emma pasaba su mano sobre su espalda para consolarla. La chica había estado llorando durante media hora y se sentía terriblemente mal por ella.   Belinda sorbió su nariz una vez más al tiempo que apartaba lágrimas calientes de su rostro. La pobre tenía un aspecto horrible y no dejada de sollozar. Había sido un golpe para ella enterarse de lo que había estado haciendo Brais a sus espaldas.  Annice la abrazó con fuerza contra su pecho y dejó que la chica siguiera liberándose. Comprendía el dolor por el que estaba pasando. Ella también había pasado por eso mientras salía con algunos hombres, pero ninguno le había hecho tanto daño como el día en el que todo se rompió con Daimon.  Suspiró.   Aquel día la perseguiría por siempre hasta el último día de su vida. Miró a Emma en busca de ayuda y la chica la miró con empatía. Cogió aire.  -Todo estará bien, Bel -musitó suavemente. Le dolía en el corazón verla así. Ella era su hermanita, la había visto crecer y no estaba dispuesta a consentir que ningún idiota le hiciera daño-. Te prometo que esto pasará. Siempre pasa -dijo. La imagen de Daimon apareció en su cabeza. Empezó a mecerla-. Puede que ahora te sientas como una mierda, pero más tarde te darás cuenta de que no es la gran cosa. Que todo pasa por una razón y que, si has visto que ese tío es una mierda, ha sido mejor verlo más pronto que tarde. No hace falta que te diga que tu vales mucho, porque eso ya lo sabes, eres alguien increíble y fuerte. Y, si otros han podido superarlo, aunque pienses que es imposible en este momento, tú también podrás hacerlo. Puede que al principio te cueste, te duela y te sientas como una enorme mierda, pero créeme cuando te digo que todo pasa, que el corazón sana.   Rencor. Odio. Tristeza. Anhelo.   Todos esos sentimientos comenzaron a inundarla cuando pensaba en Daimon. En lo rápido que la había olvidado y en lo enamorada que él la había dejado. No había sabido aprovechar su oportunidad cuando la tuvo. Tuvo miedo. Ahora él vivía su vida con otras mujeres y ella había llorado mucho.  Comprendía como se sentía Belinda. El dolor de saber que la persona que más quería había tocado el cuerpo de otra persona que no era el suyo. Era una sensación asfixiante. Terriblemente dolorosa y que te impedía incluso comer sin tener ganas de llorar.   Era una perra bofetada de realidad cuando te enamorabas de alguien y luego veías que ese amor que sentías se reducía a nada.   Apretó el cuerpo de Belinda con más fuerza. Ella había dejado de sollozar y ahora respiraba más calmada, pero sabía que aún se sentía dolida. Era uno de los pasos para superar una relación.   Primero lloraría, luego lo odiaría con toda su alma y, por último, sería un enorme cero a la izquierda en su vida. Sonrió levemente. No podía esperar a que Belinda resurgiera de sus cenizas y ver como hacía que Brais se cayera sobre su culo debido a lo hermosa que era. Porque Belinda era así. Era una chica hermosa en el corazón, al igual que en el exterior.     ****    El sonido de su puerta hizo que bajara el vaso de agua antes de llevarlo a su boca. Ya había llegado. Annice dejó el vaso en el fregadero, arregló un poco su cabello rizado y se cercioró de que su ropa estuviera bien puesta antes de ir a abrir la puerta.   Con un movimiento tembloroso, agarró el pomo y abrió. Daimon estaba al otro lado totalmente serio. Sus labios apretados en una fina línea, sus rasgos endurecidos y podía ver como sus ojos derrochaban ira. Annice se estremeció, aún sabido que esa ira no iba dirigida a ella.   Se hizo a un lado y lo dejó pasar a su casa. Las chicas ya se habían marchado tras ver una película y comer mucho chocolate. Eran casi las doce, la hora de las brujas, y sabía perfectamente lo que Daimon quería. Por eso lo había llamado.  Se humedeció los labios mientras observaba a Daimon en su salón. Hacía mucho tiempo que no había estado en su casa y se sentía algo nerviosa ahora que estaba ahí. No se perdió como Daimon observaba los tarros de helado que todavía no había tirado a la basura ni como sus ojos repasaron el sofá y toda la habitación en conjunto.  Era agradable tenerlo ahí.   Daimon se giró hacia ella. Sus ojos verdes la observaron en silencio. La tensión entre ambos era palpable. Su corazón latía con fuerza y sintió como su respiración se volvía más pesada. Los ojos de Daimon eran ardientes. Eran hermosos y derrochaban mucha pasión cuando se veía en ellos.   No comprendía en qué momento se habían acercado tanto, pero su simple cercanía, el roce de su cuerpo con el de ella, hizo que sintiera una descarga que conectaba sus pezones con su parte más íntima.   Daimon se había convertido en un hombre muy sexy y ella no era la única que parecía haberlo notado. Los mayores de los Black no tenían nada que envidiar de Daimon.   -¿Tienes todo preparado? -su voz era ronca.   Annice pestañeó un par de veces, sin apartar la mirada de él. Asintió levemente y suspiró cuando Daimon inclinó su cabeza hacia ella. Su respiración cosquilleaba en sus labios. Estaban tan cerca que casi podía sentir sus labios sobre los de ella. La tensión subía y sus dedos hormigueaban por tocar su piel.   -Sí -su voz salió en un susurro.  Daimon se acercó un poco más a ella. Casi tuvo la impresión de que había rozado sus labios cuando se alejó de nuevo y se irguió sobre sí mismo. Retrocedió un paso.  Aquello la decepcionó. Le habría gustado que la besara.  -Será mejor que nos pongamos manos a la obra -dijo. Su voz se había convertido en un gruñido ronco-. Mientras antes terminemos con esto, antes podré marcharme.  Eso picó, pero no dijo nada. Comprendía bien que él la odiaba, aunque no por ello dejaba de picar.   Annice asintió y caminó hacia la mesa del salón. Rápidamente recogió las pruebas del delito, que en este caso había sido el helado, y corrió a la cocina para tirarlo. Cuando regresó, se lanzó hacia un mueble del salón donde guardaba velas y todo lo que necesitaba para hacer magia.  Cuando se giró, no se perdió que Daimon estaba mirando sus piernas. De repente, se sentía muy desnuda con esos pantalones cortos. Sus ojos siguieron plantados en ella hasta que no pudo evitar carraspear. Se sentía avergonzada.   Daimon la miró a los ojos y se acercó a un extremo de la mesa de café mientras ella se sentaba al otro lado. Ambos estaban en el suelo, uno frente al otro, en completo silencio. Annice puso rápidamente las velas y las encendió. Miró a Daimon.  -¿Lo has traído?  Daimon asintió y sacó una pulsera que debía pertenecer al chico.   -Fue un regalo que le hizo Belinda antes de que se fuera a visitar a la familia de su madre. Me he tomado la cortesía de sacarla de su cuarto y de traerla hasta aquí. Prácticamente le estoy haciendo un favor a mi hermana por tomar de vuelta un regalo que le hizo a esa sabandija -escupió con desprecio-. Pienso hacer que se cague en los pantalones.  A Annice le hizo gracia como lo dijo y no pudo ocultar una sonrisa.  -Bien, empecemos.  Daimon asintió. Dejó la pulsera entre el círculo de velas y ambos se tomaron de las manos. Annice lo miró a los ojos y cogió aire, preparada para maldecir a Brais. Se merecía una buena patada en el culo.   Él pareció entender lo que había pensado porque sonrió. Le dio un vuelco a su corazón. Siempre amaría a Daimon.     
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD