La lucha eterna

4291 Words
— ¡Elia! —Gritó su madre sollozando ligeramente de la emoción, Tomás se removió ligeramente en los brazos de su madre por lo que todos bajaron la voz. —Elia, hija, ven. —Pidió. La joven se apresuró a la pequeña entrada de la casa donde al encontrarse con su hermana y sobrino tuvo que saltar y evitar gritar de la emoción. — ¿Qué haces aquí? —Preguntó. —Me dijeron que estarías trabajando. —Quería… que fuera una sorpresa ya que aún no te he comprado un regalo. —Le tuvo que mentir. —Este es el mejor regalo que me pudiste dar. —Todo tenía más sentido, eso sí era un regalo, en el mundo de su jefe todo regalo tenía que ser algo lujoso y difícil de alcanzar, de otro modo debía ser tomado como una ofensa. —Además estaré quedándome… dos semanas. —Sonrió, todos intentaron no hacer mucho ruido pero la emoción lo hacía bastante difícil. —Por fin mi Tomás va a estrenar la cuna que le pusimos para cuando vinieran, te dije gordo, que sí vendría. Ven, ven, te enseño. —Caminaron todos hacia la antigua habitación de Remedio, seguía todo igual sólo que había una pequeña cuna blanca, Remedios se sentía en un lugar cálido y seguro, por primera vez agradecía de ese modo la familia que le había tocado. — ¿Cómo está mi justiciera favorita? —Remedios abrazó por el hombro a su hermana con una sonrisa llena de satisfacción. —Un energúmeno a la vez. —Se encogió Elia hombros, ambas rieron, eran parecidas en carácter, sólo que Elia era una joven más cálida y fuerte, aunque eso no le ayudaba a ser menos tímida y centrada, Remedios prefería mantenerse en su zona de confort donde Tomás podía estar a salvo. —Tómalo con calma, ¿Eh? —Pidió. —Sobre la escuela. — ¡Qué bueno que le dices a ver si a ti te hace caso! —Gritó el papá de las jóvenes. Pasaron la velada entre risas, el padre de las jóvenes no tardó demasiado en sacar los viejos vídeos de viajes familiares, que si bien no eran muchos y tampoco a lugares extravagantes, todos resultaban felices tanto en las imágenes donde aparecían como en aquella sala acogedora, Remedios no podía soltar a Elia, después de Tomás era la persona que más amaba en todo el mundo, era su niña, una jovencita buena y lista, noble y temeraria. La admiraba y se sentía orgullosa. —Bueno, ya se hizo tarde ¿Verdad? —Preguntó la madre de las jóvenes en un tono risueño regresando del pasillo donde se encontraban las habitaciones. —Ya revisé a Tomás, el querubín está en su quinto sueño. —Siempre ha sido así el mocoso, no es de los que se despiertan en la madrugada como me habías advertido. —Sonrió. —No me da mucha lata y tampoco a su niñera. —Me puede mucho que tengas que dejar a Tomás con una desconocida, hija, sabes que aquí lo podemos cuidar con mucho amor, además estaría con gente que conoce. —Sugirió el padre. —Ustedes ya están grandes, viejos. —Remedios se levantó y plantó un beso sobre la frente de cada uno. —De todos modos no es muy conveniente, me quedan muy lejos. — ¿Nos dijo viejos? —Preguntó el señor en un falso tono ofendido. —Discúlpame pero apenas voy a la segunda mitad de mi larga vida. —Sí, señor, y ya pasaste la primera mitad cuidando a estas dos latosas. —Le agregó Elia riendo mientras que se levantó. Miró su reloj de mano. —Vaya, oficialmente ha dejado de ser mi cumpleaños ¿Ya me pueden dejar estudiar? —A esta hora no, ven, hay que ponernos al corriente. —Remedios le tomó la mano a su hermana y ambas caminaron primero a la habitación de la primera, tras revisar que Tomás en efecto se encontraba dormido con su pequeña y rosada cabeza girada a la izquierda y las manos a la altura de esta.  —No he visto a ningún bebé tan lindo como este. —Susurró Elia con sus manos juntas frente a su cuerpo. —No le hace falta nada y nunca será así, es un bebé feliz y amado. —Me hace muy feliz que valores eso. —Sonrió Remedios. Ambas salieron de la habitación luego de que discretamente Elia le dio un beso en la frente del bebé, apenas rosándolo para no despertarlo. Caminaron hasta la habitación de la más joven, un pequeño lugar de no más de 3x3 metros, con tonalidades frías y bastantes planas, en su cama ya lo esperaba el viejo Joe, un labrador que tenían desde que Elia había nacido, aunque era la mascota familiar todos sabían que le pertenecía a Elia. —Me gusta como has puesto esa enredadera. —Señaló Remedios sentándose en la cama de resortes de Elia. —Sí, le pedí a papá que clavara las paredes, no sabes cómo le ha podido. —Pues claro. —Respondió su hermana. —Es un viejo de costumbres, le gusta su rutina y que todo esté como está. —Se siente más seguro. —Asintió Elia. —Aunque mamá le ha ayudado con eso últimamente, lo sorprende con pequeños cambios y aunque no siempre lo toma bien a veces sólo lo acepta, bueno, no es tan serio ya. —Puedo ver. —Puntualizó Remedios. —Incluso cambiaron los muebles de la sala. —Oh, eso ni se lo menciones, él sí entró en pánico, fue todo un drama muy divertido, ojalá hubieras estado, Remedios, en verdad. —Se burló. —Ni que lo digas, puedo verlo gritando ¡No, mujer, cómo me haces eso, mujer! ¡Mi casa, mi pobrecita casa! —Remedios hizo una voz masculina graciosa y las dos rieron, Elia se acostó en las piernas de su hermana intentando recobrar la respiración. —Ay no. —Sonrió Elia un tanto melancólica. —De verdad te extraño, estoy muy sola aquí. —Es porque te encierras en tu mundo seguro, por más que te burles de papá eres bastante parecida a él. —Le señaló. —Te diviertes en tu habitación pero fuera de ello es todo miedo y ansiedad, de miedo no vas a crecer nada. —Quiero hacer las cosas bien. —Parpadeó viendo un cuadro que había colgado, suspiró. —Y todo el tiempo estoy pensando en que lo estoy arruinando todo. —Pero no es así, Elia. —Remedios comenzó a desenredar el cabello de su hermana, le resultaba difícil, pero era como las cosas eran; mucho había estado trabajando en que Elia saliera de su c*****o e inseguridad del mundo y del amor pero al quedar embarazada y sola, había decidido no poner aquel peso sobre los hombros de sus padres, era su responsabilidad y ahora no podría cuidar más de su hermanita, le dolía pero tenía que poner en orden aquellas prioridades. —Nunca ha sido así. Tienes que aprender a vivir, ser feliz, convivir con personas de tu edad, enamorarte, Elia, enamórate. —Con la pensión de mi papá, las colegiaturas de la escuela de psicología, se está convirtiendo en algo muy difícil pensar en otra cosa además de ayudar e intentar salir adelante. —Sonrió tristemente. —Tome un trabajo, pero no les vayas a decir a nuestros viejos, ya ves cómo se ponen con eso. —Sé que a veces las cosas se ven mal, pero me está yendo muy bien en mi trabajo, pronto cuando termine de pagar el depósito del departamento que estoy rentando voy a poder mandarles dinero. —Remedios habló nerviosa, sintiéndose de algún modo responsable. —Bueno, no hablemos de eso. —Requirió Elia sentándose de nuevo frente a su hermana. —Mejor… Cuéntame de ese trabajo tuyo. —Ay, Elia. —Suspiró. —Elia, Elia…Ves como son las cosas, acabo de salir, es muy difícil encontrar trabajo. —Pero tú eres muy lista y sabes mucho de interactuar con las personas, además en todos lados se necesitan médicos. —No, te sorprenderías de lo saturado que está el mercado de abogados y médicos, en un consultorio barato sin experiencia te pagan no más de ¿80 pesos? Incluso menos…—Remedios miró a su hermana, sus ojos aún brillaban, la admiración que le tenía le era difícil corromperla. —Pero… No me tocó otra cosa que entrar a uno de esos, doy consultas baratas mientras estudio para el examen nacional para conseguir entrar a un hospital. Mentirle ya era malo, pero decirle que estaba trabajando para una persona tal como la era él, era mucho peor, no quería arruinar aquella imagen que tenía, además no le hacía daño a nadie con una pequeña mentira, era cierto que esperaría hasta el examen nacional para poder renunciar por fin, era cierto que en aquellos consultorios le pagarían una miseria, además no se veían demasiado por lo que no sería relevante decirlo o no. Probablemente al finalizar el año ya no estaría trabajando con Valente, no había nada de complejo en ello, simplemente omitir la basura de su vida. —Está bien, como en todos los trabajos de pronto el progreso es gradual, verás que pronto serás no sé… la directora de un gran hospital o la dueña de un hermoso consultorio y tendrás área de psicología ¿Verdad? Vas a contratar a tu querida, querida hermana. —Eso sería demasiado lindo. —Sonrió. —Y por supuesto que tú trabajarías ahí pagándome una buena rebanada de pastel que le saques a tus clientes por tu consultorio. —Un buen cliente va a ser Tomás por la madre loca con la que habrá crecido ¿Tengo razón? — ¡Graciosa eh! —Remedios le lanzó una almohada y Elia rió. Se la pasaban bien juntas, a veces Elia ya no se sentía con aquel derecho de ser ruda con Remedios porque de pronto ya no eran tan jóvenes y de pronto recordaba que su hermana ya era madre de un niño y toda una doctora. Le era difícil —Mientras hazme caso, conoce a alguien, eres muy buena para socializar, además eres muy fácil de querer. —Le dijo. —Mereces que te den un poco de todo lo que tú le das a la gente.  Elia salió apresurada, no quería ser vista por Remedios, sabía que fácilmente podía engañar o convencer a sus padres, pero a su hermana le era simplemente imposible. En el camión comenzó a leer un libro que debía terminar para la siguiente semana, ni siquiera era que le gustara, pero se forzaba a hacerlo pues de otro modo su promedio bajaría y eso le costaría muchas cosas. Le gustaba la música en vivo que ocasionalmente sonaba cuando un joven, señor o anciano se paraba para recibir un par de centavos, los veía como las personas más fuertes del mundo, los admiraba y por ende siempre procuraba tener aunque fuera un poco de dinero para darles, de otro modo no sentía que debía disfrutar su música. No fue demasiado tiempo cuando finalmente llegó a aquella glorieta, famosa en la ciudad por estar rodeada de los hoteles más vistosos y famosos, de aquel camión bajaban empleados de aquellos, para ese momento Elia por supuesto ya se había hecho amiga de un par de personas, a todos los iban recogiendo después de su propia parada. Estaba Antonieta, una mujercita de pequeña estatura y cabello rizado color n***o, era una mujer coqueta que aparentaba y actuaba como si fuese menor de lo que era, pues si bien ya tenía 30 años seguía actuando como una colegiala, principalmente porque le gustaba inventar grandes historias de amor, si bien Elia se sospechaba que todo era una farsa disfrutaba escucharla, pensaba que Antonieta, a pesar de todo, era una mujer creativa. Luego estaba Hugo un moreno de sonrisa amplia y ojos hundidos, su mayor orgullo era ser extranjero, por algún motivo Elia se sentía incómoda cuando él presumía cómo él provenía de un país primermundista y que a la primera oportunidad se iría. A pesar de aquel descontento que constantemente tenía con él a Elia le agradaba el optimismo casi ingenuo que tenía sobre las cosas, sin duda pasaba su vida soñando despierto, eso lo tenían en común. —No, por eso con políticos yo no confío. —Elia fijó su atención en Antonieta, sus ojos amarillos apenas parpadeaban cuando la mujer contaba aquellas cosas. —Yo fui la mujer de un político bien corrupto. —Asintió. — ¡Nombre, Elia! Si supieras lo perversos que pueden ser esos viejos. — ¿Y por qué estabas con él? —Le preguntó. — ¡Pues claro que por el dinero, sonsa! —Le pegó en el hombro, Hugo negó con la cabeza, incrédulo. —Ay, y tú ni siquiera empieces, si conocieras a una mujer obsesionada contigo y asquerosamente rica también lo dejarías todo. — ¿Y por qué lo dejaste? —Preguntó Elia evitando entrar a aquellos temas de dinero que no le interesaban mucho. Eran las historias de amor lo que la llamaban a gritos. Los tres caminaban juntos desde la glorieta pedregosa hasta la calle en la que se encontraban los respectivos hoteles. —Porque había mucha pasión, no podía dejarme y pronto se convirtió en un hombre violento, no podía aceptar que yo fuera un alma libre. —Suspiró mirando al vacío. —Y ni te cuento lo que me pasó con el siguiente, ese hombre fue el motivo por el cual tuve que irme de la metrópolis. —Aquella melancolía hacía que Elia dudara, ¿Y si todas esas historias tristes, llenas de suspenso y drama fueran ciertas? —Bueno, muchachas, aquí nos separamos. —Ojalá pudieran trabajar conmigo, mis compañeros no son amigables. —Suspiró Hugo un tanto tembloroso. —Pero no importa, sé que me los voy a ganar ¿Y si no? Pues traigo de mis pastelitos especiales y a ver si me los rechazan. —Acuérdate que por “tus pastelitos especiales” te despidieron de mi hotel y casi me despiden a mí. —Advirtió Antonieta. —Pero bueno, los veo en la tarde. —En la tarde los veo. —Elia se apresuró a despedirse con un beso en la mejilla de ambos, se dirigió al hotel más grande de los tres que se encontraban en aquella calle. De solo verlo se seguía impresionando, era de un color blanco con enormes ventanas cubriéndolo casi por completo; los pisos, sabía que debían ser al menos 15 ¿Pero más? Nunca había llegado al elevador así que ni siquiera podía saberlo a ciencia cierta. Fascinada, Elia veía a la gente llegar, entrar y salir, oliendo a perfume y con un porte tal que no podía evitar compararse a sí misma, se sentía simple pero no dejaba de emocionarle cada vez que regresaba. Los imaginaba en todos los aspectos posibles, sus vidas, sus formas de actuar, de pensar, a veces incluso le gustaba pensarlos vulnerables, quizá llorando, quizá desnudos, eso lograba que pudiera humanizarlos más, sin embargo cuando se le acercaban a preguntarle cualquier cosa aún sentía sus piernas temblar, le era difícil explicarlo pero había algo en ellos tan intenso como oscuro, algo que la hacían sentir que no pertenecía y más que nada que no debía jamás pertenecer. —A tiempo, a penas por un minuto… —La joven habló consigo misma, apresurada y recriminándose, nerviosa sacando la pluma de su bolso, dejó las cosas en su casillero y se puso el uniforme. Salió del área de vestidores y atendió la primera mesa que le fue encomendada. Así había iniciado su día y sabía que terminaría a más tardar a las ocho de la noche, no le preocupaba porque la propina era buena de la mayoría de los clientes, todo aquel dinero era excelente para pagar sus colegiaturas, le emocionaba la idea de no tener que pedirles a sus padres un centavo. Sus pies le ardían pues no le tenían permitido sentarse, algunos clientes pesados convertían en su día en algo más duro, pero siempre terminaba sobrellevándolo. Ocasionalmente la supervisora Alondra les pedía a algunos meseros de confianza subir comida a ciertos clientes especiales, se suponía que era un privilegio ya que aquellos “clientes especiales” no querían ser atendidos por un camarero normal, pues preferían el trato brindado por los meseros profesionales y de su preferencia. —Un pedido para la habitación 1001. —La encargada de atender llamadas y recibir a las personas en la entrada siempre avisaba a Alondra cuando se trataban de clientes especiales. —Mierda, Gerónimo está hasta el cuello. —La supervisora de labios rojos y cabello del mismo color, blanca y pecosa estaba nerviosa, se trataba de una mujer ansiosa, siempre que se mordía la uña, según había notado Elia, era cuando se encontraba en su peor estado de ánimo. El restaurante estaba lleno, nada fuera de lo común siendo un domingo por la tarde, todos los clientes de confianza se encontraban ocupados menos Elia, quien silenciosa pero atenta escuchaba la conversación, estaba emocionada con el corazón latiéndole sobre el pecho pesadamente de la sola idea de conocer a mayor profundidad el hotel si la elegían para subirle comida a aquellas personas tan intrigantes. —Elia, mi niña. —Le habló tomándola del hombro, la joven sentía que sería su momento de tomar con sus propias manos “la tarjeta plateada” aquella tarjeta era para abrir cualquier puerta, incluidas las puertas de los elevadores que daban a los últimos tres pisos. —Sí señora, dígame. —La muchacha dio un paso al frente, sus ojos ámbar le brillaban con emoción, sus manos se encontraban detrás de su cuerpo, estaba lista para aquella encomienda. Para cualquiera sería sólo llevar comida a una persona pero ¿Para ella? Carajo, para ella era un poco de emoción en aquel gris mundo en el que a veces se sentía atrapada, le gustaba con sus ojos vivir cientos de vidas que en su mente se inventaba al sólo ver rostros. —Cubre a Gerónimo, tiene la mesa seis, veintitrés y dos. ¡Y dile que lo estoy buscando! —Aunque no debía sorprenderle por supuesto sus ilusiones se veían destituidas por vergüenza, de tan sólo haberse emocionado. —Sí señora. —Asintió. Elia caminó hasta Gerónimo, el rubio de cabello corto miró desde el hombro a la joven mientras servía un par de platos. —Te dije que no me molestes mientras atiendo mesas. —Le dijo entre dientes, volvió su sonrisa a los comensales. —Es que te busca Alondra. —No tenía el carácter para enfrentarlo cuando le hablaba de ese modo, se sentía nerviosa e insegura pero no lo podía evitar, tampoco tenía muchas palabras para él, Gerónimo se encontraba en otra jerarquía pero cobraba sentido, ya que llevaba años trabajando en aquel lugar. —Yo voy a cuidar tus mesas —Bien. —Suspiró finalmente empujándola a su paso, Gerónimo no soportaba lo débil que era Elia, varias veces la había visto llorar del cansancio y eso lo hacía sentir que ella era patética, además de inexperta. —Pero si me dejan menos del 15% sé que tú vas a ser la responsable, como siempre. —La señaló en voz baja. Elia le desvió la mirada sintiéndose indignada, no quería ni verlo a los ojos, su comportamiento era como siempre ruin y avaro, la joven odiaba aquella falsa amabilidad que mostraba a los clientes, principalmente porque no se trataba de una situación de profesionalismo, sino que sabía cómo sacarles dinero y se encargaba sin duda de así hacerlo, de exprimirlos con falso cumplidos mientras que con los demás meseros los criticaba con odio, como si algo le hubieran hecho. —No puedes permitir que te falten al respeto de ese modo. —Elia se giró sobresaltada sobre la mesa que Gerónimo atendía previamente. Se trataba de un hombre de no más de cuarenta años, con apariencia inclusive más joven, era probable que se encontrara en sus últimos momentos de los treinta, sus ojos, de un impresionante color azul se fijaron en ella, tenía la nariz alargada y el cabello de un castaño oscuro. —Ah no, así nos llevamos él y yo, señor, bromeamos. —Sabía que de quejarse de Gerónimo con aquel hombre sólo le causaría más problemas. — ¿Se encuentra todo bien con su pedido? ¿Gusta que le traiga algo más? —Nunca me ha caído bien ese mesero, de todos modos. —Suspiró ignorándola por completo. —Esos cumplidos vacíos, como si no los recibiera todo el día ya ¿Tengo razón? —Podría decirle que tiene razón, pero siento que puede ser una pregunta con trampa. —Él asintió. —Exacto, no me puedes dar la razón por quien soy.  Así es. —Asintió con un tono aún hostil. —Y se los digo todo el tiempo. —Elia estaba temblorosa ¿Estaba hablando con ella? ¿Debía responderle? — ¿Le podría ofrecer algo más señor? —Le preguntó. Los ojos de aquel hombre penetraron en los de Elia con profundidad, era un azul insólito, uno que nunca había visto en su vida. —No, de hecho ya estaba terminando. —Sonrió de manera seca, las arrugas sobre sus ojos eran las únicas que podían distinguírsele en su piel bronceada, tenía la piel de las mejillas un tono sonrosado. Elia jamás creyó haber visto a un señor tan apuesto como lo era él. —En ese caso le traigo la cuenta. —Sí, y dígale a su gerente que el tipejo ese que me atendía antes de ti está despedido, dile que el señor Lucas Demetri te mandó. —Elia se quedó paralizada por el miedo, si hacía eso lo más probable es que su compañero la culparía y habría todo un drama, sostuvo un vaso que había recogido en su mano con fuerza. — ¿Y bien? ¿Harás lo que te piden? —Preguntó aquel hombre con el ceño fruncido. —Sí…—Susurró asintiendo con la cabeza, tragó saliva con intensos deseos de querer salir corriendo. —Regresa aquí y dime por qué tienes esa cara de bebé haciendo pucheros, y más vale que me digas la verdad. —Suspiró cansado, tomando su cartera y teléfono celular. Elia tragó saliva, había escuchado de él, por supuesto, se trataba del dueño del hotel, Lucas Demetri, ella sabía que constantemente el señor visitaba el restaurante del hotel y demás instalaciones para observar que todo se encontrase bien. Se le había advertido que era un hombre de temperamento fuerte y de radicales decisiones, pero no había previsto que además de todo no sería ni la mitad de viejo que había estimado en su mente, por supuesto sí, debía tener al menos más de cuarenta y se le notaba por las pequeñas canas plateadas a los lados y sus arrugas entre las cejas de tanto mantener su ceño fruncido, pero a ella nadie le había avisado que junto con su edad él era apuesto como el infierno. —Es sólo que me van a culpar a mí si lo despide. —Murmuró bajito mirando a los lados, procurando cuida sus mesas. Él frunció el ceño con más fuerza. — ¿Me vas a contradecir a mí, niña? —Preguntó cada vez más molesto, un nudo se alojó en su garganta, eso era todo, la despedirían por subordinada y todo se iría al carajo. —No, pero usted me preguntó el motivo de mis pucheros y yo le respondí. —Le dijo intentando sonar firme, aunque sentía pánico, finalmente el hombre se había tranquilizado, miró de pies a cabeza a Elia y bufó. —Te hace falta carácter, tu nerviosismo puedo olerlo como un perro. —Le dijo en un tono frío. —Si ese engreído vuelve a atenderme tanto tú como él se irán a la calle ¿Me entiendes? No sé y tampoco me interesa el modo en el que lo lograrás pero es tu pellejo, por proteger a alguien que te maltrata, ¿Estamos? —Elia se quedó pensando por un momento ¿Valía la pena tanta molestia por un hombre que precisamente la maltrataba y menospreciaba constantemente? —Está bien, señor. —Asintió ella. —Y me imagino que no debo traerle la cuenta. —No, y tampoco puedes decirles a tus compañeros que atendiste a Lucas Demetri, he logrado mantener un perfil bajo y no quiero que lo arruines ¿Entendido? —Preguntó en voz baja, Elia asintió con la cabeza sintiendo su rostro enrojecer, sus hormonas querían saltar hacia él y besarle el rostro. —Entendido. —Asintió ella, Lucas sonrió sin esfuerzo alguno y se levantó dejando una cuantiosa propina sobre la mesa.  —Esto es tuyo. —Le murmuró mientras pasaba a su lado. Era demasiado dinero, más de lo que ganaba en un día entero de propinas. Cuando se fue la joven no podía apenas terminar de razonar que había hablado con Lucas Demetri, sus ojos profundos habían penetrado en los de ella en tan solo segundos, dejándola anonadada por su imponencia y frialdad, su corazón seguía latiendo con fuerza. —Creo que esto me pertenece a mí. —Se burló Gerónimo. — ¡Wow! Esto sí es buen dinero, ¿Qué le hiciste, eh? ¿Tuviste sexo con él, tal vez? —Preguntó cerca de su oído. —No sería la primera vez, ¿Verdad, Elia? —Cállate, Gerónimo. —Exigió Elia sintiendo asco. El dinero de aquel hombre, de todos modos, no podía importarle menos. 
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