Miedo a esta solo

2196 Words
Al fin era de noche, Valente tenía el pretexto perfecto para invitar a gente a su casa, el mismo que le ayudaría a no pasar el día solo. Su cumpleaños. Los jóvenes, amontándose para poder pasar entre la multitud, eran hijos ilegítimos o heredero de las familias más acaudaladas de toda la ciudad, apellidos viejos eran nombrados en la lista de espera. En su torre un Valente completamente solo esperaba a ser aplaudido y saludado por sus supuestos amigos. Remedios se encontraba en el camino intentando ordenar un poco antes de que aquel desastre aconteciera, organizando a los encargados de la música, alimentos y bebidas. Más adelante la música alta ya estaba sonando, Remedios se sentía avergonzada por no poder estar ni con su hijo ni con su hermana menor, le dolía sin embargo era más la impotencia que le provocaba. Valente sólo quería que todos fueran tan infelices como él y así lo lograba. Revisando las habitaciones se detuvo en una en la que se encontraba Valente dos amigos y una mujer desnuda boca abajo con la espalda repleta de cocaína. —No puede ser… —Susurró ella al ver que la joven se encontraba casi inconsciente, apenas levantando un poco la mirada. Valente se encontraba sentado en un sillón viendo hacia su enorme ventanal y los otros dos amigos sorbían cocaína desde la espalda de la muchacha. — ¿Y esa señora quién es? —Preguntó un muchacho pelirrojo, el hijo de un senador. —Es mi criada. —Valente la miró un segundo y volvió su vista a la ventana. —Cierra la puerta Rogelio. —Pidió con calma. — ¿Va a hablar, Valente? Mi papá me va a matar. —Preguntó aquel pelirrojo que respondía al nombre de Román. —Remedios ¿Qué haces aquí? —Preguntó entonces Valente fumando y con una sonrisa liviana. —Creí haberte dado el día libre. —Usted sabe bien qué hago aquí, me pidió quedarme. —Le dijo fulminándolo con la mirada. —Ah sí, por supuesto. —Valente se paró y caminó hacia ella. —Remedios no va a decir nada porque estos son asuntos que no le incumben ¿Verdad, Remedios, que vas a callarte? —Preguntó Valente sonriendo. —Vas a cerrar la boca. ¿Verdad? —Sí. —Respondió ella tajante, Valente la tomó de la barbilla. — ¿Sí qué? —Preguntó acercando sus labios a los de ella, con el aliento alcoholizado. —Sí señor. —Todos los amigos de Valente comenzaron a reír eufóricos. — ¿Y se porta bien tu sirvienta? —Preguntó uno de ellos acercándose de igual forma provocativamente hacia ella. —No es tan vieja ¿Qué dices, belleza, por un par de billetes…? —Valente se interpuso dándole un manotazo a su amigo. —Rogelio si vuelves a tocarla voy a cortarte tu mano. —Le dijo, todos rieron, menos Valente y Remedios. Rogelio la soltó fingiendo que era gracioso, sin embargo sentía miedo. — ¡Uy, qué egoísta! Está bien, puedo conseguirme cinco como ella en un minuto ¿Verdad? —Gritó el muchacho, Remedios suspiró aliviada cerrando los ojos con fuerza. —Remedios, puedes retirarte. —La mujer miró directamente a los ojos a Valente por breves segundos, llena de impotencia y vergüenza. —No me hagas esa cara, estamos jugando, nunca dejaría que algo te pasara, ni a ti ni a tu hijo.  —Aquello ultimo lo había dicho en un tono lleno de amenaza, al referirse a su hijo sabía que el delatar a Valente simbolizaba un riesgo no sólo para ella sino además para su Tomás. La mujer llena de impotencia cerró los puños con fuerza, ¿Qué más podía hacer? Valente tenía todo el control y conseguir otro trabajo le tomaría tiempo, sin embargo estaba completamente decida a hacerlo. — ¡Largo, Remedios, largo de aquí! ¿Eres estúpida? —Preguntó. —Me voy a ir si es con la chica. —Le respondió firmemente.   —Es lo mejor, Valente. —Lo alentó aquel pelirrojo. Valente miró un par de segundos infinitos a Remedios, sus ojos ardiendo en ira por haberle quitado autoridad frente a sus amigos, sin embargo, era lo que en primer lugar hubiera querido hacer, aquella muchacha cuyo nombre ignoraba, no se encontraba en condiciones de hacer nada y sentía que se estaba aprovechando, era por ello por lo que mejor había elegido apartarse. —Su ropa está en el baño. —Valente finalmente habló en un tono de voz autoritario, debía recoger un poco de la dignidad que había perdido. —Gracias, señor. —Respondió aliviada. Remedios caminó apresurada hacia el baño y recogió así un vestido de color fluorescente en forma de tubo, junto con unos tacones de punta delgada transparentes. Temblorosa por aquel rostro descolocado en Valente, Remedios se acercó tímidamente a la muchacha, todos los hombres ahí la observaban como si fuese un bicho. —Chiquita, despiértate. —Le susurró, la joven de apariencia perdida y un rostro angelical miró lentamente a Remedios. —Vente, vámonos. — ¿Qué? —Preguntó ella desconcertada, la joven se sentó en la cama con sus senos al aire, por algún motivo ese fue el primer momento en el que los hombres en la habitación se sintieron incómodos. —ayúdame… —Susurró la joven mientras Remedios apresurada le ponía el vestido. Al levantarse ambas, fue aquel pelirrojo el que se apresuró en ayudarlas, a la vez que le extendió un billete grande a la señora. —No las toques, Román, yo me encargaré de llevarlas a las dos. Remedios no te atrevas a recibirle nada. —De verdad estoy avergonzado. —Le susurró Román apretando el billete. Remedios repudiaba aquel comportamiento, pues lo sentía falso. Era como ver a un asesino disculparse después de haber sido detenido. La mujer se encontraba aturdida, llevaba con ella a aquella anónima jovencita y detrás las seguía Valente, no quería dirigirle la palabra, había visto toda clases de locuras pero aquello había sido demasiado y parecía que él mismo lo sabía. Había llegado demasiado lejos todo aquel día, de inicio a fin. —Remedios… Yo le llevaré, puedes quedarte. —La mujer no lo tuvo que mirar a los ojos cuando la joven aterrada negó con la cabeza dirigida sólo a ella. —Por dios, no la toqué, yo no le hice nada... ¿Creerás que le hice algo? —Preguntó nerviosamente, le preocupaba más de lo que le gustaba admitir lo que ella pensase de él. Hubo un largo silencio que sólo incomodó más a Valente. —Está drogada. ¡Drogada, Remedios! Por supuesto que tiene miedo. —Yo te voy a acompañar a tu casa, mija. —La abrazó, Valente rodó los ojos y los tres entraron al auto deportivo. Con ayuda de Remedios la muchacha pudo poner en su celular la dirección a una enorme casa, donde después de llamar a la que parecía su hermana, fue recibida, le intentaron pagar, Remedios no podía entender por qué en ese mundo todo lo querían arreglar con dinero, como si la dignidad o el humanismo tuviera un valor monetario. Remedios vio a Valente esperar en el auto, tomó con firmeza su bolso sobre el hombro y comenzó a caminar, sentía frío, sus pies estaban congelados pero no quería tener que ver nada con él. —Remedios. —Valente salió de su auto. —Vámonos, es peligroso que estés sola. —Le pidió en un tono sutil. —Iré a mi casa. —Le dijo en un tono gélido. —Sí, yo te voy a llevar. —Asintió él caminando su lado. —Remedios… —Le murmuró en un tono dudoso. —Remedios, me voy a sentir responsable, carajo, si algo llega a pasarte, ¡No seas un grano en el trasero! —Gritó perdiendo los estribos. — ¿Has visto cómo están las cosas hoy en día? ¿De verdad quieres arriesgarte así? ¿Dejar a tu hijo solo? —Preguntó, la mujer se detuvo en seco. —Bien. —Soltó de una vez. —Vámonos. —Remedios caminó hacia el auto apresurada y el joven siguió detrás de ella. El camino fue silencioso, en efecto había logrado hacer sentir a Valente como un cerdo, y si bien lo era, no le gustaba que otros lo percibieran de ese modo, era como si fuese su hermana mayor, la veía como ello, igual que Olimpia lo regañaba y reprendía hasta llevarlo por el camino indicado, sin embargo con Remedios era peor, ella era una mujer bastante dura, además de astuta, lo podía leer, sabía lo oscuro que era, por eso le tenía aquella confianza y cariño oculto. La mujer esperaba que la llevase de nuevo a aquel apartamento infernal, sin embargo tomó otro camino. No se sentía nerviosa ya que llevaba suficiente tiempo conociéndolo para saber que no le haría nada, sin embargo estaba curiosa. Llegaron al edificio en que vivía la señora Suarez, una mujer de avanzada edad que se dedicaba a cuidar a Tomás todas las tardes y los días completos en los que Remedios tenía quedarse en casa de Valente. —Recoge a tu niño, te llevaré con tu familia. —dudosa la mujer vio la hora, daban las 10:30 pm, por lo que no resultaría algo ajeno a lo común que pasase por él. — ¿Estoy despedida? —Se obligó a preguntar. —Por supuesto que no, no seas tonta. —Le dijo. —Ve por Tomás, te llevaré con tu familia y te daré dos semanas libres… Pagadas. —Finalizó. Era un modo bastante pobre de pedir disculpas, pero no se atrevía bajo ningún concepto a rechazar aquel plan, debía aprovechar, además si es que seguían despiertos la sorpresa no le caería nada mal a Elia. —De acuerdo. —Respondió ella tajante, intentando sonar aún indignada. Salió del auto y subió las escaleras de aquel antiguo edificio hasta la puerta de la niñera, quien inmediato le abrió alegre. —Que bueno que vienes, parece que me leíste la mente. —En el fondo su hijo lloraba, por lo que apresurada corrió hacia él. —Se me terminó tu leche… y no sé qué darle. —Oh, bebé, bebé. —La mujer tomó a su pequeño en brazos procurando sostener con delicadeza su cabeza. —Me lo voy a llevar. —Le dijo. —Creo que te veré mañana, de todos modos te haré saber. —Muy bien, Remedios ¿Todo está bien? ¿Elia está en orden? —Todo está bien, sólo surgió un imprevisto. —La señora Suarez asintió brevemente a la par de que le extendió la pañalera y cobija. —Cúbrelo bien, hace frío afuera. —Remedios asintió tomando con firmeza a su hijo, bajó las escaleras acompañada de la niñera. Al despedirse con un beso en la mejilla Remedios se dispuso a entrar al auto con cuidado, apenas había tocado sus brazos su bebé se había quedado dormido. —Vámonos. —Suspiró finalmente él. Con una velocidad bastante moderada a comparación de cómo iba antes, manejó hacia el barrio de Remedios, en una casa no muy llamativa donde más de cinco autos se asomaban. —Gracias. —Le murmuró abriendo la puerta — ¿Están festejando algo? —Preguntó él, quizá por curiosidad, quizá por hacer conversación. —Mi… hermanita cumple años, sí se lo había comentado. — ¡Que coincidencia! —Sonrió él. —Digo porque yo también cumplo años ¿Verdad? Debe ser una niña adorable —Sí, es una pequeña muy dulce... —Respondió ella, podría haberle dicho que no era una niña, pero entonces sentía que estaría poniendo en riesgo a su Elia. — ¿Puedo irme ahora? —Por supuesto. —Asintió él. — ¿No necesitan ayuda Tomás y tú? Puedo meter la pañalera, podrías invitarme a pasar por un… pedazo de pastel ya que también es mi cumpleaños. —Señor con todo respeto… —Remedios suspiró, le provocaba lastima pero su familia siempre iba primero. —No, yo entiendo, era… una broma, sólo era broma. —Sonrió él, nerviosamente. —Tiene… un pastel que le hice en su casa, señor, quizá debería ir con su familia, aún no es tan tarde. —Él asintió apresurado. —Sí, Remedios, te veo en dos semanas a la misma hora de siempre. —Ella se quedó un momento suspendida pensando en qué más decir, le provocaba pena verlo así, sabía que era una persona muy sola pero no podía vivir preocupada porque siguiera el buen camino. —Tu pago como siempre lo recibirás… por transferencia. —Muy bien señor Valente, lo veo en dos semanas. —Con un poco de dificultad la mujer salió con su hijo y pañalera en mano, por fin se había librado de aquella incómoda situación. Con frío caminó hasta la casa y esperó a que Valente se alejara para tocar la puerta, no quería que nadie supiera quién la había traído. Sus padres abrieron y la emoción en toda la pequeña casa no tardó en removerle las emociones a Remedios, se sentía salvo. 
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