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Blurb

Valente, el heredero universal de su tío millonario, viviendo de excesos, despilfarrando su fortuna y disfrutando de su promiscuidad.

Elia, una joven estudiante buscando su camino en el mundo, trabajando como mesera en el restaurante de un lujoso hotel para pagarse la carrera de psicología.

Por cuestiones de destino sus vidas se conectan cuando ella le salva la vida, ahora él quiere merecerla y busca recompensarla.

Dos personas de vidas opuestas que encuentran su camino en medio, sin embargo, las cosas se complican cuando un tercero en discordia se interpone en su camino, Lucas, un hombre acaudalado y poderoso de mediana edad cuyo único deseo es ayudar a Elia a conseguir sus metas, cuyas intenciones parecen puras en un principio, sin embargo poco a poco se van develando oscuros deseos y obsesiones.

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Sobre obsesión, dinero y abandono
En su trono de marfil Valente dormía con el peso de la resaca sobre sus sienes. Sus ojos a pesar de estar cerrados aparentaban molestia, como si el sol le debiera algo por salir en las mañanas, siempre se había odiado a sí mismo por ser una persona diurna y no nocturna. La fiesta de la noche anterior había sido incluso más devastadora que la de la semana pasada y el sentimiento de satisfacción lo asalta, el descontrol había reinado en su vida desde que había heredado el dinero de su tío Franco, un viejo verde que en su vida sólo se había dedicado a mimarlo y maleducarlo. Nadie había podido detenerlo de aquella estúpida decisión de heredar a un irresponsable de veintitrés años con bajas expectativas y carácter desagradable. —Remedios… —Su voz sonaba ronca y cansada. Apenas podía hablar, sentía asco apenas de abrir un ojo así que volvió a cerrarlo. — ¡Remedios! —Gritó esta vez con su tono agresivo. Las ojeras debajo de sus ojos grises sobresalían de su piel lechosa casi como lagunas.  — ¡Te estoy hablando, mierda! —Gritó cubriendo su rostro con la almohada. — ¡Ya va, ya va! —La mujer de no más de treinta años caminaba entre botellas, cenizas y colillas de cigarros. Remedios miraba con horror a la gente dormida en el suelo con ropa interior o sin nada en lo absoluto. Al llegar a la habitación monumental de Valente el olor apenas resultaba soportable. Seguro alguien vomitó por ahí y yo soy la que tendrá que limpiar su basura como siempre, pensó Remedios negando brevemente con la cabeza.  — ¿Qué se le ofrece, joven? —Preguntó entonces. —Un jugo…de tomate. Es tu trabajo saberlo, Remedios. —Articuló roncamente sin sacar la cabeza de la almohada, una muchacha de escultural cuerpo se removió brevemente quejándose en un gruñido del ruido. —Está bien, joven Valente. —Suspiró la mujer sosteniendo la respiración. — ¡Remedios, no te olvides del jugo me urge! —Gritó el muchacho desde la habitación, por supuesto la actitud del joven, tan maleducado la consternaba y la hacía pensar en que su pequeño Tomás, estaba decidida, debía ser diferente, iba a ser diferente.   Finalmente, después de unos minutos y sintiendo su lado más humano llegar a sus huesos, Remedios rodó los ojos y sacó un pastel que había preparado la tarde anterior del refrigerador. Caminó con lentitud y cuidado para no tirarlo y llegó hasta la habitación del joven.  Él seguía dormido y la joven que le acompañaba había entrado al baño. Silenciosamente Remedios dejó el pastel a su lado y con dos de sus dedos le palmeó el hombro. —Remedios… —Susurró él roncamente. —Haces los mejores jugos de tomate… lo juro por… —Al abrir los ojos y encontrarse con aquel pastel color menta los ojos grises del muchacho se fijan en ella, perplejos. —Felices veinticuatro años, Valente. —Sonrió ella. Él la miró anonadado, ambos lo sabían, nadie más se acordaría del cumpleaños de alguien tan reservado como Valente, y su familia al estar distanciada tampoco tendrían intención de felicitarlo en lo absoluto. —Yo…—Con un codo sosteniendo su cuerpo Valente tomó con la mano libre el pastel y lo acerca así. —Puedes irte. —Dijo finalmente, Remedios asintió sin siquiera sentirse despreciada, era bien sabido que alguien como él lo último que sería es agradecido. —Y remedios. —La llamó de nuevo, un hilo de esperanza se alojó en el corazón de la mujer. —Saldré una hora, quiero todo limpio cuando regrese. —Suspiró con naturalidad. Remedios cerró los ojos con pesar. —Le había avisado… del cumpleaños de mi hermanita, es hoy en la tarde, le prometí ir… usted… me prometió darme el día. —Finalmente, con cierta indignación Valente salió de su escondite bajo la almohada y miró firmemente a Remedios. — ¿Sabes cuánto le pagan a sirvientas como tú? —Preguntó el muchacho alzando una de sus largas cejas negras. Ahí van de nuevo, pensó Remedios sin responder nada. Lo cierto es que Valente le pagaba lo que inclusive personas tituladas de carreras no recibirían mensualmente. Cuando inició en ese trabajo pensó que había encontrado una mina de oro de un niñato irresponsable despilfarrador, pero al tener un bebé recién nacido y ser madre soltera no iba a desperdiciar aquella oportunidad, aunque resultase ventajosa. Ahora, seis meses después de ver los estragos de cansancio por el mal trato de un mocoso como ese, con fiestas tres o cuatro veces a la semanas y solicitudes muy inquietantes aquel pago resultaba apenas justo para todo eso. —No, no sé. —Respondió sin verlo. —Iré a lo mío, Olvídelo. —Un breve suspiro tembloroso se le escapó, hacía meses que no pasaba el rato con su hermana Elia, le prometió asistir a su cumpleaños número diecinueve, tendría que mandarle un mensaje. La sensación de soledad en el pecho asaltó a Valente por un momento e intentó ignorarlo. La muchacha, posiblemente una modelo, regresó a la habitación, pero para ese momento Valente ya había escondido en una esquina aquel bonito pastel de su sabor favorito. — ¿No crees que tu sirvienta es muy confianzuda? —Preguntó entonces la muchacha al regresar a la cama, Valente seguía ausente pensando en aquel detalle. —Bastante. —Respondió sin mirarla. —Quizá tendré que despedirla. —Dijo aquellas palabras sin sentirlas en lo absoluto. —Se toma libertades que no le corresponden. Su corazón latía acelerado sobre su pecho, su mayor pesar es que ni siquiera él mismo habría recordado su cumpleaños si no fuera por Remedios. Valente observó sus manos para no ver nada más. Extraña todo. Extraña a Olimpia con sus chistes Al otro lado de la misma ciudad, en una pequeña casa se encontraba dormida una joven, soñando con su trabajo, ya que sólo dedicaba su día a ello junto con estudiar para los exámenes. —Elia, Elia. —La voz de su padre sonaba apenas audible en la cabeza de la joven, su cabello cobrizo y rizado le oculta la mitad del rostro y la almohada estaba repleta de saliva seca. —El examen, Elia, el examen. —Escuchó la joven. Tan sólo esa simple palabra sonó como una alarma sobre su cabeza. — ¡El examen! —Gritó la joven Elia entonces sintiendo todo su cuerpo hormiguear de miedo. — ¡El examen! —De un brinco la flacucha se levantó de su cama individual sintiendo sus pies flaquear. — ¡Gracias, papá! —Gritó corriendo hacia el baño. — ¡Elia! —Gritó esta vez la madre. —Hija, ¡No hay examen! —Ambos padres la seguían por toda la casa mientras ella perseguía una toalla y sus sandalias para el baño. La joven apenas les prestaba atención mientras camina apresurada hacia el baño. — ¡Es tardísimo! —Gritó viendo que el sol ya ha terminado de salir. — ¡Elia! —El padre tomó por los hombros a su hija, ambos reían sin remedio. —No hay examen y además es domingo. —Elia estupefacta apenas podía procesar esa información cuando poco a poco su ceño se iba frunciendo cada vez más. — ¿Me toman el pelo? —Preguntó parpadeando anonadada — ¡Y por qué me asustarían de ese modo! —Porque no te despertabas con nada. —Respondió la mamá. —Y hoy cumples diecinueve años. —El entusiasmo era innegable en el tono cantado de la madre, Elia cerró los ojos y se palmeó la frente con una mano. —De verdad me asustaron. —negó con la cabeza. —Si no les importa me iré a dormir dos horas más para olvidar que soy dos horas más grande. — ¿A dónde cree que va, señoría? —Preguntó el padre guiándola hacia la cocina donde la esperaba un pastel con la finta de haber sido hecho por él mismo. —Mira, le puse cerezas. —Una sonrisa llena de ternura se escondió en el rostro lleno de seriedad de Elia. — ¿Lo hiciste tú? —Pregunta la joven dándole un breve abrazo a su padre. Él asintió sin dejarlo de ver, por supuesto no era perfecto, pero era un pastel casi profesional considerándolo seriamente. Para Elia no podría haber mejor pastel que ese. —Sí, tu mamá tuvo la idea de las cerezas. —El tema de las cerezas era gran cosa, puesto que no había nada que Elia disfrutase más que ellas en cualquier presentación. —Me imaginé. —Sonrió ella. Al mirar las velas encendidas pensó en su primer deseo del día. Normalmente Elia pedía un deseo por cada año que había cumplido. Le restaban dieciocho. — ¿Qué pediré? —Se preguntó. —Que Remedios pueda venir. —Pidió el padre lleno de emoción. Elia alzó las cejas asintiendo, aquel iba a ser su primer deseo sin duda. “Que Remedios pueda pasar más tiempo con nosotros, como antes” pidió “Y Tomás” Agregó, por supuesto. Sopló las velas con rapidez y todos llenos de entusiasmo aplaudieron brevemente.

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