"Crueles"

3492 Words
Valente se encontraba en completa soledad, sintiéndose miserable por la ausencia de Remedios, sabía por supuesto que había hecho lo correcto al ofrecerle aquel tiempo, sin embargo tenía la fantasía de que quizá ella hubiese podido decidir por cuenta propia regresar antes, quizá preocupándose por él, pero aquello era una posibilidad pobre. Suspiró profundamente resintiendo el silencio de su enorme piso, tomó su celular y marcó a uno de sus amigos, Román. —Ya se me hacía extraño que en pleno martes no estuvieras planeando algo…—Su voz sonaba burlona y distraída, posiblemente ocupándose de encargos de su padre. —Sí, háblale a Rogelio y a los demás, nos vamos a quedar en mi condominio. — ¿El del hotel? —Preguntó risueño, emocionado. —Sí, el del hotel. —Rodó los ojos. —Lleva chicas, que estén dispuestas a quedarse ¿Entendido? —Preguntó mirando hacia abajo, en la ventana, donde divisó al otro lado de la calle a Remedios, caminando hacia su apartamento con una planta en manos, sonriendo con calma. — ¿A qué hora? —Preguntó él, por un momento Valente se cuestionó llevar a cabo aquel plan, ver a Remedios tranquilizaba su ansiedad, pero de nuevo, la ira de saber que lo abandonó, que se tomó de hecho una de las dos semanas que le ofreció sin hablarle ni una sola vez para saber si se encontraba sano y salvo lo llenó de ira. —A las siete, voy a tomar una ducha. —Le dijo sonriendo con malicia, sintiéndose cada vez más irracional. —Sí señor. —Ambos colgaron y unos momentos más tarde se encontraba Remedios entrando con la llave que Valente le otorgó, tarareaba una canción sin abrir los labios, tranquilamente. —Oh, estás aquí, eso sí es nuevo. —Sonrió ella, se encontraba contenta, había pasado una tranquila semana con su familia. —Nada más vine a dejar una planta y revisar que no hayas muerto por no sé, alguna congestión alcohólica. —Le bromeó mientras dejaba una bonita maceta color gris sobre el recibidor. Valente sintió su pecho latir con fuerza ¿O sea que sólo venía a revisarlo? ¿No se quedaría ya? —Vaya, gracias por otorgarme el honor de tu presencia, Remedios. —Sonrió con falsedad. —Espero que hayas tenido una buena semana de ocio, en eso sí que obedeces ¿Verdad? — ¿Valente…? —Frunció el ceño, confundida. — ¿Disculpa? —Preguntó con el cruzando sus brazos sobre el pecho. —Perdón, joven Valente. —Él asintió ceñudo, Remedios se encontraba completamente confundida, ¿Por qué le sorprendía su bipolaridad? ¿Por qué la seguía descolocando aquellos cambios tan extraños en su comportamiento? —Así es. —Asintió iracundo. —Se acabo tu descanso, acompáñame. —Remedios parpadeó anonadada, ¿Por qué se encontraba tan molesto con ella? El piso parecía estar limpio, realmente no es que Valente la necesitara demasiado, mucho menos si no llevaba a cabo aquellas fiestas catastróficas. Remedios caminó detrás de Valente, ambos se dirigían a la habitación del joven, enseguida a su baño con piso blanco de mármol y una elegante tina en medio, desde las ventanas podía distinguirse toda la ciudad. — ¿En qué puedo servirle? — ¿No es obvio? —Preguntó en un tono tenso, se encontraba furioso, sabía que era un error darle aquellas dos semanas, ella se iría, ella estaba por abandonarlo y tenía que poner las cosas en su lugar. —Prepárame el baño. —Solicitó señalando con la barbilla la cuantiosa tina que se encontraba vacía e impecable, tal como ella la había dejado Valente comenzó a desvestirse, Remedios sintió un nudo en el estómago y se dio vuelta para no verlo, perdiendo la paciencia cerró los ojos, estaba siendo un completo cerdo. — ¿No entiendes el español? ¡Que me prepares la puta bañera, Remedios! —Ella, temblorosa por los gritos se quedó firme en su lugar, sintió los pasos descalzos de Valente dirigirse a ella, su desnudez solo la ponía más nerviosa. Nunca había llegado tan lejos. — ¿Vas a hacer lo que se te ordena? Creo que fuiste lo suficientemente obediente como para desaparecer una semana, entonces ahora haz lo que se te dice también aquí. —Necesito que se ponga algo abajo. —Susurró, Valente se quedó parado detrás de ella, intimidándola por unos segundos que parecieron horas. —Tus deseos son ordenes, Remedios. —Terminó por decirle al oído, ella apretó los labios y cerró los ojos con fuerza, suspiró aliviada cuando finalmente él retrocedió y tomó una de las toallas blancas que se encontraban perfecta doblada en el cajón asignado para ellas. En tanto Remedios preparaba la bañera Valente no retiraba sus ojos de ella, intimidándola con su abrumadora presencia, el agua se encontraba tibia y se había encargado de ponerle sales y demás aceites para que resultara del gusto de Valente, normalmente nada lo complacía demasiado. —Listo, si no le importa iré a recoger mis cosas de la casa de mis padres, entonces regresaré aquí. —Suspiró, Valente se quedó mirando la tina con el ceño fruncido, al no recibir respuesta Remedios asumió que ya la dejaría ir, sin embargo su mano tomó el brazo de ella con fuerza. —No has terminado aquí. —Su voz sonaba ronca, incluso más que antes, el corazón de la mujer se encontraba latiendo furioso, sentía miedo de él en momentos como ese, su empeoramiento en el comportamiento había sido gradual, se sentía atrapada. Valente se desnudó por completo, Remedios volvió a cerrar los ojos sintiendo dolor de cabeza, él se introdujo en el interior de la bañera y se sentó. —Lava mi espalda. —Los ojos se le llenaron de lágrimas a la mujer, se sentía completamente humillada. —Ya no puedo hacer esto. —Negó con la cabeza. —Tengo dignidad, y has cruzado la línea, me largo de este infierno, púdrete en tu miseria. — ¿Qué hay de tu hijo? —Preguntó apresuradamente, nervioso, sin volver la vista hacia donde ella se encontraba, dirigiendo los ojos de un lado a otro, ansioso por cualquier respuesta. —No dejaré que sigas manipulándome con mi hijo, soy una mujer capaz y con un titulo universitario, sé que saldré adelante pero no con un ser humano tan ruin y despreciable como tú. —Respondió valientemente, aquello había tomado por sorpresa a Valente, sus palabras realmente estaban hiriéndolo. —Interesante que lo menciones. —Asintió. —Quizá no puedo manipularte con tu hijo, pero ¿Qué hay de tu familia? ¿Y tu pequeña hermanita? —Preguntó parpadeando lentamente. —Estoy seguro de que su casa se ha de encontrar hipotecada, deben estar endeudados hasta el cuello, de eso no tengo dudas. —Asintió para sí mismo, Remedios se había quebrantado, lágrimas espesas rodaban por sus redondas mejillas, se encontraba furiosa. —Es decir, lárgate, si eso te hace feliz, supongo que no te importará que me haga cargo de sus deudas, y me apropie de todo lo que tienen, es decir, una nueva propiedad nunca sobra ¿Verdad, Remedios? Además me pregunto qué tan interesante sería hablar con tus papis sobre tu trabajo conmigo, estarán tan orgullosos. La joven se encontraba temblando, sus amenazas habían llegado demasiado lejos, ella sabía que él sería capaz de llevar a cabo aquellas represalias eso la estaba aniquilando. — ¿Y bien? —Preguntó entonces. —Ven y lava mi maldita espalda. —Lentamente, aun temblando, Remedios tomó una esponja nueva del gabinete del lavabo y se sentó en el suelo, al lado de él, tras mojarla ligeramente comenzó a lavarlo, tal como se lo solicitó. Hubo un silencio, él sabía que había llegado demasiado lejos, no estaba contento con lo que sucedía, tampoco le enorgullecía, pero tenía que recuperarla aunque fuera a la mala, necesitaba garantizar su permanencia con él. —Espero que de ahora en adelante conozcas tu lugar aquí, y algo más...No vuelvas a pensar en dejarme. —Terminó por decir, Remedios continuó mojando la esponja y frotando su espalda blanca, pálida y escuálida, sintiendo que su respiración estaba descontrolándose cada vez más, no podía reprimir sus silenciosos lloriqueos. —Ya deja de llorar, suficiente, haz lo que dijiste qué harías pero te quiero aquí antes de las siete. Ella se levantó aventando con fuerza la esponja sobre su espalda, golpeándolo para enseguida correr fuera del lugar, él no reaccionó, simplemente terminó recostando todo su cuerpo en el interior de la tina, hasta su cabeza, con deseos de ahogarse ahí. —Maldito enfermo de mierda. —Terminó diciendo Remedios cuando salió del piso, sintiendo el aire regresar a sus pulmones, llorando con fuerza y soltando alaridos por todo el pasillo mientras salía finalmente de aquel infierno. En camino a su trabajo Elia cerró los ojos con fuerza, resintiendo el pensamiento de las benditas colegiaturas, esas colegiaturas que debía pagar a pesar de ya estar bajo el cobijo de una beca, ¿Cómo pretendía seguir sosteniéndola? ¿Cómo es que se sostendría a sí misma? Sus padres no estaban en la mejor situación económica y ya estaba un mes y medio atrasada, las llamadas por parte de los directivos estaban comenzando a ser más frecuentes y su concentración había disminuido tanto en su trabajo como en sus estudios. —Si no tomo el autobús esta semana me estaré ahorrando…—Elia comenzó a hacer cuentas en su cabeza, de pronto al cerrar sus ojos en su mente se encontró con los de aquel infeliz, mierda, tenía que sacarlo de su cabeza, tenía que soltarlo, estaba a salvo, no volvería a verlo, él había huido y no se acercaría nunca más. — ¿Te bajarás o dormirás todo el camino? —Preguntó un empleado que trabajaba en el mismo hotel que ella. Elia abrió los ojos y fijó sus ojos en el hombrecillo de estatura baja y mediana edad. —No estaba dormida. —Respondió ella firmemente levantándose con su bolso en mano, finalmente ya estaba ahí, haría su mayor esfuerzo por recibir las propinas más cuantiosas, aunque a ella por no ser tan experimentada como el resto debía recibir las mesas menos importantes y por ende las propinas menos cuantiosas. Todos los días vivía con la tensión de que el señor Lucas Demetri regresara y fuese atendido por el imbécil de Gerónimo, de aquel modo terminaría despedida y aquel desagradable hombre junto con ella, eso la conflictuaba no sólo por el hecho de quedar insolvente, sino además por las represalias que aquel individuo podría tomar contra ella. — ¿Novedades? —Preguntó Elia a la recepcionista Erica, una joven irlandesa de rostro angelical y carácter afable. —Ninguna, el día a estado lento pero no me sorprende, no estamos en periodo vacacional y es martes. —Se encogió en hombros. —Que alivio. —Suspiró la joven sacando un pequeño cuadernillo y la pluma que usaba para anotar las ordenes que llegaban de los comensales. Comenzó a rebuscar en su celular sobre el libro que se les encargó analizar, en el capítulo que comentarían en la clase, al atardecer. — ¿Tarea? —Preguntó Erica mirando lo que escribía, Elia concentrada asintió brevemente con la cabeza y continuó anotando sus observaciones, le resultaba placentero, era su momento de paz cuando se encontraba en su zona, investigando y aprendiendo de su carrera. —No sé cómo le haces para no distraerte con tanto ruido. —Tengo que, no he tenido tiempo en todo el día para hacer esto y en la tarde tengo la clase, no puedo perder ni un segundo en tanto esté así de tranquilo. —Suspiró leyendo y escribiendo respectivamente. La puerta sonó, ni siquiera se dio cuenta de en qué momento Erica se levantó a abrir. —Gracias. —Aquel tono hostil y frío lo conocía, alzó la vista dejando caer la pluma al suelo, nerviosamente se agachó a recogerla, ansiando no haber sido vista por Lucas Demetri, aquel hombre la apabullaba al punto de temblar. Alondra se incorporó, cuando Erica había dejado al comensal en una mesa se acercó de nuevo a su lugar. —Mmm…—Suspiró mordiendo su lápiz. —Sólo están tú y Gerónimo hoy…Y tú estás estudiando… — ¡No, está bien! —Apresurada Elia soltó su libreta y la cerró, arrepintiéndose en el acto suspiró. —Yo lo atenderé. — ¿Segura que puedes? —Preguntó Alondra alzando una ceja. —Quiero lanzarte al ruedo de los grandes clientes pero ¿Te sientes lista tú? —Claro que sí, he puesto cuidadosa atención a los detalles, inclusive de cómo servir ¡Ya sé abrir una botella de vino bien! —Sonrió observando como Gerónimo se acercaba con el ceño fruncido hacia ellas, seguramente preguntándose si aquella mesa le correspondía a él. —Por favor, si no cuándo aprenderé. —Está bien…Pero si se te dificulta algo no dudes en pedirle ayuda a Gerónimo ¿Me entiendes? — ¿Y por qué tengo que ayudarla si a mí nadie me ayudó? —Preguntó molesto mientras terminaba de llegar. —Una mierda. —Alondra alzó ambas cejas y dio un paso hacia él. —No te lo estoy pidiendo como una amiga, te lo ordeno como tu supervisora. ¿Entendido? —Preguntó sonriendo, Gerónimo miró con desprecio a Elia por un momento. —No, tus ojos en mí, te estoy haciendo una pregunta ¿Me entendiste o no? —Sí señora. —Sonrió con falsa amabilidad y se retiró. —Te lo digo, ese tipo ya me tiene cansada, se siente el dueño del restaurante. —Les dijo Alondra a las chicas negando con la cabeza, en un tono de voz cansado. — ¿Y bien? ¿Qué esperas? Ve a atender a esa mesa. —Elia sonrió y asintió con la cabeza, mientras caminaba hacia él se sentía cada vez más nerviosa, menos segura. Lucas miró a Elia y sonrió. —Bien, haces lo que te dice, no me ha atendido hasta ahora ese pusilánime, significa que eres lista. —Le dijo asintiendo con la cabeza. —Un café n***o y el periódico. —Pidió en un tono de voz gélido, sin mirarla. Elia asintió con la cabeza y suspiró aliviada, no había sido tan malo, pero sabía que si aquel hombre le hubiese dicho a Remedios lo que le dijo a ella se hubiera enfurecido y le hubiese lanzado el café en la cabeza, sonrió ante el pensamiento extrañándola, deseaba profundamente tener el carácter que ella tenía, tan firme y seguro. — ¿Qué te pidió? —Preguntó Erica interesada. — ¿No te parece guapísimo? No me importaría cambiarle los pañales en unos años. —Se mofó cubriendo su boca con la mano. —Eres terrible. —Se burló Elia. —Su personalidad disminuye a cero el atractivo que pueda tener, si me preguntas. — ¿Oh sí? —Preguntó. —Claro, es un viejo rancio y maleducado, siempre he odiado que la gente con dinero se sienta intocable. —Negó con la cabeza. —Él no es la excepción, además da muchísimo miedo, me pone muy nerviosa. —Porque te gusta. —Respondió. — ¡No! —Gritó, miró a los lados, notó que había captado la atención de Lucas, quien la miraba con los ojos entrecerrados. —No…—Terminó por susurrar. —Ni siquiera me agrada como ser humano. —Pues a mí no me importaría ser la novia de un ogro si se ve como él. —Terminó Erica por decir sonriendo mientras miraba sus uñas. El café estaba listo y Elia caminó con cuidado sosteniéndolo en sus manos con firmeza. —Aquí tiene. —Murmuró lentamente, Lucas continuó viendo su teléfono celular. — ¿Y el periódico? —Preguntó tajantemente. —Por supuesto. —Nerviosa y sintiendo su frente sudar Elia se apresuró hacia la recepción, Erica seguía viendo con interés a Lucas. — ¿Tienes el periódico de hoy? —No…Hoy no nos han traído, es demasiado temprano, dile que espere. —Se encogió en hombros. Elia hizo una mueca mirándolo, parecía impacientado. — ¿Tengo otra mesa? —Preguntó entonces. Erica negó con la cabeza. —No por ahora ¿Por          qué? —Preguntó ella. —Correré a la tienda del hotel, no tardaré más de dos minutos. —Erica asintió con la cabeza concentrada en Lucas. Elia apresurada comenzó a caminar entre la gente para no perder tiempo, entre tropezones se topó con un muchacho pelirrojo, este la ayudó a reincorporarse tomándola por los brazos. —Miren que dulzura. —Sonrió el hombre que se encontraba al lado del pelirrojo. —Disculpe, tengo que correr. —Respondió Elia amablemente, el brazo de uno de ellos la detuvo, interponiéndolo en la puerta de la tienda para que no pudiera pasar, Elia lo miró impacientada. — ¿Trabajas aquí? —En serio tengo apuro. —Si tienes tanto apuro entonces creo que responder agilizará las cosas, dulzura. —Déjala en paz, Rogelio. —Pidió el pelirrojo rodando los ojos. —Ya vámonos, tiene que estar todo listo para cuando Valente llegue. — ¿Y bien? —Preguntó aquel muchacho. —Sí, trabajo en el restaurante. —Terminó por decir, Rogelio asintió con la cabeza sonriendo con fuerza. — ¿Y tu nombre es…? — ¡Elia, carajo! —Gritó presionando su mano contra el brazo de Rogelio para que la dejara pasar, este entre carcajadas finalmente se hizo a un lado y ella logró su objetivo, compró el periódico y se dirigió una vez más al restaurante. Regresó agitada pero satisfecha, tras recuperar el aliento caminó con calma hacia Lucas y puso sobre la mesa el periódico, este la miró con una ceja alzada. —Te vi salir con las manos vacías y regresar con esto. —Sí señor. —Asintió ella apretando una mano contra otra. — ¿Lo compraste tú? —Preguntó entonces. —Sí señor. —Repitió ella, él asintió un par de veces con la cabeza. —La cuenta. —Terminó por decir en aquel tono frío y sin alma, Elia pensó en si aquel hombre tendría familia, se preguntó entonces si con ellos mostraría un poco de afecto o si sería igual de indiferente con todos. Tras recogerla y regresar a la mesa notó que el señor Lucas ni siquiera había abierto el periódico, todo ese problema para nada, ni siquiera se lo agradeció. —Pagaré en efectivo y la propina es tuya. —Le dijo, fue entonces que Elia notó como dejaba una cuantiosa cantidad de dinero, casi escandalosa, las mejillas se le encendieron. —No puedo recibirla. —Dijo con vomito verbal, él la miró flemático y ladeó la cabeza. —Entonces déjala para que alguien más la tome. —Se encogió en hombros. —Pero te daré un consejo gratis, ¿Está bien? Tienes que aprender que tu tiempo es valioso y nunca regresa, no existe cosa más preciada y codiciada en el mundo, ya que es lo único que no puedes comprar, todo lo demás tiene precio, así que el tiempo que ocupaste en ir por ese periódico por mí, yo lo respeto. —Muchas gracias, señor. —Terminó por decir sintiendo su corazón latir frenético, aquello cubría sencillamente el mes que debía y podría inclusive ahorrar un poco para no preocuparse por el siguiente. Lucas se levantó y caminó hacia la puerta, Erica se acercó tras ver la emoción de la joven. —Con esto pago el mes, Erica. —Sonrió extasiada, ambas comenzaron a saltar y bailar con emoción, sin notar que detrás de ella había regresado Lucas Demetri, con aquel rostro de pocos amigos muy propio de su persona. Erica fue la primera en notarlo y sin decir nada se retiró a su lugar de trabajo. Elia continuó bailando un par de segundos con los ojos cerrados hasta que lo sintió, nunca lo había tenido de cerca y de pie frente a ella, resultaba ser más alto de lo que estimaba y eso sólo incrementaba su miedo hacia él. —Dime una cosa, ¿Eres una entusiasta del dinero o por qué bailabas con tu…amiguita cuando recogiste la propina? —Preguntó, tras escanearla con la mirada con cierto desprecio continuó. —No me respondas. —Le ordenó negando con la cabeza y tomando con una de sus manos su saco, lo había dejado ahí por un descuido y tras recordarlo regresó para encontrarse con aquella insegura y al mismo tiempo indecorosa muchacha. Él se fue disgustado, pero eso ya no era una sorpresa para Elia, se estaba acostumbrado a los malos y extraños modos del señor Demetri y tampoco iba a permitir que disminuyera su buen humor, le había salvado el pellejo sin darse cuenta y estaba agradecida. Había tomado la decisión correcta al ir por aquel periódico.  
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