- Salgo de la habitación, él estaba sentado en uno de los sofás.
-No te queda nada mal, mi ropa. - Se burla de mí, al verme llegar.
-Creo que solo falto algo, pero bueno. - Camino hasta donde esta.
-No uso eso, lo siento. - Él sabe a lo que me refiero.
-Te quedarían horrendas. - Los dos nos reímos a carcajadas, me siento muy cerca de él, en el mismo sofá, agarro uno de los tantos cojines me acurrucó en ellos.
-Don Ale, ¿le traigo algo.? - Entra una señora bajita, morena con ojos claros, tiene una linda sonrisa, se ve muy tierna.
-No Olgita, pero a Natalia sí. - Él no le habla tan duro, como a sus otros negros.
- ¿Qué quisiera comer la señorita? - Ella es tan linda.
-Frutas. - Le doy una sonrisa.
-Ya se las traigo. - Dice tan alegre.
- ¿Me dirás o tendré que averiguarlo por mi cuenta? - Me gruñe, que hombre tan cambiante.
-Estaba llevando un dinero. - Él toma de su trago.
- ¿Y porque ahí? - Dice tajante.
-Es que el imbécil de mi novio, debía un dinero y yo fui hacerle el favor. - Su respiración es como la de un toro y tensa su mandíbula.
- ¿Debes de amarlo mucho? - Termina el ultimo sorbo de su vaso.
-No, solo soy una idiota. - Me reprochó.
-Creó que el en vez de cuidarte, quiere es matarte. - Busca otro trago.
- ¿Y tú me dirás quién eres? - Deja echarle hielo a su whisky, no se gira creo que está procesando la pregunta.
-Aquí tienes mi corazón. - Aparece Olgita, con un plato lleno de todas clases de frutas.
-Gracias, que rico. - Agarró el plato y deja un vaso de jugo en la mesita.
-Que lo disfrutes. - Ella se retira y ya Alessandro está de nuevo sentado a mi lado.
-Ella es un amor. - Meto un pedazo de piña a mi boca.
-Ella es la que mantiene este hogar. - Dice tan orgulloso.
- ¿Me dirás? - No me quedare con esa curiosidad
-Soy Don Alessandro Di Cassiari, familia de mafioso más temibles de Italia. - Dice pasando su dedo por el borde de su vaso, yo paso la sandía completa.
-Me estás diciendo que estoy con un mafioso, sentada en su casa comiendo fruta, vaya. - Busco el jugo para digerir lo que me digo.
-Nunca te haría daño, Natalia. - Dice al ver que me puse nerviosa.
-Lo se. - Me salvo la vida.
-No quería que te enteraras de esta manera. - Lo dirá porque lo vi matando a ese asqueroso.
-Creo que fue la mejor manera, porque si me lo hubieras dicho en otras circunstancias, hubiera salido corriendo. - Agarró otro pedazo de piña, acerco mi tenedor a sus labios, él se extraña.
- ¿Me darás de comer? - Come la piña.
- ¿No puedo? - Como una de las mandarinas.
-Eres. - No termina de hablar.
- ¿Que soy? - Le doy ahora un trozo de kiwi
-Única. - Toma de su whisky, hace mala cara, con fruta no le gusto, me río.
- ¿Y ella en donde esta? - Me atrevo a preguntar ya después de dejar mi plato a un lado, él se vuelve a tensar.
-Murió. - Dice con todo su dolor.
-Oh lo siento. - Trago saliva, pasa unos minutos cuando se levanta y se acerca a la chimenea, veo por el ventanal y está saliendo el crepúsculo del uno de los rayos del sol
-La mataron. -Dejo de ver por el ventanal, me levantó de mi sofá.
- ¡Dios mío! - Me acerco a él.
-Ella confiaba en todos, para ella nadie era malo, nunca quiso que le pusiera protección, hubo una vez que le hice caso y ese día me la arrebataron. - Sus ojos se llenan de lágrimas, pone sus dos manos en el borde de la chimenea.
-Ella tuvo que ser un ángel. - Me meto entre sus brazos, tiene su cabeza agachada.
-Lo era. - Dice entre sus lágrimas.
-Los ángeles no le pertenecen a esta tierra. - Subo su cara y le limpio sus lágrimas.
-Estaba embarazada. - Mi corazón se hizo trizas al escucharlo lo abrazo. -Ella y mi hijo que venía en camino, era mi todo, Natalia. - ¡Diosss!, este hombre tan rudo que acabo de ver a hace unas horas me abre su corazón.
-Y para ella seguro también tú eras su vida. - No deja de llorar.
-Cuando me llegó el feto de mi bebe en una caja de regalo, sentía que me moría.
-Lo que le hicieron eso, no tiene perdón de Dios. - Ahora lloro con él, como puede ver alguien tan cruel.
-Yo no tengo perdón de Dios, por mi culpa le paso esto. - Se aleja un poco de mí.
-No digas eso. -Trato de que me vea, sus ojos se volvieron fríos.
-Debería de descansar. - Y volvió ese hombre rudo.
-Tú también. - Él ya está camino al pasillo y deja su vaso en la mesita.
-Alessandro. - Le llamo, ya que me va a dejar aquí sola.
-Tu habitación será en la que estaba hace unas horas, descansa. - Dice tan secamente y se pierde.
L. R.