ÚNICA

895 Words
- Salgo de la habitación, él estaba sentado en uno de los sofás. -No te queda nada mal, mi ropa. - Se burla de mí, al verme llegar. -Creo que solo falto algo, pero bueno. - Camino hasta donde esta. -No uso eso, lo siento. - Él sabe a lo que me refiero. -Te quedarían horrendas. - Los dos nos reímos a carcajadas, me siento muy cerca de él, en el mismo sofá, agarro uno de los tantos cojines me acurrucó en ellos. -Don Ale, ¿le traigo algo.? - Entra una señora bajita, morena con ojos claros, tiene una linda sonrisa, se ve muy tierna. -No Olgita, pero a Natalia sí. - Él no le habla tan duro, como a sus otros negros. - ¿Qué quisiera comer la señorita? - Ella es tan linda. -Frutas. - Le doy una sonrisa. -Ya se las traigo. - Dice tan alegre. - ¿Me dirás o tendré que averiguarlo por mi cuenta? - Me gruñe, que hombre tan cambiante. -Estaba llevando un dinero. - Él toma de su trago. - ¿Y porque ahí? - Dice tajante. -Es que el imbécil de mi novio, debía un dinero y yo fui hacerle el favor. - Su respiración es como la de un toro y tensa su mandíbula. - ¿Debes de amarlo mucho? - Termina el ultimo sorbo de su vaso. -No, solo soy una idiota. - Me reprochó. -Creó que el en vez de cuidarte, quiere es matarte. - Busca otro trago. - ¿Y tú me dirás quién eres? - Deja echarle hielo a su whisky, no se gira creo que está procesando la pregunta. -Aquí tienes mi corazón. - Aparece Olgita, con un plato lleno de todas clases de frutas. -Gracias, que rico. - Agarró el plato y deja un vaso de jugo en la mesita. -Que lo disfrutes. - Ella se retira y ya Alessandro está de nuevo sentado a mi lado. -Ella es un amor. - Meto un pedazo de piña a mi boca. -Ella es la que mantiene este hogar. - Dice tan orgulloso. - ¿Me dirás? - No me quedare con esa curiosidad -Soy Don Alessandro Di Cassiari, familia de mafioso más temibles de Italia. - Dice pasando su dedo por el borde de su vaso, yo paso la sandía completa. -Me estás diciendo que estoy con un mafioso, sentada en su casa comiendo fruta, vaya. - Busco el jugo para digerir lo que me digo. -Nunca te haría daño, Natalia. - Dice al ver que me puse nerviosa. -Lo se. - Me salvo la vida. -No quería que te enteraras de esta manera. - Lo dirá porque lo vi matando a ese asqueroso. -Creo que fue la mejor manera, porque si me lo hubieras dicho en otras circunstancias, hubiera salido corriendo. - Agarró otro pedazo de piña, acerco mi tenedor a sus labios, él se extraña. - ¿Me darás de comer? - Come la piña. - ¿No puedo? - Como una de las mandarinas. -Eres. - No termina de hablar. - ¿Que soy? - Le doy ahora un trozo de kiwi -Única. - Toma de su whisky, hace mala cara, con fruta no le gusto, me río. - ¿Y ella en donde esta? - Me atrevo a preguntar ya después de dejar mi plato a un lado, él se vuelve a tensar. -Murió. - Dice con todo su dolor. -Oh lo siento. - Trago saliva, pasa unos minutos cuando se levanta y se acerca a la chimenea, veo por el ventanal y está saliendo el crepúsculo del uno de los rayos del sol -La mataron. -Dejo de ver por el ventanal, me levantó de mi sofá. - ¡Dios mío! - Me acerco a él. -Ella confiaba en todos, para ella nadie era malo, nunca quiso que le pusiera protección, hubo una vez que le hice caso y ese día me la arrebataron. - Sus ojos se llenan de lágrimas, pone sus dos manos en el borde de la chimenea. -Ella tuvo que ser un ángel. - Me meto entre sus brazos, tiene su cabeza agachada. -Lo era. - Dice entre sus lágrimas. -Los ángeles no le pertenecen a esta tierra. - Subo su cara y le limpio sus lágrimas. -Estaba embarazada. - Mi corazón se hizo trizas al escucharlo lo abrazo. -Ella y mi hijo que venía en camino, era mi todo, Natalia. - ¡Diosss!, este hombre tan rudo que acabo de ver a hace unas horas me abre su corazón. -Y para ella seguro también tú eras su vida. - No deja de llorar. -Cuando me llegó el feto de mi bebe en una caja de regalo, sentía que me moría. -Lo que le hicieron eso, no tiene perdón de Dios. - Ahora lloro con él, como puede ver alguien tan cruel. -Yo no tengo perdón de Dios, por mi culpa le paso esto. - Se aleja un poco de mí. -No digas eso. -Trato de que me vea, sus ojos se volvieron fríos. -Debería de descansar. - Y volvió ese hombre rudo. -Tú también. - Él ya está camino al pasillo y deja su vaso en la mesita. -Alessandro. - Le llamo, ya que me va a dejar aquí sola. -Tu habitación será en la que estaba hace unas horas, descansa. - Dice tan secamente y se pierde. L. R.
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