CAPÍTULO II
Cuando Areta llegó al pasillo al cual daban tanto el dormitorio de Millicent como el suyo propio, entró corriendo en este último.
Se cambió con rapidez de ropa y, sin mirarse en el espejo, se cubrió la cabeza con el sombrero de montar.
En el momento en que salía hacia el corredor, Millicent también estaba abandonando su habitación.
—¿Qué decía la carta?— preguntó con impaciencia.
—Te lo diré cuando estemos lejos de aquí— contestó Areta—. Es algo que no te puedes imaginar.
Bajaron juntas la escalera y se dirigieron por una puerta lateral hacia la caballeriza.
Los palafreneros tenían ya listos sus caballos.
Areta no pudo evitar el sentirse emocionada cuando se alzó a uno de los mas briosos que tenía su tío.
Aunque el Duque continuamente ponía en tela de juicio su habilid
