—Es un hommbre odioso. Nunca he querido recibirle en mi casa. No me casaría con su hija, aunque fuera la última mujer que hubiera sobre la tierra.
—Entonces, el único que nos queda— dijo Reggie—, es Shiltonhurst. He visto a su hija y es muy bonita.
—Mas vale que lo sea— suspiró el Duque—, si debo escuchar la conversación absurda de alguna jovencita recién salida del salón de clases, al menos ésta podría compensarme si me deja disfrutar en otros aspectos de ella.
—He visto a Lady Millicent en un baile que ofrecieron hace un par de semanas para una de mis sobrinas— comentó Reggie—, me pareció que se distinguía de entre todas las otras muchachitas, que reían como tontas detrás de sus programas.
El Duque lanzó un gemido.
—¿Valdrá la pena que me case con alguien así?— preguntó—. Puedo irme
