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2195 Words
— Vaya voz tienes para la cosita que eres— Me sonrojé — ¿Ahora te da vergüenza? Anda, levántate. — No puedo— respondí abochornada. — ¿Por qué? — Frunció el ceño mirándome las piernas. Genial, ahora se creería que era paralítica o que me había hecho algo en las piernas el idiota. — Aun tengo las esposas —Chasqueó la lengua, me tomó de los brazos y me levantó — Mucho mejor, gracias. Aun no se le veía contento. Alargó las manos y entonces me congelé. Era perfecto. No me había dado cuenta de su altura, pero era enorme. Muy enorme. ¿Cuánto mediría? ¿Un metro noventa? Era gigantesco comparado con mi orgulloso metro sesenta. Además era increíblemente guapo. Antes nada más que me había fijado en sus ojos que eran hipnotizantes. Era ancho de espalda, pero no todo su cuerpo era así. Además parecía ser puro músculo. Toda la grasa que le debería haber pertenecido a él la tenía yo en mi culo. Injusticias de la vida... Su cara era como la de una estatua. Hermosa. Sus rasgos parecían haber salido de un cuadro. Pero había algo en él que hacía que sus facciones fuesen más oscuras y más peligrosas. Advertían de que su fachada escondía algo de lo que todo el mundo debería huir y esconderse. Pero esos ojos... Atrapaban y por mucho que tu cabeza chillase como una posesa, era imposible irse. Era explosivamente caliente. — Caperucita, ven acá que te voy a desencadenar por ahora— G volvió a romper mi momento de admiración s****l. Maldito. Me acerqué a él con los ojos entrecerrados y al llegar a su altura me di la vuelta. Su risa llenó mi piso. Era insoportable hasta riéndose. — Eres demasiado orgullosa, lindura— Tanta lindura y caperucita me estaba dando nauseas. En cuanto escuché el click de las esposas me alejé de él, dejando que cayesen en el suelo y me situé detrás de Hunter. Si iba a estar cerca de alguien, iba a ser de él. No me fiaba de G y su bipolaridad. Coloqué las manos en la espalda de Hunter y me entró un escalofrío. ¿Cómo podía ser tan sexy? Eso no era natural. Estuve a punto de restregar mi cara por su camisa, pero paré antes de avergonzarme (a dos centímetros de su espalda decidí que no sería muy normal). — Me llamo Samantha — Mi voz estúpida salió de mi boca sin permiso. Dios. A Hunter le importaba una mierda como me llamaba. — Estaba esperando a que te presentaras — Se giró sonriendo — No sabía cómo llamarte. Yo soy Hunter, aunque supongo que eso lo sabías. G no ha dicho el tuyo en ningún momento — gruñó y sonó algo como conejita. Me sonrojé. — Vayámonos antes de que a caperucita le dé un ataque al corazón. Deja de intimidarla, Hunter — Algo molesto me tomo de la mano y me apretó contra su costado— Ahora tenemos que parecer una pareja, ¿vale? — Me fijé en que se había cambiado de ropa. — ¿Y por qué no puedo hacer yo de su pareja? — Desafió Hunter y estuve a punto de desmayarme. ¿Dónde habían estado toda mi vida? — Porque necesita que alguien guapo haga de su pareja, no alguien como... tú. — Le miró con fingido asco — Lo siento, pero lindura necesita otro chico. Oficialmente me había bautizado con el nombre de “lindura”. Era realmente insoportable. En cierta manera me molestaba que me avergonzase delante de Hunter y no entendía demasiado por qué, tampoco tenía muchas ganas de conocer la respuesta, porque podría (y tenía muchas posibilidades) asustarme. Entonces se me ocurrió una idea. Una de esas que me hacía sonreír de una manera que no debería ser legal, porque siempre que sonreía así algo acababa mal. Era una advertencia que le mostraba a todo el mundo, pero ellos no me conocían, así que el gesto les pasó desapercibido. — Pueden hacer de pareja ustedes dos — Sugerí con la voz más inocente del mundo — Así nadie los reconocería. Una pareja gay. Es absolutamente perfecto — Junté las manos feliz con la idea— Se acaban de casar y necesitan que me quede en su casa mientras que están de luna de miel para que cuide de su gatito— Las miradas que recibí de asombro y horror fueron suficientes para que me echase a reír.25 — Lo peor es que no es mala idea, lindura… Realmente a veces tienes hasta ideas buenas. Me quedé mirando a G con la boca abierta. ¿En serio?   Seguí mirándole como si le hubiese salido una segunda cabeza. Hunter sin ganas de discutir, se puso una gorra y unas gafas de sol. Dios mío, una gorra de los Mets y unas raybans jamás le habían quedado tan bien a nadie. Creo que babeé un poco mientras lo miraba. Me giré al escuchar caerse cosas. G estaba rebuscando entre mis cosas. ¿Pero qué...? Sacó una boina con un gesto de triunfo y se la puso en la cabeza. En ese momento sí que creí haber muerto. Era la cosa más extraña y graciosa del mundo. Definitivamente parecía como si una niña pequeña hubiese querido jugar con él y se hubiese dejado. Además, para rematar el modelito, se puso una de mis gafas cursis rosas malas que solo utilizaba para la playa para que la arena las rayase y yo no me preocupase.  Era escalofriante. Sin poder evitarlo me eché a reír allí, en toda su cara de idiota. Sin inmutarse me lanzó un beso. — De tu envidia nace mi fama, lindura — Lo dijo de tal manera que no pareció él para nada, excepto por el detalle de “lindura”. Había cambiado la entonación y daba el pego. Increíble. — Genial — Los miré a ambos dudosa — Venga, tómense de las manos y yo llevo las maletas. Salimos de mi casa tras una llorosa despedida entre Salem y yo. Con mi portátil bajo el brazo y un trolley en la otra, salimos de mi apartamento. Iba a echarlo de menos. Desde que me había independizado, no había estado tan feliz. Aquel sitio era como mi propio castillo y dentro yo podía hacer lo que quisiese. No tenía que escuchar quejas de nadie, ni peticiones. Era libre de hacer lo que quisiese y de mantener la casa como yo desease, es decir, hecha una pocilga. Mi madre hubiese muerto si hubiese visto las condiciones en las que vivía. En realidad estaba segura de que se lo imaginaba. Conociéndome, no había otra opción. Jamás había sido una persona demasiado ordenada. Sin la ayuda de los chicos de oro, bajé la maleta por las escaleras. Podrían haberse ofrecido por lo menos. Una cosa era que estuviesen actuando y otra muy distinta que estuviesen interpretando a un par de mancos. Vaya poca vergüenza. Mucho músculo y mucha bravuconería, pero eran los más vagos del mundo. Los seguí con un suspiro. Tampoco me apetecía que me secuestrasen y luego me cortasen los dedos uno a uno. Me estremecí del miedo y aligeré el paso. — Me encantó su boda, chicos — comencé a hablar para no aburrirme tanto y sobre todo para molestarlos— ¿Han aceptado sus padres lo suyo? En la boda todo fue un poco incómodo, sobre todo cuando preguntaron que quién era la novia y quién el novio, aunque eso estaba claro — Sonreí con suficiencia y los dejé congelados en la escalera, aun de la mano— Espero que Matty siga siendo igual de tierno. Me encanta su gato. Espero que mientras estén en el Caribe celebrando su amor se acuerden de nosotros dos— Me paré en la puerta del edifico— ¿Vienen? — mi voz inocente hizo que G me mirase de una manera no muy agradable. Finalmente llegamos a un todoterreno n***o. Juraría que me enamoré entonces de aquel auto. Era el auto de mis sueños. Desde chica había querido un auto así, que hiciese que los otros conductores me mirasen asombrados y con respeto. Me imaginaba allí dentro, sonriendo con suficiencia y llevando las gafas de Hunter... Esta bien, sí, las de Hunter, que estarían en la guantera y ambos compartiríamos. Mi imaginación no tiene límites. Hunter entró en la parte trasera conmigo, sin hablarme y sin permitir que G se sentase a mi lado. Se lo agradecí en silencio de dos mil maneras diferentes. No se me había pasado por la cabeza que G no estuviese enterado de nuestras posiciones, porque al vernos entrecerró los ojos y sacudió la cabeza. — Es tu coche, Hunter. Deberías de conducir tú — Se apoyó en la puerta. ¡Qué manía tenía ese hombre con apoyarse en los bordes de las puertas! — Me da miedo de dejar a Samantha a tu lado. Podrías amordazarla y amarrarla como si fuese un saco de patatas. Creo que se merece un descanso de tu compañía y tú de la suya o será imposible tratar contigo— Mientras daba ese pequeño discursito, tenía puesta su mano en mi brazo. Iba a desmayarme de felicidad. — Que decida ella— Las palabras salieron entre los dientes de un muy enfadado G. — Me quedo con Hunter— Casi no se me entendió la frase de lo rápido que la dije.  G me miró con todo el odio del mundo y yo le saqué la lengua. No tenía muy claro su problema. Me odiaba, claramente lo hacía y no era ningún secreto. Nuestros átomos se repelían más que el agua y aceite. Éramos antinaturales juntos. Estar separados aseguraba una relativa estabilidad al mundo, pero no... A él de repente le apetecía observarme en un trayecto de auto, para luego quejarse como un viejo de lo mala que soy o alguna idiotez de las suyas. Odiaba sus cambios de humor. Así que era lógico que hubiese elegido a Hunter. Era muy obvio. Aunque entendí que su orgullo masculino se había resentido un poco. Había elegido a su amigo. Y no estoy ni un poquito arrepentida. El auto arrancó en silencio y me enamoré aun más de esa perfecta máquina creada por el hombre para mejorar la calidad de la vida de las personas con el dinero suficiente para costeárselo. Era simplemente perfecto. Mi suspiró enamorado se escuchó en todo el coche, porque recibí la mirada de ambos hombres. — Me gusta el auto — expliqué. — Ah. Me lo compré para cuando me mandan a misiones algo más secretas que el resto. Puedo llevar a este trasto a cualquier sitio y es de un color que pasa desapercibido fácilmente. Tengo varios, pero este es uno de mis favoritos. Mis labios formaron una O perfecta. ¿Hunter tenía varios autos? Madre mía. Eso era lo más increíble que había escuchado, si olvidamos lo que había pasado menos de 24 horas antes de esta conversación. Acaricié el cuero de los asientos y cerré los ojos de lo mucho que me gustaba el tacto. Me veía a mí misma conduciendo y disfrutando del auto. Era justo lo que yo necesitaba. Quizás podía ahorrar un poco y gastar menos dinero en ropa y otras cosas superfluas e innecesarias. — Échate a dormir, pequeña — Hunter me tiró a su regazo y me quedé mirado cara a cara su masculinidad. Incómodo. Cerré los ojos con fuerza y me di la vuelta. Prefería tener su paquete en la nuca antes que en la cara. Sentí unos dedos en mi cabello y sonreí suavemente. Me encantaban esos gestos. Me hacían sentir especial. Las cosas tiernas hacían que mis dedos de los pies se curvasen. La piel se me puso de gallina y me hundí más en sus muslos. No debería haber empezado a tocarme el cabello. Ahora quería quedármelo como un esclavo acariciador de cabello (si eso alguna vez ha existido). — No hagáis cochinadas ahí atrás— La voz hostil de G hizo que mis párpados revoloteasen abiertos antes de que cayesen por inercia propia— Hablando de cochinadas. Lindura, no me suena ningún nombre de escritora de literatura erótica que empiece por Samantha. — Porque publico con un sobrenombre — Bostecé— Me daría mucha vergüenza que mis padres y amigos leyesen cosas subiditas de tono escritas por mí. No sé cómo les miraría la cara. Es más fácil si mi nombre verdadero no es conocido. No soy famosa ni quiero serlo. — Con que eres famosa, eres de lo que no hay. Eres famosa pero no quieres serlo. Debes de ir a un médico a que te mire la cabeza — Se rió entre dientes—Y oye, por pura curiosidad ¿escribes cosas muy pervertidas? — Extremadamente — Sonreí—  Basadas en hechos reales. Ni por asomo… pero eso no tenía que saberlo. Lo escuché tragar fuerte y ahogué una carcajada. Que se lo creyese me hacía mucha gracia. Así podía ver que yo no era tan pequeña e inocente como él creía. Era una mujer e iba a demostrárselo. De una manera u otra.          
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