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Mi cita de San Valentín se llamaba Acer. Iba de color rojo. Precioso.
Nos conocimos por mi hermano justo el día de mi cumpleaños y desde entonces no nos hemos separado. Era lo más increíble de este mundo, aguantaba todo lo que le echaba, que era bastante y no se quejaba de que tuviese que trabajar mucho, porque siempre estaba a mi lado. No se molestaba si me apetecía llevarme toda la tarde tumbada en el sofá viendo con él Gossip Girl. Realmente, no le importaba nada. Era casi perfecto. Casi, porque siempre necesitaba un cable o una batería. Era muy dependiente de ellos. Sí, bueno, mi cita de San Valentín era mi portátil y nuestro plan era que yo avanzase algo en la novela romántica que tenía que entregar a final de mes. La vida de una escritora romántica no es fácil y en mi caso ni siquiera era romántica.
Me llamo Samantha, si como la protagonista de la serie de Hechizada, mi madre era una gran fan y de allí mi nombre. Mientras que mi hermano estaba en algún lugar de la ciudad con una chica muy linda (porque eso es lo que él siempre hace) yo estaba en mi sofá color gris tecleando con ira en el portátil un poco desesperada por acabar con la maldita historia que me estaba amargando la vida.
Me la amargaba porque la protagonista no era yo.
¿Cuál es la gracia de crear un chico guapísimo en un libro cuando la que se lo va a quedar no eres tú? Increíble. Así iba el mundo. Odiaba a Cindy, la rubia de metro ochenta de ojos azules más delgada que una calavera que era la ganadora del premio que yo misma había creado.
¡Felicidades! No eres nadie pero te dejo un hombre guapo en tu puerta sin que tengas que hacer nada. Gracias por existir. ¡Ja! La vida era muy injusta.
Supongo que toda buena historia tiene comienzo y fin. Eso es obvio. Las malas historias también cumplen esas reglas, pero nadie dice eso nunca. ¿Para qué? En fin. Estaba yo, en mi piso desordenado, con un portátil semi bloqueado cuando empezaron a golpear la puerta de mi casa, haciendo que mi gato Salem se escondiese debajo del sofá, donde difícilmente saldría luego por las buenas.
Maldije en varios idiomas y descalza fui a abrir la puerta.
- No quiero....- Me callé al ver al hombre más imponente del mundo delante mío, jadeando y sangrando. Cubierto de tatuajes con una pistola...
¿Con una pistola?
¡SI! ¡ Es una maldita pistola!
Ni se inmutó al verme solo me agarro de la cintura y cerró dando un portazo. Tiró de mí hasta el salón mientras yo me parecía más a una muñeca de trapo que a una persona.
Estupendo… Entro en shock justo cuando un dios griego se ha caído del cielo.
Aunque intenté hablar solo pude abrir y cerrar la boca como un pez. Siempre he sido así de atractiva. Ya saben se nace, no se hace. Hasta que finalmente pude encontrar mi voz.
- Estás manchando mi alfombra de sangre.
Ok... Si es totalmente fuera de lugar. En vez de decirle: ¿Quién eres? ¿Llamo a la policía? ¿Estás bien? ¿Qué coño haces aquí? o cosas así le digo lo obvio.
Siempre pensé que me merecía un Nobel.
El chico, hombre, dios o lo que sea, se quedó mirando mi cara unos instantes antes de empezar a reírse a carcajadas. Tan alto, ancho y tan guapo como era, verlo reírse en toda mi cara como si fuese un niño fue un espectáculo. Casi me sentí orgullosa de verlo así... Casi, pero me estaba llenando la casa de sangre y yo ante todo no era buena limpiando.
— Mira, siento ser descortés y eso. No se me dan bien las visitas, pero se me da aun peor limpiar y no sé si te vas a desangrar o algo, pero es que de verdad me dan escalofríos solo de pensar en tomar una esponja y quitar manchas. ¿Te importa ir al baño y así te limpias eso?
— Claro — Aunque intentaba volver a poner cara seria, estaba aguantando la risa.
Maravilloso, ahora yo era un payaso de rodeo.
— Ahora hablamos, lindura.
Ah! combustión espontánea. Tenía voz grave a lo country y me había llamado lindura, uff se me han caído las bragas y todo.
— No me llames lindura, que me entra alergia— Le seguí hasta el baño y me apoyé en el quicio de la puerta— Me llamo Samantha.
— Encantado, Samantha — Se quitó el chaleco n***o que llevaba y pude ver una camiseta negra muy ajustada empapada de sangre— Soy G. No necesitas saber mi nombre entero. Y estoy herido por si no te has dado cuenta. No estoy muy seguro de si tengo una bala, o solo me han rozado o si me han apuñalado. Sea lo que sea es una mierda. Espero que sea una bala.
Se quitó la camiseta y empecé a hiperventilar. Este hombre era perfecto.
— Genial, G. Bueno... creo que tengo un botiquín... En algún lugar... Seguramente...
Me di la vuelta y prácticamente corrí a mi dormitorio en busca del maldito botiquín que sabía que tenía que estar en algún lugar.
Respirando algo mejor, me miré al espejo. Me quise morir. Tenía una cara de muerta horrible, con el pelo recogido en un moño asqueroso y llevaba la blusa más masculina y horrorosa del mundo que le había quitado a mi hermano. Seguro que enamoraba. Ufffff. Me solté el pelo e intenté ponerme decente.
Nada, era en vano.
Resignada volví al baño y allí me encontré al gorila escarbando en su herida. Le miré con los ojos muy abiertos, seguramente parecía un dibujo animado, pero esa conducta no me parecía demasiado higiénica.
— Mira, siento ser una entrometida, pero es que así va a ser peor. Déjame ayudarte y deja de auto mutilarte que me estás empezando a dar grima. — Me crucé de brazos mientras él me miraba como si fuese un bicho raro.
Quizás lo era...
Antes de darle tiempo a responderme, me puse de rodillas a su lado y comencé a sentirme como una actriz de película dejando salir mi enfermera interior. Esa que no salió a la hora de elegir profesión. Bueno, como dice mi madre, mejor tarde que nunca. Mejor ahora con este hombre que con un viejecito. Por lo menos la vista y el tacto me lo agradecían, aunque definitivamente sacar una bala no era algo muy atractivo. Antes de que tuviese posibilidad de empezar a hacer algo, él me estaba quitando la sudadera y poniéndome su camiseta llena de sangre. Por lo menos era considerado y le daba pena la parte de arriba de la blusa. La de abajo no tenía posibilidad alguna de ser quitada y desde luego por mucho que él fuese un semi dios, no pensaba desnudarme para él. No tan rápido, desde luego. Quizás después de una increíble cita, o después de nuestra boda.
En el fondo no era demasiado exigente.
Con unas pinzas intenté sacarle la bala, pero esta se negaba a cooperar y yo tampoco estaba esforzándome demasiado porque tenía miedo de herir al muchacho. Por lo menos esa fue mi intención. Al ver que no íbamos a ningún sitio le metí una toalla en la boca y con mis dedos saqué de la herida el trozo de metal. Subí la mirada y vi la cara más pálida de la historia. Definitivamente le había dolido un poco. Le desinfecté la herida y se la vendé lo mejor que pude, evitando tocarle la piel dañada.
— Lo siento — murmuré al terminar— Te prometo que intenté ser rápida y que no te doliese pero no soy enfermera y claro, en realidad solo he hecho lo que se hace en las películas. Quizás debería haberte cosido la herida o algo, pero pensé que era chiquitita y que ella sola se cicatrizaría y... — me tapó la boca con la mano.
— Cállate un poquito. Ahora vamos a cenar y luego hablaremos— Asentí mientras el mantenía mi boca tapada.
Mandón.
Me levanté y estiré las piernas, que se quejaron de haber estado tanto tiempo de cuclillas en el baño. No era una posición demasiado cómoda y me merecía esa pequeña molestia, aunque no me gustase demasiado. No miré hacia atrás, porque suponía que el señor misterioso me estaría siguiendo. ¿Qué otra cosa podría hacer? Fui hacia la cocina, dándome cuenta de que mis calcetines se habían manchado de sangre y estaba dejando huellas grotescas por el suelo. Genial. Mi madre siempre me decía que no se puede ir descalza por la casa. Esta vez se hubiese equivocado. Con zapatillas habría ensuciado mucho más.
Me senté en la encimera y lo vi entrar con su aire arrogante. Lo acababa de conocer y ya me caía mal. Solo él podía tener la capacidad de caer mal a primera vista. Mucho músculo pero poco carisma. Sus ojos negros me provocaron un escalofrío. Ese chico daba miedo. Normal que fuese por la calle disparando y siendo disparado. Tenía esa aura de maldad violenta alrededor.
Como yo, solo que mi aura era algo más rosa, más cursi y más diferente de lo que pudiese parecer, pero quiero dejar claro que yo también asustaba. Y mucho.
—Tengo hambre— Dijo el hombre de las cavernas.
—Y yo— Me crucé de brazos — Te has metido a la fuerza en mi casa, no esperaba compañía hoy. Soy una chica solitaria, como puedes comprobar. San Valentín sola — Suspiré — Lo único que pensaba cenar hoy era helado de Ben & Jerry's y ver una película cursi que me hiciese lloriquear un poco. Soy una persona amargada que lo único que quiere es un poco de amor y... — volvió a taparme la boca.
Maleducado.