Al día siguiente Camila subía a su nuevo lugar de trabajo, le dijeron que no debía cumplir un horario sino que más bien se manejaban por metas a alcanzar siguiendo un estricto calendario, de allí podía organizar la forma que quisiera trabajar. Al abrirse las puertas en el tercer piso se encontró con la rubia que la había recibido anteriormente.
—Camila, ¿verdad? — indagó la bella mujer con una enorme sonrisa.
—Sí — respondió ella —. Empiezo hoy a trabajar aquí — explicó innecesariamente ya que la rubia estaba al tanto de todo.
—¡Qué alegría! — exclamó ella —. Soy Samantha y me puedes consultar lo que necesites — dijo amistosamente —. Si quieres te llevo con el resto de tu equipo. — Camila asintió sintiendo aquellos finos brazos rodear el suyo mientras un suave tirón la ponía en marcha —. Estamos muy felices de tenerlos con nosotros — le dijo mientras la guiaba a una de las mesas donde el muchacho que había visto el día de la entrevista se encontraba sentado junto a otra mujer de su edad —. Buenas — dijo Samantha a los dos —, les presento a su líder Camila Allende. — La nombrada les dedicó una sonrisa —. Espero que puedan encontrar un lugar cómodo para trabajar y cualquier cosa que necesiten me buscan, siempre estoy dando vueltas por ahí — dijo para luego girarse y seguir al fondo del salón, hacia las oficinas.
Camila debía aceptar que esa mujer debía ser una de las más hermosas que había conocido jamás. Siempre llevaba tacones y sus vestuarios estaban a la moda. Su peinado se mantenía impecable y su maquillaje era perfecto, además usaba unos perfumes suaves que dejaban un poco de su fragancia cada vez que pasaba. Todo eso sumado a su actitud amigable y abierta la hacían una mujer muy atractiva.
—Hola — dijo el hombre haciendo que dejara de observar a la mujer que se había marchado —. Soy Julián — se presentó extendiendo su mano.
—Un gusto, Camila — respondió ella apretando la mano del sujeto.
—Azul— dijo la muchacha que se encontraba enfrente del muchacho—. Encantada de conocerte, amo tus trabajos.
—Wow, no sabía que tenía fans — dijo ella riendo —. Muchas gracias, pero la idea es que aquí hagamos que nuestros trabajos anteriores parezcan hechos por niños de jardín — explicó muy entusiasmada.
Los tres integrantes del equipo se sentaron en la mesa para comenzar con las primeras tareas que tenían que realizar, principalmente mejorar la aburrida página web que utilizaban en la empresa. Llevaban cerca de una hora de trabajo, llevaban una hora sumergidos en esa burbuja de completa conexión laboral, de natural interacción, cuando notaron que alguien los observaba. Al levantar sus miradas Jeremías estaba parado frente a ellos, analizando con gesto divertido al trío que tenía delante de él.
—Buen día — dijo el morocho con la seriedad de siempre —. Bienvenidos a la empresa — añadió y les regaló una sonrisa.
—Buenos días — respondió Camila al ver que Azul estaba embobada mirando al hombre —. Muchas gracias — sonrió ella también.
—Espero que estén cómodos y cualquier cosa nos avisan — les indicó agotando su endeble excusa para estar allí, de pie, al lado de aquella mesa a la que jamás se había acercado.
Él sabía que debía marcharse de allí, pero quería verla un poco más, solo tener unos segundos más a su lado e intentar descifrar qué era todo eso que se removía en su interior. Camila ese día llevaba una remera blanca, de esas cortas que se usan justo hasta debajo del ombligo, en su cabeza se había hecho un rodete algo despeinado y sus lentes para poder leer eran aquellos de marco grande y n***o. Jeremías pudo observar que tenía ambos pies sobre la silla en la que se encontraba sentada, dejando ver sus zapatillas negras y el jean claro que llevaba puesto. Ella lo miraba como si él no fuera mucho más interesante que cualquier otro hombre en esa sala. No podía entender eso, el resto de las mujeres, hasta la propia chica que estaba sentada frente a Camila, lo miraban con deseo, y ella… nada.
—Bien, los dejo trabajar — dijo finalmente él, agotado de rebuscar en su mente un algo que explicara tanta idiotez junta.
—Antes de que se vaya. — Lo frenó Camila y él casi salta de entusiasmo al sentir que ella por fin quería algo de su atención, que buscaba una insulsa excusa para retenerlo, que le pedía algo de su tiempo, tiempo que estaba más que dispuesto a otorgarle. Se giró para mirarla, para analizarla, esperando por aquella excusa, expectante por la posible ocurrencia de tan preciosa muchachita —. Necesitamos saber qué paleta de colores prefieren.
—No he hablado con Marcos sobre eso, le pregunto y te confirmo — indicó señalando la computadora, siendo un poco más brusco de lo que le hubiese gustado ser, masticando la rabia porque aquello no era una excusa, era una pregunta real, laboral, importante para el trabajo que realizaba.
Camila siguió la dirección en la que apuntaba aquel dedo y se tomó unos momentos para analizar la silenciosa respuesta de su jefe. Luego de un par de segundos lo comprendió. En toda la empresa los empleados tenían chat privados con cualquiera de los que trabajaban allí, Camila lo sabía porque, entre otras cosas, ellos debían monitorear que el sistema funcionara bien y, en caso de haber algún problema, solucionarlo.
—Bien — se limitó a responder la castaña.
—Y no me trates de usted, siento que tengo noventa años — le ordenó con un poco de humor en la voz, intentando espantar aquel mal ambiente que generó él solito unos instantes atrás.
—Entendido — respondió ella haciendo un gesto estilo militar con sus dedos en la frente.
Jeremías sonrió brevemente para luego girarse y caminar a su oficina.
—Camila, ¿cómo haces? — preguntó su compañera.
—¿Con qué? —respondió sin entender.
—Debe ser lesbiana y por eso no le afecta —explicó por lo bajo Julián.
—¿De qué están hablando? — indagó la castaña que comenzaba a irritarse.
—El hombre es uno de los más hermosos de la ciudad y tú le hablas como si fuera uno más — explicó Azul sin poder dar crédito a lo que su líder de equipo hacía.
—No soy lesbiana — aclaró ella sin demasiados problemas —, y acepto que es atractivo.
—Es más que atractivo — Volvió a insistir la rubia —. Casi muero cuando me entrevistaron él y el otro.
—Okey — dijo Camila un poco impactada —. Mejor sigamos con el trabajo —ordenó quitando peso de aquel asunto sin sentido.
Cerca de veinte minutos pasaron cuando Marcos se presentó ante ellos.
—Bienvenidos — les dijo. Los tres lo miraron extrañados, ¿acaso toda la empresa los iba a saludar? —, espero que estén a gusto.
—Sí, gracias — respondió Julián —. Ya nos han saludado todos los que han pasado por aquí. Muy amables.
—¿Todos quiénes? — se interesó el rubio.
—Tú, Samantha y Jeremías, más algunas personas de contabilidad y de recursos humanos — respondió nuevamente el chico.
—Bien, como les deben haber dicho todo lo importante, los dejo trabajar — saludó cordialmente y se dirigió a la oficina del fondo, pero no a la suya, a la de su amigo.
—Asique mi querido socio por fin va a saludar a los nuevos empleados — dijo sentándose delante del morocho que esperaba esa escena.
—Hola Marcos. Hoy llega el reporte…
—Sí, sí, sí. Ya sé — interrumpió —. Cuéntame algo que me sorprenda, como por ejemplo el por qué saludaste al equipo de multimedia — pidió y apoyó sus codos en el escritorio para luego depositar su cara en las manos.
—Como te decía, en el informe vas a ver los gastos en telas y no me gusta mucho algunos montos que quisiera luego discutir — continuó él sin despegar su mirada de la pantalla.
—Bien, viendo que no dirás nada y esto se vuelve aburrido voy a mi oficina —dijo con fingido agotamiento y justo cuando se estaba poniendo de pie su amigo volvió a hablar.
—La chica quiere saber qué paleta de colores queremos — explicó aún sin mirarlo.
—Ah, bien — respondió el rubio divertido —. Por fin vamos a hablar de ella. —Como respuesta obtuvo una corta y fría mirada de su amigo —. Bueno, hablando en serio…
Quince minutos después Jeremías le enviaba un mensaje a Camila indicando la paleta elegida, en realidad eran tres paletas diferentes, ellos debían mostrar las opciones para que, finalmente, se decidieran por una en especial. Ante su mensaje solo obtuvo una breve respuesta que indicaba que en cuanto estuviera todo listo se lo presentarían. Otra vez estaba descolocado, en esa oficina todas esperaban sus mensajes y luego le enviaban algunos más tratando de conversar un poco con el hombre, pero esta mujer no se molestó en escribir más de dos oraciones. Dios, iba a enloquecer.