La muchacha sentía sus mejillas calientes mientras observaba descaradamente al hombre que estaba de pie, frente a ella, con una enorme sonrisa en sus labios. Realmente le gustaba la altura de aquella persona que la obligaba a levantar su cabeza para poder mirar el rostro donde se presentaba una tímida barba rojiza.
— Camila — pudo articular ella presentándose.
— Un gusto Camila, soy Francisco — le dijo él apretando su mano suavemente —. Ten más cuidado la próxima vez — le indicó mientras palmeaba suavemente su cabeza.
— Sí, perdón de nuevo — respondió tímidamente.
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—¿Por qué parece que vas a asesinar a alguien en cualquier momento? — dijo Marcos mientras entraba en la oficina de su amigo.
Al notar que no iba a contestarle decidió buscar lo que observaba, siguió la línea de su mirada y vio a las dos personas que hablaban a lo lejos, deteniéndose en el sonrojo de la castaña. No dijo nada, simplemente se sentó frente a su amigo y esperó en silencio.
— No entiendo… en serio que no entiendo — se limitó a responder irritado, unos segundos después, mientras volvía a concentrarse en la pantalla de su computadora.
— Vamos, Jeremías, a veces no la tenemos tan fácil. Mírame a mí, lo que me costó que tu hermana aceptara, y eso que me conoce de toda la vida — explicó Marcos y el morocho no sabía si eso lo calmaba o la irritaba más. ¿Podía solo golpear a su amigo y ya? Seguro que sí, pero no tenía ganas de lastimarse los nudillos, además era un asco para pelear.
De todas formas el hombre no se refería a no entender por qué la chica no lo miraba, eso escapaba de la comprensión de cualquiera, sino que se refería a que no podía descubrir qué pasaba con él, porqué aquella muchacha que apenas conocía le causaba ese impacto tan fuerte, tan profundo que lo descolocaba con cada pequeño gesto corriente que hacía. No dejaba de pensar en ella, de observarla en el trabajo, quería saber más sobre su vida, qué hacía, dónde se divertía, sus gustos, principalmente los sexuales, soñaba e imaginaba todo lo que haría con ella si alguna vez conseguía llevarla a su cama, y solo la imagen de Camila desnuda lo excitaba. No, algo no iba bien en todo ese asunto, a él no le gustaba perder tanto el control.
—Bueno, con respecto al pedido de telas… —dijo con seriedad luego de unos instantes, desviando la charla hacia algo sobre sus asuntos laborales, hacia esos temas que lo ayudaran a despejarse un poco, a obligar a su mente a trabajar en otra cosa, en algo que no fuese esa muchachita y aquel idiota que tenía unas buenas ganas de despedir.
Dos semanas después Francisco y Camila ya conversaban cómodamente, los chistes eran principalmente para coquetear y todos allí notaban que algo iba a suceder entre ellos en cualquier momento. En esa ocasión se encontraban sirviendo un poco de café y buscando algo para comer, en realidad él ya tenía su desayuno en las manos, pero Camila, ella estaba tardando más de lo común en elegir.
— Vamos Cami, no podemos estar todo el día aquí cuando todos sabemos que lo que quieres es una de esas donas — le dijo el cobrizo señalando con su barbilla el canasto lleno de esas redondas masas.
— Sí, pero creo que debería tomar algo menos… grasoso — dijo avergonzada.
— Mujer, no te preocupes por eso, yo te tomaría aquí mismo si pudiera, así de buena estás — le dijo para luego guiñar el ojo y dejarla sola en ese espacio con las mejillas encendidas.
Ninguno reparó en Marcos que estaba solo a unos pasos y escuchaba atentamente la conversación y el tono que ésta había tomado. Cuando la chica lo vio sonrió cordialmente a modo de saludo, el cual el hombre le devolvió, y salió rápido para volver a su mesa. Marcos tomó algo de café, un panecillo dulce y giró sobre sí. A paso lento llegó a la oficina de su amigo que trabajaba muy concentrado en alguna planilla llena de números y datos, Marcos agradeció que él se encargase de todo ese asunto, porque si esa fuese su tarea ya se habría suicidado con cualquier objeto cortopunzante que tuviese cerca.
— Yo creo que al juego del coqueteo también puedes jugar. — Dejó salir sin más una vez que estaba sentado enfrente de su amigo. Jeremías lo miró fugazmente y continuó con su trabajo.
— Sí… Me gustaría tener más información sobre el tema del que quieres hablar, pero estoy trabajando, algo que, parece, no haces muy a menudo — dijo mientras seguía tecleando.
— Me encontré a tu chica y el de Contabilidad en la zona del café — explicó Marcos mirando su taza y logrando que, por fin, su amigo se resignara y lo mirara.
— Trabajan aquí, es lógico encontrarlos en las zonas compartidas — le respondió con tono cansado mientras apoyaba sus codos en el escritorio para poder mirar de frente al rubio.
— Sí, eso lo sé. Solo que la conversación que mantenían no era sobre café, sino más bien sobre sexo. Bastante atrevido nuestro contador. —Y por fin notó el cambio en su amigo.
— Que bien — se limitó a decir con la mandíbula apretada.
— Pero se me ocurrió que si él jugaba a eso tú también podrías hacerlo, digo, nada te lo impide y no lo has intentado. Parece que como las mujeres se te entregan has olvidado cómo conquistar a una. — Ahora el rubio se apoyaba en el escritorio imitando a su amigo, solo que en sus labios se posaba una amplia sonrisa sarcástica.
— No seas imbécil — respondió ofendido —. Vas a ver como puedo conquistarla.
— Es un reto — respondió su amigo —. Pero si el contador se la lleva antes a la cama me debes una cena — apostó.
— ¿Por qué siguen haciendo eso? — escucharon una voz femenina a sus espaldas.
— Porque tu hermano necesita un empujón para por fin hacer algo. Y mientras tanto yo gano una cena gratis porque el contador está mucho más avanzado que él — explicaba mientras se giraba para ver a la hermosa mujer que estaba delante de él.
— Uuuuh… ¿novedades? — preguntó ella acercándose.
Tiempo después todos salían de la oficina para ir a una reunión, pasando por el mesón donde Camila trabajaba bastante concentrada. La silla de la chica estaba en la punta de la mesa, por lo que quedaba ella ubicada en el pasillo por donde el trío atravesaría todo el espacio de trabajo. Al pasar por al lado de la mujer Jeremías apoyó suavemente su mano en la coronilla de la chica, y al notar que ella levantó su cabeza para mirarlo solo sonrió y continuó su camino.
— ¿Que rayos, Cami? — exclamó en un grito susurrado su rubia amiga.
— Ni idea — dijo ella mirando al ascensor donde el grupo estaba parado esperando.
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Era un precioso jueves en la mañana y Camila estaba por ingresar a su lugar de trabajo cuando observó en un rincón de las escaleras de acceso al edificio un pequeñísimo bulto peludo. Se acercó para escanear bien aquello y notó que se trataba de un gatito muy pequeño que se había enroscado tratando de mantener el calor. Sin dudarlo lo tomó entre sus manos despertando al animalito que comenzó a chillar pidiendo comida. Tomó su bolso y lo acomodó dentro, no sabía si podía ingresar con un animalito. Subió a su lugar de trabajo, enseñando a sus compañeros el animalito de color gris con algunas vetas en blanco, que los miraba con amplios ojos verdes mientras les pedía comida. Lo dejó unos instantes con ellos mientras se dirigió a buscar leche a la zona del café. Regresó a los pocos minutos con un pequeño recipiente lleno del líquido blanco, el cual apoyó sobre la gran mesa de trabajo y dejaron al animalito sobre esta para que pudiese tomar aquella comida. En ese momento Jeremías ingresaba al lugar y al ver lo que sucedía se acercó al grupo.
— ¿Nuevo compañero de trabajo? — dijo él acariciando al animal.
— Lo encontré en la puerta — respondió Camila mirando al pequeño gatito que bebía la leche con evidente desesperación —. No creo que esto lo llene, vaya a saber uno cuánto lleva sin comer — susurró y Jeremías absorbió hasta el último detalle de aquella preciosa carita que se mostraba bastante preocupada.
— No hay problema, ahora pedimos que nos traigan algo para que pueda comer — respondió su jefe sin dejar de acariciar al animal, mirándola a ella con una sonrisa calmada en sus labios.
— No quiero…
— No es molestia — la interrumpió para luego enderezarse y seguir camino a su oficina, sin dejar espacio a nada, a absolutamente nada. Bueno, no le gustaba pero debía aceptar que Marcos tenía razón, que debía dejar de ser patético y moverse en alguna dirección ya que, era evidente, Camila no le llegaría de la nada, no, él debía hacer algo, lo que sea, para llamar su atención.
— Un gatito — escuchó decir a alguien con voz gruesa. Jeremías miró sobre su hombro para notar a Francisco acercarse al grupo.
— Lo acabo de encontrar — volvió a explicar la castaña con una sonrisa en su rostro. Al ver a aquel hombre tomar al pequeño animal con mucho cuidado entre sus manos, sonriendo sinceramente y levantándolo a la altura de su rostro la chica sintió una ternura inmensa abrirse en su pecho. No pudo evitar el tener que aceptar que aquel pelirrojo realmente le gustaba, y mucho.