Al día siguiente Camila ingresó a su puesto de trabajo con un pañuelo en sus manos y los ojos llorosos, irritados de tanta lágrima que caía, de tanta cuestión que le hacía refregarse los párpados una y otra vez. Agotada por no haber podido dormir casi nada durante la noche, se sentó en su lugar y su compañero la miró intrigado.
— ¿Qué pasó? — preguntó Julián.
— Parece que soy bastante alérgica a los gatos — respondió ella encogiéndose de hombros con una voz congestionada bastante graciosa.
— Niña, ¿estás en condiciones de trabajar así? — Y ambos escucharon la voz de Samantha que se acercaba preocupada.
— Sí — respondió Camila rápidamente —, ya tomé algo para la alergia, solo es un poco de congestión —agregó batiendo su mano en el aire, intentando quitarle peso al asunto.
— Bien, pero
