Capitulo 3

1489 Words
Benson había estado demasiado cansado aquella noche para revelar las fotografías; como resultado, pasaron más de las dos de la tarde del día siguiente antes de que sacara los negativos y los examinara a la luz. Al mirar la película revelada, su polla volvió a la vida. De todas ellas, probablemente la mejor era en la que ella se la estaba chupando, pensó. Ni siquiera recordaba haber hecho la foto, tan perdido había estado en la sobrecogedora sensación de sus labios y su lengua trabajando en su polla. La foto lo mostraba con las nalgas levantadas por lo menos un palmo de la cama mientras intentaba meterle la polla en la garganta. Un chorro de semen blanco y brillante salía de entre sus labios dilatados. La expresión de la mujer era lo más sorprendente de la imagen. En su rostro había una expresión de exaltación pura y simple... como si hubiera tropezado accidentalmente con la legendaria Fuente de la Juventud. Benson colgó pensativo los negativos para que se secaran y volvió a su despacho, donde se sentó, con los pies apoyados en el escritorio, mirando por la ventana y sin ver nada. Por un momento, ayer por la tarde, había entrado en el paraíso. Una mujer hermosa, aparentemente intocable. El mundo de la suavidad. Un caro edredón de terciopelo que ocultaba sábanas de satén sobre una cama de matrimonio... y no una funda de pana raída y manchada de grasa que ocultaba los muelles caídos de su patética cama abatible. Una vez más sintió el cuerpo de ella agitándose bajo él, gritando obscenidades que no eran realmente "obscenas" saliendo de la garganta de una mujer en un arrebato de pasión. Una vez más saboreó el raro elixir de su v****a. Una vez más sintió temblar su lengua en el umbral de su ano. Gimió en el fondo de su garganta y se enfadó bruscamente al darse cuenta de que en realidad estaba sintiendo lástima de sí mismo —Estúpido hijo de puta—, gruñó en voz alta, castigándose a sí mismo —Así que tienes que follarte a la mujer de un hombre rico. ¿Eso te estropea follarte las demás mujeres? ¿No es igual de bueno un coño que otro?—. Incluso mientras pronunciaba las palabras, ya sabía la respuesta a las preguntas: Sí, ella lo había echado todo a perder. Su dinero no tenía nada que ver; podía estar endeudada, y no habría ninguna diferencia. La había tenido y, por muy inexperta que fuera, ninguna otra mujer volvería a ser lo mismo para él. Con rabia, buscó un cigarrillo y maldijo al ver que el paquete estaba vacío. Tiró el paquete a una papelera y sacudió la cabeza con tristeza mientras golpeaba el borde y rebotaba cuando el teléfono tintineó. En ese momento, casi arrancó el cable del auricular cuando lo levantó de un tirón y gruñó: —¿Si?. Su voz llegó a través de la línea. —¿Señor Benson? Respiró hondo y trató de sonar civilizado. —Sí, Señorita Stabler. No perdió tiempo en ir al grano. —¿Cómo salieron las fotografías?— Podía sentir su vergüenza a través del teléfono. Por un instante pensó en decirle que la película se había estropeado y que tendrían que repetirla. Pero se dio cuenta de que no se lo creería y, además, sería un reflejo de su ineficacia profesional. —Están bien—, dijo sin comprometerse. Oyó el sonido de su trago a través del teléfono y luego su voz fue enérgica y formal. —Bien. ¿Está dispuesto a seguir trabajando conmigo? —Más fotografías—, bromeó y casi lo echa todo a perder allí mismo. El calor de su ira llegó a través de los kilómetros de cable. —No se haga el listo, señor Benson. —Lo siento. —Está bien... Esto es lo que quiero que haga. Primero: necesito ponerme en contacto con al menos tres organizaciones diferentes de... ah "intercambio de esposas". Quiero saber el nombre de cada uno de los líderes del club. Sería mejor, creo, si fueran de otra parte del estado. Deben ser gente de clase alta. ¡Nada de vagabundos! Y... uno de ellos tiene que ser un club de negros, o principalmente de negros. ¿Está claro? Benson parpadeó y se rascó la oreja derecha pensativo. —Eso puede ser mucho pedir, señora Stabler. ¡Dios! Ni siquiera sé por dónde empezar. —Por doscientos dólares al día más gastos, seguro que encuentra solución. —Es probable que tarde una semana o así...—, empezó. —No me importa. Le daré un anticipo. ¿Serán suficientes mil dólares para empezar? Benson, sin palabras, se limitó a asentir y luego, dándose cuenta de repente de que no podía ver su gesto de aceptación atreves del teléfono, dijo rápidamente: —Eso estará bien. —Bien. Por cierto, no sé nada de estas organizaciones, pero le sugeriría que empezara a buscar un grupo en el Real Club de Santa Bárbara. Es bien sabido que tienen un grupo activo que intercambia con otros clubes. Quizá pueda encontrar el grupo de todos los negros en la bahía de San Francisco. Para mi plan, necesitaré al menos doce parejas en total. Aunque no más de quince parejas. Lentamente, Benson bajó los pies del escritorio. Se dio cuenta de que probablemente debería mantener la boca cerrada, pero también sabía que había que hacer la pregunta aunque le arrancaran la cabeza. —Señorita Stabler... ¿le importaría decirme qué tiene en mente? Ella no contestó durante tanto tiempo que Benson empezó a pensar que se había salido de la línea, entonces la oyó inhalar y exhalar ruidosamente como si acabara de tomar una decisión. —Creo que tiene derecho a saberlo. Estoy planeando una pequeña fiesta sorpresa para mi marido. ¡Le encantará! Quiero que venga a casa conmigo... a medianoche... después de visitar a su putita de secretaria, y quiero que entre en una orgía salvaje. Es un banquero brillante, pero un pequeño intolerante, posesivo, egoísta y mezquino. Odia a los negros. Y quiero que vea cómo un n***o le hace el amor a su mujer como a la ramera más baja. Quiero que sea humillado en público, con mucha gente alrededor para verle retorcerse. Quiero grandes ampliaciones muy grandes en el pasillo de mí... y usted... ¡en la cama juntos! La respiración salió silbando de la garganta constreñida: —¡Jesús! —Es la única forma que tengo de recompensarle. La tipa estaba loca. Tenía que estarlo. Esto se estaba volviendo más loco por momentos. Benson sabía que tenía que hacer algún esfuerzo para hacerla cambiar de opinión... aunque le costara mil dólares. —Mire, señorita Stabler. No sé nada de esto. ¿Cómo sabe que estos grupos responderán a su invitación? Es una extraña; no la conocen. La mayoría son organizaciones secretas en las que no es fácil entrar. Además, estoy seguro de que no estarán de acuerdo con ninguna fiesta que organice a menos que su marido también participe. Ella desechó todos sus argumentos. —Vendrán si la invitación está bien redactada. Intentaré que sea un acontecimiento al que deseen asistir. —¿Y su marido? —Creí que lo había entendido, Sr. Benson. Va a ser mi compañero esta noche... La mente de Benson daba vueltas cuando colgó varios minutos después. Todavía estaba aturdido cuando hizo las copias fotográficas y las puso en la secadora. En los quince años que llevaba como detective privado, nunca antes había hecho copias extra de las fotografías de ningún cliente... por jugosas que fueran. Esta vez, sin embargo, rompió su propia regla porque sabía que quería recordar siempre a Olivia Stabler y lo que había hecho por y para él aquella tarde. No volvió a la realidad hasta que se encontró ante el espejo de una de las tiendas de caballero más conocidas y caras, donde le habían confeccionado un traje n***o de mohair y seda por valor de trescientos dólares. Apenas reconocía al hombre que veía en el espejo; era un Benson diferente, un Benson casi pulido, casi guapo. Era la imagen del hombre que Benson había querido ser cuando planeaba convertirse en abogado. La guerra había echado por tierra esos planes. Antes de salir de la tienda, había gastado otros setenta dólares en un par de zapatos y más de cien en camisas y corbatas. Mientras caminaba de vuelta a su pequeña y sucia oficina, se dio cuenta de que estaba un poco más erguido y daba pasos largos. Fue entonces cuando supo... con total incredulidad en su mente... que quería a la mujer de Stabler y que iba a hacer todo lo posible por conseguirla... para siempre... costara lo que costara. Luego dijo, en voz alta: —Elliot Benson, eres la mierda más estúpida que existe. Cinco horas más tarde, se dirigía a Santa Bárbara en la primera etapa de su misión.
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