El día estaba lleno de agradables sorpresas, pensó Olivia. En primer lugar, se había despertado y descubierto que Terry no había vuelto a casa y ni siquiera se había molestado en llamar. Por un momento había estallado de ira y luego reconoció abruptamente que ya no le importaba ni lo uno ni lo otro. Al diablo con él; sólo quería una cosa y era venganza.
La segunda y tercera sorpresas habían llegado con la llamada telefónica del detective Benson, mientras ella seguía en la cama. Le sorprendió el efecto que su voz tuvo en su cuerpo; era casi como si estuviera tumbado en la cama con ella. Tanto su abdomen como sus pechos reaccionaron como si hubieran sido acariciados. Cerró los ojos y lo imaginó a su lado... aquel hermoso pene, duro y palpitante, apretado contra sus nalgas. Abrió bien las piernas y flexionó los labios vaginales, levantando la pelvis. —¿Qué ha dicho, señor Benson?—, preguntó, acariciándose descaradamente el clítoris y esperando oír su voz.
—Dije que tengo los nombres de tres grupos diferentes en Santa Bárbara y dos organizaciones negras.
—Eso es trabajo rápido para sólo dos días—, replicó ella, sintiendo una humedad caliente contra sus dedos.
—Tuve suerte—, dijo. —Ah... Esto es bastante complicado para un informe escrito. Creo que será mejor que se lo cuente.
—De acuerdo. ¿Cuándo?— Y una vocecita lasciva dentro de su mente gritó en silencio: —Ven ahora, ahora mismo. Tengo un regalo para ti.
Se había hecho el silencio en la línea y entonces llegó la voz de Benson: —Tengo que estar en el juzgado esta mañana y probablemente no salga hasta mediodía. Es probable que me llamen al estrado de los testigos en la sesión de la tarde, así que... bueno, ¿está libre para una comida de negocios?
Olivia había hecho una pausa, toda su educación la reprendía por no involucrarse socialmente con un empleado. Entonces recordó lo que ella le había hecho, lo que él le había hecho a ella, lo que se estaba haciendo a sí misma mientras escuchaba su voz... y lo que iban a tener que hacer juntos antes de que todo esto acabara. Le pareció una broma... sobre sí misma... y empezó a reír. Había genuina calidez y sinceridad en su voz cuando respondió: —Me encantaría almorzar con usted, señor Benson. ¿Dónde?
Se sorprendió y se divirtió... de sus sentimientos de anticipación mientras se vestía y se dirigía al restaurante que él había nombrado. De repente se dio cuenta de que era la primera vez que comía sola con un hombre que no fuera su marido desde que se había casado. Le hacía mucha ilusión. El restaurante estaba enfrente de los edificios del Tribunal Superior y del Departamento de Policía. Olivia había oído hablar de él y lo había visto mencionado en varias columnas de cotilleos, pero nunca había comido allí. Se llevó una grata sorpresa cuando el encargado del aparcamiento le llevó el Porsche y entró en el restaurante. El exterior había sido bastante engañoso, el interior era impresionante. Aunque había una cola de casi dos docenas de personas esperando asiento, en empleado se acercó inmediatamente a ella; había una mirada de abierta admiración en sus ojos. —Usted debe de ser la señora Stabler.
—¿Por qué... ?— Se sintió turbada por un segundo; ¿cómo podía saber él quién era ella?
Obtuvo su respuesta. —El señor Benson dijo que estaría aquí. Le describió. Tenemos su mesa preparada.
Olivia le siguió entre las mesas y las cabinas abarrotadas hasta llegar a una alcoba con el rótulo —Salas judiciales—. Aquí había menos ruido, las conversaciones eran más apagadas y, aunque todas las cabinas estaban ocupadas, la sala no parecía tan abarrotada como la sección principal. En un rincón, Olivia vio que el detective conversaba con un hombre canoso que le daba la espalda. Sintió un fuerte tirón de decepción; Benson no le había dicho que habría alguien más.
Entonces, a medida que se acercaba, se dio cuenta de un cambio en Benson. Estaba muy diferente. Sus ropas parecían hechas a medida para él. Parecía completamente a gusto en este entorno... ¡como si perteneciera a él! Era casi como si fuera un hombre completamente distinto de aquella criaturita deprimente que había traído las fotografías... y entonces ella recordó que había parecido cambiado cuando salió del baño aquel día y había... había... obedecido sus instrucciones. Se sonrojó cuando llegó a la mesa.
Vio que Elliot miraba en su dirección. Una amplia sonrisa de bienvenida y algo más iluminó su rostro mientras se ponía en pie. El hombre mayor también se levantó y Olivia jadeó al reconocerlo. —¿Juez Morgan?—, balbuceó.
¿—Olivia—? ¡Santo Dios! Qué agradable sorpresa—. Miró al detective privado y luego a ella. Abrió la boca como si fuera a decir algo, pero se lo pensó mejor.
Las gruesas cejas de Benson se habían levantado con curiosidad. —¿Se conocen?
Olivia se limitó a asentir, sintiendo cierta vergüenza. El juez Morgan era amigo de la familia de su padre desde hacía más de cincuenta años; él había oficiado las ceremonias matrimoniales de la boda de ella y Terry... aunque ella le había oído decir a su madre que estaba seguro de que Olivia estaba cometiendo un error.
Benson acudió en su ayuda. —Por favor, siéntese, Sra. Stabler. El juez Morgan y yo estábamos charlando.
Olivia pasó al asiento designado y Benson se sentó a su lado. Levantó la vista, casi con culpabilidad, hacia el magistrado, que seguía mirándola especulativamente.
Benson dijo, sin demasiada sinceridad en su voz: —Ted, ¿por qué no almuerzas con nosotros?
—No, Elliot. Tengo otros planes—. El juez los miró fijamente a ambos y luego hizo la pregunta que obviamente había estado reteniendo. —Olivia, estoy estupefacto. ¿Se conocen desde hace mucho?
Ella no tuvo oportunidad de responder, porque Benson interrumpió: —Esto es estrictamente de negocios, Ted.
El juez Morgan la miró y dijo lentamente: —Ya veo. ¿Tú y Terry... están pensando en...?
—Voy a dejarlo—, dijo ella simplemente, sintiendo que la honestidad era probablemente la mejor política. Luego añadió rápidamente: —Mamá aún no lo sabe. Nadie lo sabe. Ni siquiera Terry.
El juez asintió. —No diré nada—. Los miró a los dos y sonrió paternalmente. —Por un momento pensé que tal vez ustedes dos...—, se encogió de hombros y sonrió. —Diablos, los conozco a los dos desde hace años. Cuando un hombre casi viejo ve a dos de sus jóvenes favoritos juntos, obviamente empieza a tener esperanzas de que... de que tal vez... — No dijo nada más, pero Olivia pudo sentir cómo se ruborizaba. Miró hacia Benson y vio que su rostro también estaba coloreado. El magistrado le dio una palmadita paternal en la mano. —Bueno, Olivia, debo decir que si necesitas ayuda en un asunto de divorcio, sin duda has acudido al hombre adecuado. Elliot, aquí, es el más honesto, el más capaz... Está en el negocio equivocado, por supuesto. No paro de decirle que debería volver a estudiar y licenciarse en Derecho, pero es muy testarudo.
Olivia no se movió de allí, escuchando con asombro las bromas amables y evidentemente afectuosas entre los dos hombres. No fue hasta que el juez los dejó solos que el detective centró toda su atención en ella. Sintió una sacudida de placer. Era un hombre condenadamente guapo, pensó... guapo y viril también. Había subido considerablemente en su estima. El juez Morgan había dicho que el detective era uno de sus —favoritos—, lo que significaba que Benson estaba bien en todos los sentidos.
—¿Qué va a tomar?—, preguntó.
Benson se limitó a levantar la mano a la altura de los hombros, y casi de inmediato apareció un camarero con dos ginebras con limón.
Olivia sabía que su anterior pose de superioridad snob se había hecho añicos; aun así, intentó recuperar la compostura y el dominio de la situación... después de todo, él trabajaba para ella. Jugueteó con su copa, negándose a mirarle directamente. —¿Cómo se conocieron usted y el juez Morgan?—, preguntó.
—Solía entregar papeles en su despacho. Por aquel entonces era un abogado en apuros. Horriblemente pobre. Casi muertos de hambre. Solíamos compartir galletitas cuando no había nada que comer—. Benson se rio al recordarlo, y Olivia se dio cuenta de repente de que le gustaba su risa. —Entonces, la Depresión. No tenía dinero, así que le di crédito. Sólo tenía nueve años, vivía con un tío. Mis padres murieron cuando yo tenía seis años, supongo que me sentí protector con Ted. No pudo pagar su cuenta por casi nueve meses, entonces finalmente ganó un caso, su primero grande. Cuando me pagó, intentó darme mas dinero. Me negué a aceptarlo.
Olivia le miró entonces, y él desvió la mirada como si se avergonzara de sus propias emociones. —Ahora me parece una tontería, pero era sólo un niño. Recuerdo que me enfadé con él. Me preguntó qué me pasaba y le contesté algo así como que le había dado crédito porque pensaba que era un amigo que necesitaba ayuda, y no se puede pagar a los amigos por ayudarte. Salí corriendo de su despacho, lloriqueando. Me persiguió y me alcanzó a tres manzanas de distancia. Lo gracioso... Recuerdo que también tenía lágrimas en los ojos cuando me pidió perdón. Llegó la Segunda Guerra Mundial y se fue... me escribía regularmente cada semana sobre África, Italia, Alemania... dondequiera que estuviera, como un hermano mayor... o un padre. Me ayudó a conseguir una beca, y luego me patrocinó en mis dos primeros años.
Yo también iba a ser abogado... pero llegó la guerra de Corea—. Se encogió de hombros. —Cuando volví. Me casé, empecé a trabajar como policía y una noche me vi envuelto en un tiroteo con un tipo que me hirió en el brazo izquierdo con una bala del calibre 44. Me dieron una incapacidad del cuarenta por ciento. Me dieron una invalidez del cuarenta por ciento y me dijeron que ya no era apto para el trabajo policial activo—. Se rio y por un momento se le notó la amargura. —Me ofrecieron un trabajo dentro como empleado de registros. Les dije que qué podían hacer con ese trabajo. Luego utilicé mi paga por invalidez para crear mi propia agencia de investigación. Así que aquí estoy.
—¿Y su mujer?— Fue dicho casualmente, demasiado casualmente. —No podíamos vivir juntos. Llevábamos casados unos siete meses y ella se quejaba constantemente de que yo trabajara de policía por las noches; se fue con un novio... me envió los papeles del divorcio desde México. Murió hace unos diez años en un accidente de coche en Alemania, un accidente que tal vez ella provoco.
—Dios, lo siento.
—No lo sienta. No por mí. Ni para ella. Se fue como ella hubiera querido irse... llevándose a una estrella de cine de fama internacional. Fue noticia en toda Europa. Habían estado viviendo juntos mientras ella intentaba conseguir su quinto divorcio.
Olivia le escuchó hablar. Qué raro, pensó, llevo diez años casada con Terry y nunca he entendido ni sentido nada por él. Sin embargo, aquí estoy, sentada con casi un desconocido, y en quince minutos he conseguido comprender mejor el carácter de este hombre de lo que jamás sabré de Terry... aunque estuviéramos casados otros diez años. Sintió empatía con el detective. Cuando hablaba, se había dado cuenta de que le tendía la mano impulsivamente para demostrarle que la comprendía. Afortunadamente, él no se había dado cuenta de su movimiento.
Durante el almuerzo charlaron de cosas intrascendentes. Cuando ambos callaban al mismo tiempo, era un silencio cálido y agradable, en el que ninguno de los dos sentía la necesidad de conversar. Alguien le había dicho una vez a Olivia que cuando los amantes están en silencio y no hablan, sus cuerpos están hablando entre sí. Aunque entonces le había parecido una tontería, ahora casi podía creerlo. Era demasiado consciente del cuerpo de él a su lado. Imaginó que podía sentir el calor de sus muslos irradiando contra los suyos.
Y aunque luchó contra los recuerdos, se encontró a sí misma recordando sus reacciones ante él cuando él había estado tomando las fotografías. Aquella noche le había costado horas de examen de conciencia admitir que, por primera vez en su vida, había disfrutado de verdad del sexo. No sabía si era el resultado de algún capricho mental por su parte... de haber "pagado" por un sirviente s****l que cumplía sus órdenes... o si el cuerpo del hombre y el suyo eran tan compatibles. De una forma u otra, pensó, lo averiguaré antes de que esto termine.
Olivia se vio obligada a concentrarse en su informe sobre el grupo de Santa Bárbara. En dos ocasiones se encontró observando el movimiento de sus labios sin oír sus palabras... recordando cómo se habían sentido sus labios contra su cuerpo. Con gran consternación, se dio cuenta de que había una humedad caliente entre sus piernas, y se sonrojó al saber que procedía de su excitación.
—Lo siento—, dijo. —No he oído eso, ¿le importaría repetirlo?
Benson asintió y volvió a mirar sus notas. —Le dije que podría pensar que el grupo más adecuado para sus propósitos en Santa Bárbara es el que dirige una pareja llamada Lucy y Ethan Holland. Son propietarios de un yate—, y al parecer algunas de las fiestas se celebran a bordo del barco. Tienen una fiesta de tres días durante el puente del mes que viene, y actualmente están buscando dos nuevas parejas.
—¿Cómo ha averiguado todo esto?—. Benson sonrió. —¿Se le ocurre alguna forma de... de conocerlos socialmente?
El detective se lo pensó un momento, frunció los labios y contestó: —Podríamos esperar a que los Holland estuvieran a bordo alguna noche, coger un taxi acuático, subir a bordo y despedir al taxi, y luego alegar que nos hemos equivocado de barco por accidente.
Olivia se lo pensó. Era simple, pero el plan debía funcionar, sin duda funcionaría, si es que los Holland tenían alguna gracia social. La pareja les invitaría a tomar una copa mientras otro taxi estaba en camino. Luego... bueno, a partir de ahí tendrían que improvisar. Finalmente asintió. —De acuerdo. ¿Cuándo lo hacemos?
Benson se encogió de hombros. —Debemos infiltrarnos cuanto antes, si queremos que nos incluyan en la fiesta de tres días.
—¿Este fin de semana?
Benson parpadeó; realmente parecía inseguro de sí mismo. —Tendremos que registrarnos en algún sitio como —señor y señora—, por si los Holland investigan un poco.
Un repentino sobresalto recorrió el cuerpo de Olivia. Se reprendió a sí misma en silencio: —Tonta, ¿qué otra cosa esperabas?—. Entonces reconoció, con más sorpresa que nunca, que en realidad lo estaba deseando. Quería estar en la cama con él; quería pasar una noche entera con él. Ella quería que él... que... y ella enmarcó las palabras en su mente: —¡Fóllame hasta casi matarme!
—De acuerdo—, dijo, esperando que no se le notara en la cara la palpitante excitación.
Benson hizo una pausa y la miró pensativo. —¿Sabe, por supuesto, lo que implica? Los Holland probablemente querrán intercambiar esa primera noche; tendrá que... cooperar.
—Quiere decir que tendré que dejar que me haga el amor.
—Sí.—
—¿Y presumiblemente usted y la Sra. Holland estarán a nuestro lado en la cama o en el suelo... haciendo lo mismo?
—Sí.
Pensar en el lascivo espectáculo que iban a ofrecer le produjo un escalofrío de excitación prohibida. Ver cómo el monstruoso pene de Benson se introducía en la v****a desnuda de otra mujer. —Dios mío—, se dijo a sí misma con repentina consternación, —qué me está pasando para que quiera presenciar algo tan pervertido como eso—. Parte de su consternación vino con el conocimiento de que no sólo estaba deseosa de verlo, sino deseosa de participar en ello.
Sus manos temblaban notablemente cuando finalmente volvió a asentir. —Este fin de semana. Nos vemos en Santa Bárbara el viernes por la tarde—. ¿Se ocupará del alojamiento?
Benson se relajó entonces y sonrió. —Ya está solucionado. Nos alojaremos en el Ambassador. Una cama tamaño king... por si los Holland intentan vernos o quieren subir a tomar algo.
—Por supuesto—, dijo Olivia, negándose a mirarle. Y de repente, muy de repente, supo que, aunque sólo faltaban tres días, el viernes iba a tardar una eternidad en llegar. Quería que Benson volviera a la casa con ella ahora; quería que la desnudara... que le bajara las bragas lenta y tentadoramente por las nalgas, que le rodeara las rodillas para desabrocharle el sujetador... que se arrodillara... Tragó saliva. Al darse cuenta de la maldad de sus pensamientos, se dijo a sí misma que se alegraba de que el detective tuviera que volver al juzgado aquella tarde.
Pero entonces, cuando Olivia analizó sus pensamientos, supo que no estaba "contenta" en absoluto.
Estaba decepcionada.
***
Fue una decepción que poco a poco se convirtió en una ardiente excitación que siguió creciendo durante los tres días siguientes... creciendo en fuerza y calor hasta que todo su cuerpo ardió de una apasionada impaciencia cuando salió del ascensor del Ambassador el viernes por la tarde y siguió al botones con sus maletas hasta la suite de su "marido".