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Vengativa

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Blurb

Olivia al sospechar que su esposo le es infiel contrata a un detective privado, al ver la evidencia del horrible adulterio, Olivia planea vengarse públicamente, pero las cosas no salen como ella planea al involucrarse mas con el detective privado Elliot Benson, ella no solo planea su venganza si no tambien el verdadero placer s****l y carnal

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Capitulo 1
En algún típico suburbio americano en los años 19xx... El hombre aparcó su viejo Chevrolet en la calle, en lugar de meterlo en la entrada circular, donde habría quedado ridículamente fuera de lugar. El hombre mismo parecía fuera de lugar... tan cansado y anticuado como su automóvil. Sus pantalones pasados de moda brillaban en el asiento, gajes del oficio de un policía de patrulla o de un hombre que pasa largas horas sentado al volante de su coche esperando algo o a alguien. Y esa era su profesión: Un hombre contratado para esperar pacientemente... un hombre pagado para observar y plasmar sus observaciones en forma impresa o fotográfica. Se rascó la barba canosa mientras pulsaba el botón junto a la puerta. En algún lugar de los confines de la casa, pudo oír las campanadas. Era un sonido caro... como cara era la casa... y la mujer que vivía en ella, y que le había contratado. Ella abrió la puerta y, una vez más, el hombre sintió que su entrepierna se estrechaba de deseo por ella. Era más alta que su metro noventa por lo menos en cinco centímetros... —escultural— era la única palabra para describirla, pensó. Sus pechos eran como melones, tan maduros que la mano de un hombre no llegaría ni a cubrir el montículo de carne; y tenía una forma de mirar a un hombre que hacía que se le derritieran las pelotas y se le congelara la polla. Era todo lo que podía hacer para no gemir en lo más profundo de su garganta sólo de verla. Por un momento pensó que le habría gustado pasar horas mirándola, pero sabía que sería un doloroso error... incluso mirarla uno o dos minutos era demasiado. Mirarla era como lograr tener algo con ella... y el hombre sabía que tenía tantas posibilidades de hacerlo como de convertirse en Presidente de los Estados Unidos. —Señor Benson, pase por favor—, le ordenó, y el sonido de su voz saliendo de aquellos labios carnosos y generosos hizo que un cosquilleo recorriera la parte interior de su muslo. —Sra. Stabler—, reconoció, sintiéndose a la vez estúpido, desaliñado e incivilizado. —Podemos hablar en la biblioteca—, dijo ella, y se apartó de él para dirigirle a la habitación. Él la siguió, observando el sinuoso movimiento de sus nalgas en los ajustados pantalones. Era todo movimiento, suave, poderoso, acogedor. Dios, pensó, qué bien balancea ese culo. En su mente, besaba y mordisqueaba como un conejito hambriento aquellos flexibles montículos de músculo en movimiento, y casi podía sentir cómo su pene se deslizaba lentamente entre ellos. Aquello era un error; uno que, si se dejaba fructificar, no desaparecería en mucho tiempo. Con un esfuerzo supremo, finalmente hizo que su pene errante se calmara. La mujer le indicó que se sentara en el sofá y luego se acomodó en un gran sillón de cuero frente a él. Cuando ella se sentó, él se fijó en la forma en que sus pantalones se metían entre sus piernas; su delicioso coño se perfilaba claramente... toda la maravillosa raja vaginal estaba allí, escondida justo detrás de la tela. ¡Besar eso sería el paraíso! Su pene soñador se agitó inquieto de nuevo al pensarlo, porque sabía que ella no llevaba nada debajo de los pantalones. —Bueno, señor Benson... ¿ha oído alguna noticia? Tuvo la sensación instintiva de que su información y las fotografías iban a perjudicarla. Por un momento deliberó si debía presentar las pruebas o no, y luego se encogió de hombros mentalmente. Diablos, para eso lo había contratado. —Sí, señora—, dijo, y sacó del bolsillo de su abrigo un grueso sobre de papel manila. Se lo pasó y observó cómo lo sopesaba en la mano. Al cabo de un momento, sus ojos, medio asustados, le miraron directamente, como buscando consuelo. —¿Es malo, muy malo? Tragó saliva. —Me temo que sí—. Luego añadió rápidamente: —Quizá prefiera no verlas... o quizá mirarlas cuando me haya ido. —Ya veo. Así de malos. Él asintió. Y serían malas desde su punto de vista. Sin embargo, desde el punto de vista de la fotografía, eran fotos condenadamente buenas... tomadas en circunstancias extremadamente difíciles. Su teleobjetivo había captado hasta el último vello del coño de la descarada amante... hasta el último pelo del bigote del marido de la señora Stabler mientras el banquero utilizaba su lengua, labios, dientes y bigote para recorrer el coño de su nueva secretaria. Otra foto mostraba a la chica con sus labios carnosos que se aferraban amorosamente al tronco de la endurecida polla del Sr. Stabler. Otra fotografía mostraba a Stabler aporreando la figura que se agitaba salvajemente, con la v***a enterrada profundamente en su v****a que se aferraba hambrienta. La señora Stabler continuó mirándole fijamente como si leyera su mente. Finalmente cerró los ojos y respiró hondo con desgana. Luego pasó rápidamente la uña por debajo de la solapa del sobre y sacó las fotos. La de arriba mostraba a la pareja entrando en la habitación de un motel. La segunda mostraba a la chica desnuda de rodillas ayudando al banquero a quitarse los pantalones. Su erección podía verse claramente en la instantánea. En la tercera fue donde la cosa se puso realmente interesante, y Benson la observó atentamente cuando llegó a ella. Olivia Stabler sintió que la sangre se le subía a la cara cuando miró la tercera foto. Lanzó un grito ahogado. Allí estaba su marido, Terry, con una sonrisa idiota en la cara mientras la chica chupaba rapazmente su pene. Terry le había pedido que le hiciera lo mismo desde que se casaron, pero ella se había negado, porque consideraba que el acto era antihigiénico, pervertido y sucio. Sabía que le temblaban las manos y no estaba segura de si el movimiento se debía a la ira, al dolor o a la vergüenza. Miró la siguiente fotografía. Allí estaba Terry, con la cara hundida entre los muslos extendidos de la chica. Y de repente se enfadó mucho. —¡Ese asqueroso hijo de puta!—, siseó entre dientes apretados. Benson se encogió de hombros. —Lo siento. —Ni la mitad de lo que va a sentir el señor Terry Stabler—, espetó, mientras su mente buscaba alocadamente una idea... alguna forma de hacer que su marido se arrepintiera de verdad. Y de repente, se le ocurrió. Era tan audaz que por un momento se quedó paralizada. Pero cuanto más lo pensaba, más le atraía la idea. Sería terriblemente degradante para ella, pero qué importaba; ¡era tan hermoso, un acto de venganza! Miró al detective privado que tenía enfrente. Le habría gustado alguien más guapo...o mejor dicho alguien más joven. Pero él lo haría; ¡tendría que hacerlo! Ella sabía que él le seguiría la corriente; después de todo, la había estado mirando de esa forma hambrienta y bastante obvia que tienen los hombres de mirar cuando desean a una mujer. —Señor Benson, ¿tiene su cámara con usted? Desconcertado, asintió. Olivia vaciló, buscando la forma de expresarlo con palabras. Se levantó y respiró deliberadamente más hondo de lo normal para que sus pechos se hincharan dentro de la fina blusa. —Quiero vengarme de mi marido. La única forma de hacerlo es avergonzarle en público. Para eso necesito fotografías. Por un precio extra, ¿me haría algunas fotos de mí... y de usted... juntos, así?—. Tocó las fotos. Benson casi se cae de la silla, sorprendido. Lo había oído con sus propios oídos, pero seguía sin creérselo... sintiendo que había malinterpretado sus comentarios. —No estoy seguro de entender—, dijo con cautela. —Claro que sí—, espetó Olivia. —¿No puede configurar su cámara para que tome una fotografía automática de nosotros dos juntos? Quiero decir, no siempre tiene que estar detrás de la cámara, ¿verdad? Benson parpadeó. Dios mío, pensó, lo dice en serio. Esta loca va en serio. De repente se le secó la garganta. Nunca en su vida se había encontrado con algo tan estrafalario, pero no iba a permitir que aquella suerte se le escapara de las manos. —A ver si lo entiendo—, dijo despacio y con énfasis. —Quiere que nos haga una foto—, la señaló con el dedo a ella y luego a sí mismo, —a los dos haciendo lo que la chica... y, ah, tu marido... están haciendo en estas fotografías. —Sí. Tragó saliva audiblemente, sintiendo que la sangre empezaba a ir y venir en su ingle. —¿Todo? —Todo, señor Benson. Incluyendo, creo que los términos técnicos son "c*********s" y "felación". —Jesús—, murmuró en voz baja, contemplando aquel cuerpo exquisito frente a él. Nunca antes se le había ofrecido una proposición loca tan maravillosa. El sudor le corría por la frente y utilizó la palma de la mano para secárselo. —¿Y bien? ¿Lo haría.. por algunos dólares más? El detective privado había querido soltar que lo haría por nada... ¡que él estaría encantado de pagarle! Pero mantuvo la boca cerrada, diciéndose a sí mismo: —No lo estropees, Elliot. Deja que ella tome la iniciativa—. Intentó parecer como si estuviera sopesando los pros y los contras de la situación. Después de un momento, dijo: —Eso sería muy satisfactorio. —Bien, entonces. Vaya a por su cámara, vuelva y colóquela en el dormitorio de mi marido. Normalmente, Benson podría haber montado la cámara y el trípode en menos de un minuto; sin embargo, estaba tan excitado por lo que estaba a punto de ocurrir que tardó más de cinco minutos y tres viajes de vuelta al coche antes de tenerlo todo, incluido el cable del mando a distancia, La mujer había desaparecido después de su último viaje de vuelta al dormitorio, y ahora podía oír la ducha en marcha en el cuarto de baño. No sabía qué hacer... si quitarse la ropa o esperar instrucciones. Unos tres minutos más tarde oyó que el agua se acababa y el sonido de una puerta de cristal de la ducha que se abría de golpe. Estaba mirando por la ventana las aguas azules de la piscina del patio cuando oyó la voz a su espalda. —Me he lavado para usted. ¿Te gustaría ducharse también? Giró rápidamente y sintió que se le escapaba el aliento como si le hubieran dado una patada en la ingle. —Dulce Jesús—, gimió, y su pene cobró súbita vida palpitante mientras sus ojos hambrientos contemplaban el exuberante cuerpo desnudo de ella. Sus pechos, aún húmedos por la ducha, brillaban como si tuvieran lucecitas enterradas bajo la cálida piel dorada. La areola, del tamaño de medio dólar marrón, creaba pequeños halos alrededor de los pezones. Su vientre era liso, tan suavemente redondeado como una llanura aluvial, donde fluía hacia los velludos afluentes de su suave triángulo púbico. Tenía caderas de mujer, observó... de mujer de verdad. Sus muslos eran casi musculosos; parecían poderosos... y la idea de tenerlos alrededor de su cintura o sobre sus hombros le produjo un dolor inmediato. —Dios mío... es tan hermosa—, le dijo con reverencia. Olivia se negó a aceptar el cumplido; quería que no se tratara de algo personal. Era imperativo que él se diera cuenta de que sólo era un sirviente... que en circunstancias normales ella no le dedicaría ni la hora del día, y mucho menos su cuerpo. —Creo que debería ducharse—, dijo fríamente, —y puede usar la maquinilla eléctrica de mi marido para afeitarse. Durante una fracción de segundo, la ira se encendió en la mente de Benson. Pero luego la apartó, pensando para sí: Sólo espera,... sólo espera. En menos de veinte minutos estarás pidiendo a gritos que te folle bien. Se sentó y se quitó lentamente los zapatos y los calcetines. Uno de los calcetines tenía un agujero donde se había clavado la uña del dedo gordo. A continuación, se quitó el abrigo, la corbata y la camisa. Observó a la mujer con cierta diversión. Parecía completamente desequilibrada... avergonzada... obviamente no sabía si quedarse a ver el strip tease o largarse. Al diablo con ella, pensó, y se bajó los pantalones. El enorme bulto de su pene amenazaba con rasgar las costuras de sus calzoncillos. Entonces, sin apartar los ojos de ella, Benson se bajó los calzoncillos. Olivia sabía que sus ojos se habían abierto de par en par, que su cara se había vuelto carmesí, al ver el descomunal pene saltar como un tigre liberado de una jaula. Dios mío, ¡era grande! Sus ojos se clavaron en el blanco instrumento palpitante. Tal vez no había sido tan buena idea, después de todo. Él la partiría con eso; ella no sabía cómo podría soportarlo ninguna mujer. Entonces, sintiéndose repentinamente culpable y avergonzada, forzó la vista hacia la cara de él y vio que la observaba divertido. Eso la enfureció. —Dúchese—, le ordenó. —Sí, señorita—, respondió él con fingida mansedumbre. Olivia lo miró cruzar la habitación. Sus testículos colgaban como enormes péndulos gemelos en un reloj, y su órgano sobresalía y se elevaba en un ángulo que lo hacía parecer un cañón de artillería elevado siendo apuntado antes de disparar. Ahora que él había salido de la habitación, intentó poner orden en su mente. Pensó que probablemente todas las fotografías podrían hacerse en dos o tres minutos. Serían posadas. Obviamente, el detective querría intentar tener relaciones sexuales reales con ella, pero ella le permitiría introducir su pene en su interior sólo el tiempo suficiente para tomar la fotografía. No le permitiría hacer ningún movimiento, ¡nada! Sólo la fotografía. En cuanto a las otras dos o tres cosas que se obligaba a hacer, bueno... las haría y permitiría que se las hicieran, pero sabía que lucharía contra la regurgitación hasta el final. Y después se haría gárgaras y duchas vaginales. De repente, Olivia se dio cuenta de que habían cerrado el grifo y ahora oía el silbido de una maquinilla de afeitar eléctrica. Luego también se silenció. Ella se sentó, aprensiva, en el borde de la enorme cama de matrimonio esperando a que él hiciera acto de presencia. Su mente, habitualmente ordenada, empezaba a agitarse. Una vez más empezó a dudar de la sensatez de lo que estaba a punto de hacer. ¿Era realmente sensato o lógico degradarse sólo para avergonzar públicamente a su marido? ¿No era una estupidez? La puerta se abrió y entró el detective. Obviamente era su imaginación, pero de alguna manera parecía diferente. Notó por primera vez que era extremadamente musculoso en hombros y brazos. Era fornido; su cuello de toro y sus piernas parecían las de un defensa de fútbol americano. Parecía mucho más limpio... más aceptable como varón, pensó ella. Lo único que no había cambiado era aquel descomunal pene ciclópeo que se mecía y palpitaba con cada latido de su pulso. Se paró en medio de la habitación, con los pies separados y las manos en las caderas. —¿Y bien?—, preguntó. Ella respiró profundamente y se puso de pie. —Acabemos con esto lo antes posible—, dijo. —¿Qué foto quiere hacer primero? Hizo un gesto hacia donde debía estar ella. Olivia se acercó a la cámara. De repente fue muy consciente del olor de la loción para después del afeitado; era la de su marido, pero parecía tener más vigor... parecía más salvaje... que cuando la usaba Terry. Inexplicablemente, sus rodillas empezaban a sentirse elásticas. Benson hizo un ajuste en la cámara y luego soltó el cable remoto de la pata del trípode. Se volvió hacia ella. —Siéntese aquí en el borde de la cama. —¿Quiere que me siente en el borde de la cama?— repitió Olivia estúpidamente. Él sonrió; ella se fijó en sus labios... también parecían fuertes. —Sí, siéntese. Porque si quiere que le haga una foto comiéndole el coño, tiene que ser así. Olivia retrocedió ante su grosera obscenidad. —Cuide su lenguaje, señor Benson. Ahora no está con una puta callejera. —Discúlpeme—, dijo él con sarcasmo, le puso una mano fuerte en el hombro y le empujó las nalgas desnudas hacia la colcha. Olivia intentó recuperar el control de la situación. Vio cómo él cogía el largo cable de la cámara y lo colocaba a los pies de la cama. Luego, sin previo aviso, se arrodilló entre sus tobillos. Ella era incapaz de moverse, se sentía casi como un pájaro hipnotizado viendo acercarse a la serpiente. Sólo entonces su mente empezó a gritarle advertencias de tormenta, pero ella las ignoró y se obligó a continuar. Los lascivos ojos de Benson se deleitaron con el suave triángulo dorado de vello púbico. Casi con reverencia, le puso las manos sobre las rodillas y las separó. Le besó el interior del muslo y sintió que la mujer se estremecía. —Haga las fotos—, dijo Olivia, sintiendo un cosquilleo en la piel donde sus labios calientes habían tocado. —Hay que hacerlo bien, o no parecerá real—, dijo él. —Oh... muy bien—, respondió Olivia impaciente, —pero hagámoslo de una vez. —Sí, señorita—. respondió Benson, reprimiendo una sonrisa. —¿Cuándo hará la foto? —Las voy tomando sobre la marcha; ya he hecho una. Olivia sintió sus labios calientes en el otro muslo, junto con el calor tembloroso de su lengua trazando un perverso galvanismo contra su piel desnuda. Le separó aún más las piernas y le levantó un poco las rodillas colocándole los pies encima de los muslos. A través de los dedos de los pies, ella podía sentir su pene duro como una roca y el vello erizado de su pelvis. Intentó sacar el pie, pero él se limitó a agarrarle el tobillo y subirlo hasta que los dedos se apoyaron en la carne palpitante de su pene. —Déjelo ahí—, le ordenó. —Esto tiene que quedar bien, de lo contrario pierde el tiempo. Olivia cerró los ojos con disgusto, sólo para abrirlos un segundo después cuando el dedo de él le tocó tentativamente la vulva; saltó como si la hubieran tocado con una picana eléctrica. Benson se deslizó hacia delante, hacia los anchos y hermosos labios de su coño. Los despegó con los pulgares y vio cómo se abría ante él la tentadora caverna roja de carne suave y sensible. Dios, ni en sus más salvajes imaginaciones había existido nada tan delicioso como aquella visión. Era un templo... había que rendirle homenaje a él y a sus dioses desconocidos. Olivia fue consciente de su repentina respiración entrecortada, que sonó casi como una exclamación. Deseó que se diera prisa y acabara de una vez con aquel acto horriblemente repugnante. Sintió cómo sus manos masajeaban suavemente el interior de sus muslos mientras él le abría las piernas hasta un punto en el que ella era casi incapaz de resistirse, si de repente decidía cambiar de opinión. Entonces sintió una sacudida cuando sus pulgares presionaron contra la vulva y separaron suavemente los cosquilleantes labios recubiertos de vello. Volvió a deslizarse hacia delante, inclinando bruscamente la cabeza, y su boca caliente y hambrienta se posó en su clítoris, que palpitaba suavemente. —¡Ahhhhh... no!— dijo en voz alta, sabiendo ahora el peligro al que se estaba sometiendo, y luchando por sentarse erguida. —No haga eso... ¡He cambiado de opinión! Si la oyó, no le prestó atención. Su boca había iniciado un suave movimiento de succión en los labios externos de ella, succionándolos hacia dentro y hacia fuera, al ritmo del parpadeo de su lengua en el clítoris. —Basta—, gritó ella. —No quiero hacer esto—. Olivia podía sentir cada cosa horrible que él estaba haciendo; sus manos masajeaban sus nalgas y el interior de sus muslos. Sus labios, ahora calientes y ansiosos, acariciaban, besaban y chupaban su vulva. Chispas de placer indeseado recorrieron las sensibles terminaciones nerviosas entre sus muslos abiertos. Entonces, sin previo aviso, su lengua... caliente y temblorosa con vida propia... se introdujo como una trucha en la cálida caverna de su hendidura vaginal. Su temblorosa lengua se adentró aún más, hasta que se alojó en el interior como un pequeño pene tembloroso. —Aaaaaahhhh. Por favor, no—. Ella se retorció indefensa bajo él. —No, no puede hacerlo. Ya no quiero que lo haga. No lo haga. Es horrible. Por favor... por favor... oh, nnooo... ooo. Esto último lo dijo incluso cuando su abdomen, sin voluntad, se levantó ansiosamente para encontrarse con su boca voraz. Benson sonrió para sí mismo. Parecía demasiado fría, tan sabelotodo... y ahora, a los dos minutos de escarbarle el coño, le estaba suplicando... —Creo—, dijo seriamente, —que será mejor que volvamos a intentarlo; no estoy seguro de que hayamos conseguido la fotografía—. Ella intentó incorporarse, pero los fuertes brazos de él la mantuvieron presionada contra la cama... con las rodillas y los muslos separados lascivamente. —No—, dijo, tratando de controlar sus emociones desbocadas. —Por favor. No más. Ni siquiera mi marido ha hecho esto antes. Por favor...— Benson le pellizcó el clítoris y ella dio un respingo como si le hubiera clavado una aguja en las nalgas. —Su marido le comió el coño a esa secreterita suya... es justo que usted también reciba un poco. Además... recuerde las fotografías—. Y diciendo esto, volvió a inclinar la cabeza hacia delante, donde sus ojos se deleitaron hambrientos con los labios rojos y maduros de su v****a, tan bellamente enmarcados por el suave vello rubio del pubis. De su clítoris hinchado, una gotita de su jugo vaginal rezumante brillaba a la luz; a Benson le pareció como si rezumara miel de un pequeño c*****o de rosa inflamado. Su voz estaba casi ronca de deseo cuando dijo: —Será mejor que hagamos otra fotografía, sólo para asegurarnos de que la tenemos. Olivia gimió de vergüenza... sintiendo que su propio cuerpo la traicionaba... mientras su lengua lamía lenta y deliberadamente los suaves rizos dorados del vello púbico para dejar al descubierto la caverna que conducía a su dominio femenino más íntimo. Respiró contra su clítoris, e incluso la expulsión de su aliento caliente provocó cosquilleos de éxtasis por toda su zona abdominal. Su cuerpo se sacudió automáticamente cuando la lengua temblorosa volvió a su orificio vaginal. Esta vez estaba lamiendo... como un perro sediento que lame el agua dulce que da vida... lamiendo desde el clítoris hasta el ano... recorriendo el camino del deseo incontrolable hasta la vergüenza horrible. Un gemido brotó de sus labios, y una vez más hizo un esfuerzo por escapar de él... sabiendo ahora que estaba a pocos segundos de perder todo el control. —Por favor... Oh, Dios... por favor deténgase... De repente, su larga y caliente lengua penetró de lleno en su coño y ella gritó: —Ahhhhh...—. La saliva burbujeaba en las comisuras de su boca laxamente abierta, y su cabeza se balanceaba de un lado a otro sobre las mantas de satén azul de la cama de matrimonio. Ella gemía con desesperado anhelo y pasión mientras la lengua de él se enroscaba alrededor de su clítoris y sus labios hacían ruidosos ruidos de succión en su palpitante vulva. —Pare... —Se dijo débilmente, el último grito ahogado de su moribunda decencia. Ella sintió que su cabeza se movía negativamente... y el movimiento de sacudida, la sensación de su barba raspando contra el interior de sus muslos, fue suficiente para que las aguas de su pasión rompieran de repente los diques que las habían mantenido en suspenso durante toda su vida. Su mente ardía con cien mil sensaciones y pensamientos diferentes... pensamientos que gritaban y chocaban entre sí como si fueran animales enloquecidos hacinados en una pequeña jaula. Las indeseadas sacudidas de placer primaban sobre cualquier otra sensación. Le estaba pasando a ella. ¡No podía ser verdad! Estaba siendo follada con la lengua y comida... sí, comida viva. Podía sentir sus dientes devorándola allí abajo... y nada, absolutamente nada en toda su vida se había sentido tan delicioso antes. Benson se vio obligado a pasarle las manos por debajo de las nalgas cuando su pelvis, que se retorcía salvajemente, se le escapaba de la boca. Le masajeó las suaves nalgas como si estuviera amasando masa de pan, luego deslizó un dedo por la hendidura entre las nalgas y encontró el pequeño anillo tembloroso que le abriría el recto. Ella se sacudió hacia arriba cuando el dedo empezó a invadirla, pero el movimiento ascendente de su cuerpo sólo hizo que la lengua de él penetrara más profundamente en su cavidad vaginal. Gritó en voz alta, pero sus palabras eran ininteligibles. Con un movimiento repentino, casi despiadado, el dedo de Benson se introdujo en el estrecho ano de la muchacha hasta el nudillo central. —Aaaaaagggh... ohhhhhhh—, gimió. —¡Pare!— Su única respuesta fue hacer que su lengua parpadeara como un relámpago sobre su clítoris. Empezó a mover el dedo dentro y fuera del retorcido recto. Olivia sabía que se había vuelto loca... no había nada racional en lo que estaba haciendo. Nada tan pervertido, o tan lascivo como esto había sucedido en toda su vida. Terry había querido hacerle el amor de esta manera al principio, pero ella se había negado sabiendo lo sucio que era. Se sintió terriblemente decepcionada y un poco asustada cuando Terry se lo propuso por segunda y tercera vez. Y la tercera vez le había gritado que debería ver a un psiquiatra, porque era obvio que estaba enfermo por querer hacerle algo tan pervertido como eso. Y ahora, estaba dejando que un perfecto desconocido le hiciera eso a su cuerpo. Sabía que su expresión debía de ser la misma que la de la cara de la nueva secretaria de su marido: lujuriosa, perversa, demente... Y no le importaba. Ya nada importaba excepto aquella deliciosa lengua que la llevaba a lo que ella sabía que iban a ser insospechados picos de clímax; su lengua era un pasaporte a una tierra de salvaje pasión desinhibida y placer nunca antes penetrado por su cuerpo.

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