Lane estaba empacando unos pantalones y algo de ropa interior, cuando la mujer con la que pasó la noche salió del baño con el cabello enroscado en una toalla verde. Lane le dio una mirada rápida y se preguntó en qué estaba pensando cuando la llevó la noche anterior. ¿En qué carajos estaba pensando cuando invitó a su apartamento a la mujer a la que le rechazaba las llamadas? Era insoportable, se había pegado a él como un chinche y tenía una voz chillona que lo volvía loco. Lane conocía las razones por las que la llamó. Estaba ansioso después de la llamada de Verity.
Verity era una parte delicada de su vida, y cuando escuchó su voz después de más de diez años, lo trastornó. Fue como regresar a esa etapa en la que odiaba a todo el mundo menos a ella. Verity era la cura que necesitaba para la enfermedad de su padre, de su vida, de su mierda mental, solo que cuando llamó después de tanto y para informarle de su abuela, no lo sintió como algo bueno, sino como caminar al borde de una caída de quinientos metros.
Lane solo supo de él cuando la mujer amaneció en su cama, y después de lo que hizo, menos se la quitaría de encima.
—¿Viajarás? —le preguntó—. ¿Por cuánto tiempo?
Lane empujó las medias en los bordes de la maleta.
—Lo siento, nena, pero no recuerdo haber firmado un contrato para ser de tu propiedad —dijo alzando las cejas.
Ella hundió más la toalla en su pecho.
—Solo pregunto.
—Las mujeres no solo preguntan, imponen, y ya tuve una mandona en mi vida —dijo cuando alcanzó un par de zapatos de campo y sacó ropa para meterlos llenos de tierra.
Ella miró lo desordenado y horrible de esa maleta. Necesitaba su ayuda, pero más que necesitarla para la maleta, la requería en su vida. Ella pensaba que Lane la necesitaba para quitarle las manchas de dentífrico a los azulejos, para sacar los chetos rancios de los bordes del sofá, para equipar su refrigerador con algo más que cerveza y ordenar su armario, que apenas y se veía la puerta. Ella podía ser mandona si él quería, y se lo ofreció cuando se acercó a él por detrás y envolvió su estómago con sus brazos.
—Puedes tener una segunda mandona —dijo en su oreja.
Lane se quitó los dedos dele estómago y ella los puso más duros.
—Soy hombre de una sola mandona, y la primera aun me tiene en sus manos —dijo sin detenerse a pensar en lo que dijo.
Lane se sostuvo del armario para quitársela de encima, y a la mujer se le cayó la toalla del cabello. Lo miró meter el pie en un zapato y saltar para meter el otro. Alcanzó una camiseta y la metió primero por un brazo y luego por la cabeza y al final el otro brazo.
—¿Por ella te irás? —preguntó la mujer.
Lane respiró profundo cuando tiró de su camiseta hasta el borde del pantalón y la miró a los ojos. No lo había pensado como eso, como que se iría por ella, pero tenía una respuesta.
—Sí —dijo recogiendo su ropa del piso.
Lane recogió su brasier de la cabeza del ventilador y sacó su tanga de debajo de la cama al tiempo que se la colocaba en el pecho y comenzaba a empujarla a la puerta con prisa.
—Fue lindo verte, el sexo fue increíble, pero no quiero que me robes ni que enloquezcas con mi gato —le dijo.
La mujer clavó los talones en el piso y Lane no pudo moverla.
—No tienes un gato.
—¿En serio? —preguntó Lane serio—. Bueno, tampoco quiero que traigas a tu gato para que orine mi cama.
Volvió a empujarla y la toalla cayó al piso.
—Mi toalla —dijo seductora.
Lane la recogió y la envolvió alrededor de su cuerpo sin morbo.
—Adiós —dijo empujándola.
Ella giró y lo miró con enojo por la manera en la que la echaba.
—No puedes echarme a la calle como una puta. No soy una puta.
Lane se colocó las manos en la cintura y se frotó la barbilla.
—¿O sea que si fueras una puta podría echarte?
—¡Lane! —gritó ella enojada.
Lane terminó de recoger su ropa y sacó una de sus manos del interior de la toalla para colgarle el bolso y una chaqueta rosada.
—Lo siento, cariño, pero se me hace tarde para entrar en la máquina del tiempo y regresar a mi juventud —le dijo cuando abrió la puerta, la empujó afuera y la ropa interior rebotó en la pared—. Puedes quedarte con la toalla. Igual pensaba tirarla.
Ella frunció el ceño y saltó un pie una vez, enojada.
—¡No puedes hacerme esto! —dijo en un grito.
—Ya lo hice, nena —dijo Lane—. Adiós.
Lane empujó la puerta y le colocó el seguro. Esa mujer era un peligro, y cuando se acercó a la mirilla para ver si planeaba irse, la mujer le dio una patada a la puerta que le golpeó el labio y la nariz a Lane. Le rompió el labio, y él se retorció unos segundos mientras su nariz punzaba de dolor. No la había roto, pero se esforzó en hacerle daño a la puerta hasta astillarla. Esa mujer era peor que un pitbull. Lane cometió un error, y su puerta lo pagó.
Al final llamó a seguridad cuando la mujer se cansó de gritar y de patear la puerta. Solo seguridad se deshizo de ella, y fue cuando él pudo bajar al taxi que había pedido. Miró el reloj en su muñeca y le pidió al taxista que fuera más rápido, que llegaría tarde a un vuelo. Mientras dejaba atrás su ciudad, su vida, los edificios viejos, los comensales sentados en las mesas externas de los restaurantes, la calle china, el consorcio y una universidad, pensó en Verity.
¿Cómo era posible que Verity le sacudiese una vida que le tomó diez años en formarse, con una llamada de cinco putos minutos?
Lane se frotó el rostro varias veces y se abofeteó. El taxista lo miró por el retrovisor y lo escuchó murmurar y golpearse. No era normal el más anormal, pero tenía un problema.
—Recuérdeme —dijo el hombre en ese tono de voz serio de un taxista respetable—. ¿Al aeropuerto o al psiquiátrico?
Lane dejó su monólogo y le sonrió con ironía.
—Qué gracioso. Si tuviera mi dilema, no pensaría que estoy loco.
—Ya lo pienso y no sé qué le sucede.
Lane se inclinó entre los asientos.
—¿Quiere que le cuente?
—No —dijo frenando—. Son veinte dólares.
Lane lo miró con el entrecejo apretado y sacó el billete más arrugado que tenía en el bolsillo. Bajó la maleta y entró al aeropuerto. En los once años casi exactos que llevaba fuera de Canadá, no regresó a un aeropuerto hasta ese momento. Escuchar las ruedas de la maleta rodar por el pasillo atestado de personas, le recordó por qué odiaba los vuelos. Por ser una mala temporada para viajar, ni siquiera había dónde sentarse. El aeropuerto estaba a estallar, y entre los llamados, el sonido de la música instrumental y los bebés llorando, esperó tres horas hasta que llamaron el abordaje de su vuelo directo a Richmond.
Lane tuvo que hacer una fila larga y tediosa, hasta que buscó su asiento en la clase turista. Era la más barata y debía ahorrar para continuar mejorando su auto. No tenía una caja de ahorro para funerales, por lo que sacó de sus ahorros para la moto del Dodge. Lane colocó su pequeño equipaje en el compartimento superior y sintió la mano de una mujer en su hombro. Él giró y ella le dijo que estaba en el asiento de la ventanilla. Lane le dio una ojeada rápida a la mujer y se quitó del espacio para que ella entrase primero.
La mujer le sonrió y se percató de lo rubio que era el cabello de Lane. La última vez que viajó iba al lado de un pasajero de unos trescientos kilos que la mantuvo apretada a la ventanilla. El cambio era grande, y cuando Lane le dio otra mirada, ella le sonrió y se ajustó el cinturón. Lane era un mujeriego empedernido. Tenía un encanto que las mujeres no entendían a qué se debía, pero podía hacer que una monja se le arrodillara y le rezara si quisiera.
—¿Viajas por negocios? —preguntó ella.
Lane miró adelante cuando la aeromoza hacía las señas.
—Creo que no luzco como alguien de negocios —respondió.
Ella alzó una ceja por lo inteligente de su respuesta.
—No especifiqué qué negocio —replicó ella.
Lane se tocó el colmillo con la punta de la lengua y tragó cuando el avión comenzó a despegar. Cerró los ojos porque volar era algo que odiaba. Lo único bueno era que si moría, sería casi instantáneo. Una explosión y lo siguiente que vería sería a San Pedro, o al Diablo, lo que fuese primero. Lane abrió los ojos cuando la turbulencia por el despegue terminó y les dijeron la altura que habían alcanzado y que podían caminar si querían.
—No, es un viaje de placer —respondió Lane y la mujer lo miró—. Bueno no, ni siquiera es placer. Es… Mi abuela murió y mi ex mejor amiga me llamó para recriminarme por no querer ir.
La mujer encontró extraño que no le respondiera, pero cuando vio su corazón golpear su camisa del susto, entendió por qué no quería hablar, y cuando lo hizo, fue para decirle de su abuela.
—Lo siento.
—Pero no es que no quiera ir, es que mi padre era un hombre violento y cuando dejé su dominio, prometí no volver jamás —agregó Lane—, Y sí, apuesto que estás pensando que soy un mal nieto, pero me trae horribles recuerdos de las golpizas.
Ella despegó los labios.
—Y no, mi abuela siempre estuvo en contra, pero mi padre tenía mi custodia y ella no podía hacer mucho cuando mi padre era el mejor amigo del comisionado del pueblo —agregó Lane sin dejarla hablar—. Y podría olvidar eso, pero Verity llamó.
Ella volvió a intentar hablar.
—Verity es mi mejor amiga de la vida. Perdí mi virginidad con ella, lo que es una locura porque ha sido el mejor sexo que he tenido en mi vida. Pero éramos jóvenes, ella no quiso huir conmigo y me desterró después de que me fui. No atendió mis llamadas y tampoco me dijo qué sucedía —dijo Lane y ella asintió una vez con la cabeza—. No supe de ella hasta ayer cuando me llamó para decirme que mi abuela había muerto, y juro que algo se movió dentro de mí. No sé qué fue, o por qué fue. Solo sé que dormí con una mujer insoportable anoche por esa llamada.
Ella no intentó hablar, y cuando lo hizo, él interrumpió de nuevo.
—No, no sé si la amo, o si la amé. Verity era la persona a la que le contaba todo, la que cubría mis faltas, la que me ayudaba, y puedo decir que fue el ángel que sacó parte de mis demonios —confesó Lane cuando mantuvo su mirada al frente, a la cortina que los dividía de los quinientos dólares más de la primera clase—. Recuerdo cuando éramos niños y la perseguía para colocarle un gusano en el cabello. Recuerdo sus gritos y sus abrazos cuando me felicitaba por mis seis. Verity esta en todos mis recuerdos, y aunque he querido olvidarla, no he podido. ¿Eso es amor?
Ella rodó los ojos y tragó.
—No conozco de primera mano el amor, y no sé cómo se ve el amor. No sé si ella me amaba. ¿Crees que me haya amado? Ella hacía todo por mí, incluso mentir, y anoche dormí con una mujer para no pensar en ella porque cuando pienso en ella siento que me equivoqué al dejarla en Vancouver —dijo y luego le apretó los hombros a la mujer—. Estoy enloqueciendo por la idea de volver a verla. ¿Y si no le gustan mis tatuajes? ¿Y si piensa que me convertí en un gran ingeniero y solo soy un corredor ilegal?
Eso le explicaba mucho a la mujer del porqué estaba loco. Los corredores tenían la sangre helada y la mente trastornada.
—Esto es una locura, lo sé, y ella también esta loca, siempre ha estado loca, lo que lo hace más difícil —dijo cuando meneó a la mujer por los hombros—. ¿Tienes un consejo?
Ella se quitó las manos de Lane de encima y le sonrió cortés. Los últimos diez minutos no hizo más que darle un enorme monólogo de la mujer que le tenía la cabeza loca, y ella ni siquiera pudo hablar porque en todo el tiempo soltó la lengua como un pájaro loco. Realmente estaba loco, y la locura era contagiosa.
—La vida es muy corta para quedarme a escuchar esto —dijo ella—. Soy muy bonita para sentarme al lado de un desquiciado.
Ella se levantó del asiento y empujó las rodillas de Lane.
—No estoy desquiciado —le dijo—. Solo no tomé mi café.
Ella alzó las manos y sacudió cuando dejó el asiento. No estaba loco, o eso decía él, pero la verdad era que estaba un poco loco solo con una llamada. ¿Qué haría cuando la viera a los ojos? Lane alzó la mano hacia una de las aeromozas y la mujer se acercó.
—¿Se le ofrece algo, señor?
—¿Tienen algo que me ayude con los nervios? Alcohol, cianuro, un disparo en la boca, lo que sea que me ayude.
La mujer se tocó la mascada en el cuello.
—Tenemos sodas y maní —dijo algo nerviosa.
Lane le sonrió y movió los hombros.
—Me conformo.
Lane estaba asustando a las personas en el vuelo, pero no tanto como Verity alteró los nervios de su mejor amiga cuando le contó que había llamado a Lane. Verity salió corriendo del hospital y golpeó la puerta de su mejor amiga hasta que todos los perros del vecindario aullaron y ladraron al mismo tiempo. La mujer abrió la puerta y fue la primera confesión y locura de Verity en esos dos días. Ella le dijo que no se preocupara, que solo era Lane, pero eso no ayudaba. De igual forma dejó la casa de su amiga en la mañana, y el resto del día, la noche y el siguiente día de funeral fue horrible.
Verity no podía concentrarse en lo que debía hacer. La sola idea de que Lane la viese y preguntase por su hija, la ponía de pelos.
—¿Vendrá? —preguntó su amiga.
—No lo sé, y estoy enloqueciendo.
Verity se acercó a la fuente de chocolate que habían colocado para el funeral, y metió una galleta hasta que se rebasó de dulce. Asha, su mejor amiga, tiró de su codo y miró sus ojos abiertos.
—No te gusta el chocolate.
—Pero estoy muy nerviosa —dijo buscando otra galleta y llenándola de chocolate—. Si viene, ¿qué le diré?
Asha la miró a los ojos.
—Hola —dijo Asha lo más normal.
Verity llenó sus manos de galletas y las metió en la fuente. Asha le sonrió al anciano que estaba mirando a Verity como si hubiera perdido la cabeza, y tiró de su codo para alejarla del chocolate peligroso. Asha le preguntó si estaba enloqueciendo y ella le dijo que sí. Verity llenó su boca de chocolate y Asha buscó servilletas para limpiarla. Se estaba comportando como la niña que él conoció, no como la mujer que era un ejemplo en la isla.
—Me preguntará por Maddie —dijo lamiendo sus labios.
Asha le limpió las mejillas y le golpeó la lengua para que no se lamiera. No se estaba comportando como la esposa del gobernador, y eso era peor que verla revolcarse como un perro.
—Dile que la adoptaste —dijo Asha.
Verity la miró con repulsión.
—Es idéntica a él —dijo—. Mi v****a es una fotocopiadora.
Asha rodó los ojos y sonrió porque era la primera vez que la veía perder los estribos por un hombre que aseguró que no era nadie para ella. Cuando se casó con Marcell, Lane pasó a la historia. ¿Entonces qué le sucedía esa tarde con su pasado?
—Entonces deshagámonos de Maddie —ofreció de nuevo terminando de limpiar sus manos con algo de jabón—. Ella es el problema. Podemos dejarla en una canasta en una iglesia con una carta donde le prometes que irás por ella a los dieciocho años, y le dejas un collar idéntico al tuyo y con eso te encontrará.
Verity le mantuvo la mirada.
—¡No es una película! —gritó Verity—. ¡Es mi vida!
Asha volvió a mirar y sonreírle a quienes veían a Verity.
—Una horrible, si me lo preguntas —dijo por lo bajo—. Diario de una pasión tendrá mejor final que tu historia, y tienes una situación similar, solo que con una hija, y Lane no es Ryan Gosling. Eres una madre asombrosa, con un esposo devoto, y Lane es el pasado. Es solo el padre de tu hija, que espero que este horrible.
Verity cerró los ojos y tiró de su cabello. De los nervios sentía que se le caía el cabello. No solo sería mentirosa, sino calva.
—¡Ayúdame! —pidió en un chillido—. ¿Qué voy a hacer?
Asha sintió las uñas clavándose en sus brazos.
—Decirle la verdad. ¿Qué tan malo puede ser?
Verity pensó en todo lo que podía pasar si le decía la verdad, y lo mejor que podía sucederle era quedarse calva.
—El chocolate no es suficiente —dijo Verity—. Necesito alcohol.
Asha tiró de su cabello como a una niña.
—No, no. No queremos una ebria.
—Es una emergencia —le dijo—. Lo necesito urgentemente.
Asha no evitó que se acercara al mini bar en la casa donde se hizo el funeral. Jodie tenía varias casas, y cuando enfermó, le dijo a Verity que quería que en esa fuese su funeral. Fue tétrico cuando se lo dijo, pero cuando Verity encontró el alcohol, le quitó la tapa y lo llevó directo a su boca. Quería ser una mariposa y volar lejos, o tener un gira tiempos como el de Harry Potter para regresar y no llamarlo. Con el licor bajando por su garganta, pensó en que nunca dejó de amar a Lane. Eso se pausó, se detuvo, pero renació cuando lo llamó y mintió algo que solo él sabría que era mentira.
—No entiendo tu problema —dijo Asha cuando la vio sentada en el piso con la botella—. ¿Por qué lo llamaste si no querías verlo?
Verity llevó de nuevo la botella a sus labios y suspiró.
—Lo prometí —dijo más calmada antes de sonreír—. Cuando me casé, Lane no estaba en mi cabeza. Lo quité de mi cabeza ese día, pero solo fue ese día. Lo veo a diario en Maddie, y sé que es incorrecto, pero siento que mi corazón siempre fue suyo, y cuando se fue no me lo regresó. Si viene, veré mi corazón en sus manos.
Verity le dio otro sorbo a la botella y alzó la mirad hacia ella.
—¿Tienes un consejo?
—Tengo Valium, y en tu estado es mejor —dijo antes de sentarse con ella en el piso y quitarle la botella—. Es hora.
Asha le dijo que se compusiera, que era momento de comenzar con el funeral. Verity soltó un suspiro y le quitó la botella. Necesitaba más para soportarlo. Necesitaba tener la sangre caliente para pensar mejor. Asha se la quitó de nuevo, pero igual ella la robó, y antes de ir al cementerio, estaba algo alegre. Maddie estaba entre los invitados, al igual que el gobernador. El hombre era importante en el lugar, y Verity le pidió que presentara sus respetos por una de las familias fundadoras del lugar.
No hubo lluvia, no hubo sermones largos. Hubo muchas personas vestidas de n***o y con pañuelos en sus manos. Jodie era alguien muy querida, y su final fue algo que conmovió muchísimo, pero no tanto como cuando aquel hijo pródigo regresó a su hogar después de una década. Verity estaba cerca del ataúd, cuando sus ojos fueron al hombre que acababa de llegar con una maleta de ruedas al muy estilo militar. A Verity le tembló un ojo cuando lo vio, y tiró de la mano de Asha que estaba sentada a su lado.
—Cúbreme —dijo en un susurro—. No puede verme.
Asha la miró.
—¿Cuánto bebiste?
Verity miró a Lane rodar la mirada por los presentes buscando a alguien, y ella se cubrió con un abanico y se levantó de la silla. No sabría decir si era el alcohol o estaba destinado, pero eso que comenzó como una huida, terminó en tropezar con una de las sillas que estaban cerca del agujero, perder el equilibrio y cincuenta personas verla caer en el hueco lleno de barro.
—¡Dios! —gritó el sacerdote.
Todos se levantaron de la silla y Marcell corrió a la orilla. Lane también hizo lo mismo, y abriéndose paso entre las personas, sonrió cuando la persona que buscaba estaba en el hoyo. Verity sintió el golpe en su espalda y en su cabeza, y a ambos lados del hoyo estaban los hombres de su vida y también su hija.
—Esta debe ser mi peor pesadilla —susurró Verity cuando miró a los demás asomarse en el hoyo y verla sepultada.
Marcell le tendió una mano y Lane la otra, y ella se sostuvo de los dos para salir de la peor manera de presentarse de nuevo después de tantos años sin saber del otro.
—Sabía que querías a mi abuela, pero no tanto como para irte con ella —bromeó Lane cuando miró su espalda llena de barro.
Verity soltó el aliento cuando lo miró y el tiempo se congeló. El joven de dieciocho no era el que estaba ante ella. Ante ella estaba el motivo por el que pensaría en divorciarse del gobernador. Y mientras las personas le preguntaban si estaba bien, si se había roto un hueso y Marcell le intentaba quitar el sucio, ella miró a la persona por la que casi murió igual que Jodie.
—Yo… Hmm… —soltó en un suspiro entrecortado—. Hola.
Lane le sonrió.
—Hola, Verity —saludó—. Hace mucho que no hablamos.