Verity contuvo el aire en sus pulmones, sus ojos en Lane y sus manos en su estómago. Después de once años casi exactos, Lane Kazee Daniel regresó a la tierra que le fue prometida cuando se marchó. Lane miró a los ojos de Verity y ella la barba y ese cabello rubio ceniza que estaba desarreglado sobre su cabeza. El tiempo se congeló cuando se vieron, y como si se volvieran a ver los niños, Verity y Lane regresaron a esos años cuando solo eran ellos dos.
—Hija mía, ¿estás bien? —preguntó el padre.
Verity rompió el contacto visual y miró al padre.
—Sí, padre. Estoy bien.
Marcell estaba a su lado derecho, al padre a la izquierda y Lane al frente. Estaba rodeada por todas partes, y se sentía como una pequeña hormiga en el lomo de un caballo.
—¿Qué sucedió? Sé que eras unida a Jodie, pero ella no querría esto —dijo el padre y Lane sonrió—. Deberías venir a la iglesia. Hablaremos de esos comportamientos suicidas.
Lane carraspeó la garganta y Verity miró seria al padre.
—No tengo comportamientos suicidas.
—Caer en una tumba no es casualidad —dijo el padre cuando la miró a los ojos y le apretó las manos—. Dios te esta llamando.
Verity miró las manos unidas y golpeó las del padre.
—Espero que tenga paciencia y me espere, porque no quiero morirme todavía —dijo seria cuando movió los hombros—. Usted tiene conexiones con él. ¿Puede decirle que le cedo el paso?
—¿A mí? —preguntó el padre—. ¿Quiere que yo muera primero?
Verity movió los hombros.
—Bueno, si Dios me pone a elegir…
El padre se tocó la cruz que colgaba de su pecho y miró al demonio burlista que se había apoderado de Verity.
—¿Es porque tengo alopecia? ¿Piensa que merezco morir solo porque usted ni siquiera tiene canas? —preguntó el padre.
Verity alzó las manos y Marcell le dijo que se callara.
—No, no, no. No dije eso, padrecito.
—Soy el padre, no un padrecito —dijo azotándole el hombro con la Biblia cerrada—. Has cambiado mucho, Verity. Que el Señor reprenda el demonio que se apoderó de ti.
Verity se sobó el hombro.
—¡No tengo un demonio!
El padre retrocedió y la persignó desde lejos.
—Rezaré por ti.
—¡Rece porque Dios me de inteligencia para salir de los problemas! —le gritó—. Con los demonios puedo lidiar sola.
—¡Verity! —la reprendió Marcell entre dientes.
Lane no soportó y rompió en una carcajada que llamó la atención de todos. Si la mayoría se había persignado cuando Verity cayó en el hoyo, la otra parte se persignó cuando el único nieto de Jodie se burlaba de alguien más en su funeral.
—¿Te parece gracioso? —preguntó Verity.
La sonrisa de Lane desapareció.
—No, no —dijo carraspeando—. ¿Quién se burla?
—¡Tú lo haces!
El gobernador miró a Lane y a Verity sin entender mucho de lo que sucedía, pero apretó sus hombros para que la mujer parase.
—Regresemos a la silla, Verity —dijo empujándola de regreso a las sillas—. El padre debe terminar su sermón.
Verity tropezó y miró a Lane hacerle un ademán. Continuaba siendo el niño que la exasperaba, el que la sacaba de quicio y le movía la cabeza de ides malas. Lane la miró alejarse con aquel hombre que desconocía, y la observó sentarse medio decente toda llena de barro. Lane se mordió el labio inferior y sintió el dolor por el golpe de la mujer de la mañana. Ese día no había sido bueno para ninguno de los dos, pero el sermón continuó con un aire espeso de incomodidad que solo acabó cuando repartieron el banquete. Si algo amaban de los funerales era la comida.
Lane conocía a algunas personas, y recordaba a la mayoría. Saludó a varias personas, otros lo saludaron a él, y compartieron una copa por una gran mujer como fue Jodie. Lane le dijo al padre que fue un buen funeral, que estaba agradecido y que a su abuela le hubiera gustado. El padre le dijo que Jodie tenía una exquisita cosecha de vinos, y que le encantase que le diera uno.
—Cuando me asiente le enviaré uno —dijo Lane.
El padre le tocó el hombro.
—Que Dios este contigo.
—Y con usted cuando se tome esa botella —replicó Lane.
El padre le dio una mirada rápida y dejó el salón para ir por algo de coñac del que estaba en el salón de bebidas. Lane saludó a algunas personas de la secundaria y preparatoria, y Asha fue una de las que lo abrazó solo para sentir sus músculos.
—Te volviste fuerte —dijo.
Lane le sonrió y alzó la mirada hacia Verity al otro lado. Desde que la levantó de entre los muertos, Verity no le había dirigido la palabra, y en la recepción del funeral se comportó distante con él, solo acercándose a las personas que conocía de tiempo atrás.
—¿Me evita? —preguntó Lane.
Asha era una fiel creyente de que el amor verdadero debía perecer, y ella sabía que debajo del mal humor y los roces estaba ese mismo amor que los llevó a engendrar a esa niña. Verity solo necesitaba un empujón, y cuando miró atrás, le sonrió a Lane.
—¿Por qué no vas? —le preguntó la mujer.
Asha le quitó la cerveza de la mano y Verity tragó cuando miró al hombre acercarse. Dios. ¿Por qué no pudo engordar o perder un ojo? Estaba más sexi, guapo, robusto y con una sonrisa que le rompía la ropa interior a Verity. La hacía divagar cuando estaba con él, y esa muralla que colocó, se derrumbaba cuando la miraba como si ella fuese la persona por la que regresó a Vancouver.
Lane había cambiado muchísimo, pero no tanto como ella. Ya no era la chiquilla con ortodoncia, ni la de las coletas, tampoco la insegura ni la temerosa. Era toda una mujer, dispuesta a caer en un hueco para librarse de una situación incómoda. Su cabello estaba más largo y conservó el color original. Sus mejillas estaban rosadas y sus ojos de ese color almendrado que le encantaba.
Verity apretó la copa de vino que se robó de la mesa y miró a Lane. Él llevaba una chaqueta oscura y una camiseta blanca por debajo. Su piel se veía limpia y su pantalón rasgado. Realmente era una tentación, hasta que llegó a su boca lastimada. En su nariz no vio nada, pero tenía parte del labio roto y ella sonrió.
—¿Quién te mordió?
Lane se tocó el labio.
—Lo del labio… No, ojalá. Digo no —corrigió rápido cuando ella achinó un ojo para escuchar su parloteo—. No, no, no, no fue una mujer, o sí, pero estaba enojada porque la boté del departamento, entonces me tiró la puerta y casi me rompió la nariz.
Verity tragó y asintió con la cabeza.
—No has dejado de ser mujeriego.
Lane metió las manos en sus bolsillos.
—Lo siento.
—¿Por qué te disculpas?
—Sé que no te gustaba.
Verity recordaba lo que odiaba que tuviera dos novias, o verlo besándose con esas malditas. Odiaba cuando estaba en relaciones semi estables o cuando le dijo que su primer beso no fue bueno. Lane también lo recordaba, solo que la mayoría eran mentiras.
—¿Nos vamos? —preguntó Marcell cuando se acercó—. Tengo una conferencia mañana temprano y debo dormir.
Verity se tensó cuando Marcell le tocó la cintura. Le gustaba el toque de su esposo, pero no en ese momento. Sintió que no era el lugar ni el momento y que lo hizo para marcar territorio. ¿Por qué mejor no la orinaba como lo hacían los leones?
—Si, hmmm…
Lane miró la mano en la cintura y alzó el mentón hacia él. La estaba tocando en la cintura, y aunque no era un lugar prohibido, era inaceptable que un extraño la tocara tan abajo en su cuerpo.
—¿Y tú eres? —le preguntó.
Marcell también sacó el pecho como un pavorreal.
—Eso puedo preguntarlo yo —replicó—. ¿Quién eres?
Lane sacó las manos de sus bolsillos y cruzó los brazos.
—El nieto de Jodie.
La expresión de Marcell cambió cuando escuchó que era el nieto; aquel hombre con el que jamás pensó pelear el corazón de Verity.
—Ah, así que eres…
—Lane Daniels —terminó Lane.
—Lane Daniels —dijo antes de mirarla—. ¿El Lane Daniels?
Verity cerró los ojos y sintió el agarre de Marcell más fuerte. Lane miró como ella se tensaba, y sintió que algo no encajaba.
—Siento que me pierdo de algo, y sigo sin saber quién eres.
Marcell fue educado y extendió la mano hacia él.
—Soy Marcell Kavanagh, el gobernador y esposo de Verity.
Los ojos de Lane cayeron al dedo del que no se había percatado. No había visto el anillo de oro blanco y el de compromiso en su dedo, en la misma mano donde llevaba la copa que se robó. El ambiente era tan tenso cuando Lane le dio la mano a Marcell, que los tendones de Verity se tensaron y creyó que se romperían. Estaba en medio de dos titanes que se miraban como si ella fuese el trofeo, y Verity sentía que no podía respirar tanta testosterona.
—Cariño, dame cinco minutos —pidió Verity cuando se quitó la mano de Marcell de su cintura—. Solo cinco, por favor.
Marcell miró a Lane y alzó el rostro de Verity para darle un beso en los labios. Verity se tensó y le colocó la mano en el pecho. Marcell le susurró que la esperaba en el auto, y los dejó solos. No estaba seguro de hacerlo, pero fue lo que su esposa le pidió.
—¿Esposo? —preguntó Lane cuando él se fue—. ¿Estás casada?
Verity sintió como sus manos temblaban cuando miró la sorpresa en los ojos de Lane. Ella tampoco lo había olvidado, pero solo era una promesa de niños. No era algo que sucedería.
—Me casé hace un par de años —soltó en un suspiro.
Lane movió la lengua dentro de su boca.
—No tenía idea.
Ella le mantuvo la mirada.
—Nunca volviste —susurró.
Lane movió los hombros.
—Sí bueno, estuve ocupado.
—¿Entre las piernas de una mujer? —replicó ella.
Lane sonrió porque debajo de ese vestido elegante lleno de barro, de los tacones de marca y el cabello perfecto, estaba la vieja Verity que continuaba siendo una mandona y una celosa cuando él tenía mujeres a destajo en la preparatoria dispuestas a darle lo que le pidiese. Ese tono que usó, era el mismo que usaba antes, lo que era ilógico porque estaba casada con un gobernador que le tocaba la cintura como si fuese marca de ganado.
—Estás casada. No puedes ser celosa.
—¿Celosa yo? —chilló antes de carraspear su garganta y agravar su voz—. No tengo por qué estar celosa.
Lane le sonrió.
—¿Recuerdas que no puedes mentirme?
Lane la conocía como la palma de su mano, y ojalá la palma de su mano fuese tan hermosa como ella. Verity era hermosa. Era una pena que estuviera casada y que eso le rompiera el corazón a Lane. Era increíble que esa mujer tuviese un dueño, y sí, era machista esa manera de pensar, pero eso era el matrimonio. Era una atadura que disfrazaban de amor, y a Lane no le agradó que ella estuviera atada cuando siempre le dijo que le temía al matrimonio.
De verdad que cambiaron mucho en ese tiempo, pero la que más cambió fue ella. Cuando el lodo comenzó a endurecerse en su espalda y en su cabello y hombros, apareció esa persona que no podía ocultarse y que desencadenaría una serie de sucesos.
—¡Mamá! —llamó Maddie—. Tenemos que irnos.
Lane miró a la niña del cabello rubio tocar la puerta corrediza y a Verity abrirla para que la niña entrase y se acercase a ella.
—¿Mamá? —preguntó Lane.
A Verity le tembló la mano cuando se rascó la frente.
—Es mi… Es algo que salió de mí… —tartamudeó—. Es como…
—Una hija —dijo Maddie.
—Sí, esa es la palabra —dijo Verity cuando la miró—. ¿Por qué no me esperas en el auto? Iré enseguida.
Maddie miró al hombre unos segundos y luego salió. No solo estaba muy casada con un hombre que no le agradaba a Lane, sino que tenía una hija que era igual de testaruda que ella.
—Tienes una hija.
Verity no respondió y él se frotó el rostro.
—Es hermosa, y muy rubia, lo que es interesante porque ninguno de ustedes dos lo es —comentó Lane.
Verity estaba en un punto en el que no había mucho retorno. Era mentir o regresar a la tumba y enterrarse con Jodie.
—Es adoptada —mintió su vómito verbal de nuevo.
Lane rio porque estaba tan nerviosa que se le veía.
—¿Y qué sigue? ¿Decirme que te tatuaste una nalga?
Verity tragó.
—Nunca haría eso.
—Sería lo menos loco.
Verity miró la camioneta oscura y blindada en la calle y Lane, quien no era nada tonto, comenzó a calcular. Él se fue mucho tiempo atrás, pero eso no significaba que hubiese olvidado lo que sucedió. Y si su memoria no le fallaba, eso que sucedió entre ellos fue alrededor de poco más de diez años atrás, y esa niña parecía de diez años, o quizá poco menos, pero rondando esa edad.
—¿Hace cuánto te casaste con el gobernador?
Verity sintió el vello de su nuca erizarse.
—Seis años.
—¿Y qué edad tiene ella? —indagó Lane.
Verity sonrió y movió las manos.
—Sé que pensarás que cinco, pero tiene unos pocos más.
Lane dio un paso hacia ella.
—¿Cuánto más?
Verity miró sus ojos azules.
—Uno más.
—¿Seis? —preguntó él.
Verity rodó los ojos.
—Cumplió siete hace dos años.
—O sea que tiene nueve.
—Hace un año —corrigió.
Lane achinó los ojos.
—¿Y cuántos tiene ahora?
—Un año más.
—¿O sea diez?
—Y tres meses —dijo Verity.
Lane soltó un suspiro y ella tragó grueso. No había que ser demasiado inteligente para sumar, y detrás de todas las mentiras sobre la edad de Maddie, llegó la verdadera, la que tenía consigo la respuesta a la pregunta que su hija le hizo los últimos dos años.
—Tiene diez años. Lo mismo que llevo afuera.
Verity le tocó el pecho y lo empujó como cuando eran niños.
—Sé que también lo pensarás, pero no es cierto.
Lane la escaneó.
—No pregunté nada
—Pero lo estás pensando
Verity solo pudo mantenerla la mirada dos segundos.
—Bueno, sí. Es mi hija.
Lane achicó los ojos.
—¡Eso no era lo que estaba pensando! Estaba pensando que…
—Que tengo que irme —dijo Verity cuando abrió la puerta para salir al jardín principal—. ¿Te quedarás? Espero que no.
Maddie bajó de nuevo del auto.
—¡Mamá! Se hace muy tarde.
Maddie miró al hombre que la miraba, y como si sintiera que había un hilo invisible entre ambos, caminó sobre la grama recién cortada de Jodie y se acercó al hombre que tenía el mismo cabello que ella. Maddie lo miró a los ojos y le sonrió.
—Hola.
Verity tragó y Lane la miró.
—Hola —respondió él.
—¿Eres amigo de mamá?
Lane la miró.
—Uno muy viejo.
—¿De hace cuánto?
Verity le sujetó los hombros a Maddie.
—Maddie, ¿qué aprendimos de interrogar extraños?
Maddie alzó la mirada hacia ella.
—No es extraño si son amigos —le replicó a su mamá.
Lane no retuvo más que el diminutivo de la niña. Para cualquiera Maddie podía ser un nombre común, sencillo, pero para Lane, ese nombre era un recuerdo fuertemente arraigado.
—¿Te llamas Maddie? —preguntó Lane.
Verity estaba en la espalda de Maddie cuando ella le respondió.
—Mis amigos así me llaman, pero soy…
—Madeleine —terminó él y ella asintió—. Qué curioso.
Lane miró a Verity y luego a la niña. De todos los nombres que podía colocarle a su hija, eligió el único que él recordaría.
—¿Cuándo es tu cumpleaños, Madeleine?
Verity sintió que su alma salía de su cuerpo.
—Octubre quince —respondió.
Las fechas no desencajaban, sus vidas no desencajaban. Lane miró a Verity y los labios de ella se apretaron en una línea. Verity se guardó las lágrimas en la parte más profunda y alzó el mentón.
—Tú y yo tenemos que hablar —dijo entre dientes hacía ella.
Verity sintió como todo su cuerpo se estremeció cuando él le pidió hablar. Ella no quería hablar. Ella no podía hablar.
—Después —dijo en un susurro—. Ahora no puedo.
Verity le dijo a Maddie que caminase al auto, y ella la siguió. El corazón de Verity estaba estallando cuando lo dejó atrás, pero Maddie alzó la mano hacia él para despedirse como era debido.
—Adiós, extraño.
Lane apenas pudo subir la mano para hacer el ademán, antes de que desaparecieran detrás de las puertas del auto. Lane cerró los ojos y se tocó las rodillas. Su cuerpo apenas pudo sostenerse antes de caer sobre la grama y apretarse las piernas. ¿Qué carajos hizo cuando se fue? ¿Acaso lo que pensaba era cierto? Había un alto porcentaje de que era verdad, pero necesitaba que de la boca de Verity saliera que esa rubia hermosa era su hija.