2 | No seas cobarde

2926 Words
—Mamá —dijo Maddie cuando Verity estaba corrigiendo las pruebas de la mañana—. ¿Dónde esta papá? Verity se subió los lentes con la parte trasera del bolígrafo y señaló el enorme plasma que estaba sobre el mueble de madera. —Tu papá esta en la televisión —respondió tranquila. Maddie miró al gobernador Kavanagh responder las preguntas que la presentadora le hacía en la televisión. Llevaba el cabello peinado hacia un lado, la corbata que Verity escogió para él el día anterior y esa sonrisa de ganador que le daría nuevos votantes. —No él, el verdadero —dijo Maddie cuando masticó la galleta y bebió un poco de leche—. ¿Por qué no me dices? Verity tenía esa conversación al menos una vez a la semana, todas las semanas. Madelaine Rowen Kavanagh de diez años, estaba en la edad donde necesitaba conocer sus raíces. Ella no fue engañada sobre su procedencia. A los pocos años le contó que el gobernador Marcell Kavanagh no era su padre biológico, sino el hombre que llegó a su vida en un momento de debilidad y supo cómo quebrar esa dura coraza que se colocó cuando Lane se marchó. Maddie era una niña dulce y alegre, pero era un grano en la nariz igual a su padre, cuando se trataba de la verdad. —Merezco conocerlo —dijo cuando frotó sus dedos—. Dime. —No sé dónde esta. Maddie se terminó de frotar las manos en las botas del pantalón y miró a su madre con los mismos ojos acusadores de Lane. —Eres una pésima mentirosa —le dijo su hija—. Sé cuando mientes porque tu nariz se arruga y no me miras a los ojos. Verity mantuvo sus ojos en las pruebas de los niños de la escuela que dirigía desde que se graduó y casó con Marcell. Su vida era buena, no podía quejarse. Tenía vigilancia constante, vivía en la casa más grande de Vancouver y los otoños eran las estaciones favoritas de las chicas Kavanagh. Horneaba todos los fines de semana y se iban de vacaciones cinco veces al año. ¿Qué otra cosa podía pedir Maddie en su corta existencia? —Es mí padre —le dijo cuando Verity le preguntó por qué tanta insistencia en saber de él—. ¿Temes que tome un autobús y vaya por él? Podría hacerlo, lo sabes. Soy una jovencita. Verity alzó la mirada y le sonrió. —No podrías llegar en autobús. Maddie la miró con gracia. —Entonces sí sabes dónde esta papá —dijo Maddie, más en un chillido que en una frase adecuada para la hija del gobernador—. Por favor, mamá. Solo debes colocar el punto en el mapa. Maddie le colocó el mapa de Canadá y Verity rodó los ojos. —Quiero saber quien es —dijo Maddie—. Solo eso. Verity no podía negarle el privilegio de conocer a uno de los mejores chicos de su juventud, pero tampoco era sano para una niña de diez años, viajar tan lejos para ver a alguien que desconocía su existencia, y en todo ese tira y afloja, la perjudicada era Verity, quien calló por el bien de Lane y su futuro. —Por favor —pidió Maddie cuando arrastró el teléfono hacia ella—. Me agrada papá Kavanagh, pero todas en la escuela conocen a su papá de sangre, y soy la única que no tiene ni una foto. Si me dieras una, puedo dejar el tema por un tiempo. El bolígrafo pendió de la mano izquierda de Verity y miró los ojos azules de su hija. Tenía los ojos y el cabello de su padre. No se parecía mucho a ella, a excepción de lo ratoncita de biblioteca. Era justo que al menos le diera una fotografía, pero cuando recordaba que su psicóloga le dijo que era mejor esperar si el padre regresaba, Verity envió la idea de la foto al fondo de la cabeza. —¿No estás a gusto con el papá que tienes? —le preguntó. Maddie se rascó la cabeza con el anular y la miró. —No cambies el tema, mamá —dijo seria—. Hablamos de papá. —Y justo papá esta llegando —dijo Verity cuando escucharon las camionetas acercándose a la casa—. Hablaremos luego. Verity se levantó de la silla, se peinó el cabello que se desordenó y enderezó los hombros. Verity miró a Maddie por encima de su hombro y ella bajó de la silla con dos madeline en la mano. Eran las galletas favoritas de su mamá, y las que más horneaba. —El futuro presidente esta de regreso —saludó Marcell cuando entró con los brazos abiertos cuando sus escoltas abrieron la puerta—. ¿Dónde esta mi Primera Dama? Verity le sonrió y él le apretó los brazos para darle un beso de labios cerrados. La diplomacia era algo que se manejaba todo el tiempo, y Marcell era apegado a sus propias reglas. —Esperé todo el día este beso —dijo cuando se alejó y miró a Madeline—. ¿Y mi princesa no me dará un beso? Maddie dio un paso hacia él y le tendió una galleta. —Lo cambio por una galleta —dijo extendiéndola hacia él. Verity miró a Marcell y él le quitó la galleta. —Solo por hoy —dijo dándole un mordisco y guiñándole un ojo. Maddie retrocedió y Marcell les dijo a los escoltas que se quedaran en el jardín y que esperasen que la sirvienta les llevase algo de beber. El hombre le dio su maletín al ama de llaves y sujetó la cintura de su esposa. La nariz de Marcell se hundió en el cabello oscuro de Verity y envolvió su cintura con sus brazos cuando la puerta se cerró. De puertas para dentro, todo era diferente, y Marcell era un hombre amoroso y compasivo. —Iré a mi habitación —dijo Maddie—. Tengo mucha tarea. Verity le dijo que se llevara más galletas, y ella no la obedeció. —¿Cuál es la rebeldía de hoy? —preguntó Marcell cuando empujó su cuerpo con sus muslos y ambos caminaron pegados, sintiendo el calor del otro—. ¿Sigue con el tema de su padre? Verity sintió el calor de Marcell en su cintura y sonrió. —Será el tema hasta que algún día lo olvide —dijo ella cuando él continuó empujándola hasta el borde de las escaleras. Marcell le quitó el cabello corto del cuello y besó la piel tierna detrás de su oreja. Verity cerró los ojos y hundió sus dedos en su masa de cabello oscuro. Marcell acercó sus labios calientes a su oreja y le dijo que hablarían de eso luego del postre. —Aun no sirvo la cena —dijo Verity. Marcell le apretó el mentón y rozó su nariz con la suya. —Primero quiero el postre —dijo al besarla. Verity dejó que la llevara a la habitación y que le subiera la falda ajustada a los muslos. Ella le quitó la corbata y desabotonó su camisa blanca. Sus dedos fueron hasta sus duros pectorales y el estómago definido y los labios de Marcell estuvieron en su boca en un segundo. Marcell le preguntó qué tal su día, y ella le dijo que aburrido, con montones de pruebas que corregir. Marcell la subió en la cómoda de su enorme habitación y deslizó las manos por la parte interna de sus muslos. Le susurró que el día siguiente sería mejor, pero que si estaba cansada, él podía ayudarla. —¿Cómo, señor gobernador? —preguntó contra sus labios. Él le alzó más la falda hasta descubrir todos sus muslos, y tiró de su tanga oscura por las piernas. —¿Cómo lo quiere? —preguntó mientras la besaba. Los dedos de Marcell llegaron a su entrepierna y solo usando el pulgar, frotó su clítoris mojado. Sus lenguas se enredaron en otro beso apasionado, y Marcell abrió la camisa de Verity para descubrir su corpiño oscuro y su estómago contraído. Verity gimió levemente en sus labios cuando él apretó sus senos sobre el corpiño y mantuvo el dedo frotando y presionando su clítoris. Verity estaba excitada cuando lo empujó de sus labios, lo miró a los ojos, colocó las manos en sus hombros y lo empujó hacia abajo. La mujer abrió más sus muslos y colgó sus piernas de sus hombros. Marcell lamió sus labios y Verity le sonrió. —Come tu postre —ordenó la mujer. Marcell arrastró su trasero hasta el borde de la cómoda y apretó sus muslos. Verity se mordió los labios cuando él deslizó su lengua tentativamente por encima de su clítoris y hundió su nariz y sus labios en la entrepierna mojada de la mujer. Verity pegó la cabeza de la pared y tiró del cabello oscuro de Marcell mientras él hacía su trabajo de cada día. Por ocupados que estuvieran, siempre había tiempo para ellos, para la familia. Marcell era un buen hombre, un buen gobernador, y un amante ejemplar. Marcell conoció a Verity cuando ella buscaba empleo después de tener a Maddie. Necesitaba comprar lo que su hija necesitaba, y acudió a la gobernación para optar por cualquier trabajo. No le importaba si tenía que lavar los baños. Lo haría por su hija. Poe suerte fue la secretaria del gobernador de ese momento, y la mano derecha del gobernador era Marcell. Era su jefe de campañas, su promotor, su amigo y también su próximo sucesor. Una cosa llevó a la otra, y cuando Marcell se convirtió en el nuevo gobernador, Maddie y Verity estaban a su lado, en la foto que apareció en los medios más importantes. Desde entonces estaban juntos, unidos, siendo ese complemento que llegaría a la presidencia si tan solo le daban la oportunidad de dirigirlos. —¿Cómo planeas que rija un país si mi esposa me gobierna? —preguntó él cuando se limpió los bordes de los labios y bajó la cremallera—. ¿Cómo les explico que me tiene entre sus piernas? Verity sintió cuando él tiró de sus muslos y se encajó dentro de ella. Verity apretó su cuello y las manos de él se fueron a su cadera. —Una cosa es el país, y otra tu esposa —dijo Verity cuando él comenzó a moverse lento—. A tu esposa no la gobernarás. Marcell sonrió y ella volvió a besarlo. Cuando el gobernador solía tener entrevistas, llegaba con demasiada energía a la casa, y terminaban teniendo sexo en alguna parte de la casona. Lo bueno de que Maddie tuviera suficiente edad, eran esos momentos, cuando dejaban salir sus preocupaciones y sus responsabilidades por esa media hora de sexo rico y controlado por el horario. —Déjame gobernar un poco —pidió Marcell sonriendo. Verity apretó su trasero con sus tacones y lo empujó dentro. —Gáneselo, señor gobernador —dijo lujuriosa. El hombre sabía cuándo debía ganar sus votos, pero no cuando la persona que estaba en juego era su esposa. Realmente se esforzó y el orgasmo fue un premio que goteó de sus muslos. Verity sonrió cuando la hizo acabar y él se sacudió dentro de ella. —Ahora sí, cuéntame de Maddie —dijo y ella rio alto. Ambos fueron a la ducha, se cambiaron la ropa por algo más cómodo y se sentaron al borde de la cama para hablar. —¿Estamos de nuevo en esa etapa? ¿Cuándo terminó la etapa de nombrar calles como sus peluches favoritos? —preguntó Marcell cuando apagó su teléfono—. Extraño esa etapa. Verity también la extrañaba. Era más fácil. —Tiene curiosidad. —Siento que es porque no soy bueno con ella —susurró él cuando miró a Verity con ojos confundidos—. ¿Estoy fallando como padre? ¿Me preocupa más el pueblo que mi familia? Verity le sonrió. —No es eso —aseguró cuando apretó la mano donde llevaba el anillo—. No sé por qué quiere tanto conocerlo, cuando se fue. Verity rodó los ojos y los cerró. —Sé que tenía sus motivos y también sé que es mi culpa por no decirle, pero no es justo que ahora me sienta la villana de la historia por no querer que encuentre a su padre. Eso era algo de ambos. No solo se trataba de Verity, sino de él. —No eres la villana por querer lo mejor para tu hija —dijo el hombre justo cuando tuvo una idea—. Cenemos juntos esta noche y planeemos unas vacaciones al campo. Le sentara bien el aire libre. Sin teléfonos, sin tabletas. Solo nosotros como familia. Verity le sonrió y le acarició la mejilla. Si había algo que amaba de él, era que siempre encontraba una manera de que todo se solucionara. Era tan diplomático y tan apasionado, que era difícil que no les gustase una de sus ideas, y todo iba bien. Esa noche hablaron sin sacar el tema de su padre, y Marcell le ofreció un caballo si se portaba bien el resto de la semana. —¿Es en serio lo del caballo? —Muy enserio, pero solo si prometes comportarte. —¡Lo prometo! —chilló ella cuando se levantó de su silla y se colgó del cuello de Marcell—. Por eso eres mi papi favorito. Marcell estuvo a punto de decirle que era el único que tenía, pero prefirió callarse y disfrutar el momento. Maddie le dijo que se portaría bien para tener su caballo y que comenzaría a elegirle un nombre. Eso ayudó a Verity a que su cabeza se despejara un poco, sin embargo, poco antes del fin de semana, después de la cena, Marcell estaba revisando su tableta cuando le notificaron que una de las mujeres más antiguas de la isla había muerto. —Amor, ¿recuerdas a Jodie? —preguntó Marcell. Verity estaba sentada al otro lado de la cama, leyendo algo. —Sí. Va a la iglesia todos los domingos. Es una vieja amiga. —Acaba de morir —dijo Marcell—. Me dijo Georgie. Verity bajó la mirada al libro y los lentes fueron lo siguiente que cayeron. Verity miró la hora en el reloj digital a su lado de la cama y solo una persona llegó a su cabeza. Verity se levantó de la cama y fue directo al armario para buscar algo que colocarse. —¿A dónde vas? —Tengo que prestar mis respetos a la familia. Marcell arrugó el entrecejo. —¿Quién es su familia? Verity alcanzó un vestido oscuro. —Deberías saberlo —dijo tosca—. Eres el próximo presidente. Verity se metió en el baño y Marcell se preguntó qué había hecho mal, qué había sucedido. No tuvo oportunidad ni de responder esa pregunta, porque cuando su esposa salió del baño, subió a uno de los autos sin él y le dijo al chofer que la llevara al hospital donde estaba la mujer. Verity no lloró en todo el camino, sino hasta que pidió que le mostraran a la mujer y la reconoció en la morgue. Fue entonces cuando su pecho dolió y recordó lo que la mujer una vez le pidió, poco después de que Lane se fuera. —Si me sucede algo, quiero que seas tú quien localice a mi Lane —le pidió la mujer con las manos arrugadas—. Lo de ustedes es hermoso, y sé que solo confiará en ti. Prométemelo, Verity. La mujer la miró a los ojos y le tocó el vientre abultado. —Merece conocer a su hija, y si es por medio de mí, me iré feliz al otro lado —susurró cuando la miró con esos ojos amorosos y buscó un trozo de papel—. Lane me dejó un número que nunca descontinuaría, y quiero que guardes este papel hasta que muera. —No morirás. —Lo haré, y tendrás que ser valiente para decirle del bebé —dijo la mujer cuando cerró su puño—. Mientras tanto… La mujer llevó los dedos a sus labios y Verity abrió los ojos llorosos ante el recuerdo. Había llevado consigo ese pedazo de papel por diez años, y fue hasta que dejó la morgue cuando miró los números que sabía de memoria. Recordó ese número como si fuera su ID, y miró las lámparas LED en el techo del hospital. Una promesa era una promesa, y debía cumplirla. —Hazlo, Verity —se susurró—. No seas cobarde. La mano de Verity titubeó y tembló cuando sacó su teléfono del bolsillo de la gabardina. Su nuca sudó y el cabello corto se pegó a sus mejillas. Durante diez años, nunca supo de él. No lo llamó para contarle del bebé, y tampoco respondió las llamadas de él. Se aisló hasta ese momento, cuando lo más sencillo que haría sería decirle que su abuela había muerto; abuela que tuvo que esconderle a Maddie para que no hiciera más preguntas de las necesarias. El corazón de Verity estaba lleno de secretos, y uno de ellos se reventaría cuando llevó el teléfono a su oreja y rezó que no respondiera, que hubiera perdido el teléfono, sin embargo, el destino era cruel y también ella cuando lo despertó e hizo a Lane estirar el brazo para alcanzar el teléfono y contestar un hola.
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