—Rebásame por dentro —dijo Lane por el auricular que llevaba insertado en su oreja—. Y antes de llegar a la curva cerrada, córtalo con el freno de mano y derrapa. Solo así me ganarás.
Lane pisó el acelerador y rozó la palanca de los cambios con el pulgar. Con la potencia, las ruedas especiales, la caja de cambios recién cambiada, y un kit de carrocería de fibra de carbono más ancho que todos sus predecesores, Lane no se deslizaba por la carretera, volaba, con un V8 y dos supercargadores, con una increíble potencia de 2,250 Caballos de Fuerza. Lane amaba el rugir del motor, la comodidad de los asientos y el agarre no deslizante del protector del volante con cuero italiano.
Rompiendo el cuarto de milla en menos de cuatro segundos, Lane afincó el pie en el acelerador y achicó la visión. La mayoría de las luces de la pista estaban rotas, y solo sus faros altos veían los baches en la carretera y los obstáculos que colocaban para hacer más dinámicas y adrenalínicas las competencias. Lane estaba comunicándose con uno de sus rivales de la noche. En ese mundo oscuro, había más enemigos que amigos, y había un chico que estaba en entrenamiento. Donde se metió, eran las ligas mayores, y solo los mejores competían. Lane lo hizo su pupilo, y el niño pensó que por entrenarlo el mejor, podría ganarle al mejor.
—Apostemos más —dijo el chico cuando giró el volante y las ruedas derraparon—. Mil por ganarte en la siguiente curva.
Lane sonrió y hundió más el pie.
—No tienes esa cantidad —dijo mirando a un lado.
El muchacho se mordió los labios por el efecto de la droga.
—La tendré cuando te gane —le dijo mirándolo por la ventana.
Lane alzó una ceja, sonrió y regresó la mirada adelante. ¿Realmente pensaba que podía tener una ventaja con él? Lo que sabía, él se lo enseñó, y más sabía por viejo, que por diablo. De igual forma aceptó, embarcándose en una aventura de inyectores, de adrenalina, de sudor resbalando por la espalda del chico y la derrota cuando poco antes de llegar a la curva, Lane bajó la velocidad para darle cierta confianza, y afincó el pie cuando el chico sintió que podía ganarle al rey de las carreras ilegales.
—No me lo hagan tan fácil —dijo Lane cuando soltó el inyector de nitro y empujó el auto como un puto jet, para derrapar limpio y humeante en la curva para rozarle la puerta trasera del auto.
—¡Maldita sea! —gritó el chico cuando Lane lo miró con esos ojos locos y una sonrisa de victoria, derrapar y ganarle por segundos—. ¡Maldito Lane! ¡Hijo de puta!
Los consejos que Lane le dio si servían, pero no con él. El hombre obtuvo tantos trucos a lo largo de los años, que el auto era una parte de él, una terminación, un m*****o más de su cuerpo.
—Será la próxima —le dijo por el auricular.
El muchacho casi reventaba su motor para intentar alcanzarlo, y aun cuando usó un poco de nitro, los otros dos competidores lo rebasaron. Su inexperiencia era un punto débil, y con el aroma de los cauchos quemándose, y viendo el fuego de la meta, Lane olvidó que el resto del mundo existía y se sumió en la carrera que terminó tan pronto cruzó los cauchos de fuego. Lane desaceleró cuando las personas rodearon el auto y comenzaron a golpearlo y abrirle la puerta. Era el campeón de la noche. ¿A quién le mentía? Era el campeón de todas las noches en Los Ángeles.
Los otros tres autos también llegaron, y el que se acercó a él, el que llamaban Fuego, le golpeó el puño por respeto. Lane alzó la cabeza y el hombre miró el humo que brotaba de sus cauchos.
—La próxima vez apostaremos los autos —le dijo.
Lane sonrió y sintió a las mujeres colgarse de sus brazos.
—Solo hay un problema —dijo cuando rodeó las cinturas de las mujeres con los brazos—. No me gustan los Mustang.
Lane le guiñó un ojo y se encaminó con dos rubias altas.
—Tu dinero, y tu premio —dijo el patrocinador de esa noche.
Lane miró a las mujeres y le dio un beso de lengua a cada una. Ellas tiraron de su chaqueta y de la cadena de oro en su cuello.
—Solo me quedaré con el dinero esta vez —les dijo soltándolas.
El patrocinador le dio el dinero y Lane lo contó con el pulgar.
—Cinco grandes —dijo el hombre—. Fue sencillo.
Lane deslizó el pulgar por el fajo y contó con demasiada rapidez.
—Nada nunca es tan sencillo —dijo moviendo el dinero.
Las mujeres se le pegaron como pegatinas a los lados, y muchos querían ser amigos de tragos o de cama, pero es anoche, Lane quería regresar a su apartamento antes de la llamada roja. Siempre cerraban ciertas calles pasadas las tres de la mañana, colocaban las metas y las mujeres llevaban sus pantaloncillos cortos para ser parte de la exhibición. La música resonaba con potencia por los parlantes de las camionetas, y siempre estaba alguien al pendiente del radio policial. Casi siempre llegaba la policía cuando las carreras eran los fines de semana, y esa noche, Lane aceptó de nuevo a ambas mujeres y las dejó besarlo y tocarlo.
—No, no, preciosa —dijo Lane cuando la mano de una de las mujeres llegó al bolsillo donde estaba el dinero—. Hoy no.
Lane la empujó por la cintura y le apretó el cuello a la otra.
—Nadie le roba a Lane Daniels y vive para contarlo —le dijo cuando la soltó—. Busca otro tonto que quiera cogerte.
Lane aceptó dos cervezas que le dieron los otros chicos que iban para verlo correr. Verlo era casi un espectáculo, y su pupilo le dijo que debía enseñarle todos sus trucos. Lane sonrió y se bebió toda la cerveza de un tirón mientras veían las luces estroboscópicas moverse contra la piel de las mujeres que bailaban casi desnudas sobre los autos. La mayoría eran putas que buscaban dinero de los ganadores de la noche. Siempre había cinco carreras, y la última era de los mejores, donde siempre competía Lane. Lane miró a una de las mujeres mover el culo desnudo y pasar las manos por su pecho al son de la vibración de la música electrónica.
Esa podía llevarla a casa esa noche, pero cuando terminó la segunda cerveza y se acercó a la mujer, alguien gritó.
—¡Policía!
Lane apretó los puños y cerró los ojos.
—Mierda —dijo entre dientes.
—¡A correr! —gritaron todos.
Ya Lane tuvo problemas con la ley, y regresar a la cárcel no estaba en sus planes. Por una carrera ilegal en Nueva York un par de años atrás, acabó en la cárcel con alguien que jamás imaginó que compartiría celda con él. Regresar no estaba en sus planes, y menos cuando se trataba del mismo delito. Lane subió a su auto, derrapó y condujo en la calle que casi nadie tomaba por las curvas y los semáforos. A esas horas las calles estaban despejadas, pero no les gustaba ese camino porque era más fácil de que los atraparan, mientras Lane los veía como un entrenamiento.
El hombre aceleró y miró el auto de la policía por el retrovisor.
—No esta vez —le dijo acelerando más.
Lane aceleró y cambió las velocidades como el experto que era. El auto saltaba por la carretera, deslizándose como patines en hielo. Lane no despegó la mirada de la carretera y cruzó cada esquina. El hombre estuvo confiado hasta que llegó a una intersección que solo tenía dos escapatorias, el puente que mantenían alzado, o un vecindario poco concurrido que pocas veces recorrió. Lane aceleró y por el tubo de escape brotó el sonido de la aceleración. Podía intentar cruzar el puente, pero la posibilidad de ganar era un cinco porciento como mucho, y por eso eligió el vecindario. ¿Qué podía suceder? ¿Que saliera un perro?
La persona en la patrulla detrás de él jugó con Lane. Jugó con su poco conocimiento del lugar, y cuando salió a la avenida principal de nuevo, el auto de la policía giró para encerrarlo. Las llantas derraparon de nuevo y tiró del freno de mano para dar una vuelta de ciento ochenta para salir. El auto de la policía llevaba las sirenas encendidas y Lane sonrió cuando lo miró alejarse por el retrovisor. Esa noche no lo llevarían a la cárcel.
El hombre forzó la potencia del auto y lo empujó hasta una calle que pensó que tendría salida, pero cuando entró, notó que era una calle sin salida al otro lado, ciega, cerrada, atrapado. Lane tiró de nuevo de la palanca de cambios y miró por el retrovisor cuando los cauchos brotaron humo para retroceder. Apretó el volante y los dientes, y cuando miró más la calle, el auto de la policía estacionó justo en la abertura que lo separaba de la cárcel.
—¡Salga del auto! ¡Manos arriba! —gritó la persona por el parlante del auto—. Quite el pie del acelerador, y salga del auto.
Lane apretó los dientes, el volante y la persona le dijo que apagara el auto, que bajara y que mantuviera las manos alzadas. Lane soltó un suspiro cuando giró la llave en el encendido y abrió la puerta. Sus manos se mantuvieron alzadas y miró la luz cegadora de la linterna cuando el oficial bajó de la patrulla.
—¿Algún problema oficial? —preguntó agudizando la vista.
La luz torturante de la linterna era cegadora para Lane, y cuando la bajó un poco, miró la gorra y la insignia de la policía.
—¿Pensaste que podrías huir? —preguntó cuando apagó la linterna y se quitó la gorra que apretaba su largo cabello rojizo—. No esta vez, Lane. Las manos en el auto y las piernas separadas.
Lane miró a la mujer de arriba a abajo y sonrió cuando bajó las manos, se abrió de piernas y bajó la cabeza. La mujer metió la linterna en el cinturón de su pantalón y se acercó con el largo cabello rojizo golpeando sus hombros y espalda. La mujer colocó las manos en los hombros de Lane, y comenzó a bajarlas por sus costillas hasta llegar a su dura entrepierna.
—¿Lleva un arma? —preguntó al apretar su m*****o.
Lane alzó la cabeza y una ceja.
—¿Y usted? —preguntó de regreso.
La mujer deslizó las manos por su entrepierna, por su cadera y en su trasero, antes de ascenderlas por su pecho fornido y acercar los labios a su oreja. El aroma de Lane era fuerte y masculino.
—Tiene derecho aguardar silencio, o lo llevaré conmigo.
Lane sintió la lengua de la mujer en su oreja y la mano descendiendo de nuevo por su estómago duro hasta el borde de su pantalón. La mujer hundió la mano bajo el cinturón y el bóxer, y tocó su pene caliente y duro. Lane sonrió y dejó que los dientes de la mujer tiraran de su oreja y lamieran su piel achinada.
—No me esposes esta vez —dijo él cuando ella masajeó su pene.
—Solo si me lo pides —dijo morbosa.
Lane sintió la mano de la mujer masturbarlo, y girando, tiró de su cabeza al apretar su cuello y la besó. La oficial de policía era una de esas conquistas de la noche, y una de las que enviaban cuando querían hacer una redada en las carreras. Todo comenzó una noche cuando Lane acorraló a la mujer tal como ella lo acorraló esa noche, y terminaron cogiendo en la patrulla. En lugar de esposarlo y llevarlo bajo arresto, él la esposó para cogerla tal como quería que lo hiciera esa noche. La mujer conoció su auto, y era tan buena conductora como él, por lo que era una de las pocas que podía atraparlo y permitirle cogerla en el capó del auto.
Las manos de Lane también llegaron a la ropa interior de la mujer y tiró de su pantalón hasta los tobillos. Llevaba una de las tangas favoritas de Lane, y golpeando la ventanilla con sus senos, la abrió de piernas y masajeó su clítoris al tiempo que rasgaba un condón con los dientes y se metía dentro de ella. Lane hundió los dedos en su cabello rojo y tiró de los mechones al tiempo que chapoteaba en su interior. Los senos de la mujer limpiaron la ventanilla de Lane y sus manos apretaron la carrocería pulida.
Los bombeos dentro de la mujer se tornaron más rítmicos, y Lane le apretó el cuello con la mano libre. Lane mordió su oreja y ella gimió cuando clavó sus uñas en la nuca del hombre.
—Deberías competir conmigo —dijo penetrándola ruidoso.
Ella se lamió los labios y sonrió.
—¿Para qué si ya te gano? —preguntó seguido de un gemido.
El cabello se enmarañó en sus dedos y los dedos se mojaron por la fricción contra su clítoris hinchado. Sus bocas se encontraron de nuevo y ella podía contar cada golpe de sus muslos contra su trasero, en ese vaivén que extrañaba cuando no lo alcanzaba. Se hizo buena para acorralara al león antes de que huyera de ella.
—¿Cuántas reglas federales crees que rompimos? —preguntó él.
Ella lamió su nariz y mordió su labio.
—Al menos diez, pero deseo romper unas diez más.
Lane apretó más duro su cuello y se bombeó rápido hasta acabar en su condón y dejarla temblando de excitación.
—Tendrás que desearlo más, preciosa —dijo saliendo de ella.
La mujer quedó recostada en el auto, con los muslos rosados y la humedad resbalando por el interior de sus piernas. Lane se quitó el condón y lo arrojó al suelo y ella respiró agitada varias veces antes de subirse la ropa interior y ajustar su cinturón.
—Puedo arrestarte, lo sabes —dijo arreglando su camisa.
Lane le limpió la saliva en la comisura de los labios y sonrió.
—No esta noche, preciosa —dijo besándola y subiendo al auto—. Tengo que dormir, así que quita tu auto del camino.
Ella le sacó el dedo medio y se colocó la gorra de nuevo.
—Eres un puto desgraciado —dijo la mujer desde su auto.
—Y también el más rápido —replicó él sonriendo.
La mujer quitó el auto y él le arrojó un beso antes de perderse. Lo único que dejó fue el humo de su arranque y los muslos mojados de la mujer. Ella echó la cabeza hacia atrás y se tocó el pecho y el cuello. Nada mejor que coger con un ex convicto, actual criminal y con un historial de mujeres más largo que de carreras ilegales ganadas. Ella se mordió el labio y respondió al llamado de la radio diciendo que el sujeto había escapado, como siempre.
Lane sonrió el resto del camino hasta su casa, y cuando llegó se desplomó en la cama de sábanas negras. Esa noche fue buena. Tenía cinco mil dólares en su bolsillo por una carrera sencilla, estaba vaciado después del sexo con una oficial, y por primera vez, sin los recuerdos de aquella noche en la que todo se quemó, y su único amor de la vida jamás llegó a la estación para huir con él.