ALANA
Hablaba en serio.
Si Erik pensaba que yo me iba a quedar vistiendo santos mientras él podía gozar de la vida, estaba muy equivocado. No estaba entendiendo el hecho de que yo podía hacer con mi vida lo que me venga en gana al igual que él.
Me detuvo el paso tomando mi mano para evitar que me fuera. Lo volteé a ver a la cara desencajada y pintada de un rojo cólera, que delataban que no estaba de acuerdo con lo que había dicho. Yo tampoco estaba de acuerdo con lo que él quería hacer.
— Contéstame Alana. ¿Qué carajo estás diciendo que te vas a ver con otros hombres si no puedes ni cumplirme como esposa? —me volvió a interrogar. Odiaba esa manera de pedir las cosas. ¿Cómo era posible que tomara el s*x*o a la ligera sin siquiera molestarse en que lo pase bien como lo había hecho con la chica con la que había estado cenando?.
— ¿Cumplirte como esposa? ¿Tu lo has hecho como esposo? —alcé mis cejas con una mirada cuestionante.—¿Qué carajos estabas haciendo con la mujer con la que estabas hace un rato? —No permitiría que me estuviera jodiendo cuando no estaba cumpliendo con la parte de cumplir el ser “esposo" y empezar por respetarme si tanto quería el beneficio. i***t*a.
— Eso no te importa —me fulminó con la mirada.— Puedo estar con quien yo quiera mientras tú no estés dispuesta a compartir la cama conmigo.
— Pues tampoco te debe importar si me ves en compañía de algún caballero, sino estás dispuesto a ganarte el privilegio—me sacudí la mano para zafarme de su agarre.— Al menos tendré la seguridad de que otro hombre esté a la altura de lo que soy, e intentar conquistarme y no huir como un cobarde por haber escuchado un par de verdades.
Lo barrí con la mirada. Seguí mi camino dejando Erik tras de mí sin decir una sola palabra. Si él puede yo también. No supe de él el resto de la noche, pero escuché como su puerta abría y cerraba cinco minutos después de que yo llegué a mi habitación. Por esa noche no tenían ningún plan b.
Me daba igual si no hubiese llegado. A esa altura de mi vida no entendía el porqué siempre había tenido un crush por él cuando era tan idiota, pero tal vez él era ese gusto culposo en mi vida.
Decidí dormir con tranquilidad. No me estaría desgastando en eso.
Al día siguiente me levanté muy temprano por la mañana para ir a hacer ejercicio al gimnasio del hotel antes de salir a recorrer Brujas. Regresé a mi habitación después de hacer ejercicio, me di un baño ye alisté para visitar a los alrededores. Planeaba desayunar yendo a un a taller de elaboración de waffles con cerveza, estaría haciendo mi propio desayuno al estilo belga.
Con lo que no contaba es que al abrir la puerta de la habitación para ir a mi primera actividad del día me topé de lleno con la cara de Erik pegado a mi puerta. Di un respingo al verlo.
— ¡Dios si que espantas! —casi le grito por el susto que me metió. —¿Qué haces aquí? —le pregunté mientras cerraba la puerta.
— ¿Ya fuiste a desayunar? —me preguntó por pura casualidad.
— Me apunté a un talles para hacer waffles con cerveza. —Volteé a verlo, parecía que estaba listo para salir por ahí por la ciudad.
— Entonces vamos, yo también me apunto.
Lo vi extrañada por que no sabía lo que estaba tramando. Si algo había aprendido en estas semanas, era a no confiarme de él, pues podía esperar cualquier cosa.
— Si lo haces por obligación, no es necesario que vengas conmigo. —Le dije dando media vuelta yéndome del lugar.
Comenzó a caminar a pasos agigantados para alcanzarme poniéndose a mi lado.
— No hagas las cosas más difíciles Alana, quiero pasar tiempo contigo. —Me detuve en seco al escucharlo, pues no podía creer que estuviera diciendo la verdad, pero lo estaba haciendo en ese momento.
— ¿Qué pretendes con pasar más tiempo conmigo? —Comencé a reanudar el paso hasta llegar al elevador al final del pasillo.
— Ver porqué eres tan obstinada en irte a la cama conmigo —me dijo.
— Vaya, al menos es un avance —me burlé con sutileza.
Erik puso los ojos en blanco apretando el botón del elevador para entrar.
— Voy a estar conviviendo contigo un buen rato, y al menos me tengo que acostumbrar a tu soberbia si quiero que mi papá piense que estamos felizmente casados. —Me volteó a ver con su ceja levantada en señal de que no tenía que protestar.
— Es un comienzo, pero no albergues las esperanzas de que voy a compartir cama esta noche contigo. —Le aclaré con una sonrisa.— Vamos a ver que tanto me aguantas.
Salimos del hotel rumbo al restaurante que estaba impartiendo el curso. Erik se anotó al curso y ambos entramos a preparar los waffles con cerveza. No podía creer lo inútil que era en la cocina pues no seguía las instrucciones de manera adecuada, y al final de la clase tuvieron que prepararle unos waffles para que no se quedara sin desayunar.
— Si hubiera sabido que eres terrible en la cocina...
— ... habríamos ido a un restaurante normal —me interrumpió.
— ¿Disculpa? Simplemente no habría aceptado que vinieras conmigo —bufé. Le di un sorbo a mi café.— Me hiciste pasar vergüenza.
— Que te vean con un hombre tan guapo como yo tiene ventajas. Eres la envidia de todas.
— Creo que “don Narciso" no se dio cuenta que quedó en ridículo en las clases de cocina.
— En algo tenía que ser malo —se encogió de hombros. Tenía harina en las cejas y en el pelo.
— Empezando por cortejar mujeres. —Le pude un poco más de miel maple y frutos rojos a uno de mis waffles.
— Te aseguro que todas mueren por mí.
— Excepto yo.
— No te considero una mujer. —Sentí que mentía.
— Yo te considero un idiota. Estamos a mano. —Lo vi con aire de superioridad. Sonrió.
No voy a negar que me la estaba pasando bien con él. Eran risas por todos lados a donde íbamos. Resultó tener un poco de la gracia que mostraba ante los demás, conmigo.
Él y yo nunca habíamos sido tan cercanos de niños, como lo había sido con mi hermano. Nuestros padres solían visitarse casi todos los fines de semana y yo siempre estaba lista para defenderme de él. Siempre me hacía travesuras y me molestaba. Cosas de niños, pero eso no había cambiado en nada conforme íbamos creciendo.
Para mi sorpresa había pasado un buen día con su compañía. Por momentos se le había quitado lo imbécil y era agradable tenerlo a un lado. Teníamos un trato cordial como dos amigos de la infancia y estaba bien con eso.
Si las cosas pudieran ser así entre él y yo siempre, este matrimonio podría ser llevadero.
Terminamos nuestro día en medio de una cena en un restaurante. Después de un itinerario un poco “raro" según la perspectiva de Erik, lo dejé elegir el lugar para la cena.
— Finalmente un lugar normal —dijo desparramándose en la silla.
— Eres demasiado tradicional —tomé la carta de alimentos y pedimos.
Tuvimos una cena tranquila tranquila, con una plática sobre nuestra infancia y las cosas que habíamos hecho de niños en esas reuniones familiares.
Llegamos al hotel y lo primero que hicimos fue despedirnos e ir cada quien a su habitación a descansar.
— Nos vemos mañana, hay un tren para ir a Gante y me gustaría visitarlo. Pensé que sería buena idea si vienes conmigo. Tenemos aquel tomarnos fotos juntos—me dijo.
Abrí la puerta de mi dormitorio y lo volteé a ver antes de cerrarla.
— No sé qué pretendas, pero nos vemos mañana. No me perdería Gante por nada.
Cerré la puerta de mi habitación y me dispuse a dormir, pero me di cuenta que eran a penas las nueve de la noche.
Decidí a salir a tomar una copa al bar del hotel. No quería saber más de Erik esa noche, suficiente había tenido de él durante el día, pero me quedé pasmada al ver que iba a saber de él al verlo platicar amenamente con una mujer mientras tomaban una copa. Seguía siendo un idiota después de todo.
No iba a montar un drama cuando no teníamos más que un papel. Decidí sentarme en la barra y pedir un ginebra belga. Solo escuchaba las risas de la chica mientras hablaban amenamente.
Le di un sorbo a mi ginebra cuando escuché una voz masculina a mi espalda.
— No creo que una mujer tan bella deba estar sola tomando una copa —volteé a ver al hombre. Se trataba de un extraño que se había acercado a coquetear conmigo. No me apetecía estar sola, por lo que una plática casual no lo veía mal.
— Hay excepciones. —Le dije.
— ¿Puedo? —me preguntó pidiendo permiso para sentarse a un lado mío. Asentí.
Era un hombre que a mí gusto no podía pedirle nada a Chris Hemsworth o a Chris Evans, bastante apuesto.
Comenzamos a platicar sobre nuestra visita a Bélgica. Me hizo un par de recomendaciones ya que él había estado bastantes veces ahí. Era un tipo agradable.
— ¿Señora Alana? —Nos interrumpió un mesero. Era el mismo mesero de la noche anterior.
— Dígame —interrumpí mi plática y lo volteé a ver.
— Disculpe que la interrumpa, pero su esposo está al teléfono y está preguntando si ya consiguió la pomada para el hérpes genital.
Erik hijo de put*a.
Mi acompañante se removió en su asiento, estaba rojo de la cara al igual que yo.
— Creo que me voy —me dijo— mañana parto a Londres y no quiero ir cansado.
Ese hombre definitivamente estaba mintiendo. Me despedí de él con cierta vergüenza mientras huía de mí. El mesero se despidió de mí y no pasó ni medio minuto cuando Erik estaba a mi lado.
— Creo que tú ligue no le gustan las mujeres casadas y con herpes —se burló de mí.— ¿Qué haces aquí con otro hombre? —su semblante cambió. Se puso serio.
— Lo mismo que tú con la rubia despampanante con la que estabas. —Le dije relajada. Le di el último sorbo a mi ginebra.
Volteé a verlo.
— Alana llevo un mes sin tener nada, desde el día en que nos comprometimos. Si no quieres estar en la cama conmigo al menos déjame estar con alguien más.
— Erik no es que no quiera estar contigo, el problema es que estás acostumbrado a tener mujeres fáciles, ¿quieres que cumpla con mi “obligación marital"? entonces gánatelo, porque no pienso dártelo de otra manera. —No sabía cuánto tiempo duraría este matrimonio, pero tampoco me gustaría estar en sequía por cinco año o más.
Erik estaba por protestar pero en ese momento su teléfono sonó. Al ver que se trataba de la enfermera de Vicente no tuvo opción más que contestar.
Vi cómo se llevaba una mano a la boca y asentía mientras palidecía a medida que escuchaba el teléfono. Yo estuve alerta, el corazón me palpitaba con fuerza dentro del pecho. Él terminó la llamada y me volteó a ver.
— Es mi padre, necesitamos volver a la ciudad. —Nunca había visto tal seriedad en él. Ni siquiera dentro de la empresa al momento de hacer una negociación.
En ese momento sentí que el mundo se me vino encima. ¿Qué había pasado con Vicente? y peor aún, ¿qué pasaría con nosotros y nuestro matrimonio?