Hay cosas que las mujeres no entendemos

2059 Words
ALANA Mi corazón tembló tanto, que olvidé lo idiota que era Erik en ese momento. Mi preocupación estaba dirigida hacia Vicente, que no sabía en ese momento qué era lo que estaba pasando, pensé lo peor. Mis manos temblaron y me bajé del banco donde estaba sentada de inmediato. — Creo que vamos a tener que regresar a la ciudad de inmediato. Le diré a mi asistente que haga todos los preparativos para salir en cuanto antes del aeropuerto, —me iba explicando mientras caminábamos con prisa hacia el elevador. Presioné el botón para llamar el ascensor, mis dedos temblaban por la angustia. — ¿Vicente... está vivo? —pregunté con el miedo atorado en mi garganta. Dolía. — Sí. —Me sentí aliviada de saber que no estaba mintiendo. Pude respirar aliviada de que al menos aún seguí con vida. — Está en terapia intensiva, por el momento es todo lo que me han dicho. No hablamos más del tema. Llegamos a nuestras habitaciones y empacamos todo en menos de diez minutos, con las cuentas saldadas de nuestro consumo en el hotel, yéndonos al aeropuerto para viajar de madrugada y llegar a la ciudad en el menor tiempo posible. Durante el viaje, no hablamos. Yo por mi parte intenté dormir un poco, pero la preocupación por Vicente no me dejó descansar. Solo me removía en mi asiento. Llegamos a la ciudad por la madrugada. Por el cambio de horario la noche seguía viva para nosotros. Al bajar del jet privado, Erik me ayudó a bajar las escaleras dándome la mano, lo acepté por inercia. El chofer que nos esperaba nos abrió la puerta de inmediato. Subimos al auto y se puso en marcha. — Alana, si quieres ir a la casa a descansar lo puedes hacer —me dijo Erik. — De ninguna manera. Vicente me importa demasiado y voy a ir a verlo al hospital. —Mi respuesta fue tajante. No quería pasar mi angustia en una casa que no era mía. — Como quieras. —Respondió un tanto molesto. Ambos estábamos estresados, lo dejé pasar. Los días en el hospital pasaron con lentitud, por fortuna Vicente se iba recuperando poco a poco, aunque el doctor nos dijo que lo que había pasado era solo un aviso de lo que estaba por pasar. Su corazón estaba cada vez más débil y a medida que el tiempo pasaba solo quedaba darle buenos recuerdos para cuando el día llegara. Nos habíamos turnado con Erik para cuidar de él en el hospital e ir a hacer rondas a la oficina y adelantar en el trabajo. Estaba tratado de darle un poco de caldo de pollo a Vicente, en uno de esas visitas para cuidarlo. — No tienes porqué hacer esto por mi Alana —me dijo Vicente apenado mientras enfriaba su sopa, para ayudarlo a darle de comer. — No tienes porqué avergonzarte Vicente, es lo mínimo que puedo hacer por habernos cuidado a mi hermano y a mí. —Le dije. Le acerqué la sopa y le di la primer cucharada. — El apenado debería ser yo por haberte casado con mi hijo. —Lo vi por un momento, hablaba en serio. Mi estómago sintió un poco de ardor al no saber a qué se refería exactamente. — Vicente yo... creí que estabas de acuerdo en sobre nuestro compromiso y nuestra boda. —Vi a Vicente con la cuchara suspendida en el aire. Si él me confirmara lo contrario, sin duda mi supuesto "marido" terminaría en una cama al lado de su padre esta noche.— No creí que te molestara que me casara con Erik. — Que va, para una persona tan inteligente, sabia, con la frente en alto, independiente, va a casarse con algo así. Me sentí herida. — ¿Crees que no soy suficiente para Erik? —le pregunté con un hilo de voz. Erik podría importarme un cacahuate, pero él si me importaba. — ¿Acaso no me estás escuchando hija? —me cuestionó— el atarantado de mi hijo se sacó la lotería contigo. Es inteligente no lo voy a negar, pero apuesto a que es bastante bruto con mujeres como tú. No puedo creer que semejante milagro haya pasado con un mujeriego como él. —No pude evitar sonreír ampliamente, aliviada de saber que era su hijo a quien criticaba— ¿Cómo te ha tratado por cierto? Podría decirle la verdad, que su hijo era un idiota, pero la finalidad de estar Erik y yo juntos era que él estuviera tranquilo. — Creo que ha sabido controlarse. —Le dije guiñándole un ojo antes de darle otra cucharada de su caldo de pollo. — Esa es mi chica —me dijo orgulloso de mí. Se me hizo un nudo en la garganta porque no sabía cuándo sería la última vez que lo vería con vida, ni cómo evolucionarían las cosas con Erik. No voy a negar que tenía miedo de lo que podría pasar, pero estaba metida ahí con un matrimonio falso tratando de darle los mejores días de lo que le restara de vida. Cuando por fin terminó de comer, le puse un rato la televisión. Ambos estábamos viendo una "El padrino". Vicente siempre había sido de gustos clásicos, y esa película era una de sus favoritas. Estaba relajada en mi lugar cuando entró una llamada de mi asistente poco antes del mediodía. Si se preguntan lo del caldo de pollo para desayunar, fue lo mismo que Vicente estuvo renegando, pero eran cosas de la administración del hospital. Mi asistente me había informado que estaban por hacer una reunión de socios, por lo que debía apurarme. Erik si será i***t*a como para no decirme de una junta tan importante. *** ERIK Los días pasaron mientras Alana y yo nos turnábamos para ver a mi padre en el hospital. Siempre que ella se quedaba a cargo en el hospital yo me sentía aliviado porque sabía que él estaba en buenas manos. En ese aspecto debía reconocer que ella siempre estaba al pendiente de su bienestar. Estaba en mi oficina preparando todo lo para la junta de accionistas que tendría en menos de diez minutos. No le había dicho nada a Alan sobre la junta porque su presencia no era necesaria, siendo su esposo no debía haber tanto problema, podía representarla en la junta y evitar que viniera a toda prisa cuando estaba cuidando a mi papá. Tomé algunos papeles de los temas que teníamos que tocar, y antes de salí de mi oficina rumbo a la sala de juntas. Quise llegar unos minutos antes de que todos los demás llegaran, pues quería preparar una pequeña presentación que nos ayudarían a elegir el rumbo de la compañía. Cuando entré al lugar me sorprendió ver a Alana sentada en el lugar que le correspondía dentro de la sala, que por suerte estaba vacía. — Alana, —fue lo primero que dije para recuperarme de la impresión — ¿qué haces aquí? —le pregunté— deberías estar cuidando a mi padre. — Quedamos que nos íbamos a turnar para cuidar a Vicente y alternarlo con el trabajo en la oficina. —Me dijo fulminándome con la mirada.— Y resulta que mi asistente me llamó para saber si confirmaba mi asistencia y tuve que venir manejando a ciento cuarenta kilómetros por hora y llamar a Juanita de emergencia, porque a mi "supuesto esposo" se le olvidó avisarme. Porque quiero creer que se te olvidó. Estaba enojada. No era para tanto. Bien podía reemplazarla en la toma de decisiones. — Pues no es tan importante tu presencia, no es por ofender pero esto es algo que las mujeres no puedan entender tan fácilmente. —Ella no estaba entendiendo que podía preocuparse en hacer otras cosas fuera de la oficina. Comportarse como una mujer "normal". Nos quedamos en silencio durante un momento mientras veías cómo se llevaba una mano a la frente. Su rostro estaba contraído en furia, tal vez molesta por haber dicho la verdad. Muchas veces la realidad incomodaba. No la dejé de ver mientras respiraba profundo. Se levantó lentamente de su lugar, me alegraba saber que se tomaría el día. — Te voy a decir una cosa. Tienes razón —abrió los brazos admitiendo su derrota— si hay cosas que en verdad las mujeres no entendemos —se acercó a mí— como esto. Amigos no supe qué pasó conmigo, pero de pronto sentí un dolor tan intenso en mis testículos, que mis piernas temblaron perdiendo fuerza, caí al suelo cegado de dolor y rezando a todos los santos de los dolores que me que quitaran el dolor de huevos, que pronto comprendí, que Alana me había provocado con su rodilla. — Aaaaah —me estaba quejando, el dolor me había encogido en una posición fetal. — Como esto. No sé porqué a los hombres les duele tanto cuando les dan un golpe en los huevos —Se agachó hacia a mí— y ten la seguridad de que eso es lo único que no entiendo, porque de lo demás soy perfectamente capaz de entender. ¿Te quedó claro? Solo pude asentir, el dolor era tan fuerte que ni las palabras querían salir. — El que tú y yo estemos casados no significa que me puedas representar. Yo, al igual que tú soy dueña de la empresa y mis acciones y las tuyas son diferentes. No quieras tomarte el papel que bajo ninguna circunstancia te he dado. Se incorporó dejándome tirado, en el suelo. El dolor comenzó a ceder. En ese momento llegó Luis, uno de los accionistas y al verme tirado y ver a Alana sentada no hizo más que levantar la ceja. — ¿Pasa algo? ¿Erik estás bien? —Preguntó Luis acercándose a mí. — Oh, creo que le duele la panza, y cree que si está un momento así en el suelo se le puede quitar —dijo Alana despreocupada. Esa mujer era el diablo en persona.— Tal vez deberías ir a descansar querido, yo te puedo representar en la junta. —Sonrió con malicia. Me aguanté lo adolorido que estaba de mi entrepierna, y paré con esfuerzo. — Sabes qué, de pronto me siento mejor —sonreí forzadamente y caminé como una put*a morsa embarazada a mi lugar. Ya la estaba alucinando y no llevábamos más que dos semanas de casados. *** ALANA La junta había salido de maravilla. Había recibido una llamada de Juanita, donde me había informado que a Vicente lo darían de alta esa misma tarde. Estaba saliendo de mi oficina cuando me encontré que afuera Erik me estaba esperando. — Mandaré a traer tu coche, vamos por mi papá en mi carro. —Lo vi a los ojos seria. — Vamos Alana, no puede vernos llegar en diferentes autos. Suspiré. — Vamos. Después de que el doctor nos dio todas las indicaciones que debíamos seguir con el papá de Erik, y una lista de medicamentos, salimos del hospital con Vicente chiflando de felicidad porque aún regresaría a casa. Siempre había admirado su optimismo a pesar del mal pronóstico que estaba enfrentando. — Aun estoy regresando a casa —dijo muy feliz mientras que Erik estaba empujando la silla de ruedas hacia la salida donde Braulio, el chofer, nos esperaba afuera para ayudarnos con lo que necesitáramos. — Me alegra mucho papá que estés regresando a casa. Dejamos a Vicente en casa, Juanita nos aseguró que iba a estar bien y que regresáramos a casa sin preocupaciones. Llegamos a la casa sumergidos en un silencio. Durante todo el camino Erik permaneció en silencio. Bajamos del carro y nos fuimos directo a la casa. Subí las escales con él detrás de mí, y antes de entrar a mi habitación, me pegó por completo a la pared del pasillo vacío, aprisionándome con las manos recargadas sobre la pared. — Te pido una disculpa por la manera en cómo me he comportado contigo. —Me dijo, sentí una corazonada que estaba siendo honesto al verlo a la cara.— ¿Qué puedo hacer para remediar lo que he hecho y podamos ser un matrimonio de verdad? Me vio a los ojos y dentro de mi maldecía a las estúpidas mariposas en mi vientre por haber aparecido en el peor momento en medio de la noche.
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