Capitulo Dos

1259 Words
Veo a Cecilia ir y venir por la cocina, prepara la cena muy emocionada, me platica sobre sus estudios y sobre su nuevo novio.  Ceci es mi mejor amiga desde los quince años cuando se mudó de Pensilvania, es una chica entusiasta y muy bonita y es mi único cable a tierra. Me hace compañía. Me encuentro distraída, escuchando a medias lo que dice, no puedo evitarlo cuando mis oídos captan pequeños pasos en el piso de arriba, estoy más que consciente que ella no logra escucharlos y sólo me pone aún más nerviosa de lo normal. —Oye, estoy hablándote Sarie— rueda los ojos. —Lo lamento mucho— sonrío apenada —¿Qué decías? —Sarie, hoy es mi cumpleaños, sal conmigo ésta noche, vayamos a bailar con el grupo y te despejas— me sonríe —Estas muy sola aquí, siento que te estoy perdiendo amiga. Me siento sola. Y también siento que me pierdo a mí misma. —No lo sé... — desvío la mirada. —¡Anda! ¡Ven y diviértete! — suplica —¿O prefieres quedarte aquí toda a noche sola? El sólo hecho de pensar que volveré a estar sola otra noche más me aterra, siento escalofríos en todo el cuerpo y deseo por primera vez en muchos años estar lejos de casa, aunque sea una noche. —De acuerdo, iré — sonrío. —¡Sí! — salta y aplaude repetidas veces —Bueno, ve y cámbiate. —¿Puedes ir tú a mí habitación por mi ropa? Sabes que no soy muy buena con eso de la moda ... — río, nerviosa. —De acuerdo, buscaré algo que te quede bien y vuelvo, pero al menos una ducha rápida vas a darte— ríe saliendo de la cocina. Me acurruco en una esquina de la cocina, más precisamente detrás de la isla, suspiro escuchando los pasos de Cecilia a través del pasillo y mi habitación, sus tacones sí que son ruidosos, pero no lo suficiente para opacar las extrañas pisadas que la siguen. Me remuevo incómoda esperando que ella grité o que muestre alguna señal de estar siendo acechada, la escucho hablar por teléfono y cuando estoy a punto de ponerme de pie me congelo en el lugar sintiendo esa molesta y odiosa sensación de no estar sola, me observan, están ahí. Están aquí, conmigo. —¿Cecilia? — susurro viendo a todos lados. Calma, estás con tu mejor amiga, deja la paranoia. "Sarie." Volteo, estoy segura de que alguien susurró mi nombre, pero... No hay nadie. Me armo de valor y camino hacia la sala principal, observo las oscuras escaleras buscando a mi amiga, pero no hay rastro de ella, subir me aterra y no puedo quedarme aquí. —¿Quién está ahí? — hablo fuerte, tengo que ser fuerte. —¡Sal de una vez, sé que estás ahí, maldición! —¿Sarie? — grito, grito tanto que creo que voy a desgarrar mi garganta. Apenas soy consiente cuando lanzo un puñetazo al aire y Cecilia es capaz de evadirlo casi de manera milagrosa, me observa confundida y atónita y yo sólo puedo rogarle a Dios que ella no me vea como una lunática, que por favor no me crea loca y se quede conmigo. —Maldición Sarie, estás loca — suspira —Necesitas salir urgentemente, ahora vamos a mi casa, las chicas nos esperan allá. El camino a su casa es silencioso lo cual agradezco en cierto punto, pero me carcome por dentro el no saber qué es lo que está pensando, o si tiene miedo de mí. Cuando era niña recuerdo haber visto a papá nervioso junto a mamá, muchas veces me llevaba con él a su empleo por miedo a dejarme sola con ella, jamás entendí por qué hasta que crecí. Llegamos pronto a su edificio, en la parte superior se encuentra su departamento y las luces en las habitaciones me dejan saber que sus amigas de la universidad están ya preparando todo para la velada, me siento fuera de foco, fuera de lugar, como una intrusa. —¿Segura que quieres que vaya? — pregunto muy insegura. —Claro que sí Sarie— ríe —Eres mi mejor amiga, vas a caerles muy bien a las demás. Apenas la puerta del apartamento se abre me encuentro con un grupo de chicas alisando su cabello y riendo por tonterías, ropa regada en la cama y el suelo y algunas bebidas alcohólicas ya abiertas.  Entre gritos y cuchicheos me cambian de ropa, preguntas van y vienen, algunas me observan atentas mientras respondo y otras sólo me ignoran asintiendo cada cierto tiempo intentando parecer interesadas en lo que digo.  Me encantaría ser como ellas, llevar una vida sumamente normal, preocuparme sólo por el estudio o los muchachos con los que salgo, pasear con mi padre, tener amigos o salir cada fin de semana como Cecilia. Me gustaría ser normal. Pero no lo eres. —¡Hora de divertirnos! — ríen todas. Me observo en el espejo, mi cabello está algo rizado llegándome apenas hasta la clavícula, el maquillaje es leve, pero me gusta, me veo... Bonita.  Mi atuendo es el más tranquilo y sutil de todas, pero no me molesta no es como si quisiera destacar más bien es todo lo contrario a eso.  Ésta noche voy a olvidarme de mis problemas por un rato. Debo admitir que aquí no he sentido nada extraño, tampoco me he sentido observada ni he escuchado cosas y eso me hace pensar que tal vez mi imaginación me está jugando en contra, eso sólo quiere decir que quizás si tengo un problema mental. Suspiro, subo al pequeño auto de mi amiga y emprendemos el viaje a la discoteca, la música suena fuerte y las ventanas del vehículo vibran a causa de ello.  Cecilia y las demás cantan a viva voz una canción popular del momento, no la conozco, no sé siquiera quién es el famoso cantante por el cual están tan locas y enamoradas por lo que me limito a escucharlas y reír de vez en cuando por sus constantes desafinos. La fila para entrar en la discoteca es muy larga, llevamos más de veinte minutos esperando a que un conocido de Cecilia nos deje entrar antes de tiempo, mis ojos van y vienen observando todo a mi alrededor y no puedo evitarlo ya que es algo tan nuevo para mí, no he salido mucho en mí adolescencia y no hace falta explicar por qué. Avanzamos rápidamente, estamos a escasos metros de entrar cuando mi vista conecta con la de un extraño, se encuentra al otro lado de la calle, me observa fijamente y sus ojos no se apartan de los míos. ¿Quién es? ¿Por qué me ve así? ¿Me conoce? ¿Qué quiere? "Sarie, huye." No. No de nuevo. No pierdas la calma, no arruines ésta oportunidad de volver a una vida normal, sigue adelante, ignóralo. Estás sugestionada, deja de ver cosas dónde no las hay. Me repito varias veces lo mismo y entramos a la discoteca, la música estridente y las luces de colores no hacen más que desorientarme, no veo ni escucho bien y me encanta. Sólo hay en mi mente una cosa: la música, nada más y nada menos. Cecilia me entrega un vaso de una bebida algo rosada, no le presto atención y la bebo con cuidado, disfrutando el dulce sabor que me entrega, deliciosa. Pronto me encuentro en el medio de la pista balanceando mi cuerpo junto a Ceci y Emma – una de las chicas que me ignoró gran parte de la noche–, la gente grita, salta, baila y canta tanto como pueden y yo soy parte de ese descontrol, esa descarga de energía y frustraciones, ese momento en el que me siento más viva que nunca y a la vez sin ser nada ni nadie. No soy Sarie Sisley la chica que oye cosas. No soy la extraña muchacha que ve sombras en su apartamento. No. Sólo soy una joven más que baila y ríe con sus amigas. 
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