Dayana
Al llegar a la oficina de Diego paso algo totalmente extraño, no sé como catalogarlo, el hombre que vi por algunos segundos en el aeropuerto, estaba allí, pero lo que me sorprendió fue su reacción al verme, se puso pálido, además que parecía haberse descompensado.
Los niños se asustaron un poco, así que decidí sentarme, y pedirle a la secretaria (una mujer de verdad muy molesta, pues tenia una mirada de mala persona), que por favor nos diera agua, más que todo para los pequeños, pero esta se hizo la desentendida y no nos dio, así que mejor les dije a los pequeños que nos fuéramos del lugar, no estoy dispuesta a que nadie me trate mal, menos en frente de mis hijos, justo en el momento que me disponía a salir con los pequeños, Diego hizo su aparición, con una sonrisa cálida, esa que difícilmente sale de mi mente, me preguntó porque razón me iba, así que sin reparo alguno le comenté lo sucedido, y que esperaba que tuviéramos otro momento para conversar el asunto que nos competía, pero para mi asombro, él fue al cubículo de la secretaria, le llamo la atención de manera enérgica y me dijo que por favor pasara a la oficina y lo esperara unos minutos, que lo que tenía pendiente lo resolvería rápido, además de que en su oficina habían algunas cosas para que dispusieran los pequeños.
Los niños evidentemente se pusieron felices por aquello, así que no me quedo más remedio que complacerlos, y caminamos de regreso a la oficina de Diego, no vi donde se encontraba el señor que estaba un poco indispuesto, sin duda alguna estaba en reunión y eso era lo que Diego decía que resolvería rápido.
[…]
Al cabo de una media hora, Diego entro a la oficina, se sentó en la silla frente a nosotros, mis niños quienes estaban coloreando en unas hojas que conseguí en su escritorio, y que asumo que no debe molestarle que cogiera, lo miraron entrar, y como si alguien les hubiera dado la orden, corrieron hacia él y lo abrazaron, evidentemente correspondió al abrazo y sin que pudiera evitar sucumbió a las lágrimas.
Tocaba el rostro de Dalia, y fue cuando entendí que realmente lo que yo traté de ocultar por algunos años ya estaba descubierto, que no podía evitar ese encuentro, pero más sin embargo sentía miedo, mi impulso de mantenerme alejada de él, había causado algo que quizá tuviera consecuencias que no podre combatir.
Solo nos miramos, no tuve que hablar, él ya lo sabía, después de algunos minutos, se acercó a mí y me dijo que deseaba que la niña lleve el apellido de su padre, al igual que el niño, pues era algo que la familia ya tenía conocimiento, que inclusive su abuelo, deseaba conocerlos. Tal declaración me dejo en shock, como había pasado de una vida tranquila con mis dos niños, a una de preocupación de que quieran hacer algo en mi contra por haberlos ocultado.