Sensación Extraña

4369 Words
Leila Todo era un caos, la gente gritaba y corría de un lado para el otro esperando a la ambulancia o a alguien que los ayudara; es que, ¿a quién se le ocurre manejar en moto cuando está lloviendo? Parecen brutos; definitivamente había personas que no apreciaban lo valiosa que es la vida. - Leila Newleaf, te estoy hablando, necesito que me pases el kit de auxilio - mi compañero Raúl me gritaba mientras trataba de darle RCP al hombre tendido en el piso. - Mm, no está. Ve tú a buscarlo - me mira como si estuviera enojado -. No me mires así, tú lo guardaste la última vez y no lo encuentro. - Demonios, Leila. - Me puse en su posición mientras él buscaba el equipo médico. Respiré profundo y vi al hombre tendido en el piso, tenía un brazo roto, una pierna y la cabeza destrozada; lo detallé muy bien, no podía pasar de los veinte años. ¿Por qué la mayoría tenía que ser tan joven? - Deberías aprender una lección - le susurré aun cuando sabía que estaba muerto. En el momento en que empecé a sentir esa sensación extraña que me venía invadiendo hace días, el frío, la atracción, la debilidad y la fuerza, decido ignorarlo, y me puse en marcha. - Chico inconsciente, espero que en esta nueva oportunidad seas más prudente. Puse mis manos sobre tu tórax como si le diera tres compresiones, no respondió rápidamente como de costumbre y me concentré un poco más, hasta que el chico se movió con dificultad. - ¿Qué pasó? - Moriste y ahora estás vivo, espero no seas tan imprudente la próxima vez. - Le dije mientras estaba desorientado. - ¡Aquí lo tengo! - Llegó Raúl con el kit y se impresionó cuando lo vio respirando, aunque su cuerpo seguía lastimado. No soy tan tonta para dejarlo en su cien por ciento cuando tengo una cantidad de personas a mi alrededor. - Está vivo. - Sí, qué suerte. Ahora dejémoslo en el hospital. - Me mareé al levantarme, me sentía débil. -Eso fue extraño. Hicimos todo el protocolo y media hora después lo estaban ingresando en el hospital más cercano. Raúl le dio todos los por menores al médico y volvimos al trabajo. Era agotador pero satisfactorio ayudar a las personas. - Leila... - Raúl... Brindas el almuerzo, ya son las cinco y no hemos comido nada en el día. - Como siempre. Nos dirigimos al restaurante de comida rápida más cercano y, mientras le mandaba un mensaje a mi madre, Raúl llegaba con mi hamburguesa doble queso y mi coca cola. - Ya era hora, pensé que la habías ido a buscar a China. - Ja, muy graciosa. Raúl y yo éramos compañeros de ambulancia desde hace tres años, amábamos nuestro trabajo de paramédicos, esa era una gran ventaja porque podía ayudar sin llamar la atención, solo debía ser cuidadosa cuando ponía mis manos sobre ellos y listo, luego directo al hospital, pero nunca los dejaba bien en su totalidad porque eso sí sería muy extraño. - ¿Sabes que me parece extraño? - A ti todo te parece extraño, hasta mirarte al espejo. - No seas pesada. - Me reí - me refiero, que en estos tres años que estamos trabajando juntos nunca se nos ha muerto un paciente, y si los encontramos sin vida, vuelven. ¿No te parece raro? - No. Hacemos muy bien nuestro trabajo, ¿acaso prefieres que tengamos una lista de muertos en nuestro historial? - No, pero siempre me parece extraño que ocurra contigo, pero no con los demás compañeros. - ¿Por qué siempre debe ser tan observador? - Tal vez soy la chica que te da suerte. - Ya termina de comer para ir a la estación y podré irme a casa a dormir. - ¿Tú duermes? Me parecía que siempre estabas activa. ¿Sabes qué deberías hacer? - Muchas cosas, empezando por robar papas. -Le quité varias de su plato mientras me las quitaba. - ¡No! - me reí, me encantaba molestarlo - buscarte un novio. - ¿Qué? ¿Ese tema a qué viene? - En los tres años que te conozco nunca te he conocido ni un pretendiente. - ¿Y para qué los quieres conocer? Me los espantarías. - Alguien debe cuidarte. "Yo siempre te cuidaré, y estaremos juntos." - ¡Ey! ¿Qué pasa? Te pusiste triste de repente. - Nada, solo recordé a alguien que solía decirme eso. - ¿Un novio? - No, mi mejor amigo, pero hace mucho que no sé de él. - Entonces ya no es tu mejor amigo. - Lo es. Siempre lo será y ya, termina de comer, que debemos irnos. Después de una ronda más llegamos a la estación, saludamos a los demás chicos y el jefe me llamó a su oficina. - Núcleo, mi chica con suerte. Hoy también vi en tus reportes, ninguna baja. - Hemos tenido suerte, jefe. - No sé cómo compensarte. - ¿Subiéndome el sueldo? - Graciosa - podía intentarlo - mañana es un gran día para ti, ¿Qué tal si te lo tomas libre? - No es necesario, estoy bien. - Es una orden y un regalo por tu buen trabajo; y tendrás tiempo para ir a tu casa. - Gracias. Bajé a la sala de descanso para preparar mis cosas, revisé mi celular y había una llamada perdida de mi mamá, seguro para invitarme a cenar. - ¡Chicos, me voy! ¡Cuídense y no dejen que nadie muera! - ¡Cuídate, chica con suerte! Si supieran que lo que menos tengo es suerte. Empecé a caminar por las calles de la ciudad en absoluto silencio, eso era extraño, normalmente siempre había ruido; pero lo ignoré. Entré a una cafetería y pedí un pastel de carne para cenar en casa y un dulce, con eso sería suficiente. Seguí caminando hasta mi departamento cuando sentí una brisa helada en mi cuello provocándome escalofríos; me abrigue con mi chaqueta y seguí el paso cuando de pronto me sentí observada, me voltee mirando hacia mi espalda y luego a los alrededores sin ver nada. - Estoy cansada, y ya siento cosas, por Dios, Leila. Cuando llegué a la esquina de mi edificio, sentí una sombra pasar detrás de mí que me hizo voltear rápidamente. Volví a mirar hacia todos lados y no vi nada. Volví a ver una sombra entrar a un callejón, normalmente una chica iría del lado contrario, pero como yo soy loca y arriesgada, hice justo lo que no debía: entrar por la calle oscura y sucia detrás de la sombra que me pareció ver. - Hola. No debería llamar, y si es un asesino, un ladrón o un psicópata. Seguí dando unos pasos más, todo estaba en silencio - no debería estar aquí - me regañaba mentalmente. Cuando decidí retroceder escuché un ruido al fondo de la calle. - No vayas, no vayas. Da media vuelta y vete a casa. Eso es lo que debí hacer antes de estar caminando justo hacia el final de la calle, donde encontré a un hombre vestido de traje n***o, tomando la vida de una joven que ya estaba con sus ojos abiertos, el cuello desangrado y todo a su alrededor estaba tan frío que te calaba los huesos. Estaba en shock, por primera vez, no sabía qué hacer, no podía dejarla morir, pero jamás me tuve que enfrentar con un asesino. Sentí un ruido detrás de mí y volteé con brusquedad cuando algo cayó encima de mí y grité. - ¡Aaaah! Caí al piso cuando aparté a un gato, un estúpido gato. Me levanté tan rápido como pude, limpiando mi ropa y tomando mi bolsa cuando recordé lo que estaba viendo. - Uy, no. Me dejé ver por un asesino. Volteé rápidamente antes de ser atacada, pero no encontré nada, solo una chica sin vida y ni rastro del hombre que estaba a su lado. Me acerqué rápidamente a la chica, podría tener mi edad, quizás un año más. Tenía cabello corto y n***o, ojos azules; no tenía que revisar sus signos vitales para ver que estaba bien muerta desde hace unos diez o quince minutos. Revise a mi alrededor y no vi a nadie, puse mis manos encima de sus heridas y su cuerpo tardó en responder, era como si alguien no la dejara volver, nunca me había pasado, sin embargo, no desistí hasta que su cuerpo empezó a brillar, algo que tampoco había pasado desde que aprendí a controlar mi don. Cuando la vi reaccionar, aparté mis manos y me quedé sentada de rodillas frente a ella. - Hola. - le dije - ¿Qué sucedió? - No lo sé, te escuché gritar y te encontré aquí. ¿Estás bien? - fue lo único que se me ocurrió decir. - No recuerdo. Estaba camino a casa y creo que alguien me iba a robar, pero no recuerdo. Se sentó y vio su ropa, ensangrentada. - ¿Esto es sangre? - No lo sé. Deberíamos ir a un hospital para que te revisen. - Mm, no. Me siento bien, algo aturdida. Vivo cerca de aquí. - Yo también, te acompaño a tu casa. Eso era mejor que estar sola en un callejón. Caminamos unas dos o tres cuadras, cuando llegamos a su edificio, era de cuatro pisos y el mío estaba a la vuelta. - Aquí vivo. Gracias por acompañarme. - No fue nada, ¿seguro estás bien? ¿No quieres ir al médico o que te revise? Soy un auxiliar de emergencia, lo que llaman un paramédico. - ¿En serio? Pareces muy joven. - Eso dicen. - Yo soy periodista o, casi, estoy en el último año para graduarme. Me llamo Aitana. - Lindo nombre, yo me llamo Leila. - Bueno, Leila, fue un placer conocerte y gracias por salvarme - si supiera que realmente lo hice - te importa si te invito un café mañana, ahora solo quiero quitarme esta ropa. - No te preocupes. Solo cuídate y no estés sola en la calle y mucho menos en callejones. - Lo mismo te digo. Entró a su edificio mientras yo seguí mi camino hasta mi departamento. Me di un baño y preparé mi cena pensando en lo extraño y raro que fue lo que pasó en esa calle. ¿Cómo es que nadie lo vio? ¿Cómo desapareció ese hombre? ¿Por qué quería matarla? ¿Sería él su asesino? Espera, el ambiente cambió, no estaba tan frío como al principio y esa sensación de anormalidad. - ¡Rayos! ¿Y si no era su asesino, sino la muerte que vino por su alma? Diablos, si era así, estaba en serios problemas. ¿Si me encontraron? ¿Y si fue una trampa para atraparme y caí? - No, no. Si hubiera sido ese el motivo ya estaría en una batalla luchando por mi propia vida. Además, ellos no pueden verme. El sonido de mi teléfono perturbó mi silencio provocando que me exaltara y tumbara mi café. - Rayos, debía calmarme. Conteste mi teléfono mientras limpiaba mi desastre. - Aló. - Hola, mi pequeña. Te dejé cuatro llamadas hoy. - Hola, mamá. Ya te las iba a responder, tuve mucho trabajo hoy. - Como todos los días, me imagino que mañana te tomarás el día ¿Verdad? Ni loca le digo que estoy de descanso porque empezaría el interrogatorio. - Mm, no mucho. - Leila, tu padre y yo queremos verte. Así que no sé qué vas a hacer, pero te quiero aquí para la cena antes de que vaya por ti y te invada tu casa ¿Qué prefieres? - Las dos cosas. Te extraño mucho, voy a tratar de quedar libre e ir a la hora de la cena. - Bien. Tu padre va a estar muy feliz. - Yo también, quiero verlos. - Podrías venir más seguido. - Lo haría si papá no toca temas que nos ponen de mal humor. - Esta vez no lo hará. Duramos una hora hablando de todo un poco, de mi día omitiendo ciertas aventuras que no venían al caso hasta que nos despedimos y en mi casa volvió a reinar el silencio. Terminé de comer mientras leía en el libro de la abuela algo sobre lo que pasó en el callejón, porque había algo que no era normal, pero muy intenso y eso no me gustaba, pero no conseguí nada. - Tal vez el abuelo sepa, pero si le cuento seguro se enojará porque una cosa es salvar a un muerto y otra interrumpir a un asesino. Así duré hasta que mi reloj marcó la medianoche, tomé mi pequeño dulce de pastelería, prendí una vela y lo llevé a la ventana, mirando el cielo. "Feliz cumpleaños, Dilan, espero que tengas una vida muy feliz" - soplé la vela y lloré recordando nuestros días. Debía ser la única niña que piensa en su mejor amigo después de tantos años y él ni siquiera debe recordar que existía. -*- Al día siguiente me desperté con los gritos de la vecina porque su esposo llegó nuevamente tarde y bebido. Salí de mi cama, abrí la terraza y me asomé con mis dos tazas de café y le di una a Samantha como todas las mañanas. Era mi vecina, era mayor que yo por dos años y se mudó hace un año. Era muy callada y divertida, no diría que éramos las mejores amigas, pero casi todas las mañanas nos encontrábamos en nuestras terrazas y hablamos de trivialidades como el trabajo, su ropa, su novio o simplemente del clima mientras nos tomábamos una taza de café y escuchábamos a los vecinos ruidosos. - ¿Esta vez que fue? ¿Llegó tomado o lo encontró con otra? - le pregunté. - Ambas, y empezó el mismo discurso de siempre. - ¿Qué no volvería hacerlo y que pensaba en ella? - Tal cual. - Nos reímos porque ese era el despertador de casi todas las mañanas. - ¿Y eso? ¿Por qué no estás lista para ir al trabajo? - Día libre por mi eficiencia laboral. - Felicidades, chica médica. - No soy médico. - Eres paramédico, es casi lo mismo, ¿no? - No. No lo es, los médicos usan bata blanca, están dentro de un hospital y van salvando vidas. - Tú haces eso, excepto que no llevas bata blanca y vives dentro de una ambulancia, es casi lo mismo. - No...- mejor no discuto con ella. Volvimos a escuchar algo romperse en la casa de los vecinos y vimos volar la ropa hacia la calle. - Ahí va una vez más. - decimos juntas. - ¡Oye, chica no médica! Espera aquí. - entró un momento a su casa y salió con una bolsa - es para ti. Disculpa la bolsa tan poco presentable, pero la compré anoche y no me dio tiempo de comprar algo decente. - No tenías por qué molestarte, ¿a qué se debe? - ¡⁣A que eres una gran vecina que me hace un rico café todas las mañanas y que es tu cumpleaños! ¡Feliz cumpleaños! - Eso sí, me tomó por sorpresa. - Gracias, no me lo esperaba. Ni sabía que lo supieras. - Unos días después que me mudé te vi cantarte cumpleaños, y soy buena con las fechas, así que, ya que tenemos esta amistad extraña de vecinas de terraza, se me ocurrió darte este presente. - Eres muy linda, no tenías por qué darme nada. - Lo sé, pero quise hacerlo. Además, tú me diste un regalo de cumpleaños y tampoco te dije nada. Abrí mi regalo y era una cadena con un dige del árbol de la vida. Qué casualidad. - Es hermoso. - Lo vi, y me recordó a ti. Representa la vida y la muerte con sus múltiples caminos, pero siempre te llevan al mismo lugar. Tú eres así, luz, vida y juegas con la muerte, chica no médica. - Es un significado muy acertado, soy alguien que da vida. - Que pases un lindo día. - Gracias. No voy a hacer nada, para que lo sepas. - Está bien. Entre a mi casa, me bañé y empecé a recibir llamadas de mis compañeros de trabajo, de mis padres, y decidí dar una vuelta por la ciudad, visité museos, parques y me fui de compras hasta que se me hizo hora de volver a casa para arreglarme y ver a mis padres. - ¡Leila! Escuché que alguien me llamaba y vi a una chica correr hacia mí. - Hola. No podía creer que fueras tú, otra vez. - Hola, Aitana. ¿Cómo dormiste? - Rara. Tuve pesadillas extrañas, pero me imagino que fue por la impresión. - ¿Pesadillas? - Sí, soñé que me cortaban el cuello y me apuñalaron varias veces, había mucha sangre alrededor y después no había nada, solo un lugar extraño, cálido y desperté. - Vaya, qué sueño tan explícito. ¿Viste al asesino? Digo, curiosidad. - pregunté por qué, recordando cómo la encontré, tal vez así fue como murió. - No lo recuerdo. Tú ¿Qué haces por aquí? - Vengo del parque, vivo por aquí cerca. - ¡Ah, que bien! Somos vecinas. ¿Te invito el café? - Voy tarde para una cena, pero qué tal mañana en la noche. - Me parece, cuídate. - Cuídate tú por ahí, no estés sola. - Sí, ya me lo has dicho. Llegué con tiempo a la casa, me vestí y pedí un taxi para ir a casa que quedaba a media hora de la mía. Como era de esperarse, mamá me recibió con abrazos y mimos, al igual que mi padre. - Ahí está mi ángel, feliz cumpleaños, princesa. - Gracias, papá. - Dios, pero qué bella estás ¿Cómo vas con tus cosas? - Bien. Mucho trabajo. - Estoy tan feliz de tenerte en casa, mi amor- menciona mi madre - te hice tu comida favorita. - Los extrañé mucho. - Si nos extrañas, puedes volver a casa. - Papá, estoy bien donde estoy. Me queda cerca del trabajo, tengo mi espacio y ustedes el suyo. - Bueno, no hablaremos de eso - interrumpe mamá -. Voy a traer tus presentes. - ¿Y el abuelo va a venir? - no debí preguntar. - No hemos hablado con él. - dice mi madre dejándonos solos a papá y a mí - Sigues molesto con el abuelo. - No. Ya arreglamos la última pelea que tuvimos. - Papá, ¿Por qué insiste en recordarle la muerte de la abuela? Él también sufre. - Lo sé, hija; pero no puedo evitar preguntarme ¿Por qué no la revivió? ¿Por qué justo en ese momento fue que decidió no hacer lo que siempre había hecho? - Yo tampoco lo hice, papá. - Eras solo una niña, Leila. - Tenía siete años cuando la abuela murió, y ya había revivido a varios. - No quiero hablar de eso contigo. - Voy a llamar al abuelo, espero no te molestes. - Hizo un mal gesto y usé nuestros códigos para que se presentará - Qué raro. - ¿Qué cosa? - El abuelo no responde, siempre me responde. - Estará ocupado. El abuelo nunca estuvo ocupado para mí, ahora que lo pienso; tampoco me llamó para darme el feliz cumpleaños como todos los años. Algo no estaba bien, ¿y si le pasó algo? Volví a intentarlo y nada. - Mira tus regalos - llega mi madre con dos bolsas. Ropas y libros - sé que te encantan. - Gracias, mamá y papá. - Vamos a cenar. Una vez en la mesa estuvimos hablando del día laboral de mis padres, su viaje a Argentina el mes pasado hasta que papá tocó el tema que no me gustaba. - Y mi pequeña hija, ¿por fin nos dirás en qué trabajas? - Ya les he dicho, soy contadora en una empresa de alimentos. - Pero nunca nos has dicho en cuál, y todavía no entiendo. ¿Por qué trabajas tanto que hasta de noche te toca trabajar? - Eso es, a veces, cuando hay cierre de mes. Odiaba mentirles, pero si papá se enterará de que trabajo de paramédicos pondría el grito en el cielo porque me lo prohibieron tantas veces, ninguna carrera que me exponga era permitida, ni medicina, enfermería, forense, leyes, nada. Entre más lejos estuviera de heridos o muertos, mejor. - Vamos a cantarle el cumpleaños a la princesa. Mamá llegó con una torta de chocolate, mi favorita. - ¡Piensan cantar sin mí! Me volteé y vi al abuelo, corrí a sus brazos. - ¡Abuelo! Me tenías preocupada, no contestaste. - Lo siento, pequeña luz, estaba ocupado con algo de lo que hablaremos, luego - esto último lo dijo en susurros lo que me llamó mi atención. -Ahora vamos a cantarle las primaveras a mi lucecita. Nuera, tan bella como siempre, y tú, mi querido amargado hijo, siempre tan malhumorado. - Hola, papá. Mi papá y mi abuelo no eran precisamente la mejor relación de padre e hijo, pero después que se enteró de la verdad y que me protegía hubo una tregua entre ellos que le permitió establecer una relación cordial, gracias a mí, con la única condición que mi abuelo jamás me hablará de su don y que yo no los usará, algo que obviamente ninguno cumplía. Cantamos el cumpleaños y dos horas después estaba de regreso en casa. No la pase mal, esperaba que papá y el abuelo entrarán en una disputa, pero no sucedió, y tuve un cumpleaños decente. Al llegar a mi piso volvió esa sensación de frío y de estar siendo observada, mi cuerpo se erizaba y mi corazón estaba a millón. Corrí a mi departamento y abrí lo más rápido que pude y cerré. - Debo calmarme. Debe ser por la impresión de ayer. - ¡Algo que contarme, pequeña! - ¡Aaaah! - grité del susto y prendí la luz, para encontrar a mi abuelo sentado en la mitad de mi sala. - ¡Abuelo! Eso no se hace, casi me provoca un infarto. Podías haberme acompañado como todo abuelo normal a su nieta, no aparecerte así. - Tenía algo que hacer. Ahora, mi pequeña luz, ¿Quieres contarme qué has hecho en estos últimos meses? - Lo mismo de siempre, ¿quieres café? - afirmó y empezó a ver mis libros de estudio. - Me imagino que aún no les has dicho a tus padres que eres paramédico. - Papá me encerraría si se entera. Le entregó su taza y me senté a su lado. - Leila. -Lo observé - que sucedió ayer. ¿Cómo sabe que algo sucedió? ¿Me habrá sentido? - ¿Con respecto a qué? - Conmigo no juegues, hija. ¿Qué pasó? - ¿Cómo sabes que algo sucedió? - Tu primero. Está bien, igual se lo iba a decir, tal vez me ayude a entender. - La verdad no lo sé con exactitud, fue algo muy extraño. - Soy todo oído. - Ayer venía caminando a la casa, de repente todo se volvió silencioso, frío, algo muy extraño, sentí que alguien me seguía, pero no vi a nadie; seguí mi camino hasta que sentí una sombra que me rozó la espalda y sé que no debí seguir mis instintos, sino la razón, pero fue más fuerte que yo, era como si hubiera algo o alguien que me atraía y no podía evitarlo. - ¿Qué vistes? - Una chica, estaba sin vida en el piso, desangrada y había un hombre a su lado, vestía de n***o, fue como si me hipnotizara. - ¿Te vio? - No lo creo, me hubiera matado por ver como mataba a esa chica. - ¿Estás segura de que él mató a esa joven? - Estaba a su lado, pero la verdad, no lo sé. Ya te dije que fue extraño, sentí una voz muy gruesa y una energía que me atraía a ese lugar, pero luego un gato me asustó, volteé y ese hombre ya no estaba. - ¿Reviviste a la chica? - Sí, me costó mucho hacerlo. - ¡Ay, Leila! - Su expresión no me gustó. - ¿Qué sucede abuelo? - Siempre te he dicho que hay límites. - Lo sé, no he quebrantado ninguno. - Lo hiciste. ¿Cuánto tiempo llevaba esa chica muerta? - No lo sé, diez o quince minutos. - ¿Y lo demás? Y no me digas que no has usado tu don porque sabes que no es así. - Solo dos chicos más que me han costado salvar aparte de ella, pero... ¿Qué sucede, abuelo? - Hija, has traído almas que ya han pasado el umbral y eso no es juego. Eso explica por qué todos están alerta. - Espera, me dices qué... ¿Me han descubierto? ¿Debo huir de nuevo? - No, aún no; pero debes dejar de usar tus dones por un tiempo. - No puedo hacer eso, no puedo dejar morir a alguien. - Lo entiendo, pero si traes de regreso a alguien más que haya pasado el umbral, vamos a estar en serios problemas. Voy a tratar de investigar más, tú no hagas nada estúpido, jovencita. Esto no era bueno, nada bueno. - Abuelo - se volteó a verme. -Pasó algo más. -Me observó con atención. - Cuando estaba reviviendo a la chica, sentí un escalofrío que nunca había sentido, era como si lo que retenía a la chica fuera yo misma y me sentí agotada, como si una parte de mí faltara. - ¿Sentiste eso antes? - Nunca. ¿Sabes por qué? - se quedó en silencio. - No estés sola, no llegues tarde y no uses tus dones. - Está bien, cuando tenga noticias vuelvo, y mejor yo, que él. - ¿Él? Se fue, sin decir más nada y llena de preguntas. ¿Qué había hecho? ¿Cómo no iba a usar mis dones? ¿Qué era lo que sentí? ¿Quién era él? Dios, ¿en qué lío me metí ahora?
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