El Don

3889 Words
Leila. Mi madre estaba en la cocina haciendo la cena en nuestra nueva casa mientras yo le hacía compañía a mi papá en su nueva habitación y le contaba de mi nueva escuela y de la ciudad. Él seguía dormido desde el día que nos tocó huir de nuestra ciudad hace un mes, pero no estaba asustada porque el hombre de n***o que resultó ser mi abuelo nos dijo que él estaría bien, que iba a despertar en poco tiempo. Mamá no le creyó mucho, pero no tuvo de otra cuando despertó dos días después y se dio cuenta de que el ángel n***o, como apode a mi abuelo, nos estaba protegiendo. El abuelo nos trajo a una ciudad lejos de donde vivíamos, dijo que aquí estaríamos bien, que había borrado nuestras huellas, y que el hombre de capa negra que casi mata a mi papá al intentar robarle su alma se dio cuenta de que él no tenía el don de dar vida, por lo tanto, no pueden hallarlo y murió. Según le explicó a mi mamá, le dijo que cuando un ángel de la muerte intenta robar un alma que no está en la lista y no tiene el don de la vida, este muere por quebrantar la regla; eso fue lo que ocurrió esa noche y eso nos daba mucha ventaja para desaparecer de sus ojos. La verdad, no entendí de qué lista hablaba, pero si él decía que íbamos a estar bien, yo le creía. Durante esos dos días que mamá estuvo dormida, el abuelo me enseñó a cómo comunicarme con él en códigos y reglas que, según él, debía memorizar para controlar mis emociones y no sucediera lo del río y lo que pasó en el jardín, también volví a practicar el idioma raro que me enseñaba mi abuela. Mi nueva casa no estaba mal, no era tan grande como en la que vivíamos y tampoco era de dos pisos, pero era cómoda; tenía tres habitaciones, dos baños, una sala con un televisor muy grande, estaba ubicada en un lugar muy seguro y se podía ver casi toda la ciudad desde la terraza, había una piscina y un parque para niños, vivíamos en el piso dieciocho, eso también era nuevo, porque en Bélgica todo era casa, aquí eran edificios. - ¡Leila, ven a cenar! - gritó mi madre desde el comedor. Otra ventaja: todo se comunicaba y mamá no tenía que gritar tan duro. - ¡Voy! - miré a mi papá y le di un beso - ahora vengo para contarte lo que hice en la escuela. Terminé de ayudar a mi mamá a servir los jugos y nos sentamos a cenar. Mamá se concentraba en su comida mientras me hacía preguntas sencillas sobre mi día y esperaba que la sopa que cada día le hacía a mi papá, por si despertaba, no se secara. - ¿Ya hiciste tus deberes? - Sí. Le contaba a mi papá sobre la tarea de historia y que nos mandaron hacer un cuento. - ¿De qué le hablaste? - De la historia que me contaba mi abuela sobre dos seres que se amaban, pero no podían estar juntos porque sus mundos eran distintos. - ¿Por qué decidiste contar esa historia? - Porque es muy triste, y no me gusta el final que tenía, así que lo cambié. - ¿Cómo lo culminaste? - Abuela decía que los protagonistas decidieron separarse porque su amor era prohibido para el mundo, y que sus responsabilidades eran mucho más grandes que sus sentimientos y eso no me gusto, así que los deje juntos y que el mundo, ¡Plos! - estalle mis manos y mamá se rio - se las arreglara como pudiera. - ¿Eso es algo egoísta, pequeña? - No. Papá dice que la felicidad es lo más importante para una persona, porque si uno está feliz con uno mismo, también puede dar felicidad y hacer el bien; pero si no eres feliz, eres un amargado y haces daño. Así que mis protagonistas tienen un final feliz. - Es un análisis muy básico, pero certero; sin embargo, a veces la felicidad es relativa, no se puede ser feliz, a costa de la vida o el daño hacia los demás; la vida nos pone a prueba, y renunciar a la persona que amas por un bien común, también es amar y ser feliz contigo mismo. - Mm, eso no tiene sentido, mamá. ¿Tú renunciarías a mi papá para que alguien más fuera feliz y tú no? - respira profundo y deja su comida a un lado. - En la vida hay que hacer sacrificios para mantener a salvo a las personas que amamos. Gracias a Dios, a tu padre y a mí no nos tocó sacrificar nuestro amor, pero sí otras cosas, por ejemplo, dejar nuestro país y nuestra casa para mantenernos con vida. La observé y pensé en nuestra antigua casa, en la gente del pueblo, el trabajo de mis padres, mi escuela, amigos y en Dilan, lo extrañaba mucho. - Fue mi culpa que huyéramos de casa. - No, mi pequeña, no fue tu culpa. Son cosas que pasan, pero quiero que entiendas que a veces las cosas no son como nosotros queremos, y hay que aceptarlo. - Extraño a Dilan, es mi mejor amigo, y no quiero que piense que lo abandone. Debe estar muy enojado conmigo, él se molesta cuando me pierdo y no le hablo. - No te preocupes por él. Dilan, siempre te llevará en su corazón como tú a él. - ¿Crees que un día lo vuelva a ver? Él prometió que nos casaríamos; además, si yo no estoy a su lado, ¿quién lo va a cuidar? mí? - Mamá se echó a reír. - Así que mi hija ya estaba comprometida y yo no lo sabía - se lleva las manos a su pecho - me siento ofendida. Escuchamos ruidos que venían del pasillo. Mamá se puso alerta y me tomó en sus brazos para luego ponerme detrás del mueble. Siempre tomaba esa actitud cuando escuchábamos algún ruido. - No salgas de aquí, pase lo que pase, hasta que yo te diga: ¿de acuerdo? - El abuelo dijo que aquí nadie nos encontraría, no necesito esconderme. - Leila, obedece. - Está bien, no saldré de aquí. Mamá se levantó después de esconderme, se acercó a la mesa tomando un cuchillo, lo puso en su espalda mientras seguía el ruido por el pasillo con cautela y la observaba, no iba a dejar que la lastimaran si esos hombres de n***o volvían. Se escuchó algo romperse, provocando que ambas nos asustáramos cuando de repente veo una sombra en el pasillo acercándose a la pared donde mi mamá se escondía. Mi corazón empezó a latir muy fuerte, mis manos a sudar y empecé a sentir miedo. Recordé las palabras que me enseñó el abuelo para llamarlo cuándo lo necesitáramos si estábamos en peligro. "Xavf, uyda begona. Qo'rquv" Repetí varias veces hasta que escuché un grito de mi mamá con su cuchillo levantado y el hombre del pasillo cayó al piso deteniéndola. - ¡Lena! ¿Qué haces? - ¡Héctor! - Papá, era mi papá - ¡Por Dios, amor, despertaste, por fin! Mamá se le fue encima a besos mientras papá la abrazaba. - ¡Mujer, casi me matas del susto y con un cuchillo! ¿Qué sucede? ¿Dónde estamos? - ¡Lo siento, lo siento! No pensé que fueras tú - lo volvió a besar para luego ayudarlo a levantarse. De repente la casa empezó a sentirse un poco cálida, ya conocía esa sensación; segundos después apareció el abuelo. - Veo que ya te despertaste - dijo en medio de la sala detrás de mi papá. - Tú, otra vez - dijo furioso. - Te dije que no te quería cerca de mí o de mi familia. - Héctor...- trata de interrumpir mi madre. - ⁣Héctor, nada, ya hemos hablado de esto, Lena, ¿en qué idioma te lo debo decir? - Mi nieta me ha llamado, diciendo que estaban en peligro. ¡Oh, no! Siempre impulsiva, debo aprender a esperar. - ¡Tú eres el peligro! - Acabas de despertar y debes recuperar toda tu energía. - le dice mi abuelo sin molestarse- nuera, veo que hiciste sopa, sírvele un poco a este terco, tiene mucho tiempo sin comer y necesita estar en sus cinco sentidos para hablar. - No necesito comer, sino que te vayas de mi casa y ¡me dejes en paz! Papá se tambaleó y casi se cae al piso si mi abuelo, con un movimiento de sus manos, no mueve la silla a su lado; me gustaba cuando hacía eso, debía ser grandioso mover las cosas con solo un dedo. - No fue nada - replicó el abuelo mientras papá le lanzaba una mirada matadora. - Voy a servirles algo de sopa a ambos. - Yo no comeré con este señor. - Ya deja de alebrestar, y come, tu esposa ha hecho muchas veces esa sopa, y es muy deliciosa. Papá lo ve furioso, pero el abuelo se ríe. - Ese es el mismo gesto que le hacía a tu madre cuando me enojaba. - No menciones a mi madre. - ¿Cómo te sientes? - ¿Qué te importa? - Me importa, eres mi hijo y siempre me has importado. - Papá se agarra la cabeza como si le doliera algo. - Tranquilo, el dolor de cabeza es normal, se pasará en dos días. ¡Mi pequeña luz, ven a saludar al abuelo y a tu padre, me imagino, desea verte! Papá, alzó la mirada como si de repente se acordara de mí, al igual que mi madre. - ¡Cierto! ¡Leila, ven! - dice mi madre colocando los dos platos de sopa en la mesa. Salí de mi escondite, me topé con la mirada de alivio de mi papá y su hermosa sonrisa. - ¡Ay, está mi preciosa mujercita! - mencionó el abuelo. - ¡Mi ángel! - dijo papá abriéndome sus brazos y corrí hacia él, abrazándolo tan fuerte como podía. - Mi pequeña, pareces más grande- me dio un beso y me volvió a abrazar. - Sabía que despertarías, y el abuelo dijo que lo harías. No vuelvas a dormir tanto tiempo, te extrañé. - Volví a amarrar mis brazos en su cuello y enterré mi rostro en su pecho y lloré. - Tranquila, mi ángel, papá, está aquí para cuidarte. - Eso harás, primero comerás - ordenó el abuelo. Lo observé y fui hasta él para abrazarlo, me tomó en sus brazos y me dio un beso. - Lamento haber llamado, falsa alarma, pero sentimos ruidos y vi una sombra, me asusté. - Tranquila mi pequeña, te dije que siempre podrías llamarme si me necesitabas. - Ella no te necesita. El abuelo lo ignoró y me dio un beso. - Mejor terminemos de cenar - dijo mi madre. Cosa que obedecimos, aunque papá no estaba muy contento con eso. Una hora después papá ya estaba sentado en la sala con mi abuelo y conmigo, mientras mamá terminaba de acomodar la cocina, le contaba al abuelo sobre mi historia y parecía muy emocionado, mi papá no tanto. - ¿Qué les pareció mi final? - pregunté. - Me gusta mucho más tu final que el que tenía - dijo el abuelo. - Me quedo con ese. - ¿Te conoces el final de la historia? - dije sorprendida. Mi abuela dijo que ese cuento solo lo conocían mis padres y yo. - Sí, conozco esa historia, y definitivamente me gusta más tu final. - Pudo ser así, pero pudo más la soberbia. - dijo mi padre. - No fue la soberbia, fue una decisión por el bien de todos. - No sé quién es todo. - El abuelo respiró profundo- mejor explícame, ¿qué quieres? ¿Qué hiciste esta vez para que estemos aquí? ¿Cómo llegamos aquí? Mi madre me vio y me mandó a mi habitación mientras ellos tenían que hablar de cosas de adultos. Trataba de no desobedecer. Mi abuela me enseñó que debía ser respetuosa con mis mayores, pero yo no era boba. Sabía que mi papá iba a pelear con el abuelo y que discutirían por nuestra huida de casa, por lo tanto, me quedé escondida en el baño donde se escuchaba todo lo que hablaban en la sala. - No quiero que te alteres porque apenas estás recuperando fuerzas. - ¿Quiero saber qué hiciste? - Ya te lo dije, reviví a mi nieta. - Recordar eso aún me daba escalofríos. - Eso ya lo entiendo, pero ¿Por qué tuvimos que huir de nuestra casa, de nuestra vida cuando van detrás de ti? El abuelo miró a mi madre y ella empezó a jugar con sus dedos como hacía cuando estaba nerviosa. - ¿Qué es lo que recuerdas antes de despertar? - Estaba en casa, apareciste diciendo que debíamos huir y mi casa estaba siendo destrozada; luego corrimos y en el jardín apareció un hombre y... quedó callado - me asfixiaba, no recuerdo más, pero dijo que tenía el don de la vida. - No lo tienes. - ¡Eso ya lo sé! Renuncié a él porque no quiero nada de eso. -El abuelo se rio como si papá hubiera hecho un chiste. - Era de esperar que tu madre te dijera que renunciaste a tu don. - Es la verdad. - Uno no puede renunciar a su don Héctor, si fuera así de simple tu madre y yo lo hubiéramos hecho. - ¿La abuela también salvaba a los muertos? - ¿De qué estás hablando? Mamá fue clara conmigo, me dijo que no debía preocuparme que ella había renunciado a sus dones y yo también por eso no recordaba nada. - Tu madre conservaba su don hasta el día que murió, pero ninguno de los dos los usaba desde aquel día en el que te perdimos en ese accidente y les hicimos saber de tu existencia cuando te regresé a la vida y ella rompió las reglas. - Papá también murió - volví a usar mis dones hace un mes cuando mi nieta se ahogó en el río. - ¿Hace un mes? - Mi madre le toma sus manos para calmarlo. - Llevo un mes dormido, ¿cómo es posible? - Uno de sus discípulos, el que te estaba asfixiando, intentó tomar tu vida, pero... se pudo evitar que pasara. - ¿Los detuviste? ¿Quieres que te agradezca por eso? Ellos pensaron eso porque empezaste a revivir a las personas en nuestro pueblo, los trajiste a nosotros y al revivir a ese niño nos expusiste. - Héctor, lo único que quiero es proteger a mi familia, es lo que tu madre y yo siempre hicimos. - Sí, es así, ¿por qué no la reviviste? -Es cierto, ¿Por qué no lo hizo? - Aun cuando te lo explicara, no lo entenderías, ¿crees que si le robaba tantas almas a la muerte que no conocía, no la reviviría a ella, que era mi vida? - No me importa tus excusas. - Ella murió porque dio su vida, porque... fue su decisión. Una que empecé a entender dos meses después de que murió. Papá estaba molesto, podía ver su expresión de enojo desde mi escondite. - Ella murió por protegerte a ti, porque escogiste salvar extraños antes de detenerte, ella te amaba y no iba a permitir que ellos llegaran a ti. Mataste a mi madre por tu egoísmo. Espera, la abuela murió porque el abuelo revive lo que está muerto, pero... - Yo veía a tu madre y a ti, aunque tú no me vieras, nos cuidábamos y jamás la pondría en peligro. - No me vengas con bobadas. - Héctor. Nuestro don es algo que nace con nosotros, algo que no podemos evitar y hacemos nuestro deber, lo que nos enseñan, yo lo heredé de tu abuelo y tu abuelo del suyo. - Ya sé la historia, no necesito que me la repitas. Has revivido a los muertos en ese pueblo, y eso trajo a todos esos desgraciados detrás de mí, y ahora debemos escondernos. Esto no es justo, la vida es vida, la gente merece vivirla, por algo existe ese don. - ¿Por qué simplemente no puedes parar? - Papá... - Leila - habla mi madre después de mantenerse en silencio tanto tiempo. - No le hables al abuelo así, tú siempre dices que debemos respetar a nuestros padres, y la abuela lo quería mucho. - Hija, eres muy pequeña para entender. - El abuelo no hizo nada. - Leila es una conversación de adultos, y los niños no deben meterse. ¡Ve a tu habitación! Y tú, ¡Vete! Aléjate de mi familia. El abuelo me vio y me guiñó el ojo diciéndome que todo iba a estar bien y obedeciera. Corrí a mi habitación mientras el abuelo desaparecía frente a nosotros. No me gustaba ver a papá enojado, pero no era justo cómo trataba al abuelo, él solo nos cuidaba. "Cuando tu padre despierte estará molesto, así que no lo tomes personal" "¿Se lo vamos a decir? ¿Y si se enoja conmigo?" "No podría estar enojado contigo porque te adora como yo a él y a ti. Confía en mí" Confió en ti, abuelo. Escuché mi puerta abrirse y entró mi papá, un poco más calmado y con su pijama. - Vine a darte las buenas noches. - Está bien, papi. Te extrañaba mucho. - Tu madre me dijo que vas muy bien en tu nueva escuela y que está muy cerca de aquí. - Sí, es bonita, pero extraño la otra escuela y a mis amigos. - Sobre todo, a Dilan, ¿no? - afirmé. - Lamento que nos hayamos ido de esa manera, y haberte gritado, pero no me gusta que te inmiscuyas en conversaciones de adultos. Ese señor y yo no tenemos una buena relación. - Papi, el abuelo es bueno. - Estás muy pequeña para entenderlo. Yo era muy pequeña, pero entendía lo que sucedía y sabía interpretar las cosas. La abuela desde muy pequeña me enseñó a ser muy observadora y analizar todo lo que estaba a mi alrededor para aprender a protegerme. - ¿La abuela también podía revivir lo que muere? - No hablemos de eso. Olvida lo que dijo ese hombre o lo que escuchaste. Vamos a tener una vida normal y él se alejará de nosotros y quiero que lo entiendas. - No puedes alejarlo de mí, papá. La abuela lo mandó a cuidarme porque ella ya no está. - ¿Eso te lo dijo él? - No. Me lo dijo la abuela, cuando murió, me miraba sin entender. - La abuela me dijo que no le tuviera miedo al hombre de n***o que siempre la visitaba porque él me cuidaría y lo hizo. - No sabes lo que dices, Leila. No vamos a mencionar este tema, ven a dormir. - ¿Tú no puedes salvar vidas? - respira frustrado - a veces cuando se hereda el don dos veces consecutivo se salta una generación, eso dice el libro. - ¿Qué libro? - No puedo mostrárselo, y tampoco podrías verlo. Me subí a sus piernas y lo abracé - no quiero que te pelees con el abuelo porque no es su culpa, es mía. Me miro extraño y con fuerza. Fui hasta mi cuaderno de notas que tenía con las cosas que me dio la abuela y se las entregué. Papá la abrió sin entender. Al abrir la caja vio el collar que mi abuela siempre cargaba consigo y no dejaba que nadie tocar excepto yo; luego una hoja en blanco que tenía un mensaje, pero solo se podía ver si repetía algunas palabras que solo yo podía pronunciar y el abuelo, un libro en uzbeco, idioma que apenas estaba aprendiendo y, por último, una rosa marchita por el tiempo que llevaba guardada. - Son las cosas de la abuela, creí que las había perdido. - Me las dejo a mí y me dijo que nadie las viera. - ¿Por qué? - El abuelo dijo que no te enojarías conmigo, no me gusta cuando estás bravo. - ¿Por qué me enojaría contigo? Me senté a su lado respirando profundo, la abuela decía que siempre debía ser valiente. - Fue mi culpa que nos fuéramos de casa, yo no dejé que se llevaran a Dilan, es mi mejor amigo, prometí cuidarlo y tú siempre dices que la palabra se debe cumplir. - ¿Qué tienes que ver tú con lo que pasó con Dilan? - ¿Me prometes que no te vas a enojar? - Leila... Tome la rosa que estaba en la cajita y la puse frente a él, unos segundos después empezó a brillar recuperando su color, su olor, volvía a ser una rosa viva. Papá miraba la rosa y luego a mí, hizo eso varias veces sorprendido. - Yo fui quien trajo a Dilan, papá. No el abuelo y ese hombre me vio, el abuelo le hizo algo con las manos alejándolo de nosotros y nos pidió correr a casa y esperar por él. - No es posible. Papá se veía asombrado y enojado al mismo tiempo, miró a mi mamá que estaba apoyada en la puerta. - También traje a Francisco, pero fue sin querer. Vi al abuelo a su lado y pensé que se lo llevaría, por eso rompí la promesa que le hice a la abuela de ignorarlo cuando venía a vernos. Él se fue y cuando te escuché, me asusté y lo toqué sin querer. - ¿Tú los trajiste? - afirmé -. ¿Cómo? - No lo sé, lo hago desde niña, empezó con las rosas muertas de la abuela, luego pasó con Coco, ¿te acuerdas de Coco? - Tu conejo. - Él murió, lo toqué y volvió; como los demás. Hasta que murió el abuelo de Dilan, yo lo toqué sin querer y regresó. - Eso fue hace cuatro años, acababas de cumplir los cinco - llevo sus manos a la cabeza. - La abuela me hizo prometer que a nadie se lo diría, ni siquiera a mis papás, y me prohibió tocar algo que muriera, pero a mí no me gusta ver a las personas tristes; ni ver morir a nadie. Me perdonas por hacer que me descubrieran. - Eres tú, siempre fuiste tú. - afirmé. - Tengo el don de los abuelos, pero no te preocupes, el abuelo hizo lo mismo que hacía la abuela para que ellos no me encuentren. ¿Estás enojado? Repose mi cabeza en su hombro, me vio un par de veces más, luego a mi madre, me tomó en sus brazos tan fuerte como pudo. - Tienes el don - susurro. - Siempre has sido tú. - Yo adoro mi vida y lo que hago. - ¡No, no puedes volver hacerlo! ¡Prométemelo! ¿Por qué me daban un don si no podía usarlo? Eso no tiene sentido. Tenía un don y solo yo podía mandar sobre él. Nadie me iba a detener, ni esos hombres de n***o, yo salvaría vidas.
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