O

2613 Words
Oscuro: Y ahí esta de pie sin hacer nada. Su cuerpo se queda inmóvil para observarte, quiere mirarte profundamente y que tu vista se pierda en ella. Aunque sin profundidad alguna, pues a ella le basta con algo pasajero. ¿Y quien sera aquel pasajero? ¡Descuida! Aun no se acerca a ti, más solo te vigila atenta con mucha determinación, creando una profundidad superficial entre los dos. ¡Te quiere lastimar! ¡Vamos corre! Pero tu cuerpo no reacciona a tus pensamientos, te has perdido en la profundidad, te ha atrapado al fin. ¡Corre! ¿No puedes? Inténtalo, lucha, sal de esta. ¡Vamos! Sus uñas se acercan rápidamente, hay sangre en sus labios, te esta gritando en la cara y no haces nada. ¡Vamos, solo quiero que hagas algo! ¡Te lo suplico! No te quedes de pie dentro de mi. ¡Ayúdame! Y hay llanto, más llanto en la calle que se ha vuelto oscura. ¿Que esperas? La piel de tu cuerpo se comienza a abrir, comienza a brillar, ya ha comenzado a llorar. —¡Pasajeros con destino a la muerte...! —escuchas dentro de ti. ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Ayúdame! Pero no haces nada, solo, te dedicas a mirar esta escena macabra y creo que hasta comienzas a sonreír. ¿Por que? Ella esta tocando tu alma, se ha metido en la profundidad de tus venas para obtenerlo todo de ti. —... les informamos que este avión esta a punto de aterrizar! Corres. Mas rápido, quieres salir, lo necesitas, saltar con el viento y pasar por las nubes. ¿Cual es tu deseo? ¿Ella lo tiene? ¿Que es lo que harás? No encuentras la salida, no hay salida pues donde no ha habido entrada tampoco habrá salida alguna. ¿Entonces? Piensa. Piensa. Dolor. Sangre. Tu. ¡Esto es! Ella sonríe, te succiona la piel, muy cerca estas de caer. ¡Haz algo ya! Y lo haces. ¡Que haces? La besas, le acaricias, le engañas y la matas, la asesinas, le quietas la vida antes de que ella te la quite a ti. Te limpias la cara, el avión ya ha aterrizado con tranquilidad. Secas el llanto y lo sepultas en la oscuridad junto con el cuerpo de ella, pues no puedes salir de este avión oscuro. “A veces quisiera ponerle principio a mi muerte" El guardia Obed nos puso a armar cadenas para los castillos de las casas. La mañana estaba terminando y yo tenía la boca seca. Termine de dar las vuelta número diez alrededor de la varilla y sentí que estaba quedando demasiado apretado. Por algunos segundos alce la vista a mi y vi a Manuel mirando unos planos. Mis piernas comenzaban a doler un poco por estar demasiado tiempo de pie, mi frente escurría de sudor; y yo estaba a punto de acabar de armar esta cadena. Movía los dedos de atrás hacia adelante para que no se me entumieran, mis piernas dolían y te digo que podía escuchar los latidos de mi corazón un tanto agotados, casi terminaba cuando escuche el silbato sonar. —¡Bien, eso es todo por esta mañana! —exclamó el guardia—. Todo el mundo, es hora de comer. Doy una bocanada de aire, me detengo a descansar un par de segundos y al fin tomo mi mochila. Hoy acabaríamos temprano, por alguna razón no habría actividades en el campamento de voluntarios por la tarde. Deslizó el cierre con mucha facilidad, saco mi toalla y me encaminó hacia la regadera. Al instante, el agua tibia comienza a resbalar por todo mi cuerpo. ¡En verdad que es muy refrescante! Froto cada parte de mí con lentitud, mis brazos, mi pecho, entre las piernas y todo mi yo, hasta eliminar el rastro de sudor. El vapor ascendía velozmente arriba de mi cabeza, el olor a menta se impregnó en mi piel. Con la toalla en la cadera, camine hasta mi casillero. Me puse el pantalón, subí la bragueta, abroche el botón, me puse calcetines y amarre los cadetes de mis zapatos. —¡Hey perro! —la voz de Daniel llama mi atención. —¿Tendrás taller esta tarde? —pregunté. —El guardia Erick suspendió el entrenamiento de taller. Nos mandó a descansar. —¿Y eso? —¡Quién sabe! —se encogió de hombros—. Creo que tenía una reunión con los demás guardias. —Ojalá y así sea, yo creo que por eso se suspendieron las labores de esta tarde. Él dejó caer su mochila en la banca. —¿Tú qué haces aquí? —me preguntó. —¿Que se supone que debería estar haciendo aquí? Termine de ducharme porque la neta yo apestaba a mercado. —¿Que te tocó hacer hoy?—preguntó con curiosidad. —Estuve armando cadenas y trabes para los castillos —dije. Acomode mis cosas, Daniel se quitó la camisa de trabajo y un olor a pies inundó aquella zona cuando él se quitó las botas. —¡Sale perro! Te veo más tarde. La neta me voy porque te huelen bien feo las patas. Él soltó una carcajada. —De acuerdo. Salí de las regaderas con el cuerpo totalmente refrescado. Sonaba una canción por mis auriculares, Un sueño terrible de El último vecino. El gran pasillo estaba tranquilo a esta hora, un grupo de chicas hablaba de chicos (eso imagine al verlas) y sonrieron al verme pasar. Más adelante un par de chicos buscando entre sus casilleros de trabajo, todo parecía muy normal. La puerta de la cafetería se aproximaba junto con la oficina de los guardias y ella también. ¡Mis jodidos recuerdos me hicieron pensar en ella y en su muerte! Su cabellera obscura hacía ver que su cuerpo se recargaba contra el metal de aquel casillero que se le había asignado. Su falda le llegaba hasta la rodilla (quizá un poco más arriba), sus mallas le hacían lucir unas piernas largas y el color de sus labios era el indicado para querer besar. De pronto note que se giró a mirarme. Sus ojos eran increíbles, como si las estrellas estuvieran en ellos. Ella era Sandra, mi compañera de clase y en verdad que estaba tan guapa. —Hola Sandra! —le saludé. —¡Hola Irwin! —resopló ella. Casualmente comencé a sentirme un poco nervioso, con el corazón un poco agitado. —¿Cómo estás? —pregunté. Se me quedó mirando un instante mientras yo me perdía entre su boca, en sus labios. Formó un curva perfecta y ella se estaba riendo, se giró contra su casillero y solo me dio la espalda. —¡Estoy bien Irwin! —pero su voz era distante a este momento, eso lo sabía— Gracias por preguntar! Noté como sus manos buscaban y rebuscaban dentro, pero su atención la había perdido ya. —¡Te veo en clase! —se me ocurrió decir. Comencé a avanzar, casi lograba entrar al salón cuando encontré una sensación de nervios al pensar solamente en Sandra, ella me pareció muy atractiva. Me giré a verla una vez más, a la distancia brillaba esa sonrisa, ella estaba aún en su casillero cuando su vista chocó con la mía y sus cejas se arquearon sin querer. Yo no quería que ella dejara de mirarme, no lo quise, pero entonces sacó su mano del casillero y la punta del arma se dirigió a mucha velocidad contra su cabeza. Abrí los ojos de golpe, escuche mi mochila caer y yo corrí hacia ella. —¡Adiós! —dijo la curva de sus labios. —¡No Andrea! —grite con voz fuerte. Pero ella no quiso detenerse. Con una sonrisa en los labios y las estrellas en sus ojos, se escuchó en el gran pasillo un disparo ensordecedor. La pistola se impacto al suelo, su cuerpo comenzaba a desvanecerse rápidamente con la sangre y ella no estaba más para gustarme un poco. ¡Sandra se arrancó la vida! Es increíble esta vida. Toda llena de cosas y más cosas. La vida está llena de nosotros y nosotros de ella. Los paramédicos no tardaron mucho en llegar y cuando llegaron se llevaron consigo un cuerpo sin vida de la chica que me gustaba. Las clases se suspendieron en ese instante y todos sin excepción volvimos a nuestro dormitorio. Por alguna extraña razón, no podíamos pasar la hora libre fuera del edificio de voluntarios, así que nos trajeron la cena a la habitación de cada uno. Francisco y los perros consiguieron un par de botellas y muchos cigarrillos de contrabando. Julio ha insistido en que vaya a pasarla con ellos pero la cabeza no deja de darme vueltas. El ver a esta chica me hizo recordar a la chica de la que me enamoré en la secundaria. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué dijo que estaba bien? ¿Le dolió? ¿Qué sentirá su familia ahora que han pasado muchos años? ¿Tendría familia que se preocupara por ella? Estaba pensando, abrí la ventana para que el aire refrescará un poco y alguien llamó a la puerta. —¿Qué haces aquí?- pregunté al verlo. —¿Puedo pasar? Cerré las puerta tras de él. Llevaba un pantalón de mezclilla y una sudadera negra. —¿Cómo estás? —preguntó con interés—. Escuche que hubo un asalto cerca de esta zona y la policía solicitó un toque de queda. —¿Por eso no podemos salir? —¡Exacto! Esa es la razón. Creo que eso los guardias nos están protegiendo— y encogió sus hombros. —¿Como has llegado hasta aquí? —pregunté. —Pensé que sería bueno verte- dijo con ceja curiosa. —¿Para que o que? —¡Me caes bien! De momento no podía creer que Manuel estuviera en mi habitación, mis ganas de querer salir se hizo presente en mi corazón. —Necesito salir de aquí! —exclamé arqueando ambas cejas. —¿Y adónde quieres ir? —preguntó—. Podríamos salir a fumar para animarnos un poco. De su bolsillo saco una cajetilla de cigarros y solo me limité a mirarle con ojos serios. —¿Tú también eres fan de estas cosas? —le pregunte sorprendido. —¡Qué! ¿No te gustan? —Julio y los demás "amigos superficiales" están en el dormitorio de Frank, bebiendo y fumando en el sanitario. ¡Valla humareda que se traen! La cajetilla de cigarros era de un color rojo brillante. —Te pregunte si te gustaban los cigarrillos, nunca pregunte por tus compañeros. Solté un suspiro y la cajetilla aún seguía en su mano. —No se fumar! —admití—. Nunca he fumado. —¡Qué! —exclamó sorprendido y comenzó a reír—. ¿No hablas enserio? —¡Nunca lo he hecho! Es enserio. La risa de Manuel era más aburrida aún, pero un poco alegre a la vez. Comenzó a aclararse la garganta y al fin desapareció su risa tonta. —Entonces es necesario que aprendas a fumar estas cosas. Sandra seguía en mis pensamientos, la recordaba tal cuál después de haberse disparado: tenía la cabeza hecha pedazos y estaba cubierta de sangre. ¡Necesitaba desechar estos pensamientos! —¡Esta bien- y le arrebate la cajetilla. La noche era excelente y Johnny Cash sonaba por los auriculares, uno en mi oído y el otro en el de Manuel. —¿Extrañas a tu familia? —me preguntó con un cigarrillo en la mano. —Un poco si. Al principio pensaba en mis padres y en todo lo que deje allá. Pero sé que todo eso está bien. —¿Cuánto tiempo estarás en el campamento? —Hasta que se acabe el campamento. O no se, tal vez hasta que se me acabe el dinero de mis ahorros. ¿Tú? —También pienso quedarme hasta que se acabe todo. ¿Te gusta estar aquí? —¡Por supuesto! Me gusta todo este ambiente y esta padre poder ayudar a los demás. Asintió con una sonrisa. —¿Tú eres de Puebla? —Si. Vivo como a quince minutos de la capital. ¿Y tú? ¿De donde eres? —Yo soy del norte. Por Sinaloa. —Con razón ese porte que te cargas. —¿Mi porte? —El acento, lo robusto de tu cuerpo y la forma tan abierta en la que hablas. ¡Siento que eres genial! Él sonrió, parecía contento con mi comentario, se metió un cigarrillo a la boca y me ofreció uno. —Deberías intentarlo. Metí el cigarrillo entre mis labios pero solo me trague una bocanada de humo y comencé a toser. —Parece que aún no agarras modo. —Preferible olerlo a fumarlo, aunque prácticamente es casi lo mismo. —Si pero olerlo hace más daño —repuso él. —¡Qué más da! De cualquier forma ambos modos hacen daño. Al final te mueres. Él parecía sonreír. De su boca salió una columna de humo y olía tan bien esta droga. —¿Ya te gusta fumar? —No tanto! —respondí. Ahora Tame Impala sonaba por nuestros oídos. La cabellera negra de Sandra era igual que el cielo de esta noche. Toda nublada, con relámpagos en tormenta. —¿Ves todas esas nubes? —pregunté señalando hacia el cielo. —Parece que va a llover —respondió. —Si. De eso no hay duda —y el cigarrillo se consumía con humo—¿Las has visto? —¿Que cosa? —Las manchas del cielo nocturno, esas nubes con relámpagos. —¿Te gustan las nubes? —Pienso que así somos las personas. —¿Cómo las nubes? —¡Somos nubes! —dije mirándole un instante entre mucho tabaco. —¿Grises y oscuras? —preguntó él. —Si. Como el humo de tabaco, también es una nube —y suspire un poco. Me encogí contra la grada de cemento que estaba en la azotea del edificio de voluntarios, el aire comenzaba a soplar y casi estaba apunto de llover. —¿Tienes sueño? —Si. Aunque me sería difícil dormir con lo ocurrido de mis pensamientos en este día. Su muerte vendrá a mí una y otra vez. El tabaco seguía presente al igual que la música y los relámpagos. La hora libre no había existido este día y nosotros fumábamos a escondidas de todos. —Sabes algo... —pronuncie. —¿Qué cosa? Acerque el cigarrillo a mi nariz. —El venir al campamento me ha cambiado. —¿Así? —Si. Bastante. Antes de venir solía ser muy cerrado con todos, no tenía carácter para hacer las cosas. ¡Pero ahora quiero ser mejor que mi pasado! Tal vez en este momento mis padres estén cenando a solas. Tengo un amigo que soporta todas mis locuras. Todo lo que deje está ahí para mí. El estar aquí y hacer cosas como fumar o beber en el dormitorio; hablar con desconocidos hasta el punto de llamarlos amigos superficiales es algo genial que nunca imagine experimentar —él me escuchaba atento—. En estos meses algo ha cambiado en mi. Aún con la cabeza llena de dolores y horrores, esta experiencia será inolvidable. Viviré más cosas y quiero vivirlas para saber lo que mi juventud aún no sabe. Luego quizá termine muy borracho a punto de vomitar y volveré a casa con muchos recuerdos que tal vez intente revivir con mi nostalgia. El sonido de los truenos estaba sobre nosotros. —¿Te gustaría sentir la borrachera? —Y tener la cabeza sin coherencia alguna.
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