Andrew Miller
- La verdad es que ya no sé cómo hablarte.
Observo a mí padre sin ningún tipo de emoción en mi rostro, lo que él considera es absurdo, algo completamente del siglo pasado, obsoleto, como él.
Amo a mi padre, lo amo mucho, pero en momentos como este lo único que quiero es golpear su rostro y mandarlo a la época de piedra, que es seguramente de dónde ha salido, quizás se crío con cavernícolas o los dinosaurios.
Mi madre me mira con súplica, esperando que no diga nada que lo altere y le suba la presión, quizás rogando que esto salga bien y no le dé un infarto en este preciso momento para así no quedarse viuda, gracias a qué su marido es un completo desquiciado, con la paciencia de un mosquito, que no da lugar a equivocaciones y por supuesto que maneja un régimen militar, una anarquía.
- Eres un mujeriego, vives tú vida como si fueras un adolescente – sigue quejándose – Yo a tu edad estaba casado. – ruedo los ojos.
- Hace ochenta años la realidad era otra – respondo moviendo el vaso en mí mano. – Las mujeres no podían opinar y se dedicaban a la casa e hijos, los hombres mantenían la economía, gracias al cielo evolucionamos y ahora ambos somos seres autosuficientes.
- Andrew – mamá me súplica con la mirada. – Ya no más.
- Dile a él no a mí – señalo a mi padre
- Me he cansado, o te casas o no recibes las joyerías, no voy a darte nada, no voy a dejar mí esfuerzo en manos de un chiquillo que solo se acuesta con mujeres. – aprieto mis dientes molesto.
- Primero no tienes pruebas de eso, no hay ni una sola foto mía con alguna mujer – recalcó lo obvio, pues era muy cuidadoso con eso – Segundo, cumplo perfectamente con las obligaciones que requiere la empresa, no es como si me hiciera el imbécil con ello – mamá volvió a mirarme. – Tercero, estamos en el siglo veintiuno, no es un requisito casarnos para ser felices. – su mirada es gélida.
- Te vas a casar – niego – Lo harás y será con la mujer que yo elija o no obtendrás nada – gritó mientras golpeaba la mesa con su mano.
- ¿Qué es esto? ¿Una anarquía? No estamos en los siglos pasados papá, no puedes hacer eso – mi voz se endurece por el enojo.
- Es lo que va a pasar – apoya ambas manos en la mesa – No te lo estoy preguntando, te lo estoy informando.
- No me voy a casar con una desconocida. – me levanto enfrentándolo.
- Lo harás o saco tu nombre de toda la herencia – apreté mis dientes.
- No. - gruño – Estas siendo completamente irracional, no tienes derecho, he dedicado mis últimos seis años a esas joyerías – muevo mis manos.
- Ya he hablado – niego.
- No puedes hacer eso, me estás obligando a algo que es completamente ilógico e irracional - grito - ¿Qué pasa si no me gustan las mujeres? – sus ojos se abrieron – ¿Me vas a obligar a que me gusten solo por capricho?
Mis padres jadean, era mentira, una vil mentira de mi parte, me encantaban las mujeres en todas sus formas, no me fijaba en su aspecto o no, si me atraía, listo.
Era lo que importaba.
Había estado con mujeres salidas de revistas y no me habían provocado exactamente nada, mujeres con grandes atributos que en la cama no eran más que una piedra inmóvil que nada hacía, lo que nos lleva a que el aspecto no es nada si la otra persona no genera nada.
No tenía nada en contra del matrimonio, no era algo que me atrajera, para ser sincero, pero si llegaba la indicada era capaz de hacerlo, suponiendo que la amase como para que aquello pasará y de que la otra persona me motivase de llegar a ese punto.
Sin embargo, ahora no era el caso y yo era capaz de todo con tal de no casarme.
- ¿Qué? – me miró horrorizado.
- ¿Qué pasa si no me gustan las mujeres, y si me atraen los hombres? – llevo la mano a su pecho – El gran Miller no está de acuerdo con que su hijo sea gay, su pensamiento cuadrado no permite estás cosas, no es de su agrado – hablé en tono rudo.
- No puede ser – niega – Yo, tú.
- Qué, no te parecía raro que no haya una foto al menos, todos son chismes y ya – moví la mano. – Tú no puedes ver otras posibilidades.
- Está bien, entiendo – negó – Nada de esposa para ti – me miró - Yo no… - se sentó balbuceando – Creo que necesito agua – comenzó a respirar agitado.
- Papá – lo mire y tome el móvil.
Mamá lo llamo preocupada mientras se acercaba a él, sus ojos estaban abiertos, su frente transpira, sus manos tiemblan. Podía sentir la transpiración fría bajando por mi espalda, hablé como pude con emergencias y colgué para ir a su auxilio.
Su mano estaba en su pecho, su boca se abría como un pez en búsqueda de oxígeno, trato de hablar, pero nada salió de sus labios, la desesperación me invadió, lo tome entre mis brazos mientras los gritos y el llanto de mi madre invadía el lugar.
Mis ojos se aguaron mientras lo llamaba una y otra vez, lleve las manos a su pecho, mis manos desprendieron los botones de su camisa y el ruido de la ambulancia se hizo presente.
Los paramédicos entraron, lo deje a regañadientes, mi madre me abrazo y ambos los seguimos mientras lo sacaban llenos de cables y con oxígeno, me subí a mi auto y los seguí hasta llegar a la clínica, mis manos se aferraban al volante mientras mi madre lloraba desconsolada.
Estuvimos al menos dos horas esperando fuera, nadie nos decía nada, ningún médico había salido a nuestra encuentro, hasta que la puerta se abrió mostrando tres doctores.
- Buenos días soy el doctor Book, jefe de neurólogo – comenzó – Ella es la doctora Parks jefa de trauma y el doctor Sullivan, jefe de Cardiología – los salude a todos con la mano.
- ¿Cómo está mi padre? – la doctora Parks fue la primera en hablar.
- Su padre está estable, lo atendimos los tres, hicimos algunos estudios, encontramos una arteria un poco comprometida pero no lo suficiente para que le causara el episodio – comento.
- Los estudios cardiacos le dieron dentro de los parámetros normales, por lo que no fue un infarto ni ningún problema cardiaco – Sullivan siguió. – Aunque tenía la presión levemente alta.
- Tampoco tenía rastros neurológicos de accidente vascular o micro infartos cerebrales – tomo aire – Su padre sufrió un ataque de ansiedad – abrí los ojos.
- Producto de un gran estrés – mamá me golpeo el brazo.
- Escuchaste, deja de pelear con él – los tres sonrieron - ¿Puedo ver a mi marido? – consultó calmada.
- Claro, la enferme la va a llevar – señalaron.
- Muchas gracias doctores – sigo a mi madre.
- Ves lo que haces con tus peleas – mamá me recrimina.
- ¿Qué culpa tengo yo? – la mire – Estaba callado y él empezó, después te preguntas porque no los visito – suspira.
- Es verdad lo que dijiste – se frena en la entrada de la habitación.
- ¿Tan malo es para ustedes que sea cierto? – niega.
- No, para mí no es malo, amor es amor, no importa de quién venga, pero tu padre es medio cuadrado – elevo una ceja.
- ¿Medio? – cruzo mis brazos – Casi se infarto porque piensa que soy gay, es un completo neandertal – hablo ofuscado.
- ¿Era mentira? – me mira enojada.
- Quiero casarme con la mujer que ame mamá, con alguien que yo elija, no él, solo quiero casarme con una mujer, es a la única que quiero como mi esposa – hablo como si aquello fuera cierto - Y eso él no lo entiende.
- ¿Ya tienes esa mujer? – parece sorprendida - ¿Por qué no nos las has presentado? – porque todavía no la conozco.
- Porque estábamos esperando a ver si funciona mamá, tengo que ver que ella sienta lo mismo – suspira.
- Hablare con tu padre – sonrió.
- Gracias – volvió a golpearme – Auch.
- Eso es por mentir.
Mi padre se encontraba despierto cuando entramos, los doctores le dieron reposo por un mes, no lo dejan ir a trabajar y sus cuidados eran salidas, vacaciones o cualquier otra cosa que lo distendiera de la rutina.
Las obligaciones de la joyería quedaron a mi cargo, mamá le pidió que me dejara explorar mis gustos tranquilo, que por ahora solo eran rumores y ya. Me fui con una gran sonrisa y mucho pendientes.
Al llegar a la joyería una de las chicas se me acerco, sus ojos parecían cautelosos mientras mordía su labio con fuerza.
- Disculpe señor Miller, pero ¿Qué hace aquí? – junte mis cejas.
- Es mi joyería – recalco lo obvio.
- No, sí, perdón, no me exprese bien, me refiero a porque no está en el desfile – toma aire – Sígame – la acompaño a la oficina de mi padre.
- ¿Qué se supone que tengo que ver?
Tomó un sobre gris perlado del escritorio y me lo entrego, las letras doradas marcaban el apellido de mi familia, estaba cerrado con una cinta plateada brillante. Abrí lo que parecía ser una invitación y leí.
Estimado señor Miller:
Esta usted cordialmente invitado al octogésimo aniversario de Astracán textil.
Este año no solo se celebra un nuevo aniversario, sino que también es la presentación oficial de quién será la nueva presidenta de la empresa Clara Hamilton.
Esperamos contar con su presencia en el evento.
Un cordial saludo
Astracán textil.
- Clara Hamilton – a mi mente viene la castaña de ojos verdes que bailaba en la playa.
- Su padre iba a ir, los señores Hamilton son nuestros clientes más importantes, la señorita Clara es la que hace esos diseños exclusivos que piden nuestros clientes – toma su tablet.
Las imágenes de algunas alianzas aparecen frente a mí, son diseños increíbles, únicos, que seguramente no se nos hubieran ocurrido a ninguno de nosotros, sin embargo, ella había marcado una tendencia en alianzas.
- Todos ellos nos nombran como su joyería principal – relami mis labios y afirme.
- Esta bien, ahora voy para allá – mire la dirección del evento.
Volví a la salida y tomé mi coche, en el camino encontré una de las publicidades de la tienda de su ropa, era enorme, metros de pantalla donde salía ella sentada con un conjunto de lencería roja, su piel estaba bronceada y su cabello suelto hacia un costado, la imagen cambio a otra con un conjunto más claro.
Sus dientes blancos asomaban, la imagen mostraba su diminuta cintura, sus pechos exuberantes y piel, mucha piel. Una bocina me corto mi admiración visual, y ayudo a que mi entrepierna no despertaba, esa chica era un pequeño demonio.
Llegue cuando estaba por empezar, una chica me recibió con una gran sonrisa, me indico mi asiento y me senté, la gente se acomodaba, los Hamilton estaban todos en un solo sector, el lugar principal.
Clara comenzó a hablar, su voz sonaba cálida por los parlantes, pasaba su vista por todo el lugar, mirando a cada sector de invitados, incluído el mío.
Su semblante flaqueo un poco y siguió con su sonrisa, era buena enmascarando cosas.
La colección fue un éxito, había que admitir que era buena en lo que hacía, se notaba el trabajo y todos parecían a gusto, su prima modelo, era la misma que salía con ella en los posters, era como una familia de super genes.
El desfile termino y me fui en busca de Emily Hamilton o Nathan, le había dicho mi padre que quería poner las joyas en algunos desfiles, era una buena opción de publicidad, aunque ahora, viendo los diseños de Clara, creo que se podría combinar ambas cosas, diseños exclusivos de ellos y publicidad para nuestras tiendas.
Observe el vestido blanco entre la multitud, sus caderas estaban hacia un lado y su cuerpo rígido, sonrió y giro, su cuerpo comenzó a contornearse en mi dirección, sus ojos se clavaron en mí dejándome en una especie de trans.
Me saludo cariñosa y luego simplemente me tomo por el cuello.
Sus labios se pegan en los míos dejándome completamente estático, no sé que hacer, tampoco como se supone que tendría que actuar, no me conozco, si fuera otra mujer la besaría sin problema, pero es un Hamilton y joder, le llevo más de diez años, mínimo.
Mi cuerpo reacciona por sí solo, mi brazo la rodea pegando más su cuerpo al mío, mi boca se mueve y la suya me sigue, sabe a menta y es tan dulce que embriaga, no quiero parar, no puedo, solo reaccionó cuando su mano empuja un poco mi pecho y me alejó.
Sus ojos verdes están clavados en los míos, sus mejillas algo sonrojadas mientras su mirada muestra un poco de pánico.
- Hola hermosa – sonrió y ella me imita – Esa fue una gran presentación – no mentía, estuvo increíble, sus dientes asoman en una gran sonrisa.
- Gracias amor – no puedo evitar la sonrisa que se formó en mi rostro, es gracioso, todo esto lo es.
- Ajam – alguien carraspea y ambos lo miramos.
- Oh, claro – finge estar apenada y se nota – Cariño, él es Gao Lin – nos presenta.
- Andrew Miller – estiró mi mano y la toma con fuerza – Un gusto – sonrió con suficiente, su gesto es de completo desagrado, le molesta mi presencia.
- Lo mismo digo – mira a Clara - ¿Volvemos? – su cuerpo se tensa bajo mi mano.
- Creo que te la robaré un rato – hablo y me mira – Te he extrañado – se relaja un poco.
- Yo también – murmura – Nos vemos luego señor Lin.
- Claro, como sea – se aleja molesto y Clara se despega de mi cuerpo.
- Gracias por eso – acomoda su ropa.
- Estoy acostumbrado a que las mujeres se lancen sobre mí, aunque no pensé que una Hamilton lo haría – la pico un poco, elevó una ceja y la maldad cubrió su rostro.
- Oh, esto – nos señaló a ambos – Lo siento, solo busqué en la multitud alguien que se viera usable y te vi – sonrió dulcemente y comencé a reír.
- Ingeniosa, me gusta – me guiñó uno de sus ojos.
- Gracias, ahora sí me disculpas – hizo amago de alejarse.
- Espera – tomé su brazo.
- ¿Quieres otro beso Andrew? – consulta divertida.
- No, ¿tú quieres darme otro? – respondo con picardía.
- No gracias – arruga la nariz.
- En ese caso, me gustaría una reunión contigo para hablar de un proyecto que tengo en mente – junto sus cejas.
- ¿Qué podría hacer una joyería con una fábrica de telas? – ella sabía quién era.
- Sabes quién soy – afirma – Claro, nos hemos visto varias veces – ladea su rostro.
- No recuerdo tantas. – parece pensar mientras muerde su labio.
- Pero yo sí, ¿puedes concederme un día? – duda por un segundo.
- Sí, no hay problema, no recuerdo que día puedo – mira su cuerpo – Mierda he dejado mi bolso – elevó las cejas.
- Exclamó la dulce princesa – comienza a reír.
Tenía una linda risa, increíble risa, era casi tan melodiosa como su voz, esa chica era afrodita y no estaba ni enterada, era como una demonio hecho ángel y varios de esta fiesta ya habían caído.
- Lo siento, se me olvidan las etiquetas – niega mientras hace una mueca - Llámame mañana a la empresa y te digo cuando puedo – afirmó. – Un placer Andrew y gracias por la ayuda – toca mi brazo.
- No fue nada señorita – guiñe un ojo y ella volvió a reír.
- Eso no te puede funcionar con las mujeres – negó y se alejó.
Me quedé mirándola caminar, viendo cómo sus caderas se movían de un lado al otro como si siguiera algún ritmo musical, sonreí como idiota, esa mujer era algo asombroso, pero no podía acercarme, los Hamilton eran famosos por sus valores y relaciones serias y duraderas, nada que yo quisiera.
No importaba que tan buena estuviera la condenada.