03. Altus Asset Investment

2065 Words
Es miércoles una vez más, y entro a toda prisa a la consulta del doctor Marshall. —Buenas tardes, Olivia —Saludo a la recepcionista. —Buenas tardes, señorita Martin —responde con su habitual sonrisa—. El doctor termina la llamará en unos minutos, tome asiento, por favor —Señala. —Gracias —Asiento y me acerco a la ventana desde donde se ve el atardecer, agregando tonalidades anaranjadas y violetas al cielo. Me da nostalgia cada vez que debo viajar a Londres, para la consulta con el doctor Marshall. Los recuerdos de mi infancia, casi toda mi vida aquí y salir tan drásticamente, dejando todo atrás no ha sido nada de fácil. —Señorita Martin —La voz del doctor me saca de mis pensamientos, por lo que volteo y asiento hacia su dirección, para entrar a la consulta. —Buenas tardes, doctor —Lo saludo. —¿Cómo estás hoy, Mía? —Bien, doctor, al menos las píldoras que me ha dado para dormir, están funcionando a la perfección —respondo, mientras el doctor anota todo en su libreta. —Eso es bastante bueno —menciona—. ¿Cefaleas?, ¿algún malestar? —pregunta y niego. —No, doctor. Nada por el momento —respondo, aunque recuerdo las náuseas que he tenido por las mañanas—. Bueno, no sé si deba a las píldoras, pero he tenido náuseas por las mañanas —menciona, por lo que el doctor toma nota y asiente. —Bien. ¿Comenzamos? —pregunta y asiento. El doctor me indica el sofá, donde he sacado fuera tantas cosas y he hecho catarsis otras tantas veces, lo que me hace suspirar, cuando me recuesto en él. —¿Qué significa para ti, Altus Asset Investment? —pregunta sin perder el tiempo. —Tantas cosas, doctor… —respondo sin pensar—. Una vía de escape. Familia. Apoyo —menciono. —¿Una vía de escape? —indaga y hago un sonido positivo. **Flashback** Tras dejar a Tanía en la escuela, camino por la avenida, mientras veo el mundo pasar ante mis ojos, sin prestarle real atención; hasta que, distraída, pateo algo en el suelo y me agacho a recoger lo que parece ser la cartera de alguien. Miro hacia todos lados, pero no hay nadie a la vista, por lo que reviso si tiene alguna información del dueño. La cartera está intacta. Tiene dinero dentro, tarjetas de crédito, tarjetas de presentación y algunas facturas dobladas. Se siente abultada y pesada. Busco entre los bolsillos de ésta, por si hay algún dato del dueño de la cartera y encuentro la tarjeta de identificación. —Charles Donovan —murmuro, al leer el nombre. Busco la dirección de su domicilio o alguna tarjeta de contacto para avisarle que he encontrado su cartera. Camino hacia algún teléfono público, ya que no iba a arriesgarme a llamar desde casa, porque Steve revisaba cada vez que llegaba la cuenta, las llamadas de salida. Entro a una caseta telefónica y marco al número que aparece en una tarjeta de presentación que lleva su nombre. —Altrus Asset Investment, buenos días —contesta una mujer, al otro lado del teléfono. —Buenos días, señorita —respondo. —¿En qué puedo ayudarle? —cuestiona la mujer. —Busco al señor Charles Donovan —respondo—. Me he encontrado su cartera en la calle y quisiera devolverle sus pertenencias —explico. —¡Oh mi Dios! —exclama la mujer—. ¡Qué Dios la bendiga! —dice emocionada, lo que me hace reír. Se escucha que intenta cubrir el auricular del teléfono y un grito “¡Charles!, ¡Charles!, ¡aparecieron!”. —Espéreme un segundo, señorita… —Pide. —Mía… Mía Murphy —respondo. —Señorita Murphy, nos ha iluminado el día —dice emocionada y se escucha como si alguien le quitara el teléfono de las manos. —Buen día, señorita —La voz de un hombre, que imagino debe ser el dueño de la cartera—. Gracias por llamar, estábamos desesperados buscándola por todos lados, no sé cómo he podido perderla —explica—. Por favor, dígame dónde puedo retirarla —cuestiona. —Preferiría ir a dejarla yo misma, si no tiene problema —digo, pensando en que me puede traer problemas, si viene a casa a buscar su cartera. —Disculpe todas las molestias que esto pueda provocarle, señorita —dice con preocupación. —Descuide, no hay problema —respondo. El hombre me indica que en una de las facturas está la dirección para acercarle los documentos, así que, tras colgar la llamada, tomo un autobús que me acerque a la dirección mencionada. Al llegar a la dirección indicada, veo una casa, con un letrero fuera que dice “Altus Asset Investment”. Llego a la entrada y toco el timbre. Una guapa mujer de unos treinta y cinco años abre la puerta. —Buenos días —Saluda cordial, con cara de pregunta. —Buenos días, soy Mía Murphy. Llamé… —La mujer no me deja acabar, cuando prácticamente me jala, haciéndome entrar al lugar. —¡Charles! —grita emocionada—. No se imagina lo agradecidos que estamos, porque se haya contactado con nosotros, señorita Murphy —dice emocionada. Tras ofrecerme un café, el cual acepto, miro a mi alrededor y el primer piso de la casa, está convertido en una especie de oficina. En uno de los muros está el diploma de Cambridge, en negocios internacionales del señor Donovan, por lo que sonrío con nostalgia. Escucho las escaleras tronar, y un hombre de un poco más de cuarenta años acercarse a mí. —Bienvenida. Gracias por venir, aunque no era necesario —dice, estirando su mano, para saludar. —Descuide, señor Donovan. No es problema —respondo. Saco de mi bolsa la cartera y se la entrego, por lo que comienza a revisarla y toma una factura la cual abre y dentro hay un cheque, por lo que suelta el aire exageradamente, haciéndome reír—. ¡Gracias!, ¡gracias!, ¡gracias! —exclama, cuando la mujer llega, con la taza de café. Ambos comienzan a contarme la importancia de ese cheque, y es que estaban recién comenzando con su negocio propio, después de que al señor Donovan lo despidieran de su trabajo. El cheque era su indemnización, con la cual tendría el capital inicial para iniciar todo. Conversamos por largos minutos, donde me explicaron sobre su negocio, lo que me entusiasmó enseguida, ya que son una agencia que orienta y ayuda a empresas y micro empresas para invertir o expandirse, lo que a mí me encanta, ya que era una de las razones por las que quería estudiar Asesoria en Negocios Internacionales. Les comenté brevemente mi paso por Cambridge y las razones por las que lo dejé. —Entonces, Mía —dice el señor Donovan—. ¿Eres secretaria bilingüe? —cuestiona, mirando con una amplia sonrisa a la mujer, que resultó ser su esposa. —Así es, pero aún no ejerzo —respondo un tanto avergonzada. —¿Y eso? —pregunta la señora Ángela—. O ¿es que no te dejan? —bromea, pero es la verdad, por lo que bajo la mirada y me sonrojo. —No seas pesada, Ángela —Le llama la atención el señor Donovan—. Piénsalo, Mía, por favor… Sabes mucho sobre el tema de asesorías y además, eres lo que estábamos buscando —menciona, por lo que le sonrío, agradecida por el cumplido. —Lo pensaré —respondo—. Ahora, si me disculpan, debo volver a casa, ya que no he preparado almuerzo y me he atrasado en todo —explico. —Por favor, déjanos compensarte por la ayuda —dice una vez más el señor Donovan—. Si no fuera por ti, todo nuestro sueño se hubiese desmoronado —confiesa. —No se preocupe, de verdad… —Me pongo de pie, nerviosa, para irme a casa, ya que tendré que correr para preparar todo, para cuando llegue Steve con Tania de la escuela. Tras despedirme de los señores Donovan, quienes insistieron muchísimo en que aceptara su oferta, llegué a casa y me puse a realizar rápidamente los quehaceres, que, por suerte, no eran más que cocinar y preparar algo para la cena, además del aseo y orden habitual. Por la tarde, cuando Steve llegó con la niña, nos sentamos a comer y decidí confesarle lo sucedido, antes que me pudiese descubrir y la situación empeorara. —Y, ¿por qué no aceptaste? —cuestiona, sorprendiéndome ante su respuesta—. Estás todo el día desocupada aquí en casa, no nos vendría mal una nueva entrada de dinero —dice despectivamente, como si mantener un hogar no fuese ya un trabajo. —Preferí comentártelo a ti primero, amor —respondo—. No quería pasar por sobre ti. —Haces bien… —dice con la boca llena—. Acepta esa oferta, no creo que sea mucho el trabajo y servirá para los gastos de la casa —ordena, por lo que asiento, feliz, ya que antes había intentado trabajar y no me lo había permitido—. Pero te advierto, Mía, que no debes descuidar el hogar por estar trabajando en otro lugar —Niego y le sonrío, ya que estoy sumamente contenta. —No, amor. Te prometo que todo seguirá igual que hasta ahora. Además, ellos están recién comenzando su empresa y seríamos sólo los tres en un comienzo —explico. —Me parece bien. Eso me deja tranquilo —responde—. Ya se te ocurrirá alguna forma de compensarme, el dejar que comiences a trabajar —advierte, por lo que sonrío y asiento. **Fin del flashback** —No puedo creer lo tonta que fui —confieso al doctor. —No te culpes por tus actitudes, Mía —menciona—. Es un comportamiento natural, en personas que han sido emocionalmente manipuladas —explica. El doctor anota y anota en su libreta, mientras repaso todo lo que acababa de recordar. Posiblemente en ese tiempo, me dejó trabajar porque le dije que era una pequeña empresa familiar y quizás no le vio ningún futuro o pensó que, al poco tiempo se iría a la quiebra y lo dejaría. —¿Por qué cree que Steve fue tan relajado en dejarme trabajar en ese lugar, doctor? —cuestiono y deja de escribir. Se toma el mentón y se aclara la garganta. —Puede ser por muchos factores, pero una persona como él, probablemente quería darte luces de que estaba abierto al cambio y no vio amenaza alguna a que lo intentaras en un lugar así —responde—. ¿Su actitud cambió cuando la empresa comenzó a crecer? —pregunta. —Oh sí —respondo—. Comenzó a preguntar por cada nueva contratación. Quería saber prácticamente la vida de cada persona nueva que entrara a trabajar a la empresa —explico. —Ya veo —dice, volviendo a anotar en su libreta—. Creo que hemos terminado por hoy, Mía —menciona—. Aunque me preocupan las náuseas matutinas que mencionaste al inicio —agrega. —No han pasado a mayores, doctor —Le bajo el perfil al asunto. —Te voy a hacer una pregunta directa, Mía —advierte, por lo que asiento—. Tu periodo, ¿ha seguido regular o has tenido alguna alteración? —cuestiona y me llama la atención su pregunta, ya que, en todo este tiempo, tras haber dejado a Steve y el haber cambiado de ciudad no me había prestado atención a mi periodo. —No lo recuerdo, doctor… —Intento recordar cuando fue mi último periodo, pero no recuerdo—. He pasado por tantos cambios, que probablemente el estrés me haya hecho tener algún atraso —menciono. —No olvides el último suceso con Steve, Mía —Me recuerda, por lo que comienzo a negar de inmediato. —No puede ser, doctor —Niego—. Tengo un dispositivo, no podría… no es posible —menciono. —Pues deberías checar, ya que las píldoras que te he dado son naturales y no deberían producirte náuseas —menciona—. Me preocupa que puedas estar embarazada, Mía —Escuchar la palabra embarazo me revuelve las tripas y un escalofrío recorre mi espalda.
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