El nuevo año universitario estaba a la vuelta de la esquina. Mis maletas estaban listas y tenía todo preparado para irme con Susan, en dos días más. Estaba leyendo un libro, entretenida, cuando el timbre de casa suena, por lo que bajo las escaleras y corro para abrir la puerta, ya que lo más probable, era que fuera mi mejor amiga.
—Steve… ¿Qué haces aquí? —cuestiono extrañada. Su tono de piel está totalmente bronceado y se ve extremadamente guapo.
—Te dije que volvería para que habláramos… —responde, pasando por mi lado y entrando a casa—. No me ibas a atender en la puerta, ¿verdad? —cuestiona con soberbia y niego.
—No, claro… pasa —digo sarcástica.
—¿Quién es, Mía bonita? —pregunta mi madre, asomándose desde la cocina. Pone cara de pocos amigos—. Ah… eras tú. Hola Steve —dice no muy contenta.
—Hola, señora Martin —La saluda con una amplia sonrisa—. Que gusto verla —agrega y mi madre bufa y desaparece por la cocina. Steve me mira con una ceja alzada.
—¿Qué es lo que quieres hablar, Steve? —cuestiono.
—Quería que nos organicemos, cómo mantendremos esta relación a distancia… —Cruza sus brazos sobre su pecho y me mira de arriba abajo, como analizando si he tomado sol, o si ocultara algo—. Había olvidado lo hermosa que eres… —Intenta tomarme por la cintura, pero doy un paso atrás.
—Yo tenía entendido que lo nuestro había acabado hace dos meses Steve… ni siquiera llamaste… —contesto.
—Estaba en Argentina, con mis amigos —responde—. La diferencia de horarios y el poco tiempo, no me permitieron llamar… —agrega y revoleo los ojos.
—¿Y tú creíste que al volver todo seguiría igual? —pregunto, con el ceño fruncido.
—Claro que sí, Mía… Tú me amas… yo te amo… —Se encoje de hombros una vez más.
—No creo que funcione, Steve —respondo, sin dar mucha explicación, mientras mi estómago es una batalla campal entre mariposas y nervios.
—Ya verás, que podremos hacerlo… Te llamaré cada día a una hora que acordemos, y mis padres me han regalado un auto, por lo que podré viajar a verte los fines de semana, o cuando sea posible —menciona y me emociona saber que quiere intentarlo a pesar de todo.
—No sé…
—Sólo prométeme, que lo intentaremos… que seguirás siendo mía —Da un paso adelante, acortando la distancia entre los dos. Me apega a su cuerpo y siento que mi corazón se me va a salir por la boca—. Que seguiré siendo el único hombre en tu vida, y al único que le entregarás tu corazón y tu alma —susurra sobre mis labios, mientras asiento como estúpida, para dar pie a un beso intenso y apasionado, el cual hace que las cosas se vuelvan un poco acaloradas.
—Mi madre… —advierto, al tomar un poco de aire, ya que Steve toca mi cuerpo como si fuera un arpa.
—Vamos a otro sitio… —sugiere, por lo que vuelvo a asentir como una tonta, sin comprender, ni tomarle el peso al poder que tiene Steve sobre mí.
—¡Mamá, vuelvo en un rato! —Steve me toma la mano y ambos salimos rápidamente de casa, sin esperar contestación de parte de mi madre.
Me enseña su auto, último modelo, convertible. Abre la puerta para que me suba y nos ponemos en marcha para ir a algún sitio que desconozco.
Llegamos a un hermoso paraje, donde se orilla a un costado de un camino de tierra, con árboles y un campo de flores a uno de los costados.
Steve se desata el cinturón de seguridad y me quita el mío, abalanzándose sobre mí, para volver a besarme de forma intensa. Entre los dos, no había sucedido nada más que eso, pero esta vez, sentía que todo se volvía más y más intenso, hasta que siento su mano, adentrarse por debajo de mi falda hasta tocar mi intimidad.
—Steve… —jadeo sobre sus labios.
—¿Cuánto más te debo esperar, Mía? —cuestiona entre jadeos—. ¿No ves que me traes loco? —Insiste, mientras aprieta uno de mis pechos, generándome miles de sensaciones, donde su otra mano, intentaba inmiscuirse.
**Fin del Flashback**
—Toma un poco de agua, por favor, Mía —Sugiere el doctor Marshall—. Lo has hecho muy bien —Me tranquiliza.
Lo veo que toma notas en su libreta. Se queda en silencio un par de minutos, mirando su libreta y luego me mira una vez más.
—¿Crees que puedas seguir contándome más? —cuestiona y asiento, aunque lo miro con duda, porque siento que hablé demasiado y no sé cuanto tiempo ha transcurrido.
—No sé cuanto tiempo nos queda, doctor —respondo.
—Usted prosiga, señorita Martin —Escuchar mi nombre de soltera, me remueve algo en el estómago. Asiento y me vuelvo a acomodar en el sofá.
**Flasback**
Mi primera vez con Steve no fue lo más maravilloso del mundo, como tantas veces lo imaginé. Todo lo contrario. Steve no fue ni cariñoso, ni sutil. Apenas acabó, se subió el pantalón como si nada y condujo devuelta a casa mis padres, donde se despidió, con la promesa de vernos al día siguiente, cosa que no ocurrió hasta el día en que nos íbamos a Cambridge, donde con apuros, me dijo que lo llamara a las nueve de la noche, todos los días para reportarme.
Ni un te quiero y menos un te amo, salió de su boca, lo que me partió el corazón, al subirme al auto de los padres de mi amiga, quienes nos llevarían a Cambridge.
La primera mitad del año, transcurrió rápidamente. Me acostumbré en tiempo record a los nuevos cambios, a mi nuevo empleo como mesera en una cafetería, donde me encontraba con Susan cada día. Llegaba corriendo cada noche a la residencia de la universidad, para hablar con Steve, quien me preguntaba todo lo que había hecho durante el día, con quienes había hablado y a cuanta gente había conocido.
Se acercaban las fiestas de fin de año, por lo que viajamos a casa, para festejarlas en familia. Steve apareció sonriente, el día de Navidad, diciéndome que me tenía un regalo.
—El nuevo y último trimestre de carrera, lo terminaré en Cambridge —dice sonriente—. Hice algunas gestiones, para cambiarme de universidad y estar cerca de ti, Mía —agrega y me lanzo a sus brazos, emocionada por el gesto que estaba teniendo conmigo.
—¡Oh, Dios mío!, ¡Te amo tanto! —exclamo emocionada, mientras sonríe y me besa—. ¿Escucharon eso, mamá, papá? —pregunto a mis padres, que nos miran con cara de pocos amigos.
—Desde luego, hija —contesta mi padre—. Espero que esto no signifique una baja en tus calificaciones, ni descuidos de otro tipo —espeta mi padre, por lo que me acerco a él y lo beso en la frente.
—Sabes que éste es mi sueño, papito… lucharé por él —digo con orgullo, por lo que me acaricia el cabello y me sonríe.
—No se preocupe, señor Martin —agrega Steve—. Cuidaré muy bien a Mía y velaré porque apruebe todas sus materias —dice serio.
—No es eso, lo que más me preocupa, Steve —responde mi padre—. Sé lo capacitada e inteligente que es mi hija —agrega, por lo que Steve se aclara la garganta.
—Bueno, venía a darte mi regalo de Navidad, Mía… espero que te haya gustado la sorpresa —murmura, cuando me acerco a él.
—Espérame unos segundos, iré por tu regalo —Subo corriendo las escaleras y bajo con la pequeña caja, donde envolví la bufanda que, con el poco tiempo y mucho cariño, había tejido para él.
Cuando le entrego la caja, la agita un poco y se sorprende un poco, poniendo una cara extraña, al abrirla.
—La tejí para ti, amor —digo risueña y me tuerce una sonrisa.
—Gracias, Mía… está… bonita —Me da un beso en los labios y se acerca a mis padres para despedirse.
Después de las festividades, donde apenas vi a Steve, debemos volver a clases, por lo que, a pesar de los reclamos por parte de mi mejor amiga, nos devolvemos los tres juntos hasta Cambridge.
A decir verdad, esperaba que tener a Steve en la misma ciudad y en la misma universidad, nos acercaría más, pero a veces tenía la sensación de que le avergonzaba que nos vieran juntos, ya que trabajaba como mesera en la cafetería, cerca de la universidad, y él era tan… él.
Un par de veces, me esperó hecho una furia, cuando me atrasaba unos minutos, al volver a la universidad, después del trabajo. Comenzó a celarme cada vez más, y no entendía el porqué, si sólo tenía ojos para él.
A pesar de estar en el mismo lugar de estudios, pedía que le reportara, cada vez que nos veíamos, con quien estuve, a quien le hablé y todo lo que hacía.
—Tu me perteneces, Mía —dice sobre mis labios, cuando me va a dejar a mi edificio.
—Sí, amor… no tengo ojos para nadie más, te lo prometo —Me sentía como una niña pequeña, que juraba nunca más hacer maldades, cuando en realidad no tenía por qué.
Los meses pasaron rápido y el primer año de carrera terminó, lo que me tenía demasiado feliz, ya que pasé con calificaciones sobresalientes, manteniendo mi beca intacta, ya que ese era el compromiso, para que la beca se mantuviera en pie.
Para las vacaciones, me devolví a la casa de mis padres junto a Susan. Como todos los años, Steve desapareció una vez más, aunque esta vez, si se dignó a llamar un par de veces, para saber qué hacía, donde había estado y si lo extrañaba.
El nuevo año universitario comenzó a inicios de septiembre. Más materias nuevas, mayor dificultad. El tiempo cada vez se me hacía menos, pero Steve siempre estaba encima, controlando todo lo que hacía, con quién lo hacía o por qué dejaba de hacer tal o cual cosa.
Yo me sentía perdidamente enamorada, justificaba cada acto suyo, con protección y amor. Nunca lo vi como nada más, por mucho que Susan me lo dijera cada vez que pudiera.
En octubre de ese año, por fin me presentó a sus “amigos”, con los que se iba de vacaciones cada año. Eran unos chicos raros, a mi parecer. Un poco acelerados, buenos para tomar y muy arrogantes. Se notaba que eran de un estrato social más que alto, por lo que me sentí demasiado extraña en la fiesta de disfraces, a la que me había invitado Steve.
Steve me había comprado un disfraz de bruja, con una peluca verde, un sombrero y un ajustadísimo vestido n***o, con una apertura en la pierna tan profundo, que temía que al primer paso, se me viera todo.
La verdad, no lo pasé nada bien. Steve se puso demasiado intenso en un momento, donde terminamos haciendo el amor, casi a la fuerza, en uno de los cuartos de la casa, donde era la fiesta y es aquí donde comenzaría a darme cuenta, de quién era realmente, Steve Murphy.
**Fin del Flashback**
—Lo demás, se lo conté la primera sesión, doctor Marshall —agrego y el doctor asiente.
—Lo recuerdo, Mía —menciona—. Espero que hayas aclarado muchas cosas, mientras recordabas todo esto —dice y me incorporo, sentándome bien en el sofá. Frunzo el ceño.
—¿Qué fui una tonta por muchos años? —pregunto, riéndome sin gracia y niega.
—Que has sido abusada y manipulada durante años —Cuando escucho las fuertes palabras que el doctor me dice, un nudo se instala en mi pecho. Las lágrimas se agolpan en mis ojos y es cuando caigo en cuenta que mi príncipe azul, siempre fue, realmente, mi peor pesadilla—. Mía, ¿qué quieres hacer con tu vida, después de conocer esta información? —El doctor Marshall me hace la pregunta, que vengo pensando desde que logré salir de las garras de Steve. Tomo una bocanada de aire.
—Salir adelante. Vivir. Saber que ahora somos mi hija y yo, y que así podremos contra el mundo —respondo con decisión.