Me quedo estática sin poder dar crédito a lo que el mocoso ese me ha hecho. La mujer a mi lado tiene sus manos en su boca, sus ojos están bien abiertos sin poder también creer lo que el engendro del demonio que está criando ha hecho en su propia cara. —Zoe, cuanto lo siento… no creí que… —No pasa nada, señora Reina —digo con fingida dulzura, mientras acaricio mi frente—. Es solo un niño muy travieso. «Un niño que voy a matar si vuelve a hacerme tal cosa» —¿No me vas a renunciar, verdad? Puedo notar cierto temor y desespero en su voz. ¡Por supuesto que teme que me vaya! Tienen al demonio de Tasmania bajo su cuidado. —¡Dios! Por supuesto que no… el pequeño Stephan y yo seremos los mejores amigos, ya lo verá —aseguro con una sonrisa. Ese escuincle no me será de obstáculo para este empl