Su confesión causa que mi lado más visceral salga a flote. Trato de zafarme, pero sin duda él es más fuerte. Tan pronto ha dicho eso, ha dejado de acariciarme, para luego sujetar mis manos con tanta fuerza, que me lastima. Me tiene acostada en la superficie del piano, mientras mis piernas están totalmente abiertas y, él, en medio de ellas, restregándose con descaro en mi v****a. —No entiendo una mierda de lo que dices —forcejeo—. Eres un demente, Bastián. —Mierda es la que te metes por esa boquita, por eso no recuerdas un carajo lo que haces, pequeña puta. Vuelve a enterrarse en mí, y yo como soy una pervertida, jadeo. —Estás tan rabiosa, como excitada —sus estocadas son fuertes—. Eres tan pervertida como yo, que te cuesta discutir. Ambos sabemos lo que quieres. Carajo. Por supuesto q