Capítulo XXXIX

3807 Words
Camille Al cabo de una hora y pico, por fin llegamos a la playa, el paisaje es maravilloso y relajante. El agua de un color azul cristalino, los radiantes rayos solares enterrándose en mi piel y la arena haciendo contacto directo con mis pies >. Me deshago de mi vestido amarillo, cambié mi outfit después de que Alexander me dijera a donde vendríamos. Así que sólo me quedo en un traje de baño blanco con una V de escote. Sonrío emocionada mientras permito que la brisa acaricie mi piel. Aunque no lo vea, puedo sentir la mirada intensa del demonio que me acecha a las espaldas. Su mirada me recorre el cuerpo haciendo que mi piel se erice por completo y que las pulsaciones se me disparen. Alexander pide la mejor área para que estemos tomando el sol, solo basta pronunciar su nombre para que la gente nos de la mejor atención y el mejor servicio. Buscan complacerlo a él. Ventajas de estar casada con uno de los magnates más reconocidos del mundo. Él solo viste un par de shorts ajustados que deja al d*********o su torso perfectamente marcado y resalta sus perfectas y tonificadas piernas. Además, también porta una gafas negras que engrandecen su belleza. Y aunque tenga una cara de pocos amigos, las mujeres lo devoran con la mirada y no las culpo, le coquetean como si no estuviera a su lado. Por muy extraño que parezca, él ni siquiera voltea a verlas e ignora a todo mundo, es como si nadie fuera digno de su atención. El coqueteo excesivo y las mujeres saludándolo de lejos hace que quiera regresar a la mansión nuevamente. > No me importa él es mío...mi esposo. ¿En serio pensé eso? No es mío, pero si me gustaría que lo fuera.... Alexander se recuesta en una de las tumbonas acomodadas en la arena y se relaja, lo miro de reojo tratando de no sonrojarme, pero su rostro y su torso d*****o me provocan ganas de hacer otra cosa. Ahí vamos de nuevo con los pensamientos nada sanos. Playa, sol, arena, hormonas, calor, y Alexander, definitivamente no es buena combinación para una persona que quiere permanecer con su dignidad intacta... Una hora transcurre y Alexander pasa de la tumbona a acostarse sobre una toalla en la arena. Me siento a lado de él mientras observo con detalle cómo su respiración se hace cada vez más lenta. >. Luce espectacular con sus abdominales al d*********o y esos tatuajes de infarto. Para ser sinceros, él tiene tatuajes desde los pies hasta la nuca. Nunca me han gustado las personas que tienen demasiados tatuajes, pero en él, me fascinan de una manera extrañamente placentera. Pasan varios minutos, la gente corre de un lado a otro viviendo el mejor momento de su vida, otras se meten a dar un chapuzón, nadando hasta lo profundo y perdiéndose en el interior. ¿Y yo? Estoy aburrida. Él se ha quedado dormido y yo solo estoy viéndolo hechizada, debería buscar diversión. Claro que sí, ¿qué podría salir mal? Al fin de cuentas es mi luna de miel con este demonio. Como la mujer madura que soy, comienzo a llenar el cuerpo de Alexander de arena, una sonrisa malévola sale de mis labios al darme cuenta de que lo que estoy haciendo está mal, > pero como él dijo, mas vale pedir perdón que permiso. Lo enterraré y así ya no tendré que preocuparme de caer en tentación, si no veo su cuerpo, no estaré tentada por el d***o que le profeso. Ya no podrá engatusarme con sus encantos de demonio. Eso haré, enterrarlo debajo de la arena. Nada saldrá mal. Sigo haciendo la malvada e inmadura acción de enterrarlo, tratando de tapar su cuerpo con arena. La adrenalina me sube por la espina dorsal, que termino dejando caer un poco de arena cerca de la comisura de sus labios por accidente, > trato de quitarla rápidamente con mis manos antes de que se de cuenta de lo que he hecho. Con las yemas de mis dedos comienzo a deshacerme de todo rastro de arena, pero él empieza a removerse bajo mío, lo que me hace saber que se está despertando, así que adquiero una posición a la defensiva. > ¿por qué nunca pienso antes de actuar? Necesito huir si quiero seguir viviendo. Intento alejarme de él, asustada, pero ya es muy tarde, su mano tiene atrapado mi brazo haciendo presión sobre este. Estrecho los ojos en su dirección y le regalo una sonrisa en forma de disculpa, pero él me repara como si estuviera a punto de explotar por mi insolencia. —¿Perdón? —continúo sonriendo, apenada. Sin deshacer su ajuste sobre mí, comienza a quitarse los restos de arena que tiene en el torso mientras suelta un bufido enojado, luchando para controlar sus impulsos de gritarme. —Recuérdame la edad que tienes, Camille —pide Alexander entre dientes, remarcando la ronquera de su voz. ¡Dios! ¿Es muy tarde para pedir ayuda? Si lo es. —Diecinueve —sonrío inocente, achinando los ojos. Él niega con la cabeza, luce enojado y eso provoca inquietud en mí, no sé qué me hará, mentiría si dijera que no me da miedo. Él da miedo. —¿Entonces? ¿Por qué diablos te comportas como una cría de cinco años que no tiene nada mejor que hacer? —inquiere en un tono pasivo enojado avivando mi irritación. Desvío la mirada al lado opuesto para no ver sus ojos verdes. No quiero admitir que estoy nerviosa. —Será porque no tengo nada que hacer, ya que mi esposo decidió dormirse antes que pasar tiempo conmigo —le reclamo, enfadada. —No es una excusa. —recrimina. Lo fulmino con la mirada y él sonríe como si tuviera un plan macabro rondando en su cabeza. —¡Ya te dije que no tenía nada que hacer! —No por mucho. Ahora tendrás algo que hacer, preciosa —me asegura, empleando un tono cargado de desconfianza. —Alexander, no... —trato de anticipar lo que hará. Las palabras se quedan atascadas en mi garganta cuando siento como se levanta con agilidad. Sin previo aviso toma mi cuerpo como si fuera un saco de papas y lo pone sobre su hombro, oh no, que no sea lo que estoy pensando. Empieza a caminar hacia la playa a paso firme, le exijo que me suelte al instante y hace caso omiso. Pataleo, lo araño, grito, pero nada parece tener efecto en él, al contrario, me da una n*****a en el t*****o para que me calle. No, no. El agua ha de estar fría. Comenzamos a llegar a la orilla de la playa, no hay olas tan grandes como pensaba, sin embargo, no escucha ninguna de mis protestas y comienza a caminar dejando que su cuerpo sea cubierto por el agua, por suerte mi pequeño cuerpo recostado sobre su hombro aún no ha tocado el agua. —Alexander no, por favor —suplico retorciéndome como un animal—. Perdóname, de verdad lo siento. No debí hacerlo —digo todo lo que él quiere escuchar, intentando calmar su enojo. En vez de tener piedad de mí, mis palabras lo hacen sonreír con satisfacción y no necesito escucharlo para saber que la partida ya está perdida. —Ya es demasiado tarde para pedir perdón, preciosa —me recuerda y por un momento comienzo a odiar esa frase. Me fijo en su acción, está a punto de dejarme caer al agua y.... ¡No! —Alexa... No termino de fórmular la palabra cuando mi cuerpo hace contacto con la frialdad del agua y pierdo los deseos de seguir discutiendo. No hay problema porque se nadar pero mojarme estaba en lo último de mis planes, ya que solo venía a tomar el sol. No obstante, me aferro a su cuerpo y lo hundo conmigo. Él me permite hacerlo. Aquí no caeré solo yo, el demonio caerá conmigo. Los dos quedamos debajo del agua, solo somos él y yo, juntos, mi mente me obliga a recuperar la conciencia, pero es demasiado tarde. Nuestros rostros están peligrosamente cerca y mi autocontrol se lo llevó el mar. Todo pasa muy rápido que no lo proceso, en cuestión de segundos siento su boca apoderándose de mis indefensos labios que están a merced de este demonio que busca devorarme. Quiero recobrar la cordura pero sentir sus agresivos labios me hace perder cualquier atisbo de racionalidad, todo mi cuerpo lo desea de una manera inexplicable. El beso empieza a subir de tono y solo por un pequeño instante me olvido que estamos debajo del agua, de que no me ama y me permito saborear sus labios. Me arrepentiré de esto. Lo haré, pero el toque sutil de sus labios me somete a una tentación imparable. Al cabo de unos cuantos segundos, mi cuerpo me pide oxígeno, él rompe el beso antes de que yo lo haga y ambos salimos a flote. El agua me llega por arriba de los hombros, mientras que a él solo le llega a la cintura. Nos quedamos mirando por un par de segundos que parecen eternos, sus labios están ligeramente hinchados y me imagino que los míos están igual o peor que los suyos. Tiene mechones rebeldes en la frente, las gotas de agua recorren todo su cuerpo semidesnudo, me muerdo el labio imaginando cómo sería volver a sentirlo. Todo en él me rebaja a los peores instintos y ese es justamente mi problema. Porque esos instintos carnales me someten en cuestión de segundos. No me da tiempo a reaccionar y siento sus enormes brazos tirando de mí hacia él, me carga y aferra mis piernas alrededor de su cintura, entrelazamos nuestras miradas y no hace falta decir nada, sé lo que viene. Esta vez, ambos nos dejamos llevar por el d***o inminente de nuestros cuerpos, nuestras lenguas bailan juntas en sincronía, el beso es intenso y tan feroz al igual que él. Él continúa apoderándose de cada parte de mí y no me importa quedarme sin aire cuando lo único que quiero es seguir besándole de esta forma única y especial para mí. Sin embargo, su bulto presionando contra mi pelvis me devuelve a la realidad, inmediatamente libero sus labios y él me observa con una sonrisa coqueta, una de esas que me derriten por completo. ¡Dios! —¿Aprendiste tu lección? —inquiere sin soltar mi cuerpo para que no haga contacto con el agua—, ¿te ha quedado claro lo que no debes hacer conmigo, preciosa? —no se le borra la sonrisa triunfante del rostro. Me burlo. —No...no me ha quedado claro, deberías mejorar tus lecciones —miento, mis labios rozan los suyos por unos segundos antes de alejarme—. No son tan buenas como tú crees, demonio —sonrío airosa al momento de retarlo. Niega con la cabeza, pero esta vez ya no hay ningún destello de enojo en sus ojos, este ha sido reemplazado por una excitación que es más que evidente. —¿Qué diablos voy a hacer contigo, Camille? —sonríe mostrándome su perfecta dentadura y el corazón se me acelera con locura. No lo sé. ¿Quererme? Ignoro mi subconsciente y digo lo primero que se me viene a la mente. —Aceptar que no puedes controlarme —me encojo de hombros y le muestro una sonrisa ladeada, riéndome de él. —Siempre puedo usar otros métodos de persuasión, preciosa. No tientes al demonio —espeta con la voz ronca, reprimiendo una sonrisa—, tú siempre saldrás perdiendo —afirma. Ruedo los ojos, divertida. —¿Me harás una lista de tus métodos de persuasión fallidos? —enarco una ceja y él niega con diversión. Necesito parar antes de que cometa una locura de la que después me arrepentiré. Puedo besarlo y hasta estar con él, pero nunca volverá a escuchar un te amo de mis labios. No romperé ese juramento que me hice a mí misma. Decirlo de nuevo sería seguir humillándome más de lo que ya lo he hecho. —No son un fracaso si tienen un efecto en ti —se frota sobre mí para que pueda sentir su creciente erección, trago saliva con el estremecimiento que me embarga. —Son imaginaciones tuyas —respiro con fuerza. La sonrisa curvando sus labios se amplía todavía más. —Preciosa, ambos sabemos que debajo de ese traje de baño estás empapada —inclina su rostro hacia mí—, y no es precisamente por el agua —su voz se vuelve un suave gruñido, incluso peligroso. Inevitablemente, me ruborizo ante el calor que desprende su mirada. Pero me rehuso a seguir siendo una completa cobarde, así que acorto nuestra distancia y quedo a milímetros de sus labios entreabiertos para después susurrar: —Tienes razón, estoy completamente mojada, pero no es nada que no pueda manejar por mí misma. Sé cómo usar mis manos para satisfacerme, demonio. En cuanto las palabras salen de mi boca, se tensa contra mí y le veo tragar saliva con dificultad. Sonrío. —Eso está por verse —su voz es una dulce amenaza que me deja los pelos de punta—. Vámonos ya. El aniversario de la empresa comenzará en unas horas. No me opongo a su petición, él comienza a caminar a la orilla sin soltar el ajuste de mi cuerpo a su cintura. Quiere ocultar el enorme bulto que está haciendo presión en mi zona sensible. Sé que lo hace a propósito para excitarme y que vuelva a caer en sus trampas eróticas. No lo haré, bueno tal vez sí. Pero necesita caer primero... Ya vamos de regreso a la mansión, en el auto, sumergidos en un silencio que no me resulta incómodo. Sostengo mi helado como una niña pequeña. No dejé de insistir y él no tuvo más opción que comprarlo. Puedo ser muy persistente si me lo propongo. La sonrisa de satisfacción nadie logra quitármela. El cono de helado de vainilla está riquísimo, no entiendo como no pueden gustarle los azúcares a Alexander. Es un hombre tan extraño. Después de unos minutos llegamos a la mansión, ambos nos bajamos a toda prisa, tenemos que prepararnos para el aniversario de esta noche que se celebrará en una de las propiedades de Alexander. Supongo que será otra mansión o una empresa. No le pedí muchos detalles, sinceramente no me interesa prestar atención a esos asuntos. Entramos a la habitación y hay un vestido sobre la cama, mis ojos se desorbitan por unos segundos. Este vestido es de ensueño. Un vestido largo de color rojo vivo, con tirantes y un escote revelador, y aberturas de ambos lados. Vuelvo mi mirada hacia él y luce peligrosamente tranquilo. Me sorprende un poco su actitud, ¿por qué iba a pedir un vestido? Hay muchos en el armario, son bonitos pero no se comparan con el vestido rojo que hay sobre mi cama. —Toma una ducha primero para deshacerme de la arena, nos iremos en una hora —su voz distante me regresa de nuevo a la realidad. —¿Quién estará en el aniversario? —curioseo. No conozco a nadie del círculo social de Alexander, mucho menos a las personas con las que se rodea. —Personas que no conoces; grandes empresarios en la industria, socios, trabajadores, y la prensa —habla mientras camina hacia el armario para sacar un traje de corbata n***o—. Necesitas dar una buena impresión esta noche, habrá gente importante. Además también aprovecharé para presentarte con el abogado. Ya va siendo hora de cobrar nuestra herencia. Otro golpe a la realidad. Nos casamos por contrato. > —¿Nuestra? —lo miro confundida por no entender sus palabras. Me mira un tanto desconcertado. —A veces me pregunto si te tomaste el tiempo para leer el contrato —se tensa—, no puedes firmar algo sin leerlo. No lo había leído, confío ciegamente en mi padre. Pero no se lo iba a decir. —Sólo quiero saber. —Recibirás la mitad de mi herencia por ser mi esposa, ya te lo había dicho —me recuerda—. Cuando se termine el año el dinero pasará automáticamente a tu cuenta bancaria —me explica y solo me hace sentir usada. Solo es por dinero. Hay un nudo en mi garganta que no me permite hablar ni pensar con claridad. Necesito recobrar mis fuerzas, los sentimientos me están nublando el enfoque de lo que en verdad importa. —No necesito tu dinero, ya ayudaste a mi padre con sus negocios y con eso me es suficiente —digo sin ganas de seguir la conversación que solo me hiere. —No pedí tu opinión y, además, tu padre no tuvo ninguna queja al respecto —se enoja por mi repentina actitud. Idiota. ¿Por qué diablos no leí ese m*****o contrato? Decido ignorar sus últimas palabras, y soy yo la que me encierro en el baño y me doy una ducha rápida para quitarme todo rastro de arena en mi cuerpo. Cuando salgo de la ducha Alexander ya no está. No puedo evitar sentirme triste. Es mi culpa. Pasamos un momento especial en la playa, pero fue tan fugaz. Ahora sólo necesito aferrarme a la idea de que nomás le importa el dinero, solamente quiere un beneficio para él. Yo no le importo. Duele, duele mucho. Decido hacer mi cabello en una trenza de pescado con mechones rebeldes adornando los costados de mi rostro. El maquillaje consiste en algo elegante, pero no demasiado pesado. Sombras color nude, máscara de pestañas y lápiz labial rojo. Ya estoy casi lista, solo me falta ponerme el vestido y los tacones. Me dirijo a la cama, miro el vestido por última vez y me enamoro más, es increíble. Me lo pongo con sumo cuidado, intentando no estropear mi peinado y el maquillaje. El vestido se adhiere a mi cuerpo como una segunda piel, parece que lo hubieran hecho especialmente para mí. Me siento espectacular y me queda muy bien. Destaca mis pechos y moldea mi cintura. Me acerco al tocador y me rocío el perfume por todo el cuerpo. Siempre me ha gustado el aroma a vainilla. Un olor simplemente extraordinario. Dulce, pero sin llegar a ser empalagoso. Miro mi reflejo en el espejo y confirmo lo que ya sé, no me reconozco, estoy increíble. Sólo faltan los tacones y estaré lista para enfrentarme a todo este caos que amenaza con destruirme cada día. Cojo uno de los tantos bolsos de mano qué hay a mi disposición y salgo de la habitación dispuesta a todo. Quiero divertirme un poco esta noche que parece prometedora. Bajo las escaleras con miedo a matarme por la altura de los tacones, sé caminar con ellos pero aún así debo tomar precauciones. Mi mirada se distrae con el hombre que tengo delante. Todo mi autocontrol se va a la m****a en cuestión de segundos. Es impresionante, su traje n***o marcando sus musculosos hombros, su pelo perfectamente alineado a un lado, sus ojos verdes, sus tatuajes, su olor, >. A medida que me acerco a él, mi corazón empieza a latir con más intensidad y mi pulso se dispara enloquecidamente. Sonrío y él me observa con un brillo en los ojos de algo que me cuesta descifrar. —¿Y qué tal? —pregunto para romper la tensión que empieza a sofocarme—. ¿Te gusta el vestido? Me escanea de pies a cabeza, terminando cuando llega a mis ojos, sus labios se curvan en una sonrisa coqueta y es imposible no impacientarme un poco. —Debo admitir que el vestido complementa tu figura a la perfección —se relame los labios, sutilmente—. Pero la que me gusta eres tú, preciosa —toma mi mano y la entrelaza con la suya, provocando una revolución dentro de mi pecho. —Gracias —paso saliva, nerviosa—, tú no te ves nada mal —repongo. Asiente. Sus ojos no dejan de repararme y no puedo evitar sonrojarme como una estúpida, él no le toma mucha importancia, pero mi corazón sí. —Me lo agradecerás cuando te arranque ese vestido, te dije que volverías a ser mía y soy un hombre que siempre cumple sus promesas —siento el corazón en los oídos—. Hacerte mía de todas las maneras posibles es una promesa, Camille. No lo olvides nunca —su voz ronca hace que suelte un largo suspiro, impacientada, e intentando ignorar el cosquilleo que me recorre la médula espinal. Trago grueso y aparto la vista. —¿Me estás amenazando? —juego y él niega. Sé que no está jugando, lo conozco muy bien y hará hasta lo imposible para que caiga en sus encantos. Pero en lo único que puede pensar mi mente es en lo que dijo hace unos minutos. Él acaba de decir que le gusto y las malditas mariposas están haciendo un m*****o huracán en mi estómago. Ya no estoy muy segura de poder resistirme más. Fuerza de voluntad, ¿dónde m****a estás cuando se te necesita? —Nos vamos —digo y ajusto mi agarre en su brazo tratando de disimular mi nerviosismo. —La velada será inolvidable, preciosa, más si te tengo a mi lado —susurra en mi oído y una corriente eléctrica recorre mi médula espinal. Salimos de la mansión, juntos como el matrimonio perfecto que intentamos aparentar ante la gente, nos espera una camioneta negra con tres hombres afuera vestidos de n***o. Uno parece ser el chofer y los otros guardaespaldas. Sus contexturas corporales los diferencian. Nunca antes lo había visto con un guardaespaldas, ¿por qué ahora sí? Decido quedarme con la duda, no tengo cabeza para pensar en eso en este momento. Nos introducimos en la parte trasera de la camioneta. Nuestros cuerpos quedan terriblemente cerca y nuestros aromas comienzan a mezclarse, creando el mismísimo paraíso para mis fosas nasales. No podré resistirme. No soy lo suficientemente fuerte para soportar sus insinuaciones. Mucho menos cuando me mira como si quisiera devorarme. Las oleadas de calor en mi cuerpo son persistentes y sé que no se irán mientras Alexander siga a lado mío. De la nada, posa su gran mano en la abertura de mi pierna, sus dedos hacen contacto con la desnudez de mi piel y el poco aire que tenía abandona mis pulmones de una manera cruel, dejándome a su merced. ¡m****a! Su mano comienza a subir a mi muslo y cierro los ojos inconscientemente, me estoy dejando llevar por el momento y no acabará bien. Él tenía razón, será una noche inolvidable. ¿Para bien o para mal? No lo sé, pero voy a jugar con fuego y no seré la única que saldrá quemada.
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