Prólogo
La chica intentaba contener las lágrimas, pero la situación en la que se encontraba no era favorable. Su noche había sido arruinada por unos motociclistas que sabe Dios de dónde salieron, Alexander, su amor platónico, estaba junto a ella y no tenía intenciones en dejarla sola, pero ella imaginaba que su noche tendría otro final, algo más emocionante, épico, sin saber que el destino tenía otros planes para ellos e hizo de las suyas, confabulando en su contra.
Alexander, el demonio de ojos verdes, se limitaba a verla con cierta intensidad, no podía dejar de hacerlo, su respiración se agitaba a medida que inspeccionaba su hermosa figura, nunca antes lo hizo, nunca la había notado como lo hizo esa noche, porque era prácticamente imposible que esa jovencita pasara desapercibida.
Permaneció con sus ojos fijos en ella, más no hizo nada por acercarse. No podía negar que verla en ese estado hacía que su corazón por primera vez en años sintiese algo diferente, ¿Dolor? ¿Pena? No lo sabía, no podía distinguir el sentimiento cálido que se encendía en su pecho con vehemencia pero de una cosa estaba muy seguro, no le gustaba verla así.
La hija de su socio y amigo se encontraba en un estado vulnerable y frágil ante sus ojos, no quedaba nada de la inocencia y felicidad que irradiaba a diario, sin poderse explicar a sí mismo la personalidad de la chica lo había cautivado.
En diversas ocasiones le robaba sonrisas las ocurrencias de la chica de ojos esmeralda, aunque no se lo hiciera saber. Él no sabía explicarse a sí mismo cuál era la tensión o el magnetismo que lo atraía hacia ella, sin embargo, tampoco sintió necesidad de alejarse cómo se lo gritaba la parte lógica de su cabeza.
Al contrario, hizo algo diferente, algo que hasta el solo pensamiento le aterró, algo que él sabía perfectamente que traería consecuencias y sólo el tiempo diría si estas serían positivas o negativas.
Pero de todas formas lo hizo. Se arriesgó. Saltó a un abismo del cual nunca podría salir.
Por primera vez en dos años se permitió apreciar la inigualable belleza de aquella hermosa joven, sus ojos estaban rojos por el llanto pero no ensombrecían el verde esmeralda alrededor de sus pupilas.
Sin duda ella era la chica más hermosa que sus ojos habían visto.
Descolocado, se obligó a tomar una bocanada de aire porque esa chica lo había dejado sin aliento y sus pulmones estaban a punto de colapsar, aunque eso no era lo preocupante, sino la manera en que su corazón martillaba dentro de su pecho, casi exigiendo que se acercara, la cogiera en sus brazos y que nunca la dejara ir porque ella era la única que podría sacarlo de la oscuridad en la que estaba hundido.
Camille era su única salvación y no lo supo hasta que ella alzó la mirada, sus ojos llorosos se encontraron con los de él y se dio cuenta de que de alguna manera retorcida, jamás podría dejarla ir. No cuando había durado años en encontrar la paz que ella le brindaba.