Capítulo XL

3899 Words
Camille Al cabo de una media hora llegamos a nuestro destino, el lugar en donde tendré que impresionar a cientos de personas porque me convertí en la esposa de Alexander. Mi campo de visión es cautivado por una mansión enorme, la estructura es magnífica ya que cuenta con un gran muro de piedra. Es hermosa, sólo que está luce más formal a comparación de las mansiones que he visto antes, como si esta solo fuera utilizada para ciertos eventos. La duda se instala en mí y comienzo a pensar más acerca de la fortuna que amasa mi esposo, ¿cuántas propiedades tendrá Alexander? No hay duda, demasiadas como para contarlas...pero pensándolo bien tiene mucha lógica, Alexander es un hombre multimillonario y ha de tener más propiedades de las cuales desconozco. Decido alejar los pensamientos acerca de la fortuna de mi esposo y enfoco mi atención en el lugar. Nos disponemos a entrar al salón de la planta principal, solo nos separa un gran portón, al otro lado estarán las personas a las que necesito impresionar para cumplir con mi rol de,"esposa perfecta". Al contraer matrimonio con un magnate como Alexander sabía a lo qué me atenía, ahora soy alguien quien debe imponer un ejemplo ante la sociedad y debe estar a la altura del importante impresario que está a mi lado, observándome como si fuese algo digno de admiración. Mis piernas me fallan por unos segundos debido a la tensión que aborda el lugar, sin dejar a un lado los nervios que me están haciendo querer salir corriendo de esta mansión llena de personas que están listas para criticar cada una de mis acciones. Me quedo parada unos segundos para tomar una gran bocanada de aire y tener el valor de enfrentar lo qué hay detrás de esa puerta. Alexander se da cuenta de mi nerviosismo más sin embargo no me dice nada. Él parece tranquilo, luce neutro y sin expresión alguna que delate un atisbo de emoción. Una faceta nada nueva para mí. Ya debe estar acostumbrado a este tipo de eventos. Sin dejar de verlo, carraspeo la garganta. —Estoy nerviosa, lo siento —confieso, mordiendo mi labio inferior sin importarme el dolor que infrinjo. Él suelta un resoplido. —No tienes porque estarlo, Camille —me dice con voz suave y ronca—, solo tienes que sonreír durante toda la noche y fingir que todo está bien. No muestres tus debilidades y compórtate como lo que eres —su mano deja una caricia sutil en mi mejilla y los nervios parecen esfumarse con su tacto. Pero cuando lo miro a los ojos, también veo un ápice de duda y no sé si es por mi culpa. La inseguridad se apodera de mí y pregunto: —¿Y si hago algo mal? Él niega, muy seguro de sí mismo, como si eso fuera imposible. —No lo permitiré, que no se te olvide de quien eres esposa —su mirada me transmite esa seguridad que nunca he tenido—, actúa como lo que eres, preciosa. La esposa del magnate más importante; Alexander Rosselló —sonríe con arrogancia, como si el mundo le perteneciera y eso lo hace lucir jodidamente sexy ante mis ojos. Sonrío internamente, su ego es demasiado grande. Él es capaz de provocar una revolución en mi interior para después calmarme con sus egocentrismos. —¿Lista? —vuelve a preguntar pero esta vez con una voz dura. Entrelaza nuestras manos y el corazón se me dispara, comenzando a latir desbocado. —¿Tengo otra opción? —pregunto nerviosa, sin dejar de verlo. Hago mi último esfuerzo por zafarme de esta situación, pero él cambia su rostro a uno serio dándome a entender que ya ha llegado la hora. —No —espeta con sequedad—, necesitamos hacer esto. —Entonces sí, lo estoy. —hago una mueca. Acto seguido, se abre la puerta que me permitía mantenerme tranquila y todas las personas que yacen dentro del salón vuelven la mirada hacia nosotros haciendo que mi corazón se detenga. Entierro mis uñas en su brazo, con fuerza, y él sonríe para disimular lo que está sintiendo, pero no aparta su brazo. Se mantiene firme. Suspiro abrumada y me dedica una mirada fugaz antes de volver a centrarse en los presentes. La gente empieza a saludarlo, hay murmullos, gritos, risas. Los flashes no tardan en dispararse en nuestra dirección y no puedo evitar sentirme asfixiada por estar rodeada de gente que no conozco y en un ambiente que me disgusta. Hay demasiadas personas y mis nervios están de punta. No quiero hacer el ridículo. Quiero estar a la altura... Después de una hora hemos saludado a más personas de las que he saludado en mis diecinueve años. Todo parece ir bien o al menos eso es lo que sigo repitiendo, la gente lo ama y lo admira. A pesar de su corta edad ha logrado amasar una gran fortuna que destaca su inteligencia, y ni de hablar la herencia de su abuela que lo ha catalogado como uno de los hombres más ricos del mundo. Alexander dio un discurso para todos sus empleados y me sorprendió mucho ver cómo es de entregado en su trabajo, este Alexander es calculador y responsable. No deja ver margen de error, su rostro continúa serio, pero no pierde ese aire seductor y coqueto que lo caracteriza. Ese aire que atrae a todo mundo. La prensa y las cámaras lo adoran. Ya nos hicieron varías fotos, y también me presentó oficialmente como su esposa ante todo el mundo y nuestra sociedad. Unos se sorprendieron o eso pareció y otros solo no le tomaron importancia. Todo va mejor de lo que yo esperaba. No me sorprende la cantidad de personas que no le puede quitar los ojos de encima, las entiendo sinceramente, ¿quién no lo vería? En especial las mujeres que no dejan de mirarlo sin descaro, cómo si quisieran devorarlo, pero solo una en especial llama mi atención. Si mal no recuerdo, desde que entramos no ha dejado de mirarlo ni por un sólo segundo. También creo que él se dio cuenta ya que ha estado muy tenso desde entonces. Ella es deslumbrante, no voy a mentir; su melena negra, su figura y sus ojos oscuros resaltan entre las demás mujeres. Siento que hay algo más y su constante mirada en mi esposo comienza a fastidiarme de una manera inexplicable. Es como si lo conociera de toda la vida, la forma en que lo ve me hace sentir diminuta. Alexander se aleja y se pierde entre la gente, no le tomo mucha importancia, sé que el tiene cosas que hacer y no pienso interferir en su trabajo. Necesito ir al tocador a retocarme el maquillaje, estar entre tanta gente me hace querer sudar de los nervios. Busco por varios pasillos hasta que una puerta llama mi atención, me acerco muy sigilosamente y entro en esta. ¡Bingo! Lo encontré. Es un baño muy grande y espacioso, tiene un sillón para descansar, hay un tocador y un lavabo con un espejo enorme. Observo mi reflejo y para mi sorpresa mi maquillaje y cabello están intactos. Sonrío para mis adentros al ver mi figura, decido quedarme unos minutos más adentro, tampoco quiero salir afuera y rodearme con personas que no conozco y que no hacen más que mirarme como si fuese un bicho raro. Doy varias vueltas hasta que alguien abre la puerta de repente, me sobresalto un poco y mi corazón se acelera al verlo. Alexander. Entra sonriendo malévolamente, mi respiración se corta, y mis nervios se disparan al momento. Mi cerebro quiere que se vaya lejos de mí, pero mi corazón y cuerpo quieren todo lo contrario. —¿Qué haces aquí? —hago el intento de que no me falle la voz—. Si no te has dado cuenta, es el baño de mujeres y tú no puedes entrar aquí —trato de hacerlo salir. Él niega con la cabeza tajantemente y solo esboza una sonrisa llena de arrogancia. —Soy el dueño del lugar, puedo entrar a donde se me plazca —me recuerda, airoso. Ruedo los ojos por la forma en lo que lo dice. Tiene razón, no puedo correrlo, pero si no salgo de aquí perderé más que mi dignidad. —Buen punto —admito—, la que se va soy yo —le digo con suficiencia. Empiezo a caminar dispuesta a marcharme, pero es más hábil que yo y cierra la puerta antes de que pueda salir. Mis nervios se salen de control y esta escena me deja un deja vu de algo ya vivido a su lado. No quiero volver a pelear con él, no vale la pena. ¿Por qué siempre busca confundirme de esta forma? No entiendo por qué actúa de esta manera. Me cuesta tanto entenderlo, la paciencia se me está agotando cada vez más. Ya no quiero que me lastime. Nos miramos fijamente, ninguno de los dos quiere perder este duelo de miradas. En especial yo, que siempre salgo perdiendo todo. —Déjame ir, no volverás a confundirme —le aseguro y no se inmuta—, hoy no estoy de ánimos para pelear contigo así que apártate y déjame ir. —pido sin ganas de iniciar otra discusión. Los rasgos de su rostro se endurecen y parece querer explotar contra mí. Más sin embargo, no lo hace y eso me asusta más. Resoplo cansada. Él sigue en la misma posición. Al ver que no tiene planes de moverse, intento apartarme para abrir la puerta e irme, pero sus palabras son suficientes para dejarme paralizada. —Quédate —sus ojos me miran con ese brillo de súplica—, quédate conmigo, no te vayas. Mi corazón da un vuelco y en ese momento d***o poder apagar hasta el último sentimiento que le profeso porque no es justo que me cueste tanto no ceder ante él. Decidida a mantenerme firme, ignoro su súplica d intento apartarme dispuesta a marcharme de ese lugar. —Por favor, no te vayas —pide suavizando su voz. Me detengo en seco al escucharle decir "por favor" porque es una palabra tan ajena para él, una palabra tan desconocida en su vocabulario, una palabra que no ha usado nunca, pero ahora sí lo está haciendo. Lo encaro y tomo la valentía para no quebrantarme de nuevo como lo hice ese día. —¿Qué quieres de mí, Alexander? —pregunto sin rodeos—. Sé claro conmigo, ya no quiero más enredos. Sólo dime lo que quieres —pido sin dejar de mirarlo fijamente, porque esta vez sí espero que me diga lo que quiere, ya estoy harta de tanta confusión y tantos juegos que comienzan a desgastarme física y emocionalmente. Él entreabre los labios y me muestra una sonrisa triste que después es remplazada por un brillo desconocido en sus ojos. —Quiero que dejes de rechazarme, quiero que dejes de alejarte de mí, quiero que me desees como yo te d***o —admite con seriedad. > quiero decirle pero no tengo el valor suficiente. Me quedo absorta en mis pensamientos. Él se acerca y atrapa mis labios de una forma sutil, el beso no es romántico, nada con él lo es, no es tierno ni nada por el estilo, lo siento necesitado, hambriento, lleno de impotencia, sus manos viajan a mi cuerpo como si su vida dependiera de ello porque él se aferra a mí. El beso es exigente y puedo sentir que busca devorarme, nuestras lenguas se acarician apasionadamente y jadeo contra su boca. Y es que quisiera decir que no correspondí a su beso, que salí corriendo de aquel baño, pero aquí estoy aferrándome a los labios del hombre que me tiene loca. —B-basta —rompo el beso con dificultad. Él me observa con las hebras de cabello alborotadas, sus ojos brillan más de lo normal, y mi cuerpo parece que arderá en una llama de d***o que él provoca. Esa llama que corrompe mis principios hasta el punto de querer entregarme a él nuevamente. Todo mi cuerpo lo aclama de una manera espeluznante y tengo miedo de siempre sentirme así de atraída. —No puedes seguir confundiéndome de esta manera. Estoy agotada de este juego, no quiero ser la persona con que desquitas tus ganas y después la desechas —lo encaro y soy sincera con él, ya estoy cansada de ser la persona que utiliza a su antojo. Él me mira frustrado. —No quiero que seas eso —me interrumpe, suavizando su voz—, ya no quiero hacerte sufrir. Casi me burlo. —¿Entonces? ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué siempre intentas que caiga en la tentación de tenerte? ¿Por qué diablos me provocas de esta manera? —lo bombardeo con preguntas, estoy harta de tanta confusión en mi cabeza. Resopla restándole importancia y me mira exasperado. —Camille... —advierte en un tono peligroso. Esta vez no me callaré. —No, vas a escuchar todo lo que tengo que decirte, ¿acaso te divierte? —le pregunto enojada, intentando regular mi respiración y él solo me observa incrédulo—. ¡Habla, j***r! Esta vez no te quedarás callado, esta vez no actuarás como un m*****o cobarde —le exijo respuestas, tiene que dármelas. No dice nada, su mirada luce perdida y me entra la inquietud de saber qué pasa por su cabeza. Pasan varios minutos y vuelve a quedarse callado como ese día. La decepción vuelve a apoderarse de mi y solo quiero salir corriendo de ese lugar para no seguir perdiendo mi dignidad. Tengo que salir antes de vuelva a romperme enfrente de él. Avanzo y esta vez no hago amago de mirar atrás. —Me gustas —su inesperada confesión detiene mi andar y paraliza mi corazón de golpe—, j***r, me gustas más de lo que quiero admitir. Simplemente no puedo sacarte de mi cabeza y ya no sé qué hacer para decirle a mi mente que deje de pensar en ti —prosigue y mi cuerpo se estremece con cada una de sus palabras. Me giro inmediatamente y nuestras miradas se encuentran en medio del caos, mi corazón se acelera tanto que podría morir en ese instante, parece tener miedo, sus ojos se clavan en los míos, algo que nunca pensé que vería en él. Puedo ver la vulnerabilidad y eso me deja perpleja. ¿Por qué no me muestra cómo es en realidad? —¿Que has dicho? —pregunto sin poder asimilarlo. —Me gustas, Camille, y quiero que dejes de huir de mí —demanda imponente—. Quiero que vuelvas a mí porque necesito volver a sentir tu cuerpo —prosigue sin titubear, como si necesitara sacarlo todo y esta vez d***o que no lo haga. —Alexander, detente... —intervengo para no seguir escuchando palabras que solo me darán falsas ilusiones. Alza su mano para callarme. —No, me vas a escuchar primero —no es una petición—. Necesito sacarte de mi puta cabeza, necesito saciar este m*****o d***o que me está consumiendo por dentro, ¿es tan difícil de entender? —arremete y por primera vez puedo ver todo el desorden que trae adentro. Sus palabras provocan un huracán dentro de mí, me desestabiliza por completo, todo con él es irracional. Las sensaciones son realmente placenteras pero me dejan más confundida de lo que ya estoy. —No ¡Basta! —niego tratando de contener mi respiración—. ¡Deja de enredarme, maldita sea! Estoy cansada de esto —protesto enojada. Me mira con incredulidad. Paso saliva y me muerdo el labio, indecisa. —No lo hago, estoy siendo sincero sobre lo que quiero. Te d***o y sé que tú también me deseas, solo deja de resistirte. —me pide en un susurro. No sé qué diablos hacer. Sus palabras me han dejado más vulnerable ante él, acaba de confesarme que le gusto. ¿Qué significa esto para nosotros? A todo el mundo le puede gustar algo y eso no significa absolutamente nada. Se acerca a mí con una seguridad que arrolla y soy incapaz de alejarme de él, su cercanía me hace sentir bien >. Su aliento choca contra mi cuello y mi piel se eriza en cuestión de segundos. —No me alejes, Camille —casi ruega—. Al menos no por esta noche, olvídate de todo a nuestro alrededor, sólo existimos tú, yo y este d***o que nunca nos abandona —sus manos se posan en mi cintura, aprisionándome junto a su cuerpo para que no pueda escaparme. ¿Es un riesgo que quiero tomar? No lo es, pero ya es demasiado tarde para arrepentirme. Con ambas manos acuna mi rostro, siendo más delicado de lo habitual y estampa sus labios con los míos apagando todo el mar de dudas que quieren resurgir, mi cabeza no piensa con claridad y tampoco quiero que lo haga. Si lo hace me dirá que me aleje de él y que recupere la dignidad que he perdido, pero simplemente no puedo silenciar todo el t******o que el demonio enciende dentro de mí cada vez que me besa como si fuese lo más importante que tiene en la vida. Sus labios exigen todo de mí, su manera tan única de apoderarse de mi boca y hacerme saber, que en cierta forma soy suya y no quiero ser de nadie más. Sus manos descienden a mis glúteos y los amasa con fuerza, sin soltar mis labios y aferrándose a ellos con toda la ferocidad que posee. El beso comienza a subir de tono y el d***o no tarda en tomar el control de nuestros cuerpos, que solo se rinden a las sensaciones y los impulsos que me gritan que ceda ante él. Nos separamos por falta de aire y nos observamos un par de segundos. —Quiero hacerte mía —sus pupilas dilatadas me hacen saber que no miente—, lo necesito tanto como respirar, preciosa —me mira con l******a y algo se derrite dentro de mí que no puedo negarme. —Aquí no... —suspiro fundida en su aroma que tanto me fascina. Una sonrisa se escapa de sus labios y siento que se me desarma el interior. —Solo disfruta, preciosa —pide. No me da tiempo de responder ya que vuelve a apoderarse de mis labios ferozmente. Gimo contra su boca, necesitando más. Sin deshacer el beso me toma por la cintura, gruñe excitado y me alza para subirme al lavabo del baño y mi espalda se apoya en el espejo detrás de mí. Una sonrisa llena de malicia se zanja en sus labios y sin dejar de mirarlo a los ojos abro mis piernas dándole entrada para que pueda tener mejor acceso. Su mano viaja a mi muslo y comienza a hacerse camino hacía mi zona sensible. La abertura del vestido le facilita la entrada a sus manos, respiro con dificultad y aunque mi cabeza es un lío no hago nada para detenerlo porque simplemente quiero rendirme al tsunami de emociones que me avasallan el cuerpo cada vez que me lanza esa mirada salvaje. Sus dedos hurgan dentro de mis bragas y acarician esa zona sensible que me hace temblar, haciendo una deliciosa y delicada estimulación en ese interruptor que me enciende al instante, me excita sentirlo tan cerca y tenerlo así. La tela de mis panties comienza a estorbar. Ansío su toque. Sus labios bajan a la curva de mi cuello y la respiración se me corta cuando siento su aliento caliente golpeando mi piel. La poca cordura que tenía me ha dejado tirada y ha sido reemplazada por una oleada de calor. Leves gemidos salen de mi boca sin poder contenerlos, trato de no ser tan ruidosa pero Alexander no deja de masajear esa zona que me da placer. Quisiera decirle que pare, pero ni yo quiero que lo haga. Sin más rodeos, hunde sus dedos en mi abertura y gruñe al sentir mi perceptible humedad. Sus dedos comienzan a moverse mientras deja leves mordiscos en mi cuello para intensificar las sensaciones. Me aferro a sus hombros mientras él acelera el movimiento de sus dedos, estimulando ese punto que me hace temblar de placer y poner los ojos en blanco. —A-Alexander...—intento a hablar pero sale como jadeo, haciendo que él vuelva a gruñir excitado. Sonríe satisfecho. —Shhhh —calla mis gemidos con sus labios de manera brusca. Todo mi cuerpo arde en llamas, Alexander continúa con sus movimientos bruscos pero excitantes en mi sexo empapado que necesita de él, lo disfruto de una manera tan deseosa porque sus besos en mi cuello me están llevando al borde de la locura. Sin previo aviso, desliza otro dedo y sus ojos se conectan con los míos al darse cuenta de cómo me pone, no deja de mirarme con l******a mientras sigue moviendo sus dedos de una forma ruda, pero tan jodidamente placentera. Siento el clímax acercarse y aferro mis uñas a sus hombros, él acelera su movimiento hasta que siento el líquido tibio salir de mi cuerpo. Saca sus dedos de mi interior y estos salen empapados de mi humedad haciendo que la sangre suba a mis mejillas. Lo observo con intensidad y el corazón me deja de latir al ver como lleva sus dedos a su boca y se deleita con mis jugos. Paso saliva, nerviosa por la oleada de calor que siento en el cuerpo, pero... —Sabes delicioso —me susurra con perversión y yo solo aparto la mirada, avergonzada. Se acerca y deposita un casto beso en mis labios, le sonrío con timidez, el trata de sonreírme de vuelta, pero su mirada luce perdida, haciendo que cierta duda de instala en mí. ¿Se habrá arrepentido de decir que le gusto? Trato de controlar mi respiración para que no se de cuenta de que estoy a punto de tener un colapso por todas las emociones que abordan mi cuerpo, son estos pequeños instantes que me dan esperanza. No quiero que se acabe nunca. Quiero quedarme con este Alexander que me ha confesado que le gusto. Rompe el abrazo y me escanea, con sus manos arregla mi cabello alborotado y sonríe. Una de su mano limpia mis labios > es en lo único que puedo pensar. —Esto no acaba aquí, preciosa —me sonríe con morbosidad, provocando una oleada de calor por todo mi cuerpo. Tampoco quiero que acabe aquí, demonio. Me cercioro de que todo esté en orden conmigo mientras él se lava las manos en el lavabo, le doy un asentimiento de cabeza cuando me pregunta si estoy lista para irnos. Sin más toma mi mano y salimos de aquel baño, actúo lo más normal que se puede, pero siento que todo mundo sabe lo que hicimos en aquel baño. —Deja despedirme de los invitados y nos vamos —me dice—. No estoy dispuesto a esperar más —deja un beso casto en mis labios y desaparece. Lo espero por unos minutos, pero unos socios lo entretienen haciéndole platica, me da mucha risa ver cómo está fastidiado ya que no lo dejan ir. Le hago señas de que lo espero afuera, ni siquiera me percato si me ve o no, solo salgo del lugar.
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