Camille
Siempre he sabido que Italia es un lugar muy bonito que cuenta con demasiados paisajes maravillosos, que aún me faltan por visitar.
Veo el indescriptible amanecer que comienza a asomarse desde el ventanal de mi habitación, o más bien, desde la habitación de Alexander, mi ahora esposo. Es demasiado bello como para ser real. Con colores pintorescos conformándolo.
De la nada, y sin que pueda evitarlo, Alexander se me viene a la cabeza, pienso en él y esbozo una sonrisa melancólica.
Agradezco que Carmen nos interrumpiera ayer, si no, otra vez hubiera perdido la cabeza en la cocina. No me justifico porque simplemente no hay nada que pueda argumentar para defender mis acciones, pero es que tenerlo tan cerca de mí y sentir sus labios sobre los míos hace que pierda el poco razonamiento que me queda.
Las cosas aún siguen un poco tensas después de nuestra pelea, aunque él no dijo nada. Estoy un poco dolida por su actitud y saber que mi dolor le es indiferente es algo que no puedo soportar.
De cierta forma, creo que hacerme la tarta fue su manera de pedir disculpas, una manera extraña. Pero una disculpa al final.
Pero eso no cambia nada entre nosotros. Desearía poder odiarlo, así todo sería más fácil, pero odio es algo que jamás podría sentir por él. Lo amo con cada partícula de mi cuerpo. A veces siento que ya es muy tarde como para retractarme de este matrimonio, lo es.
Me levanto de la cama para darme una ducha, hoy pienso salir a divertirme si o si.
Camino hacia el baño y me introduzco rápidamente, enciendo la regadera y dejo que el agua fría caiga sobre mi piel. La ducha de cierta forma me ayuda a aclarar parte de mis pensamientos y desestresarme.
La situación con Alexander es tan complicada que mi cabeza no da para más. A veces quisiera salir huyendo de todo este desastre, pero no me atrevo a dejarlo todo atrás. Me siento incapaz de huir de él, aunque cada vez siento que estoy cayendo en abismo sin salida.
Termino de lavarme el cabello, cierro la regadera y salgo de la ducha envuelta en una diminuta toalla.
Me sobresalto al ver Alexander sentado en el lujoso sofá con las piernas extendidas hacia el frente. Su cabellera negra azabache despeinada, pero aún así luce sexy, sostiene un cigarrillo en su mano derecha, viste ropa casual, vaqueros de mezclilla y una camisa de algodón blanca.
Aunque vista de manera casual, no pierde su elegancia ni su porte, mucho menos su hermosura. Todo en él es perfecto y no es por exagerar.
Logro salir de mi estúpido trance al momento en que siento su mirada escanearme de arriba a abajo, intenta ocultar una sonrisa maliciosa, pero no lo logra y eso provoca que el corazón se me acelera por centésima vez.
Entrecierro los ojos para apartar la mirada de su figura y por alguna razón mis piernas comienzan a fallarme, pero me obligo a mantenerme firme y no mostrar debilidad.
—¿Te quedarás ahí parada? —me pregunta dando otra calada al cigarrillo que tiene en manos.
Sonrío inconsciente mientras lo observo con cierta delicadeza, repitiéndome a mí misma que debo mantenerme firme ante mi decisión.
—Voy a cambiarme... —aferro mis manos a la toalla que me cubre para que no se resbale de mi cuerpo y me deje expuesta ante él.
Él esboza media sonrisa. Las esquinas de sus ojos suavizándose.
—¿Y qué esperas para hacerlo? —me reta con la mirada y mis nervios luchan para salir a flote de alguna manera u otra.
—A que te salgas de la habitación —respondo con obviedad y hace una mueca—, ¿podrías salir ahora mismo? —siseo irritada.
Él niega. Casi ofendido.
—No tengo porque irme, no tienes nada que no haya visto antes —increpa desinteresado mientras se encoge de hombros—, no tienes porqué ocultar tu desnudez de mi. Soy tu esposo —esclarece con esa nota de arrogancia para después sonreír, expulsando el humo del cigarrillo.
El sonido de su voz me fascina en formas que todavía no puedo explicar; una voz dura y ronca que me pone la piel como gallina y me hace estremecer hasta la médula.
Vuelvo a entrecerrar los ojos al ver como su sonrisa se amplía haciéndome sentir diminuta ante él, sigue dando caladas al cigarrillo y eso lo hace ver tan jodidamente sexy que temo tambalear si no dejo de verlo.
Tomo una bocanada de aire y vuelvo a enfocarme en él.
—Te equivocas, no me oculto —aclaro, segura de mí misma—. Sólo quiero que salgas de la habitación, no me cambiaré enfrente de ti —señalo la puerta y él ni siquiera hace el intento de moverse, permanece en la misma posición, llenándome de impotencia y fastidio.
¿Qué diablos quiere? m*****o demonio.
—No me iré.
Lo fulmino con la mirada. Sin embargo, sé que está diciendo la verdad. No se irá. Así que no me queda más que relajar mis nervios y aclarar mi voz, carraspeando la garganta.
—¿Entonces no te irás? —inquiero al ver que no se mueve y sigue parado como una jodida estatua.
Niega con la cabeza, divertido con la situación. Pero yo no me estoy divirtiendo, ese es el problema.
Vuelve a exhalar el humo y esboza una sonrisa mostrando sus perfectos hoyuelos.
—¿Por qué me iría? —me mira incrédulo—. La vista que voy a presenciar parece prometedora, preciosa —asegura con prepotencia, después se acomoda de nuevo en su asiento como si estuviera preparado para ver un show.
Ruedo los ojos sin disimular mi molestia y me acerco al armario, busco una lencería decente, son muy provocativas, encuentro la indicada y al último me decido por unos jeans azules y una remera blanca.
Lo oigo levantarse del sofá y acortar nuestra distancia. Mi corazón sale disparado por todas partes, en cuestión de segundos puedo sentir su tibio aliento golpear la curva de mi cuello, lo cual me hace cerrar los ojos, pesadamente.
El poco aire que tengo abandona mis pulmones y siento que estoy a punto de desmayarme. Tenerlo a centímetros de mí provoca una tormenta en mi interior, una de la cual no quiero escapar.
Sus dedos acarician mi espalda, trazando un camino invisible que quema sobre mi piel.
—¿A qué le tienes miedo, preciosa? —susurra con la voz rasposa—, no te lo guardes para ti, d***o saberlo —continúa acariciando cada espacio de mi cuerpo.
Y sólo basta sentir su toque para perder la función cerebral, porque ni mi cuerpo ni mi mente hacen conexión cuando él está cerca de mí. Suelto una pequeña maldición y reúno la suficiente valentía para hablar:
—A ti, demonio —admito cerrando los ojos, dejándome llevar por el vaivén de emociones que me avasallan.
Puedo sentir su sonrisa plasmada en mi cuello, sus labios rozándome, haciendo que mi piel se erice y las piernas me fallen.
¡Demonios!
—Deberías tener miedo porque este demonio va a follarte —espeta con suficiencia, haciendo referencia a sí mismo—. Sea hoy o mañana, no importa cuando, pero lo haré, ¿y sabes por qué?
Con un solo movimiento me voltea y nuestras miradas se encuentran creando un completo caos. Trago grueso y niego con la cabeza, confundida por lo que ha afirmado hace un momento.
—¿Por qué? —me atrevo a preguntar cuando recupero el habla.
Una sonrisa maliciosa es su respuesta, me mira lascivamente y vislumbro la excitación agitarse en sus orbes. La cabeza me da vueltas y trato de retener el poco oxígeno que reside en mis pulmones.
Vuelve a acomodarse detrás de mí y se me calienta la sangre cuando siento su aliento acariciando mi piel.
—Porque puedo apostar que si meto mis dedos dentro de ti ahora mismo, estarás jodidamente empapada y lista para recibir todo lo que tengo para darte —suelta con un gruñido, respirando pesadamente cerca de mi oído—. Ya no ocultes tu d***o de mí, no cuando yo te d***o con la misma intensidad o incluso más de lo que tú algún día lo harás.
La respiración se me corta al igual que la habilidad para hablar y gestionar mis pensamientos, y por un momento dejo de pisar el suelo sintiéndome elevada por todas las sensaciones que él provoca en mí. Un cosquilleo se apodera de mí mientras intento asimilar que sus palabras han desatado mi humedad.
Luego, procede a presionar su enorme bulto contra mis nalgas y ya no puedo pensar con claridad.
—Sé que tengo la razón y tus ojos dilatados me dicen que mueres porque arranque esa toalla y te folle aquí mismo —su perversa sonrisa se amplía, rozando ambas comisuras de sus labios y dejándome ver un pequeño hoyuelo—. Quieres que te folle duro y salvaje, como a ti te gusta... —sonríe y por un momento una oleada de placer me recorre la médula espinal.
¿Qué haré con este hombre?
—Si que eres geocéntrico, Alexander —me burlo porque no sé qué más hacer para apagar todo el fuego que me quema la piel.
—Sólo digo la verdad, tú cuerpo nunca miente, Camille —me sonríe con egocentrismo. Respiro tratando de que mi sangre comience a bombear con normalidad, pero no lo hace.
Sin más, se aleja de nuevo y se vuelve a sentar en el sofá como lo estaba hace unos minutos, por alguna razón me pone triste su lejanía, mi cuerpo quiere volver a sentir su calor, lo ansío tanto que me da miedo. Él tiene razón, lo d***o de una manera indescriptible, pero no lo admitiré en voz alta.
Tomo una gran bocanada de aire y suelto la toalla haciendo que esta caiga al piso, quedo completamente desnuda ante sus ojos y sinceramente no me importa, su mirada intensa me cala en la nuca y me siento a punto de desfallecer.
Vamos a jugar, demonio.
No dice nada y yo tampoco lo hago, me dedico a cambiarme lo más rápido que mis manos me lo permiten. Después de unos minutos que se sintieron eternos, termino de cambiarme y me vuelvo en su dirección.
Tiene una sonrisa perversa pintada en la comisura de sus labios, sus pupilas están dilatadas hasta el punto de volverse completamente negras opacando el verde que tanto me fascina, el aire comienza a faltarme y hago hasta lo imposible para evitar que mis mejillas se tornen de un color carmesí.
¿Algún día dejará de provocar un puto desorden en mí?
Me siento tan débil ante él que a veces me asusta no ser capaz de resistirme. Todo en él obliga a mis principios a ser corrompidos por el d***o.
—Salgamos —sus palabras me toman desprevenida y me maldigo a mi misma por emocionarme—. No has conocido Italia, ya va siendo hora que lo hagas.
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Mi rostro se llena de emoción y él me mira intrigado por lo que diré.
—No me digas que será nuestra primera cita cómo esposos —inquiero con sarcasmo y él rueda los ojos fastidiado—. ¿Nos tomaremos de la mano por las calles mientras tu finges estar felizmente casado conmigo? —sigo con lo mismo, tratando de jugar con su autocontrol.
Amo fastidiarlo, su ceño fruncido lo hace lucir más sexy de lo usual.
Niega y vuelve a mirarme inexpresivo, —No estoy jugando, ¿quieres salir si o no? —su voz suena extrañamente tranquila—. Decídete rápido, en la noche iremos a un evento de la empresa y no quiero estar apresurado —me avisa y ruedo los ojos por su falta de humor.
Ya me había comentado del evento, no quería ir, pero prácticamente era mi obligación estar con él en este tipo de eventos. Más cuando este evento sería nuestra primera aparición como esposos. Es importante para él que la gente y la prensa nos vean juntos. En especial el abogado de su abuela, que es la razón por la cual nuestra luna de miel se ha llevado a cabo en Italia.
—Camille... —atrae mi atención nuevamente.
Su mirada puesta sobre mí, como si esperara un si de mi boca.
Obvio quiero salir de esta mansión, pero ¿sería buena idea salir con él?
Yo sé que no tengo el autocontrol suficiente como para mantenerme alejada de él. Conozco mis límites y con él me olvido de ellos. > Pienso pero sé que solo es una estúpida excusa para disfrazar mis ganas por salir con él.
—¿Me comprarás un helado si acepto? —juego con su paciencia y para mi sorpresa solo sonríe, casi aliviado.
Dios, necesito ayuda. Necesito ir a confesarme con urgencia, todos los pensamientos perversos me acechan de una manera irremediable cuando estoy cerca de él.
—No te compraré ningún helado —me sonríe divertido, pero siento que miente.
—Entonces puedes salir tú solo —digo encaprichada.
Bufa de manera hostil y termina asistiendo con resignación.
—Está bien, compraré el helado —cede ante mí—. Salgamos ya, la playa pronto se llenará de turistas y odio estar rodeado de tanta gente.
¿Playa?
Así que iremos a la playa, me gusta la playa y mucho. Las olas del mar son increíblemente relajantes. Pero playa y Alexander no son una buena combinación.
—¿No te gusta la playa? —su pregunta me saca de mis pensamientos.
Niego rápidamente.
—La playa está bien —le sonrío y él asiente, no muy seguro.
—Siendo así saldremos en veinte minutos, hay trajes de baño en el cajón izquierdo, todos son de tu talla. Te espero abajo —mi cabeza comienza a analizar sus palabras, ¿cómo diablos sabe mi talla?—. No tardes mucho. Odio a la gente impuntual —da un último vistazo y sale rápidamente sin siquiera esperar a que pregunte algo.
Mi cabeza me advierte y me dice que salir con él es jugar con fuego y obviamente saldré perdiendo. Me he contenido por días, aún no he caído totalmente en la tentación, pero lo haré. La diferencia es que quiero que él se muera por tenerme, quiero que me desee y no pueda controlarse.
Quiero que él caiga primero.