Camille
—¿Qué tal te ha parecido? —pregunta con una nota de perversión después de unos segundos hundidos en el silencio.
Sonrío apenada. Empujando el hilo de tristeza que me invade al no ser las palabras que esperaba. No son lo que quiero escuchar pero no puedo exigirle más cuando me dejó muy en claro lo que esto sería. Sólo sexo.
—¿Camille? —insiste, rozando mi mano con sus dedos.
La sangre vuelve a subir a mis mejillas y no puedo evitar sonrojarme ante su pregunta.
—Para ser mi primera vez, ha sido lo mejor que me ha pasado —confieso, haciendo que sus ojos verdes se abran de par en par por la sorpresa y su semblante se endurece al instante.
La realidad de la situación lo golpea, como un balde de agua fría haciendo contacto con su cuerpo, y solo me observa para después maldecir en voz baja.
—¡Maldita sea, Camille! —se altera—. ¿Por qué no dijiste nada antes? j***r, fui muy brusco contigo... —reprocha poniendo las manos en su rostro en forma de frustración, como si estuviera arrepentido de lo que ha sucedido.
Resoplo con tristeza, sabiendo que no debí omitir el detalle, pero no quería parecer una tonta y novata ante sus ojos, sé que él tiene mucha experiencia en esto, pero yo no. Y tenía miedo que se arrepintiera.
—No pasa nada —trato de argumentar, mi voz es un susurro débil—. Alexander, estoy bien. No pasó nada, ¿no puedes verlo? —le reitero, pero él sigue con el mismo semblante serio. No me mira a la cara.
Suelta otra maldición y la tensión crece a nuestro alrededor.
—Debiste decírmelo, Camille —sentencia, frunciendo el ceño.
Intento decir algo pero las palabras no salen de mi boca, veo como solo se recuesta en la cama y se gira al lado opuesto, paso saliva con nerviosismo, sintiendo una opresión en el pecho, me duele mucho que actué así después de lo que ha pasado.
Me trago las lágrimas y contengo un sollozo dentro de mi garganta, mi cuerpo se estremece y me es difícil encontrar una manera para poder hacerle entender que estoy bien.
—¿Te estás empezando a arrepentir de haber estado conmigo? Es eso lo que quieres decirme, ¿verdad? —inquiero con miedo a su respuesta.
Lo escucho dejar escapar un suspiro antes de que se vuelva hacia mí, nuestras miradas se encuentran mientras acerca nuestros cuerpos para rodearme con sus fuertes y reconfortantes brazos. Me estremezco por segunda ocasión.
—No, no me arrepiento de haber estado contigo —admite, acariciando la comisura de mis labios—, aunque eso me convierta en la persona más despreciable del mundo.
—¿Por qué lo haría?
—Nunca debí permitirme tomar algo que no merezco.
Sé lo que está tratando de decir. Su manera de decirme que no me merece. No merece ser el primero en mi vida. Me está advirtiendo. Se está apiadando de mí.
—Pero lo hiciste —susurro, débil. Su mandíbula se aprieta—. Me tomaste.
—Y lo volvería a hacer. Te haría mía de nuevo y lo haría sin ningún remordimiento de conciencia.
Contengo la respiración cuando sus crudas palabras se acentúan dentro de mi cabeza. Sus ojos oscuros me observan por lo que parece ser mucho tiempo, me reconfortan y a la vez me estremecen. Encogiendo mi voluntad y mi habilidad para gestionar mis decisiones.
La tensión alrededor de la atmósfera se desvanece, estoy a punto de acercarme para probar sus labios pero su rostro se contrae en confusión, como si estuviese recordando algo. Algo en lo que no pensó antes.
Luciendo arrepentido, abre los ojos de par en par.
—¡Camille, no usamos protección! —su voz alarmante me saca una sonrisa, cargada de diversión.
Ah, era eso.
—Tranquilo, tomo pastillas anticonceptivas desde hace meses —parece dudarlo unos segundos, pero termina sonriendo y vuelve a atrapar mis labios.
El beso sube de tono nuevamente, y su erección se hace visible ya que golpea mi estómago, atisbando el d***o que me corroe.
Mis ojos se abren de manera exagerada y él suelta una carcajada, desinteresado, como si fuera lo más normal del mundo. Me atrapa viendo lo que está entre sus piernas y la sola acción calienta mis mejillas.
—Duérmete o te follaré hasta que no puedas caminar —su voz adquiere una nota seria.
Aunque no me molesta la idea de volver a hacerlo, opto por dormir, mi cuerpo está exhausto como para poder soportar otra vez
Al cabo de un tiempo, gracias al calor que el cuerpo de Alexander me brinda, mis ojos comienzan a pesar, su cuerpo d*****o es inexplicablemente fascinante, está bien dotado, todo su cuerpo está lleno de tatuajes y músculos.
Este hombre parece tallado por los mismísimos dioses. Más bien, este hombre es todo un dios de los tatuajes...
Alexander ya se ha quedado dormido desde hace un rato, observo y contemplo cada una de las facciones de su rostro, haciendo que una sonrisa se escape de mis labios.
Estoy estúpidamente enamorada.
Doy una última escaneada y por fin me permito caer en los brazos de morfeo, o más bien, en los brazos de Alexander.
Los molestos y brillantes rayos de sol que se filtran por mi ventana me hacen abrir los ojos perezosamente, ya está amaneciendo y no puedo evitar bostezar. Con el movimiento de mis manos busco el cuerpo de Alexander, que se supone debe estar a mi lado por lo ocurrido ayer, pero no es así. Arrugo la frente y me levanto completamente de la cama, sentándome del todo. Reubico mi mirada, reparando en la habitación y me doy cuenta de que su ropa ha desaparecido del suelo.
No hay rastro de él. Ha desaparecido.
Dejo que la realidad de las cosas se acentúen en mi cabeza, cierro los ojos casi al instante, sin querer sentir la agonía que se aglomera en mi cuerpo, al entender lo que está pasando.
Un sollozo sube por mi garganta y las lágrimas se acumulan en mis ojos al mismo tiempo en que una extraña presión atraviesa mi pecho.
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Me reprime mi conciencia una y otra vez, con el afán de lastimarme. Parpadeo alejando las lágrimas mientras me deshago de las sábanas que cubren mi delgado cuerpo. Me paso la mano por la cara, tratando de disipar la sensación de vacío y humillación que me acobija al solo recordarlo. Me dirijo directo a la ducha. Necesito no pensar más en él.
Enciendo la regadera, dejo que el agua se lleve todo mi dolor, pasan unos segundos y cuando bajo la mirada me doy cuenta de que hay restos de sangre seca en mi parte íntima que descienden hasta el exterior de mis muslos. Me estremezco por completo y no dudo en lavarme rápidamente, quiero deshacerme de todo lo que me recuerde a él en este momento. Sin embargo, el eminente dolor en mi bajo vientre no me permite hacerlo. Porque es un recordatorio que no me permite borrar lo que hice anoche, aunque tampoco desee hacerlo.
Suelto una lagrima en cuanto los recuerdos de anoche me invaden, haciéndome sentir desechable, ya que aunque para mi fue una noche especial, todo lo que había soñado, el hecho de que se haya ido sin darme ninguna explicación me hace sentir como si no valiese nada.
Absolutamente nada.
Después de unos minutos termino de ducharme y salgo del baño buscando un atuendo para ir a la Universidad. No tengo ganas de asistir pero no puedo permitirme faltar. Luego de hacer un desastre en mi armario me decido por un vestido sencillo con estampados de flores y unas zapatillas bajas.
Mi pelo se encuentra un poco húmedo así que opto por dejarlo en una coleta alta, no tan ajustada. Comienzo a aplicarme un poco de maquillaje para ocultar mis ojeras que abundan debajo de mis ojos; un poco de rímel, y un labial rosa para disipar lo pálido de mi piel.
En cuanto salgo de mi habitación un delicioso aroma a tostadas y huevos invade mis fosas nasales, corro a la cocina ignorando la incomodidad que yace en mi parte íntima. Al llegar veo a una tierna señora de cincuenta años moviéndose con seguridad por la cocina, no tardo ni dos segundos en reconocer de quien se trata; Rose, mi nana.
Ahogo un resoplido, queriendo reprimir las lágrimas y las ganas de gritar de rabia ante la bola de sentimientos que vuelcan dentro de mi cuerpo. La decepción se apodera de mí, haciéndome sentir aún más estúpida que de costumbre, el sentimiento es amargo y no puedo digerirlo.
Algo en mí deseaba que fuera Alexander quien cocinara para mí y no mi nana, pero aun así le agradezco el gesto. Me concentro en alejar esa sensación de vacío y corro hacia donde está ella, y la rodeo con mis brazos, haciendo que sonría sorprendida.
—¡Nana regresaste! —exclamo rompiendo el abrazo, ella me observa fijamente y me da esa mirada llena de cariño.
—Así es, mi niña —asiente, una sonrisa formándose en su rostro—. Nomás me tomé dos días pero ya estoy de vuelta —dice con esa nota de amabilidad que la caracteriza.
Vaya, si que la había extrañado.
Frunzo el ceño, confundida, ya que tenía entendido que se iría por más tiempo.
—Pensé que habías dicho que estarías fuera una semana completa —la confusión en mi voz es obvia—, te escuché hablar con mi padre antes de irte —aclaro.
Su rostro se suaviza y solo me dedica una sonrisa melancólica, dándome a entender que no hablará del tema conmigo pero no me es muy difícil deducir porque ha decidido regresar antes de tiempo. Y sólo contemplar la idea de que Alexander la hizo venir antes de lo previsto para no tener que lidiar conmigo me hace querer morir.
—Toma asiento, te serviré tu desayuno, el joven Alexander me dijo que irías a la Universidad temprano —interviene, sacándome de mis pensamientos.
Toma un plato en manos y sirve una porción de huevos con pancakes y frutilla, para después ponerlo en la isla.
Deseo con todas mis fuerzas poder concentrarme en el plato de comida que mi nana ha puesto enfrente de mí, pero a mí mente solo le importa la mención de él.
El hecho de que mi nana haya nombrado a Alexander no me ayuda en nada, mi corazón no puede evitar galopar dentro de mi pecho como un m*****o loco, siento esa emoción aplastándome la racionalidad, estoy ansiando saber de él y no entiendo porque no puedo deshacerme de estos sentimientos que solo me hacen daño. Suelto un bufido fastidiada por la situación, ignorando las estúpidas mariposas que revolotean dentro de mi estómago.
Cojo el tenedor y pincho un pedazo de fruta para después llevármelo a la boca, lo mastico lentamente, tratando de disimular mis intenciones. Me doy por vencida, alzo mi vista y le pregunto a mi nana sobre él.
—Mmmm, nana —atraigo su atención—. ¿Sabes a qué horas salió Alexander? —Le pregunto, actuando despreocupada para que no note el interés que tengo por él.
Ella enarca una ceja y solo sigo comiendo la fruta, sin tener hambre.
—Si mi niña, salió muy temprano —responde enseguida—. Llevaba sus maletas con él y dijo que ya no era necesario que estuviera aquí porque no estarías sola —comenta sin verme mientras sirve zumo de naranja en un vaso y me lo entrega.
Tomo el vaso con manos temblorosas y me muerdo el labio, intentando que no se fije en mis ojos vidriosos.
Sus palabras me aplastan el corazón y mi rostro se desarma por una milésima de segundos, la opresión en el pecho incrementa, dejándome sin aire. Respiro por unos segundos y con la poca fuerza que me queda trato de reponerme para que no se de cuenta de lo mucho que me ha dolido saber que él se marchó sin siquiera avisarme.
Me siento la mujer más estúpida sobre la faz de la tierra, ¿cómo fue capaz de irse sin siquiera despedirse?
Tengo muy claro el significado de sus palabras, sé perfectamente bien que él no quiere nada serio conmigo, pero eso no cambia el hecho que mi corazón no se rompa con cada uno de sus desplantes, de sus actitudes indiferentes.
Sin poder probar otro bocado del plato servido, me despido de mi nana con un beso casto en la mejilla, de manera apresurada y salgo corriendo de la casa para que no se de cuenta que algo me sucede. Ella siempre ha sido muy buena leyendo mi mente, pero nunca me atreví a decirle que estaba enamorada de Alexander y hasta la fecha no tengo pensado decirle.
La única persona que lo sabe es Sam, y no es porque no le tenga confianza a mi nana, al contrario, ella es una de las personas más importantes de mi vida y la que sabe casi todo de mí. Creo que tengo miedo a ser juzgada por mis sentimientos.... o la verdad no sé a qué le tengo miedo.
No está mal enamorarse, lo malo es estar enamorada de él y tengo esa espina de que si se lo confieso, ella me dirá la perspectiva que me niego a ver, porque me duele saber que no somos el uno para el otro como me he encargado de creer por dos años.
Estar enamorada de un hombre que no siente lo mismo por mí.
Después de unos minutos llego a la Universidad, detallo mi alrededor un poco aburrida de hacer lo mismo cada día. La rutina es agotadora y aunque ame la fotografía, desearía que mis días fueran diferentes, más vivos, más pintorescos. Reprimo esos pensamientos y empiezo a caminar directo al aula de clases, no quiero pensar más en Alexander. No puedo desconcentrarme tanto por él.
Estoy a punto de girar hacia la izquierda, pero mi cuerpo choca con alguien haciendo que ambos perdamos el equilibrio y caigamos al suelo. Cálculo mal la caída y el tipo cae encima de mí provocando un ligero malestar en mi abdomen. Mi corazón empieza a latir con fuerza y mi cabeza empieza a dar vueltas.
Entrecierro los ojos y hago una mueca de dolor, —Lo sien.... —no termino la oración al ver de quién se trata, es el chico rubio de la fiesta.
Claro que es él.
Mi buen humor se esfuma como por arte de magia y lo fulmino con la mirada.
—Te puedes mover, me estás aplastando —gruño y el chico reacciona a mis palabras.
Con agilidad alza su cuerpo, levantándose del suelo. Estoy a punto de hacer lo mismo pero la acción que hace me estremece ya que extiende su mano para ayudarme a levantarme.
Ignoro los latidos de mi corazón y le atribuyo la sensación a la caída que acabo de tener.
Al menos tiene modales.
Tomo su mano y en el momento en que nuestros dedos se tocan un cosquilleo sube por mis piernas, asentándose en mi estomago. Lo ignoro y suelto mi mano de la suya. Aunque la acción ha sido más brusca de lo deseado.
—Gracias —musito y extrañamente me encuentro examinando su bello rostro en el que se hace visible un gran hematoma en su ojo izquierdo.
¿Qué le pasó?
Mi mente empieza a volar y a imaginar los peores escenarios, tiendo a hacerme historias en la cabeza y el que esté con un golpe en el ojo y la fachada de "bad boy" no ayuda.
Creo que siente la intensidad de mirada ya que sus ojos me observan con intriga y dejo de respirar por unos cuantos segundos.
—¿Estás bien? —la estúpida pregunta sale de mi boca sin previo aviso.
Su rostro se ensombrece, dándome a entender que he ido demasiado lejos al preguntarle algo así cuando yo le dejé muy claro cuál era nuestra relación. Sin embargo la curiosidad me puede más así que muerdo mi labio para no seguir preguntando cosas que en realidad no me incumben, y no deben importarme.
—¿Y a ti qué te importa? —refuta dándose la vuelta para después entrar a los sanitarios de hombres.
Me debato a mi misma en si debo seguirlo o no, como soy una persona obstinada decido entrar, siguiéndole, para saber si algo malo sucede con él. No sé porqué lo hago, no puedo entenderlo, pero mis pies no me hacen caso. Al entrar dos chicos de aproximadamente mi edad, me observan estupefactos haciendo que comprenda la estupidez que acabo de cometer.
Solo a mí se me ocurren estas cosas.
Soy incapaz de moverme del lugar donde estoy, la vergüenza ha congelado mi cuerpo. Respiro profundamente, preguntándome qué debo hacer ya que he entrado en este lugar.
Mis ojos reparan mi entorno y lo encuentro en el lavabo, se moja las manos y se las pasa por la cara hasta despeinar sus mechones rubios. No sé por qué la acción me cosquillea el estómago. Sacudo la cabeza e intento llamarle, pero me doy cuenta de que no sé su nombre. ¿Qué demonios estoy haciendo?
Me quedo parada por unos segundos hasta que él se da cuenta de mi presencia y me mira asombrado, incluso enojado cómo si no entendiera que estoy haciendo ahí, en mi defensa yo tampoco sé qué estoy haciendo aquí así que solo muerdo mi labio y aparto la mirada, deseando que se haga un hoyo en el piso y me absorba por completo.
—¿Qué haces aquí? Si no te has dado cuenta este es el baño de hombres —suelta haciéndome sentir más estúpida, no debí entrar maldita sea.
Debo dejar de hacer estupideces como esta.
Los dos chicos salen del baño dejándonos solos y una sensación extraña invade mi estomago, es casi imposible de explicar, mis manos comienzan a sudar de una manera indescriptible y comienzo a cuestionarme la reacción de mi cuerpo.
—¿Qué haces aquí? —pregunta nuevamente, bajando el tono de su voz, luce cansado, sin ganas de estar aquí.
—Yo.... —mumuro y los nervios borran las palabras que quiero decir. m****a, esto es más difícil de lo que creía.
El parece percatarse de la situación y por alguna razón baja la guardia, haciendo que la tensión se desvanezca.
—¿Tú....? —insiste con media sonrisa, que no molesta en ocultar.
Tomo una bocanada de aire y lo miro fijamente, acción que es un completo error ya que verlo directamente me pone más nerviosa.
—Bueno...vine porque quería saber que te había pasado —respondo en un susurro inaudible, rogando que no haya escuchado lo que acabo de decir, porque hasta para mi suena estupido e entrometido.
La manera en que arruga ambas cejas me hace saber que eso es lo último que él esperaba escuchar. Mi cuerpo se tensa y me veo retrocediendo dos pasos, queriendo alejarme repentinamente.
—¡Qué te va a importar a ti! —arremete enojado, entreabro los labios para argumentar algo pero me interrumpe—. Por favor, no me hagas reír y sal de aquí en este instante —escupe las palabras, riendo con cinismo, y esa acción solo me comienza a cabrear.
Yo solo quería saber que le había pasado, saber si estaba bien y él no hace nada más que comportarse como un idiota. Está claro que no debí venir.
—Solo quería saber qué había pasado en tu rostro, eso es todo, no tienes porque comportarte así —hay una nota de fastidio en mi voz que no pasa desapercibido. El pone los ojos en blanco.
—Deberías seguir tu propio consejo, muñeca —me recuerda—. ¿Acaso no eras tú la que dijiste que nuestra relación era estrictamente de compañeros? —pregunta con sarcasmo, estoy a punto de argumentar algo en mi defensa cuando vuelve a hablar. —Así que hazme el puto favor de salir y actúa como una compañera quieres —finaliza y yo lo observo inaudita, sus palabras me han dejado en blanco.
Ósea, se lo que dije antes, pero tampoco soy una persona antipática que disfrute el dolor ajeno, él no se ha comportado de lo mejor conmigo, pero no por eso se le desea el mal a alguien. Y por alguna razón me ha preocupado verlo así.
—Sé lo que dije antes —admito apenada—. Yo solo me preocupé cuando te vi así —murmuro un poco insegura y su mirada parece suavizarse, como si mis palabras lo hubieran conmovido en alguna forma.
Resopla, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero.
—No tienes porqué preocuparte por un desconocido —espeta con frialdad.
Ahí vamos de nuevo, no entiendo qué le pasa a la gente de hoy en día. Se siente con la necesidad de dañar a las personas.
—Ya lo sé y créeme tampoco sé porqué lo hago —respondo sincera, tratando de aclarar mi mente de lo que está sucediendo. —Solo me preocupé.
No responde por unos segundos, inundando el lugar en un completo silencio que nos absorbe de una manera incómoda.
—Gracias —murmura cabizbajo.
Mis ojos se abren con sorpresa al no entender porque me está agradeciendo y aunque intente disimular no puedo.
—¿Por qué?
Sus labios tiemblan en respuesta.
—Por preocuparte por mí —se sincera y una sonrisa aparece en mis labios, haciendo que sus ojos azules me observen intrigados.
Las pulsaciones se me disparan y no sé por qué, pero me veo atraída por él. Es extraño, complicado pero para mi cuerpo, la sensación no pasa desapercibida.
—No tienes porque agradecer —espeto tranquila y él no dice nada así que yo lo hago—. Por cierto me llamo, Camille —me presento con una sonrisa enorme.
Él no deja de repararme pero no me molesta la manera en que lo hace. Así que yo lo hago por igual, lo miro, pero lo hago de verdad, detallando lo bien que luce.
Salgo de mi trance y hago algo que nunca pensé hacer.
—Mucho gusto.... —extiendo mi mano, intentando romper la tensión que se ha creado en el baño.
Tarda unos minutos pero responde, alardeando una sonrisa en la comisura de sus labios.
—Me llamo, Aarón —sonríe—. Mucho gusto Camille —dice, uniendo su mano con la mía dando un leve apretón, que sin ningún fundamento, me hace entrar en confianza.
—Lo siento, Aarón —me disculpo con timidez y él no reacciona.
—¿Por qué? —suena confundido por mi repentina disculpa.
—Por lo que te dije antes, estaba muy enojada ese día y no te lo merecías —susurro realmente apenada—. Además lo que dijiste era verdad, mi fiesta parecía un funeral y eso no era tu culpa —aclaro mientras sonrío melancólicamente, recordando lo que pasó esa noche.
Sin duda no ha sido culpa de él..... de Aarón.
Él asiente con la cabeza.
—También me disculpo por eso, no debí haber invadido tu fiesta de esa manera —ojos azules me observan detalladamente y solo por un segundo me permito perderme en ellos—. De verdad lo siento, Camille.
Su voz sale más suave de lo esperado y me enfoco en él, como si no hubiera nada más importante que apreciar.
Alguien entra al baño rompiendo nuestras miradas, siento mis mejillas arder por la vergüenza, no lo pienso dos veces y salgo corriendo del baño hasta llegar al aula.
Tomo una gran bocanada de aire tratando de controlar el rosado de mis mejillas, no lo pienso dos veces y me dispongo a entrar al aula sintiendo mucha adrenalina correr por mi cuerpo, sin siquiera entender qué ha pasado conmigo o con él.
¿Qué me pasó?
¿Por qué siento que el corazón se me va a salir del pecho?
Esas preguntas invaden mi cabeza haciendo que sea imposible concentrarme. Se me está haciendo costumbre distraerme con todo. Necesito enfocarme en otra cosa, si sigo así me volveré loca.