Capítulo IX

4675 Words
Camille Accedo al interior de la casa con extrema precaución y empiezo a caminar de puntillas para no hacer ningún ruido. Contengo la respiración, sintiendo el impulso de adrenalina haciendo lo suyo dentro de mi cuerpo. Tomo las medidas necesarias para que él no se de cuenta de que acabo de llegar, eso no le va a gustar, pero de nuevo, no es nadie para mí, así que no puede decir nada, ¿verdad?. No importa, pero tampoco quiero despertarlo, no estoy de humor para lidiar con sus escándalos o sus lecciones. Bueno... ni siquiera sé si está aquí, todas las luces están apagadas lo que me hace inclinarme a la teoría de que la casa está vacía, maldita sea, odio la oscuridad. No quiero tener otro accidente como el de anoche. Al acercarme a las escaleras siento que mi corazón late a mil por hora, aunque intento hacer el menor ruido posible siento que me va a pillar y ahora mismo no quiero problemas. Sacudo la cabeza para alejar mis pensamientos, suelto un suspiro y camino unos metros más, estoy a punto de subir el primer escalón cuando la luz se enciende de repente. –¡¿Dónde demonios has estado?! –El grito proveniente de Alexander hace que me detenga en seco, mis piernas flaquean por unos segundos, haciéndome tragar grueso. Estoy en problemas. Tuve que anticiparlo. Me quedo pasmada por su reacción, las pulsaciones se me disparan y no se que m****a decirle, ni siquiera se si quiero decirle algo. —Alexander, tranquilízate —trato de calmarlo y evitar que haga una tormenta en un vaso de agua, pero logro todo lo contrario. Sus cejas se contraen en furia y mi cuerpo se tensa con anticipación. —Camille, no te lo repetiré de nuevo, ¿donde m****a estuviste toda la tarde? —pregunta con ese tono amenazante que me hace pasar saliva. Oh no, no puede hablarme así. Sin saber qué impulso me embarga le respondo, usando el mismo tono, brusco y grosero que no alberga una tregua. —¡Qué te importa! —mi respiración se agita—. ¡No eres nadie para exigirme explicaciones así que no lo hagas! —me defiendo, tratando de sonar segura de mi misma aunque mi corazón está latiendo a mil por hora. Él me pone demasiado nerviosa y lo odio. Odio saber que Alexander tiene este efecto en mí cuando yo no provoco ni una pizca en él. Principalmente, odio saber el poder que infringe sobre mí, odio que sus ojos me acribillen de la forma en que lo hace, odio que no pueda enmascarar lo que me hace sentir porque puedo jurar que con una sola mirada suya puede descubrir todos mis secretos. —¡Habla! —ordena, sacudiendo los pensamientos apilados en mi cabeza. Su voz suena tan alterada e intimidante que no me permite pensar con claridad. —¿Qué demonios sucede contigo? —me altero por su actitud—, no tengo porqué decirte nada, absolutamente nada, Alexander. Pese a que mi voz sea menos intimidante que la suya, no le da cabida a las objeciones porque aunque no pueda controlar su temperamento sabe que tengo la razón. Y por la manera en que me repara sé que él tampoco sabe el porqué de su reacción. Su mirada se ensombrece y sus expresiones faciales se endurecen, helándome los huesos. —¡No juegues conmigo, Camille! —su mandíbula se tensa—. ¿Con quién diablo estabas? —increpa con rabia mientras se acerca a mí con agilidad y tira de mi brazo, sosteniéndome muy cerca de él. El hecho de estar enojada por su actitud no disminuye el cosquilleo que me embarga al tenerlo a centímetros de mi, porque solo eso basta para que mi cuerpo reaccione y cobre vida. Su toque me atrapa y la mirada posesiva que me lanza envía una oleada de placer por cada rincón que yace en mi. —Eso no te incumbe —me defiendo, saliendo de mi trance. Él sisea entre dientes—. Yo puedo estar con quien yo quiera y no tiene porque importarte —arremeto con coraje. Un gruñido sale de su garganta y quiero retroceder pero él no me lo permite. —¡Deja de provocarme! —el ajuste en mi cintura se hace más fuerte—. ¡Dime donde estabas! —acorta la escasa distancia, nuestras bocas están a nada de unirse y no puedo concentrarme en nada más que no sea la manera en que entreabre los labios. Son tentadores, suaves, y con sabor a menta. Su pecho subiendo y bajando con rapidez acapara mi atención haciendo que despegue la mirada de sus labios. Todas mis agallas y la limitada valentía se han ido, me han dejado a su merced. ¿Por qué tiene que ser tan terco? —¡Vete al demonio, Alexander! —Me enfurezco por su actitud. Él está rabioso conmigo y la cara roja que posee en este instante no me deja mentir, parece que sacará humo de la cabeza o por los oídos, pero no importa. No tiene porque importarme su repentina actitud, ni siquiera tiene que exigirme explicaciones. Su m*****o problema. —Esta es la última vez que lo pregunto —sus dedos se clavan en mi cintura haciéndome soltar un leve gemido que no capta—. ¿Dónde m****a estabas y por qué diablos no contestaste mis llamadas? —su voz suena peligrosamente tranquila o al menos eso trata de aparentar, pero sé muy bien que estoy retando su paciencia al no darle las respuestas que me pide. Tomo una bocanada de oxígeno y repaso el panorama en mi cabeza, haciendo los cálculos de lo que pueda salir mal si me quedo aquí. Juzgando los años que lo conozco sé que su temperamento no da para más. En cualquier momento va a explotar y no quiero estar cerca para experimentar su furia. Ya he tenido demasiado por hoy. > —¡Vete al carajo! —maldigo cabreada—. No entiendo porqué estás así y para ser sincera no me interesa lidiar contigo en este momento —admito parpadeando en repetidas ocasiones para después zafarme de su agarre. Lo tomo desprevenido y no dudo en aprovechar su distracción para correr hacia las escaleras lo más rápido que puedo y subir a mi habitación escapando del demonio que amenaza con acabar con mi paciencia. Escucho los pasos de Alexander detrás de mí, intento cerrar la puerta de mi habitación, pero él es más rápido e incluso más fuerte que yo que acaba poniendo el pie impidiendo que la puerta se cierre del todo. Estoy jodida. Claro que estoy jodida. No tengo escapatoria. Suelto un resoplido, ignorando las ganas de llorar que se me atascan en el tórax. —Alexander.... —apenas puedo hablar—. No quiero pelear, déjame sola —intento no sollozar, pero sin darme cuenta, ya lo estoy haciendo. Tengo la costumbre de llorar cuando estoy enojada. Y ahorita estoy demasiado cabreada con él. —No me importa lo que quieras, ¿donde m****a estabas? —insiste, suena cada vez más irritado, logrando enfadarme por igual—. Solo contesta la maldita pregunta. ¿Dios nunca se cansa? No entiendo la insistencia por saber dónde estuve toda la tarde pero si eso es lo que quiere para dejarme en paz de una vez por todas, sé lo daré. —Estaba con Sam, ¿contento? —respondo fastidiada, esta discusión no tiene sentido. Él no tiene ningún derecho a exigirme explicaciones. No es mi hermano mucho menos mi padre. No es nadie en mi vida porque él así lo decidió. —No te creo —contesta secamente—. Me estás mintiendo —al escucharlo lo fulmino con la mirada, y él no despega sus ojos de los míos. ¿Quién se cree? Me paso la mano por la cara, frustrada, por no entender porqué diablos no se va si ya le di lo que quiere. —Ese es tu m*****o problema si quieres creerme o no —me encojo de hombros—. Además ya te lo dije, yo no tengo porque darte explicaciones de lo que hago —espeto derrotada, poniendo los ojos en blanco. Esta discusión es absurda. Su rostro se oscurece reflejando algo más que furia, sus ojos se llenan de ese brillo que puedo interpretar como l*****a y d***o que se extienden en sus hermosas orbes azules con destellos verdosos. Mi respiración se acelera al verlo cambiar de faceta y trato de mantener mi poca concentración, pero es prácticamente imposible. Se acerca y empieza a acariciar mi rostro con ambas manos, no lo detengo porque no tengo fuerza para hacerlo, hay esa suavidad en su toque que no me permite alejarme, sus ojos me penetran hasta el alma y me gusta la manera en que lo hacen, es única y puedo jurar que es hasta especial. Hay un brillo inusual en sus pupilas que me hace vibrar hasta las neuronas. A pesar de que me es difícil descifrar su mirada, siento que el corazón se me va a salir del pecho en cualquier momento, ya no sé cómo mantenerme cuerda si lo tengo así de cerca. Trago seco, mis nervios están a flor de piel, dejándome a su merced. Sin darme tiempo de controlar mis pulsaciones, Alexander acaricia el borde de mis labios, con sus majestuosos dedos, dando un roce perfecto que me hace suspirar con pesadez por no controlar el remolino de emociones que me avasallan. Suelto un jadeo y eso lo hace gruñir por lo bajo, puedo ver como intenta ocultarlo pero no tiene caso cuando el sonido ya se grabó en mi memoria y mi corazón. No obstante, mi d***o incrementa cuando introduce su pulgar en mi boca, haciendo que de un brinco de sorpresa por su acción. Por alguna razón que no es difícil de descifrar juzgando el tiempo que llevo enamorada de él, mi cuerpo responde instantáneamente y se comienza a electrificar, las nuevas sensaciones me embargan y no tengo el mínimo interés en detenerlas. Empieza a dejar cálidos y húmedos besos en la curva de mi cuello hasta que llega a mi oído y su voz me atrapa, haciéndome flotar en una nube de electricidad. —Estás agotando mi paciencia, Camille —mi piel se eriza en anticipación—, no habrá otra advertencia. Deja de provocarme —susurra, alargando las palabras con ese tono amenazantemente que me grita dominación, y en vez de temerle, me excito. Mi cuerpo contradiciéndome como siempre. Recupero un poco de aire y alzo la mirada, decidida a hacerle frente a lo que sea que está penado entre nosotros en este momento. —Métete tus palabras por el c**o, Alexander —al momento de decirlo su cuerpo se tensa, sus ojos verdes ahora son oscuros, cargados de excitación y enojo al mismo tiempo. Mi mente no reacciona y sólo me maldigo por tener la boca suelta. Siempre termino metiéndome en problemas. Quiero hablar para enmendar mi imprudencia, pero las palabras se quedan en la punta de mi lengua cuando en su rostro se dibuja una sonrisa perversa que me hace contraer mi cuerpo y contener la respiración. —Te enseñaré a respetar a tus mayores, Camille —vuelve a amenazarme, pero esta vez mi piel se eriza como gallina al no reconocer el tono que usa—. Disfrutaré como no tienes una idea limpiando esa boca suelta que tienes. No me da tiempo de procesar sus amenazas cuando toma mi rostro con sus gruesas manos y estampa sus labios con los míos en un acto de desesperación que me arrebata el aliento y las ganas de seguir peleando con él, este beso está lleno de d***o y l*****a reprimida, al menos de mi parte es así. Nuestras lenguas luchan contra sí mismas, apasionadamente, por saber quien tiene el control, en estos momentos es claro que lo tiene él y no me molesta en absoluto. Al contrario, me encanta la forma en que mi cuerpo responde a él. Dios mío, ¿por qué tiene que besar tan bien? Nos separamos por la falta de aire en mis pulmones, pero él sigue repartiendo besos calientes en mi rostro, y el acto me llena el corazón de felicidad que no puedo evitar soltar un gemido. Esboza una sonrisa mientras comienza a bajar lentamente por mi cuello hasta que llega a mi clavícula. La tensión es palpable, pero no me importa porque lo que él hace se siente tan bien, demasiado bien. El d***o que siento es más fuerte que yo en este preciso momento que no puedo ni quiero detenerlo. Tal vez estoy haciendo mal, me voy a arrepentir de entregarme a él, pero no me importa porque lo amo. Con un suspiro desecho los miedos y esos pensamientos para después desabrochar los botones de su camisa negra, intento hacer lo mismo con su bragueta pero me detiene abruptamente y lo observo con confusión. No otra vez. —No te detengas —pido, casi ruego—. Está vez no. Su mirada se contrae en preocupación, está hecho un lío por dentro ya que aunque no sienta lo mismo por mí tampoco desea hacerme daño, y si damos este paso es inevitable que salga herida, pero ya lo decidí. —Camille ¿estás segura? —suspira, mirándome fijamente—. Sabes que esto lo único que puedo ofrecerte —su respiración agitada me hace estremecer, y solo quiero que deje de hablar porque no quiero replantearme la situación. —Estoy segura —hablo en un hilo de voz. Eso no lo convence. —Solo será sexo —asegura en un tono más brusco y entiendo lo que está tratando de hacer. Quiere que me acobarde porque no quiere sentir culpa pero yo ya no puedo contener mis ganas por él así que en respuesta lo atraigo a mi cuerpo. Lo beso nuevamente, embriagándome con el sabor a menta de sus labios, esta vez con más desespero y con la promesa grabada en mi cabeza de que será solo sexo. Sonrío para mis adentros cuando se deshace de mi ropa con una agilidad que me hace cuestionar qué tipo práctica ha de haber adquirido para que sepa hacer las cosas así de rápido. La sola idea me quema el cuerpo y no de una manera placentera así que apago esa voz y me limito solo a sentir lo que este hombre está desatando en mi cuerpo. Me deja solo en bragas y s****n, —que no combinan pero tampoco son desagradables—, me toma en sus brazos, cargándome, y me deposita en la cama con una suma delicadeza que me hace estremecer. Solo lo observo, queriendo memorizar cada una de sus facciones en mi mente. Porque aunque para él sea solo otra noche, para mí lo es todo. Y quiero grabarme este momento para siempre. > Con las manos temblorosas, que pone en evidencia mi inexperiencia, bajo su cremallera y me deshago de su pantalón junto con su boxer blanco, dejando al d*********o su gran m*****o que ya se encuentra erecto, haciendo que me espante y me ruborice un poco ya que es la primera vez que veo uno "real". He visto un hombre d*****o, pero todo lo aprendido es gracias a Google. Nunca imaginé que estuviera así de grueso, es muy grande, y eso solo desencadena mis miedos, haciendo que me cuestione si eso cabrá en mí. Hago todo lo que está en mis manos para ocultar mi falta de experiencia pero a decir verdad, tengo miedo, temor, estoy llena de nervios. Todo esto es nuevo para mí, —he besado y tocado a un hombre antes, pero esto es completamente diferente— aún así lo quiero, lo d***o en maneras que soy incapaz de explicar. Estoy hecha un manojo de nervios que no sé como disimular. Decido omitir mis pensamientos y concentrarme en el hombre que tengo enfrente. Alexander se sube encima de mí, sonriéndome de esa manera que caliente mi corazón. Tiene cuidado al acomodarse, lo hace sin aplastar mi cuerpo. Contengo mi respiración y caigo en cuenta de que mis nervios se están manifestando sin importar cuanto trato de evitarlo. Mis sentimientos están a flor de piel. Creo que se da cuenta del lío en que me encuentro ya que su mano acoge mi rostro y me da un beso corto para después unir nuestras miradas. —Camille, preciosa, no tenemos que hacer nada que tu no quieras —me asegura, esta vez un poco menos agitado y le sonrío—. Podemos parar ahora. Ese es el problema, yo no quiero parar. La reafirmación que me brinda esfuma todas las dudas y las inseguridades. El corazón me galopa en el pecho mientras lo observo llena de d***o. —Te he deseado desde hace mucho tiempo, no esperes que me detenga —respondo con una nota de vergüenza que se deshace al verlo sonreír mostrando su perfecta dentadura. Tenerlo por encima de mí me hace maniobrar con eficacia así que desabrocho mi s****n y lo lanzo a alguna parte de la habitación. Y esta vez no ignoro las mariposas que revolotean en mi estómago y eso es gracias a los estragos que Alexander provoca dentro de mí. Nuevamente vuelvo a atraer su cuerpo al mío haciendo que su pecho d*****o se presione con mis senos ahora ya descubiertos. Sentir el roce de nuestras piel me hace alucinar en maneras que jamás imaginé experimentar, esto está pasando y no quiero que termine nunca. Empieza a repartir besos húmedos en mi cuello hasta llegar a mis senos desnudos, con una mano empieza a masajearlos, dándole la misma atención a cada uno, haciendo que se me escapen pequeños gemidos de mi boca. Una oleada de calor recorre todo mi cuerpo, y no puedo evitar suspirar con gran pesadez. Cierro mis ojos y mi mente se deja llevar por todas las sensaciones desconocidas que avasallan mi cuerpo. No contengo el grito de placer cuando empieza a succionar mis pezones como si su vida dependiera de ello, solo me limito a aferrar mis manos a las sabanas sintiendo como el placer se apodera de mi cuerpo. Mi pecho baja y sube tratando de mantenerme cuerda, pero es imposible cuando el demonio me está haciendo suya. Abro los ojos y nuestras miradas se conectan, comparten palabras que nuestras bocas no se atreven a decir. La acción es íntima y puedo jurar que él siente el torbellino de sensaciones ya que vuelve a atrapar mi boca con sus labios haciendo que mi respiración se agite nuevamente. Me siento electrificada de pies a cabeza, son tantas emociones desconocidas y extrañas, pero realmente placenteras. El calor de mi cuerpo se intensifica y siento que puedo transmitirlo ya que él me observa hambriento y con esa perversión que jamás vislumbré en sus orbes. Sin previo aviso tira de mi braga e introduce un dedo en mi interior haciendo que gima de la sorpresa. Se siente tan bien. Es como si estuviera fundida por diferentes sensaciones que me embargan al mismo tiempo, dejándome fuera de sí, atrapada en un abismo del cual no quiero salir nunca. Porque quiero quedarme con él. Los nervios me quieren sobrepasar pero no lo permito, él vuelve a introducir otro dedo en mi interior, esta vez subiendo la intensidad de sus penetraciones en mi sexo húmedo. Mi respiración se acelera y pongo los ojos en blanco cuando se me olvide como respirar. Soy inexperta en el tema, pero estoy muy segura de que está llevándome al cielo con solo un par de dedos. El calor sube a mis mejillas sin que pueda evitarlo, mi cabello está alborotado, pero ya no hay marcha atrás, quiero ser suya. Lo necesito tanto como respirar. Alexander sonríe satisfecho, y lleva sus dedos a su boca, succionando hasta la última gota mis jugos. Mis mejillas arden y es imposible que lo que ha hecho no me excite aún más. No pierde tiempo y se posiciona en mis piernas rozando nuestros centros lentamente, como si quisiera torturarme de una manera tan placentera. —Alexander.... —susurro en forma de súplica, necesito sentirlo ahora mismo. Me siento frustrada al no poder tenerlo dentro de mí. —No seas ansiosa, preciosa —gruñe excitado y dejo de respirar. Estoy segura de que se va a introducir en mí pero descarto la idea cuando inclina su cuerpo y baja su rostro quedando entre medio de mis piernas. Contengo la respiración. Sé lo que quiere hacer, también quiero que lo haga así que no me molesto en detenerlo. Su aliento caliente golpea mis pliegues, haciendo que mi cuerpo se retuerza de placer que me embarga con solo sentirlo así. Un latigazo de placer me golpea cuando empieza a trazar un camino con su lengua, dando suaves lamidas, pequeños mordiscos, provocando que pierda la noción del tiempo y del espacio, desencadenando ese cosquilleo que pone mis piernas a temblar. Estoy demasiado absuelta como para pensar con claridad. Enrosco mis dedos en su cabello azabache y lo atraigo más a mi interior, sintiendo esa corriente de electricidad que se instala en la parte baja de mi vientre. Jadeo mientras lucho por llevar oxígeno a mis pulmones cuando el orgasmo me golpea, con tanta fuerza, vehemencia. Mi respiración se entrecorta y un pequeño rubor sube a mis mejillas en el momento en que percibo el líquido tibio que comienza a abandonar mi interior. Nunca voy a lograr entender cómo puede provocar tanto placer en mí. Ahora sé que soy suya en cuerpo y alma, lo he sido desde hace dos años y sospecho que lo seré para toda la vida. —Eres hermosa —murmura para después besarme los labios, compartiéndome el sabor de mi humedad, que no es nada desagradable, como imaginé. De nuevo vuelve a colocarse entre mis piernas levantando un poco mis caderas, a la altura de su cintura. Sonríe con la mirada y sus expresiones faciales se suavizan. Me sujeta las caderas con fuerza, clavando sus dedos en mi piel desnuda, nuestros centros se rozan y la realidad de lo que está a punto de suceder me golpea, por mi mente pasa la idea de hacerle saber que es mi primera vez, pero lo descarto cuando me golpea el temor de que pueda arrepentirse. No quiero que esto termine y tengo miedo de que probablemente no quiera continuar si él se entera, así que me lo guardo para mí y me preparo para lo que está a punto de suceder. Mi cuerpo está lleno de nuevas sensaciones que jamás en la vida he experimentado, las caricias tan delicadas que me brinda hace que mi corazón lata con más fuerza y que mi respiración se agite. No quiero parar. Ya no puedo hacerlo. —Alexander.....por favor —jadeo excitada. Me observa por unos segundos en cuanto nuestras miradas se encuentran. Puedo ver el resplandor de sus ojos, vislumbrando la excitación que me corroe, él me desea como yo lo d***o a él, y eso basta para enloquecerme aún más. Sin dejarme recuperar el aliento introduce su gran erección poco a poco, intentando que mi cuerpo se acostumbre a su tamaño, a medida que entra siento como mis paredes se contraen, es como si me partieran por dentro, estoy demasiado apretada y su tamaño dificulta demasiado las cosas. Sin rendirme tomo un respiro hondo para poder relajarme. Eso parece ayudar, pero no estoy segura de poder disimular el dolor palpitante que hay en mi zona sensible. Me observa directamente a los ojos, los suyos están cargados de excitación y de ese hipnotizante brillo que eriza cada vello de mi piel. Ambos estamos fundidos en la maravillosa sensación que provoca la colisión de nuestros cuerpos, que dudo que pueda darse cuenta que es mi primera vez. Empieza a moverse y a establecer un ritmo, dando empellones lentos en mi interior, haciendo que se escape un fuerte gemido de mi boca, su rostro se llena de satisfacción y no dudo en hacer círculos, tratando de unir nuestros cuerpos aún más, como si eso fuera posible. Gimoteo, extasiada, por la cantidad de sensaciones que me atraviesan de un solo golpe, el dolor y el placer se vuelven uno solo, dándole pie al vaivén de emociones efímeras que se funden conmigo. El d***o se apodera de su cuerpo, y comienza a mover su m*****o, sus estocadas son bruscas, el dolor punzante en mi zona íntima sigue ahí, pero decido ignorarlo y concentrarme en las muecas de placer que adornan su rostro, para poder disfrutar de la experiencia. Al cabo de unos minutos mi cuerpo parece acostumbrarse a su tamaño, toda la incomodidad desaparece por completo y es sustituida por el placer. Un éxtasis que me lleva a otro nivel. Entrecierro los ojos y aferro mis manos a las sábanas ya que se vuelve más feroz, casi insaciable, y juzgando la manera en que me embiste puedo asegurar que es un hombre que disfruta el sexo rudo, lo que no me disgusta, y tampoco mentiré, me está gustando su rudeza. Es simplemente adictiva y fascinante. Comienza a embestirme salvajemente haciéndome perder la cabeza, nuestros fuertes gemidos en la habitación comienzan a mezclarse como una melodía. Su m*****o palpita en mi interior, la sensación es simplemente increíble, tanto que mi cuerpo se enciende como nunca lo había hecho, esto es demasiado, sus penetraciones son certeras, y yo me estoy volviendo loca por el ritmo. Sabe muy bien lo que hace y cómo hacerlo, el ritmo de sus embestidas me está llevando al borde de la locura, las ráfagas de electricidad recorren mi cuerpo haciéndome sentir en un puto éxtasis de placer. Necesito liberar toda la adrenalina así que lo agarro por el cuello y sin tener ningún ápice de delicadeza lo atraigo más hacia mí, atrapo sus labios con fiereza, comenzando a besar sus labios. El placer es demasiado que no puedo contener, Alexander me muerde el labio en respuesta, dándome a entender que estamos llegando al límite, pero ninguno quiere dejar de sentir esto. Con un ágil movimiento retira mis manos alrededor de su cuello, las junta y siendo brusco sujeta mis muñecas contra la cama, una sonrisa llena de perversión se adueña de sus labios cuando vuelve a mirarme y un cosquilleo me arrebata al instante. Sin darme tiempo a calmar mis latidos me embiste aumentando su dureza, no hay ningún atisbo de ternura; entra, sale, entra, sale, repitiendo la misma sincronía. Su cuerpo se tensa con cada empellón al tiempo que su abdomen comienza a marcarse más de lo normal. —Nena... —se le escapa un gemido. Sonrío. Creo que estoy a nada de volverme loca; sus embestidas, sus caricias, su rudeza, todo en él me encanta. —Me voy a correr —jadea con la voz entrecortada, activando las señales de mi cuerpo. Estoy apunto de llegar al deseado orgasmo. —Alexander más rápido.... —gimo en respuesta, sintiendo mi cuerpo hundirse en un éxtasis de sensaciones que me ponen a ver maravillas. Escucha lo que le pido, aumenta la velocidad enterrándose en mí por completo, cuando mis paredes vaginales s e contraen y mi cuerpo entero se tensa en respuesta, una arrolladora sensación de placer me sacude. Se vuelve mas fuerte al igual que mis jadeos. Alexander arquea la espalda al tiempo que suelta un gruñido áspero, que me hace temblar de pies a cabeza cuando al placer nos alcanza, confirmándonos que los dos llegamos al orgasmo en sincronía. Gemimos al unísono, nuestras respiraciones entrecortadas, somos incapaces de decir algo coherente en el estado que nos encontramos. Alexander no tarda en salir de mi interior y aunque vislumbro el ápice de vacilación en su mirada, se recuesta a lado mío. Se acomoda sobre la cama para mirarme y no puedo evitar inspeccionarlo fijamente, sus ojos están puestos sobre los míos, me consumen de una forma distinta pero devastadora. Quizá el fondo estoy esperando que diga algo que no ha dicho antes. No lo hace.
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