Capítulo XI

4896 Words
Camille Ha pasado exactamente una semana desde la última vez que ví a Alexander, lo cual no me sorprende por así decirlo. Una pequeña parte dentro de mi, la que abarca toda mi cordura y racionalidad, no espera mucho de él. Él me dejó muy claro las cosas, no me mintió, y supongo que debo entender la situación. Pero hago lo contrario, no escucho a mi cerebro y dejo de que el corazón tome el mando cuando sé muy bien que no va a acabar bien. He intentado llamarle más veces de las que a mi persona le gustaría admitir, incluso mandarle mensajes de textos, pero los ha ignorado por completo. No quiere verme ni mucho menos saber de mí después de lo que pasó. Y supongo que cuando alguien desaparece de tu vida así, las cosas son muy claras, pero no, yo sigo insistiendo en algo que no tiene ni principio ni fin. Es doloroso sentir su indiferencia, odio que él tenga este control sobre mí, me hace sentir vulnerable y en parte es mi culpa porque fui yo la que le otorgó el poder de manejar mis emociones de esta manera. > nótese el sarcasmo. Pasando de hoja a cosas buenas en mi vida, mis padres regresaron de su viaje hace dos días, fue un viaje muy corto a mi parecer. Sin embargo, mi padre se incorporó a la empresa de inmediato, no le gusta perder el tiempo, y por otro lado, mi madre ha estado en casa últimamente. Lo que es muy raro. No es de ella quedarse aquí sin hacer nada. No me malinterpreten, me gusta tenerla cerca. Pero mi madre siempre ha sido de esas personas que ponen el trabajo como prioridad, además de que ha estado muy cansada y eso es algo que me preocupa mucho. Ya la he interrogado al respecto y ha alegado que el viaje la ha agotado lo suficiente como para que se quede encerrada en casa, y de momento no tiene ganas de volver a trabajar. Dudo que sea eso, pero no quiero agobiarla más con mis preocupaciones. Tal vez solo estoy exagerando. La Universidad ha ido bastante bien por así decirlo, Aarón y yo hemos convivido mucho estos días, me atrevo a decir que ha sido demasiado, que se sintió con la confianza suficiente para confesarme que participa en carreras ilegales. No me gusta meterme en los asuntos de los demás, bueno no en casi todos, pero por alguna razón me molestó mucho que me dijera eso. Es peligroso y puede acabar mal. Él no lo ve así, siempre se le iluminan los ojos cuando habla de carreras y motos. Le gusta todo lo que tiene que ver con el tema. Me ha invitado a una carrera de motocicletas mañana por la noche, aún estoy indecisa en si debería ir o no, él es un chico muy dulce, amable y rudo a la vez. El tiempo a su lado pasa demasiado rápido y es que es fácil perderse en él. Su piel es pálida cómo la nieve, me recuerda a la nieve espesa que presencié en Chicago. Está hace contraste con los ojos azules oscuros que porta, el cielo en su mirada, y un cabello rubio deslumbrante. Y siempre con la chaqueta de cuero negra, desabrochada, que lo hace irresistible. No puedo negar que Aarón es muy guapo, incluso en las noches cuando me encuentro envuelta en mis pensamientos, me permito pensar que si no estuviera enamorada de Alexander, él sería el hombre perfecto para mí, que él podría ser todo lo que soñado.....el hombre perfecto para cualquier mujer. Con un suspiro disipo todos mis pensamientos y me concentro en mi cita con Sam, iremos a la plaza a ver ropa o tal vez a comer.... quien sabe. Siempre improvisamos cuando se nos agotan las ideas. Empiezo a rociar el perfume de vainilla por todo mi cuerpo, disfrutando de las partículas de olor que se dispersan en el aire. Termino de ajustar mi chaqueta y me veo por última vez en el espejo aprobando mentalmente mi atuendo. Bajo las escaleras y me dirijo hacia la puerta tratando de salir de la casa lo más rápido posible, pero eso no sucede, porque la voz de mi padre se hace presente en mis oídos, deteniéndome en seco. —Camille, hija, ¿a dónde vas con tanta prisa? —me interroga, aunque se me hace raro, mi papá no es el tipo de persona que cuestiona demasiado. Solo lo necesario. —He quedado con Sam —respondo tranquila, sin poder enfocar mi vista. Él asiente y me mira por unos segundos para después expulsar el aire retenido. —Aprovechando que vas de salida, hazme un favor y llévale unos papeles a Alexander, es urgente que los revise —pide mi padre. No tengo tiempo de argumentar ya que se adentra en su despacho y sale a los cinco segundos con una carpeta en las manos, no me puedo oponer. Una ola de miedo y ansiedad sube por mi columna vertebral y eso me obliga a tomar una bocanada de aire que en sí, no ayuda mucho. —Papá, enserio no puedo. He quedado con Sam —miento en lo primero—. Además, ¿por qué no viene él por ellos? —ruedo los ojos con fastidio, me niego a hacerlo, no quiero verlo y dudo que él también quiera. Si hubiese sido así ya hubiera venido....pero también jamás se hubiese ido. —Camille, cariño, esto es importante —repite—. Alexander está enfermo y no ha ido a la oficina en dos días —comenta, haciendo que mi faceta de fastidio se desmorone, porque no puedo evitar sentir un escalofrío recorriéndome de pies a cabeza. La angustia invade mi cuerpo, mis manos comienzan a temblar y aunque mi mente me obligue a controlar las reacciones de mi cuerpo, no puedo. Siento la necesidad de saber si está bien. —¿Él te dijo eso? —pregunto angustiada, pasando saliva con nerviosismo—. ¿Él dijo que está enfermo? —instigo, tirando del hilo que es muy delgado y que si mi padre inspecciona a fondo, puede darse cuenta que he estado enamorada de su socio y amigo, por más de dos años. Mi padre niega con la cabeza y siento que vuelvo a respirar, —Bueno, no exactamente, sólo me informó de que no podía trabajar y conociendo a Alexander, tiene que estar muy enfermo o moribundo para poder tomarse unos días de descanso. —comenta sin verme. La lucecita de esperanza se enciende en cuanto contemplo la idea de que él no ha venido a verme porque está enfermo, que existe una razón o excusa detrás de cómo me ha dejado. Me aferro a la esperanza y dejo que mi corazón se emocione con el hecho de volver a verlo. —Está bien, yo se los llevaré —acepto sin rechistar, porque una parte dentro de mí, tiene la necesidad de saber si él se encuentra bien. Necesito asegurarme que nada malo sucede con él. Mi padre me extiende la carpeta y yo lo tomo sin protestar. —Ahí también está la dirección del penthouse en donde vive Alexander. Frunzo el entrecejo cuando proceso sus palabras, confusa por lo que ha dicho. —Pensé que estaría en su mansión —murmuro en voz baja. Mi padre me observa con cierta intensidad y trago grueso apartando la mirada. —Sabes que Alexander no puede estar quieto en un sólo lugar —comenta sonriendo, pero puedo ver el destello de tristeza brillando en sus ojos. No sé qué más decir, y por consecuente se crea un silencio incómodo entre mi padre y yo, él solo se limita a repararme en espera de algo. —Está bien, ya me voy —intervengo—. Se me hace tarde —me despido de mi padre brevemente y salgo por el portón hecha un manojo de nervios. Tengo que verlo de nuevo a la cara, tengo que enfrentarlo, tengo que exigirle una explicación y no estoy lista. No lo estoy, eso solo significa rebajarme otra vez, tampoco sé si quiera hacerla de mensajera y llevarle la carpeta que tengo en manos, pero aunque me lo niegue a mí misma, quiero saber que está bien. ******* Llevo alrededor de diez minutos parada afuera del gran edificio y me es imposible mover un solo pie para poder entrar. Siento que si lo hago me voy a desvanecer, siento que el aire se va a comprimir y no voy a poder respirar. Soy patética, lo sé, pero simplemente no puedo. Después de unos segundos, tomo el valor necesario, o al menos eso es lo que me digo y entro al lujoso edificio cuando el portero me abre la puerta de cristal que me da vista al interior, deslumbrada me permito observar cada detalle extravagante del lugar que lo hace resaltar. Todo es lujoso y para ser honestos no esperaba menos del magnate que tiene embelesado a todo Seattle. No le doy cabida a la cobardía y camino hacia el gerente que se encuentra en la recepción. —Disculpe —llamo su atención con mi mano—. Me puede decir el número de apartamento de Alexandre Rosselló —pido con excesiva amabilidad que me sorprendo. El gerente me inspecciona de arriba a abajo, y solo me limito a observarlo, con cierta incomodidad. Y no puede distinguir el cosquilleo que me embarga por solo estar a unos cuantos minutos de verlo. —Oh, el señor Rosselló —dice nervioso al darse cuenta que lo he pillado viéndome—. ¿Quién lo busca? —pregunta, mostrando una sonrisa de comercial que no me trago. —Lo busca Camille Brown —respondo con una leve sonrisa de boca cerrada. —Permítame un momento, necesito revisar si usted está en la lista de visitantes de confianza del señor Rosselló —me avisa—. Si no está, necesitaré anunciarla primero —asiento con la cabeza. Resoplo agobiada, es obvio que no estoy en la lista de visitantes de confianza, así como tampoco estoy en su corazón. Omito mis pensamientos y me dedico a esperar que el gerente termine de revisar la lista. —Puede pasar señorita Brown, apartamento 512 en el cuarto piso —dice el gerente haciendo que mi boca se abra en O por el asombro. Si me permite entrar a su apartamento, pero no a su corazón. Salgo del elevador quedándome en el cuarto piso así como indicó el gerente, busco el apartamento con mucha cautela, 509....510.....511.....512 ¡aja! te encontré. Camino rápidamente al apartamento, sintiendo mi corazón correr a mil por hora, intento avanzar pero me detengo al ver salir del mismo apartamento, 512, a una hermosa mujer de cabellera rubia, arreglándose su vestido de una manera nada apropiada y que de solo imaginarme lo que pasó se me llenan los ojos de lágrimas. Una lágrima se resbala por mi mejilla sin que pueda detenerla, y me siento demasiado estúpida. Mis pies hormiguean por las ganas de salir corriendo que me golpean, al sentirme herida. Elimino la idea rápidamente, y me convenzo de que no soy una cobarde para salir huyendo. Me limpio las lágrimas con la yema de los dedos, intentando ocultarlas. La mujer pasa a lado mío e ignora por completo mi existencia, entra al elevador moviendo sus caderas exageradamente y me muerdo la lengua para no soltar un sollozo. Mi cuerpo se siente sofocado, cómo si no estuviera recibiendo el suficiente aire para mantenerse a flote, la idea de irme lejos de aquí atraviesa mi cabeza por segunda vez, pero la preocupación que siento por él no me deja hacerlo. >me reprimo a mi misma. Doy unos pasos más hasta llegar a mi destino. La puerta está entreabierta así que entro sin llamar, de todos los escenarios que creo en mi cabeza ninguno se compara con el que mis ojos están viendo en este momento. Alexander está en el suelo con una botella de alcohol agarrada entre las manos, su cara está llena de ojeras imposibles de ocultar, las mechas negras están despeinadas y alborotadas, su camisa está mal abotonada, tiene un aspecto terrible. La angustia vuelve a invadir mi cuerpo, que se me olvida por completo a la rubia que salió de aquí hace unos minutos. Me pone mal ver a Alexander en este estado, hace que mi corazón se rompa en pedazos. Quiero ser fuerte, no dejarme llevar por mis impulsos, pero sin siquiera detenerme a pensarlo dos veces, dejo la carpeta en la mesa y me acerco, cuidadosamente a él. —Alexander....ven conmigo hay que darte una ducha —musito con cariño, posando mis manos en su cuerpo que se tensa con mi mero tacto. Lo escucho suspirar y el sonido me envuelve. —Camille, preciosa eres tú... —balbucea un poco desorientado y asiento con la cabeza, pero después caigo en cuenta que no me ha visto así que obligo a mis cuerdas vocales a formar una oración. —Así es, soy yo —respondo con un poco de timidez—. Ven vamos, demonio. Intento impulsarlo a levantarse pero sus palabras me hacen apartar las manos. —¿A qué demonios has venido? —pregunta a la defensiva, con una nota de frialdad en su voz —. No recuerdo haberte pedido que vinieras. No te necesito cerca, no quiero tenerte cerca, Camille —espeta con crueldad, volviendo a la misma faceta que siempre me ha mostrado. ¿Quién entiende a este hombre? Maldito bipolar. Me ignora por completo e intenta levantarse del suelo por sí sólo pero la fuerza en sus piernas es nula y cae, haciendo que la botella se rompa en mil pedazos que se esparcen con rapidez haciendo que de un respingo por el susto. Lo observo, indecisa en sí debo hacer un movimiento o no, gruñe fastidiado y no puedo evitar pensar si tenerme aquí le molesta. Me quiero acercar y ayudarlo, pero él sigue intentando levantarse por sí sólo. —Déjate ayudar ¡Maldita sea! —apretando los puños, le suelto enojada—. No estoy aquí por gusto si eso es lo que piensas, vine a dejarte una carpeta porque me lo pidió mi padre. Eso es todo así que déjame ayudarte —mis palabras tienen el efecto opuesto, su mirada viaja a la mesa en donde está la carpeta que traje conmigo y su semblante se entristece con notoriedad. Trago seco, sintiéndome nerviosa e incapaz de tranquilizarme. —Si a eso viniste ya puedes largarte —escupe con furia, mientras tontamente intenta sostenerse de la pared, eso no ayuda mucho. Niego con la cabeza, queriendo hacerme diminuta para no sentir la intensidad de su mirada que me congela hasta los huesos. —Estas loco si piensas que me iré. No te dejaré en este estado —doy dos pasos hacia adelante —. No me iré, Alexander —hablo tan firme que hasta me sorprendo de mi misma. La furia se enciende en su mirada, centrándose en sus ojos verdes, y un cosquilleo me sube por la espina dorsal. —¡Que no entiendes, que te largues maldita sea! ¡No te quiero cerca de mí! —hace una pausa, tratando de contener su rabia—. ¡No te puedo tener cerca así que lárgate de aquí ahora mismo! —ordena furioso y por primera vez en dos años, veo que derrama una lágrima de sus ojos. La acción me deja pasmada. Y empiezo a creer que estoy viendo alucinaciones porque es más fácil creer eso, que que él está llorando. La preocupación me aborda de golpe y sin poder evitarlo corro a sus brazos, no lo suelto aunque se resista a mi toque, lo abrazo con fuerza, lo estrecho contra mi cuerpo porque ya no soporto verlo de esta manera tan destructiva. Él corresponde a mi abrazo después de unos segundos, ya no sé resiste a mí, y en medio del abrazo se deja caer en el suelo sin romper nuestra conexión, como si en realidad lo necesitara, pero la que necesita sentirlo soy yo. —Cami..... —se ahoga en el llanto. —Shhhhhh, calla. No hables —interrumpo sin dejarle terminar la oración, porque tengo miedo que esto sea irreal y que en cualquier momento desaparezca. —No te aferres a mí —suspira—. No soy hombre para ti, y lo sabes, preciosa —me sujeta de las mejillas con ambas manos y me muerdo el labio, reteniendo el llanto que busca salir. Sus ojos están concentrados en los míos, puedo ver la tristeza, la desilusión, el t******o, la oscuridad. Me permite ver todo lo que es él y por primera vez tengo miedo, y no es de mí. Tengo miedo por él, de no poder sacarlo del suplicio en el que vive. De la nada me suelta y mi piel vuelve a ansiar su toque. Lo necesito. Lo anhelo. Lo amo. —Yo nunca te dejaré, estaré para ti siempre, Alexander —entrelazo nuestras manos, haciendo que se tense un poco por mi tacto. Es cómo si no estuviera acostumbrado a hacer este tipo de cosas. Lo tomo de la barbilla y alzo su rostro, pero me arrepiento al instante, porque me regala una mirada que logra helarme hasta los huesos, haciendo que mi corazón se oprima. —¿Por qué lo harías? —pregunta a la defensiva, mirándome fijamente a los ojos. Su ceño está ligeramente fruncido y mi cuerpo comienza a temblar. No logro diferenciar si es él d***o que me corroe o el miedo a que pueda apartarme de él para siempre. Resoplo abrumada y aferro su mano a la mía, queriendo transmitir todo lo que él me hace sentir. —Porque estoy perdidamente enamorada de ti, ¿acaso no lo puedes ver? —un sollozo se escapa de mi garganta y las lágrimas me llenan los ojos—. Yo te amo, j***r. Suelta una risa sarcástica y vacía. El sonido se queda grabado a fuego en mi corazón, acelerado por el palpitar que no sé de dónde diablos proviene. Porque en esta situación lo último necesito es a mi corazón metiendo las narices. —Ella también dijo que me amaba y me abandonó, se fue de mi lado y jamás le interesó volver —confiesa con amargura y el dolor vibrando en su voz—. El amor no es nada especial, preciosa. Es una simple ilusión creada para que nuestras patéticas vidas tengan un miserable sentido, porque inconcientemente todos buscamos el amor, necesitamos ser amados, todos buscamos desesperadamente sentir algo especial pero la verdad es que el mundo entero está podrido a partes iguales, la diferencia es que a mí no me importa mostrarlo. No me importa mostrártelo porque tarde o temprano te vas a dar cuenta y todas esas ilusiones que alimentaste en tu cabeza se van a derrumbar al igual que tu corazón cuando todo esto termine —su pulgar acaricia mi rostro, pero solo es un simple roce. Un roce tan profundo y tan vacío a la vez, porque mi piel duda que haya ocurrido. —Alexander... —suelto un suspiro. Él me sonríe triste y con un ápice de lástima cruzando las orbes verdes que posee. —No te aferres a mí porque estoy cayendo en la oscuridad, tú caerás conmigo, y ni siquiera la luz que irradias podrá salvarte de mis demonios. —lo afirma y no se atreve a mirarme a los ojos. Paso saliva nerviosa y con brusquedad, me es imposible ocultar el torrente de emociones que me provoca lo que ha dicho. Sus palabras me han tomado desprevenida y no sé que hacer, no sé qué decirle, en lo único que puedo pensar es en quien lo lastimó de esta manera. Dudo en hacerlo, pero la curiosidad me gana. —¿Quién te abandonó? —pregunto con miedo a su respuesta. Ignorando lo último que ha dicho. —Mi madre. —suelta indiferente y pienso que no me dirá más, pero en cuanto mis ojos encuentran los suyos sé que está apunto de romperse—. Ella me abandonó, duele mucho, duele tanto que me quema el pecho. La odio, la repudio, pero la...—solloza con amargura sin atreverse a terminar la oración, apretando los labios con fuerza, sus ojos verdes se llenan de lágrimas y mi corazón se desgarra por no poder aliviar el dolor que su madre ha causado. Esa mujer lo ha roto por completo. No sé qué decirle o que hacer para calmar su dolor, quiero sanar sus heridas, salvarlo de la oscuridad a la que esa mujer lo ha condenado. Sé muy bien que yo jamás lo voy a dejar, una persona no deja a la persona que ama. Y yo le amo más que a nada en el mundo. Vuelvo a envolver a Alexander en mis brazos mientras él saca todas las lágrimas, me limito a abrazarlo fuertemente, sin querer dejarlo ir, una de mis manos acaricia su espalda haciéndole saber que estoy aquí con él y que nunca me iré. Parece relajarse entre mis brazos, su respiración es más pausada y el sonido me calma. Me hace sentir segura. Me llena de paz. Después de unos minutos rompe el abrazo y me observa con sus ojos rojos por el llanto. —¿Ahora entiendes por qué no puedo amarte? —pregunta con cierta frialdad que me pone a temblar. Niego al instante, sé adónde va con está conversación y no sé lo voy a permitir. —Alexander, yo nunca te abandonaría, yo te amo... —digo segura de mi misma, es la verdad, desde que fui suya mis sentimientos se han multiplicado y la idea de dejarlo ir me quema el pecho. Es insoportable. Así de grande es mi amor por él. Da miedo sentir lo que yo siento. —Mi propia madre lo hizo, Camille, ¿por qué tú serías diferente? —pregunta incrédulo, no confía en mí—. Todas las mujeres son igual de mentirosas y escurridizas —escupe con amargura y por primera vez puedo entender las razones por las cuales su corazón se ha cerrado al amor rotundamente. Él está generalizando a todas las mujeres solamente porque una rompió su corazón. Pero necesito pensar que soy diferente, que tal vez puedo ayudarlo y no creo ser la única en el mundo. Al menos eso me gustaría creer. Yo quiero ayudarlo, yo quiero sanarlo. —Permíteme demostrarte que yo nunca te dejaré. Te amo como nunca he amado a nadie en mi vida —hago una leve pausa—. Te amo, Alexander, tanto que me asusta de lo que sería capaz de hacer por ti —confieso acercándome a él con la intención de sentirlo, para llenarme del calor que emana su cuerpo, y por el cual estoy dispuesta a arriesgarlo todo. Sus labios se curvan en una línea recta. Aplastándome las ilusiones porque sé que lo que sea que salga de su boca va a romper mi corazón. —Lo siento pequeña, no me puedo arriesgar a amar a alguien —sonríe desganado—. Estoy vacío por dentro, Camille. No tengo nada más que darte y tú lo sabes perfectamente —espeta con esa nota de seriedad en su voz y mis ojos vuelven a cristalizarse como ya lo han hecho antes. Una lágrima cae sobre mi mejilla, su mirada está fija en mí, esperando a que diga algo, pero no se que decirle porque otra vez vuelvo a sentirme rechazada, cómo si mi amor no fuera suficiente para hacerlo creer que podemos funcionar si tan sólo nos da una oportunidad. —Podemos intentarlo, Alexander —susurro, sintiendo un nudo formándose en mis cuerdas vocales—. No te rindas aún, sólo danos una oportunidad, por favor... —pido, un sollozo de dolor se escapa de mi garganta y siento una desilusión enorme, porque otra vez está pasando lo contrario a lo que yo quiero. —No quiero intentarlo, no quiero darnos una oportunidad —espeta con dureza y me trago el mal sabor de boca—. Entre más rápido lo entiendas menos saldrás herida —su voz se vuelve fría y áspera, dejándome ver al hombre que carece de sentimientos. Tiemblo por la rabia y quiero gritar de impotencia por no ser suficiente para él. —¡Eres un cobarde de m****a, Alexander! ¡Tu no luchas por amor! —me detengo por el ardor en mi garganta—. ¡Estás aterrado de amar a alguien! ¡Te da miedo enamorarte de mí! Mis palabras salen disparadas hacia él con la única intención de herirlo y su mirada se ensombrece. —No pelearé sabiendo que me es imposible amarte —se defiende. Ignoro el hecho de que me duele lo que ha dicho y sigo cuestionando, intentando encontrar una respuesta que pueda entender mi corazón, porque aunque suene ilógico, este se sigue aferrando a Alexander. —¿Cómo sabes que no puedes enamorarte de mí? ¿Tan poca cosa soy para ti? —mis piernas me fallan, y me dejo caer en el piso, sintiendo como cada una de sus palabras se clava dolorosamente en mi corazón. Puedo ver un atisbo de culpabilidad brillando en su mirada. No le gusta verme así y lo sé porque desde que conozco a Alexander se ha encargado de cuidarme, de asegurarse que esté bien, me protege como lo haría un hermano mayor. Pero yo no quiero eso. —No puedes reparar lo roto sin cortarte, Camille, conmigo solo habrá dolor —replica, tomando mi rostro con ambas manos—. No soy el hombre para ti, pequeña, y te pido perdón por no ser lo que deseas —deposita un largo beso en mi frente, manteniendo sus labios contra mi piel por más tiempo de lo habitual, y no puedo deshacerme de la sensación que me dice que es una despedida. Me levanta del suelo mientras sollozo sin poder evitarlo y su rostro se contrae en tristeza, culpa y hasta lástima. Ve la indecisión en mi mirada. Sabe que no voy a rendirme. —No nos hagas esto, Camille —casi súplica. No le hago caso. Me aferro a lo que queda de nosotros. —No me importa, Alexander —cierra los ojos, apretándolos con fuerza—. No importa. Te amo —ruego, nuevamente. Resopla, restándole importancia a mis sentimientos y una sensación de ardor se acentúa en mi pecho. —Entonces no te hagas esto a ti misma, Camille —me observa con pena y quiero morirme por haberme permitido caer tan bajo—. Yo nunca cambiaré, lo único que puedo ofrecerte es sexo y tú te mereces algo más que nunca podré darte —confirma y mi corazón se estruja por el dolor que me provocan sus palabras cargadas de la cruel verdad que me niego a aceptar. Porque prefiero tener una parte de él a no tener nada. Sé que eso está mal, pero en la semana que no lo vi sentí que moría si él no estaba cerca, nunca debí permitirme amarlo de esta manera, pero no me importa perder la poca dignidad que me queda con tal de estar con él. —Entonces me conformaré con eso —me apresuro a decir, con firmeza. Él se ríe sarcásticamente y me trago el sabor amargo que me deja en el paladar. —Sólo habrá dolor conmigo—afirma, queriendo que me acojone—. No prometo amarte, no sé cómo hacerlo —sentencia, terminando por romper mi corazón. —No importa —miento—. Tomaré el riesgo, tú lo vales —una lucha se libera en mi interior y mi cuerpo no responde a lo que mi mente ordena. Por dentro tengo demasiado miedo de salir perdiendo, pero no soporto la idea de dejarlo ir, no soy tan fuerte y lo sé. —Pronto te darás cuenta que no —asegura con una nota de melancolía en su voz—. Sé que lo harás y cuando eso pase serás la segunda persona en abandonarme. Sus ojos me observan con lástima, como si él supiera que va a destruirme y se estuviera apiadando de mí al advertirme. Las dudas me aniquilan, porque me estoy debatiendo a mí misma, no sé a lo que me atengo y eso me aterra. En un acto de misericordia, toma mi rostro en sus manos, uniendo nuestros labios en un apasionado beso, cargado de la l*****a que sentimos el uno por el otro, y que es tan innegable como mis sentimientos por él. Este beso es exigente, su lengua lucha con la mía en sincronía, él es capaz de hacer que con solo un beso mi cuerpo se electrifique, muerde mi labio con agresividad, necesitando descargar todo el remolino de emociones y pierdo la cordura. Sus manos abandonan mi rostro, pero sus labios se aferran a los míos con gran necesidad, siento que quiere destruirme con un solo beso, pero yo intento repararlo. Jamás me voy a cansar de besar a este hombre. Mi destino ya está escrito, solo me queda prepararme para afrontar las consecuencias que va a traer esto. Las consecuencias de mis actos. Tal vez me voy a arrepentir al salir herida, pero sé muy dentro que no estoy lista para dejarlo ir.
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