Capítulo XXIII

4412 Words
Camille Abro los ojos con pesadez sintiendo que mi cabeza va a explotar en cualquier segundo, tengo la boca seca y el dolor en mi cuerpo es indescriptible. Es como si diez camiones de carga hubieran pasado por encima de mí. Con mucha dificultad intento incorporarme sobre la cama, sin embargo, hay una opresión estancada en mi pecho que me lo impide. Mis extremidades gritan por un descanso, mis ojos apenas pueden mantenerse abiertos y el dolor que emana mi cuerpo me hace estremecer hasta la médula. Luego de varios intentos en los que fracaso, mis ojos por fin logran acoplarse a los rayos de luz que entran por mi ventana...esperen, esta no es mi ventana, ni mi cama, ni mi habitación. Exaltada y a punto de un colapso, me pongo en modo de alerta de inmediato, no estoy en un lugar conocido y estoy entrando en pánico, no sé dónde m****a estoy. Tomo una bocanada de aire y vuelvo a reparar la habitación que está completamente en n***o, cada decoración tiene colores neutros y no me pasa desapercibido el toque varonil que desprende. > El miedo se apodera de mi cuerpo, juego con mis manos temblorosas mientras siento que el corazón se me va a salir del pecho. Volteo a todos lados en busca de respuestas, pero no encuentro nada que pueda ayudarme el vació en mi cabeza, ni siquiera reconozco el lugar en donde me encuentro. Necesito investigar y por eso hago el amago de levantarme de la cama para salir de la habitación pero me detengo en seco cuando los recuerdos de anoche me golpean con fuerza, dolorosos fragmentos invaden mi mente dejándome sin aliento; Sam, Alexander afuera de mi casa, el baile erótico, el hombre que intentó abusar de mí, la pelea. Todo es demasiado. La frustración se vuelve a apoderar de mí al recordar aquella situación que me hace estremecer y sentirme llena de impotencia, no pude hacer nada para detener a aquel sujeto, ahora entiendo el dolor de mi cuerpo, todo es culpa de ese animal, necesito saber dónde estoy. Me levanto de la cómoda cama y lo primero que hago es observar mi figura en el gran espejo que está al lado del gran armario, traigo puesta una bata de seda y encima una sudadera masculina, suspiro aliviada y por instinto, acerco la fábrica a mis fosas nasales, aspirando el aroma impregnado, mi cuerpo se sacude vehemente con el cosquilleo que me atraviesa, ya que el m*****o aroma que desprende es tan conocido. Tan acogedor. Familiar. Es su m*****o olor el que penetra mis fosas nasales y ahora estoy rogando para que esta sudadera no sea de Alexander. Envío lejos esos pensamientos y camino hacía la salida, en un intento de escapar a lo que estoy sintiendo, pero la puerta se abre antes de que pueda salir. Me detengo abruptamente, mi cuerpo se tensa y me preparo para lo que sea que venga. —Buenos días, Camille —habla dulcemente una señora ya de la tercera edad, mis sentidos se ponen en alerta y retrocedo asustada. La duda me embarga de golpe al no reconocer a la mujer que tengo frente a mí; ella parece notarlo. —Tranquila cariño, soy Clara —se presenta; su voz desprende ese tono amable—, la nana del joven Alexander —finaliza haciendo que me de un ataque cardíaco, porque quiero que me trague la tierra y me escupa lejos de aquí. —B-buenos días, mucho gusto —tartamudeo un poco, ella me mira expectante—. Mmm yo, ¿dónde estoy? —inquiero aturdida, la nana de Alexander solo me regala una cálida sonrisa y se acerca a mi. —Estás en la casa de Alexander —espeta con simpleza. Mi rostro se vuelve a llenar de confusión, no entiendo de lo que habla, no sabía que tenía una casa aunque debí imaginarlo, tiene dinero para comprarse miles de esas. Pero qué importa, no puedo estar aquí, no quiero estar con él. —¿Su casa? —pregunto desconcertada—, pensé que él vivía en su penthouse, ¿no es así? —musito confundida. Ella niega con una sonrisa. —Esta es su casa, cariño —reafirma—, su penthouse lo usa de vez en cuando, pero esta es su casa —habla observando mi aspecto con cierta curiosidad, cómo si quisiera descifrarme. Asiento con la cabeza. Ella sigue sonriendo. —¿Dónde está él? —la pregunta sale de mis labios sin previo aviso y solo me maldigo internamente. —A eso vine —sonríe—, Alexander me envió a despertarte, te está esperando para desayunar en la terraza —musita tranquila, vuelvo a asentir en respuesta, aunque los nervios se apoderan de mí nuevamente. Necesito irme de aquí. No me quedaré después de lo qué pasó anoche. —¿No hay alguna manera de que pueda salir sin que me vea? —pregunto en forma de súplica y ella solo niega con diversión. —Tranquila, cariño, sorpresivamente, mi niño Alexander amaneció de buen humor —farfulla abriendo la puerta de la habitación, dispuesta a salir. No me muevo, se vuelve hacia mí y me mira por unos segundos. —Sígueme, cariño —me hace un ademán con la mano para que la siga, lo dudo por unos segundos pero termino haciéndolo. Camino detrás de Clara recorriendo los inmensos pasillos con una amplia división entre la sala de estar, las paredes carecen de cuadros y no hay ninguna decoración, está no es una casa, es una jodida mansión, una hermosa mansión, que solo tiene colores oscuros y neutros. A diferencia del penthouse que visité la última vez, está casa es un poco más acogedora, pero aún así no tiene ese toque hogareño que caracteriza a los hogares. Nos dirigimos escaleras abajo y nos hacemos camino hacia la parte trasera de la mansión, una enorme piscina de al menos tres metros de profundidad y un maravilloso jardín con pinos gigantescos se hace visible en mi campo de visión. No puedo disimular mi fascinación, que es muy evidente. Es demasiado grande esta mansión, demasiado grande para que solo vivan dos personas aquí. Vuelvo la mirada hacia todos lados buscándolo hasta que mis ojos lo ubican, > lleva puesta una camisa azul con las mangas dobladas hasta los codos, unos vaqueros negros, y unas gafas de sol que lo hacen lucir irresistible como siempre. Lo miro detenidamente y empiezo a cuestionarme las palabras de Clara, Alexander luce de todo menos de buen humor. Camino lentamente hacia donde se encuentra, con cada paso que doy siento que me hago diminuta. Esta es una de las situaciones en las que no me apetece ver a Alexander ni en pintura. Él solo me repara con la mirada. > —Siéntate, Camille —su voz ronca retumba en mis oídos y me atrevo a alzar la mirada para verlo a los ojos; un verde imponente y poderoso se encuentra con los míos—, desayunáremos primero, después hablaremos de tú comportamiento —espeta con seriedad. No hago ningún comentario y solo tomo asiento enfrente de él, tratando de ignorar el vacío en mi estómago. La mesa está puesta, hay demasiada comida para solo dos personas, hay huevos con verdura, fruta picada, tostadas, mermelada, café y una jarra con zumo de naranja. Todo se mira bien, sin embargo, mi apetito está muerto y no me apetece comer algo en este momento. Mucho menos si me mira como si quisiera estrangularme, mareada, aparto la mirada de la comida ya que las ganas de vomitar se acentúan en la boca de mi estómago y me suben por la garganta. Él me mira fijamente, observa cada uno de mis gestos y se da cuenta de las arcadas que me provoca la cantidad de comida. —Toma esto primero —vuelve a hablar, dejando dos pastillas sobre la mesa—, necesitas comer algo o te hará daño —replica serio, yo solo asiento sin rechistar y me tomo las pastillas con un vaso de zumo. Su intensa mirada me cosquillea la piel así que me obligo a hacerle caso y agarro una tostada, unto un poco de mermelada en esta, la tensión entre nosotros es notoria pero decido ignorarla, meto la tostada en mi boca y doy un pequeño mordisco, es rica, pero mi estómago rechaza lo ingerido. Con un suspiro decido no comer más, solo sirvo una taza de café, Alexander observa detalladamente cada uno de mis movimientos haciendo que mis manos empiecen a sudar. ¿Por qué me pone tan nerviosa? Los nervios me están traicionando y Alexander no ayuda. Necesito que deje de mirarme de esa forma... —¿Por qué me trajiste aquí? —pregunto para romper la tensión. Sus rasgos faciales se endurecen, aprieta la mandíbula y me arrepiento de siquiera haber abierto la boca. —¿Eso es lo único que te importa? —no puedo distinguir la nota de voz que usa—. Después de todo lo qué pasó ayer solo preguntas porque te traje aquí, ¿acaso querías que te dejara ahí con ese idiota? —escupe furioso, recriminándome sobre mis cuestionables acciones. Me limito a negar, incómoda. No puedo evitar sentirme como una tonta por haber preguntado, ahora solo estará con un humor de los mil demonios y yo no me siento capaz de soportarlo, en especial hoy. Hoy no puedo. —No, claro que no. Sólo quería saber porque me trajiste a tu casa —susurro, casi inaudible—, podrías haberme llevado a mi casa y ahorrarte la molestia de verme si no te apetecía. Digo lo último con un poco de tristeza y no me detengo a ocultar los gestos que fácil me delatan, si tanto le molesta tenerme aquí, ¿por qué traerme con él? Mi cabeza va a explotar con tantas preguntas sin respuestas. —No pongas palabras en mi boca —replica, enojado. —No lo estoy haciendo, sólo quiero saber que estoy haciendo aquí. Sus ojos se oscurecen y me es imposible no perderme en la profundidad de sus pupilas. —Estás aquí porque necesitamos hablar, te lo dije ayer antes de que salieras huyendo como una jodida cría—responde con cierto sarcasmo, que me hace rodear los ojos fastidiada. Su mano hace contacto con la mesa, respira entrecortado y comienza a apretar sus nudillos. Su mirada se pierde en un punto incierto por una milésima de segundos en la que me pregunto por qué no me he ido aún, pero los pensamientos se escapan cuando vuelve a la normalidad y se concentra en mí. —Pensé que era evidente que no me apetecía hablar contigo —inquiero, tratando de sonar sería, aunque por dentro esté temblando y preguntándome de que necesita hablar conmigo. Suelta una risa que me resulta de todo menos divertida. —A mi tampoco me apetecía seguirte, y míranos, preciosa, aquí estamos —se defiende y su ceño comienza a fruncirse. Sé que él tiene razón, pero en este momento no me apetece escuchar sus reproches y arrepentimientos. —No te pedí que lo hicieras —contraataco. —No me arrepiento de haberlo hecho, si no te hubiera seguido, ese idiota hubiera logrado su cometido —suelta y en sus ojos crispa el mismo destello de ira que vislumbré ayer—. No puedes hacer eso de nuevo, Camille, tienes que tener más cuidado y dejar de consumir alcohol cuando sabes perfectamente que no tienes la edad ni mucho menos la madurez para hacerlo —argumenta mirándome fijamente, y por un momento lo odio, porque me hace sentir estúpida. Me hace sentir como si fuese su hermana pequeña que necesita lecciones de disciplina y no quiero que me vea como una jodida carga. Una ola de culpa me invade, haciéndome sentir aún más estúpida. Él tiene razón, de no ser por él no sé dónde estaría en estos momentos. Tal vez sí lo sé, pero no quiero pensarlo. Tengo que aceptarlo, gracias a él estoy a salvo. —Gracias. —me rindo ante la absurda discusión y dejo las palabras fluir—. Gracias por salvarme. Su mirada se desconcierta, sé que esperaba que siguiera discutiendo, pero no tengo ganas de pelear más con él y, además, en esta ocasión él tiene razón. —No quiero que me lo agradezcas, de eso no sé trata —menciona—, lo hubiera hecho de todas formas —asegura y siento un leve cosquilleo que me sacude hasta la última fibra del cuerpo. —¿Me dirás de qué quieres hablar ahora? —le pregunto para desviar la tensión. —Lo haré, pero primero necesito que entiendas que haberte expuesto de esa manera está mal. Lo miro fijamente, deseando poder hacerme un ovillo. —Ya lo entendí —suelto con agresividad. —Espero que sea así, Camille. El mundo está lleno de maldad y si sigues siendo tan ingenua, te comerá viva... —¿Podemos cambiar de tema? —lo interrumpo, mi voz se asemeja a una súplica. Mantiene su mirada puesta sobre mí y suelta un suspiro, asintiendo a la vez. —Voy a ser directo contigo y necesito que me escuches primero antes de hacer suposiciones. ¿Lo entiendes? —inquiere usando esa nota de seriedad que planta la incertidumbre en mí, no digo nada; solo asiento y le hago una señal con la mano para que prosiga—, los negocios con tú padre no han ido bien, tú padre necesita una nueva inversión, y yo también necesito algo importante —carraspea fuertemente y se detiene a sí mismo. Lo observo aturdida, esperando a que se anime a volver hablar, no lo hace, permanece callado y eso me preocupa. —¿Qué es lo que necesitas? —cuestiono. Se queda en silencio. Pero no es necesario que vuelva a preguntar, sé que me lo dirá. —Necesito una esposa para poder cobrar la herencia que me dejó mi abuela, las cláusulas son muy claras y necesito contraer matrimonio lo antes posible —siento que me quitan el aliento de golpe—. Ahí es donde entras tú —me señala con el dedo índice y solo lo miro confundida, incapaz de comprender lo que ha dicho. ¿Se casará? ¿Y me lo dice así de fácil cuando sabe que lo amo? ¿Qué clase de persona es? —¿Y acaso quieres que te ayude a buscar una esposa? —pregunto con una nota de sarcasmo impresa en mis palabras, no lo puedo disimular cuando siento que mi corazón está ardiendo en fuego—, si quieres ponemos un anuncio en los periódicos que se titule, “el gran magnate Alexander Rosselló busca nueva esposa” ¿no te parece? —sugiero dolida y sus rasgos faciales se endurecen. Sé que estoy haciéndolo cabrear, pero no puedo evitar sentirme como si me hubieran echado un balde de agua fría. Se va a casar y duele mucho, demasiado, maldita sea. —Camille, recuerda lo que te dije —advierte enojado, callo de inmediato antes de que las lágrimas salgan de mis ojos—, ¿me dejarás terminar o seguirás actuando como una niña? Me cruzo de brazos, enfadada e irritada a la vez por su falta de sensibilidad. —Continúa —trato de tranquilizar mis emociones, pero nada está funcionando y el hecho de saber que se piensa casar se ha enterrado como una astilla en mi corazón Pone los ojos en blanco, reprimiendo una risa sarcástica que no se de donde proviene. Tomo la taza de café y bebo un pequeño sorbo, saboreando el delicado sabor que tiene. —En efecto me casaré, Camille —hace una leve pausa con una diminuta sonrisa curvando sus labios, que me molesta aún más—, pero me casaré contigo —sentencia haciendo que escupa el sorbo de café sobre la mesa. > Su mirada me reprende al instante, pero una pequeña sonrisa se empieza a asomar en la comisura de sus labios, tomo la servilleta de la mesa y comienzo a limpiar mis desastre, él solo se limita a verme, burlándose silenciosamente de mí. —Necesitamos casarnos cuanto antes, será un contrato que nos beneficie a ambos —interviene nuevamente—. Solo necesito que aceptes y ya. ¿Y él que se cree? El hecho de que esté enamorada de él no significa que seguiré su juego sin rechistar. Saldré herida de una manera u otra. Estar con él es un pase directo al sufrimiento. ¿Por qué sería tan masoquista? —No acepto —puntualizo—, no me casaré contigo. Su mirada se desarma por completo, sé que esperaba que aceptara sin rechistar, pero no me interesa casarme. Al menos no aún y mucho menos bajo estas circunstancias. —¿No? —pregunta, incrédulo. Ese es el problema de muchos hombres, piensa que cuando una mujer está enamorada, hará todo lo que ellos digan sin rechistar. En efecto, siempre caemos o tropezamos cuando estamos enamorados, en especial yo. Pero eso no quiere decir que no sepamos establecer los límites y saber que a veces es mejor rendirse y aceptar la derrota. Aunque en mi caso, a mi me encanta tropezar con la misma piedra. Tal vez yo he perdido mi dignidad un sinfín de veces y me he puesto en situaciones en las que se puede esperar muy poco de mí. Me he rebajado ante él, he permitido tratos indebidos, lo tengo muy presente porque mi subconsciente no me permite olvidarlo, pero casarme con él sería ponerme la soga al cuello yo misma y justamente por eso no debo aceptar. —No, no me voy a casar contigo —mi voz adquiere una nota temblorosa—. Esa es mi última palabra, no me casaré contigo Alexander, no lo haré —exclamo sin dejar que el nerviosismo me maneje a su antojo. Su mandíbula tintinea con cada palabra que resuena entre nosotros. —No será un matrimonio real —aclara, pensando que está mejorando la situación. —No importa. No lo haré. —Nos beneficia a los dos, tu padre necesita esta inversión o se irá a la quiebra —advierte mirándome en espera de una reacción, sus ojos me desafían unos segundos y siento que no respiro. No quiero casarme, no quiero casarme con él, además de que aún soy muy joven, pero la idea de que mi familia sufra por mis decisiones me hace sentir fatal, ¿cómo me casaré con alguien que no me ama? Sé que sufriré si acepto casarme con él, pero el sufrimiento de mis padres es algo que no me puedo permitir ni mucho menos tolerar. Incluso aunque salga sufriendo, necesito cuidar de ellos y no permitiré que se queden en la calle cuando me lo han dado todo. —Tú puedes ayudarlo —susurro. Su sonrisa se amplía al oírme susurrar. Ha encontrado mi punto débil. Mi talón de Aquiles. —No lo haré si no recibo nada a cambio. De alguna manera, mi corazón se rompe aún más ante la idea de que deje que mi padre se vaya a la quiebra, porque eso significaría que no lo conozco en absoluto. No como yo pensaba que lo hacía. —Eres mejor que esto —digo con los labios temblorosos. Juzgando por la expresión melancólica de su rostro, se que estoy mintiéndome a mí misma. —Ambos sabemos que no es así. —Alexander... —Solo será un año —no desiste ante mi negación y me mira esperando una respuesta positiva de mi parte—, será un contrato que solo durará un año, después nos divorciaremos y te quedarás con la mitad de mi herencia —musita con esa nota de desinterés que me hace sentir desechable, poniendo un semblante neutro. Yo quiero su amor no su dinero. Y no lo tengo. —No quiero tu dinero, Alexander —protesto realmente enojada—, lo que no quiero es casarme con alguien que no me ama y que no siente absolutamente nada por mí, será una tortura para ambos —hablo en voz alta haciendo que me mire sorprendido. Hace el intento de decir algo para defenderse pero se calla al instante. Sabe que estoy en lo cierto. —Es solo un contrato, no tienes porque darle demasiadas vueltas al asunto —se levanta de su asiento en segundos, nuestras miradas se encuentran y se acerca a mí como un animal persuadiendo a su presa—. Podemos aprovechar ese año y pasarlo bien —sonríe de manera perversa haciendo que las mariposas revoleteen como locas en mi estomago. No, no, no. —En tus sueños —digo convencida, tratando de que mi voz salga firme—, si tú y yo nos casamos, sólo seremos socios, no habrá juegos, ni mucho menos peleas. No habrá tus terribles cambios de actitud, que por cierto, son irritantes, y lo más importante: no tendremos sexo. —Increpo con seriedad, él arquea ambas cejas y me mira confundido, le han tomado desprevenido mis condiciones. —No se te olvidé que serás mi esposa —trata de argumentar, luciendo enojado, lo cual es ilógico ya que él mismo dijo que sólo sería un contrato. Pongo los ojos en blanco y resoplo aburrida ante su actitud. —Por un contrato, tú mismo lo has dicho —digo, sin saber de donde saco las fuerzas para no derretirme ante él. —Lo será, si así lo deseas, no hay problema de mi parte. Solamente serás mi esposa por contrato y nada más —establece con una nota de voz letal que no alberga una tregua. Está siendo cruel y lo sabe. Por eso mismo lo observo detenidamente y sus ojos están más brillantes de lo normal, los matices azules que raramente hacen acto de presencia y el color verde d*******e se mezclan haciendo una combinación perfecta para el ojo humano. —No esperaba más viniendo de ti —musito, despacio. —No deberías esperar nada de mí, preciosa. Por tu propio bien. Seré una decepción. Sin más que agregar, regresa a su asiento y me mira de manera posesiva. > me regaño a mi misma. —¿Mi padre ya lo sabe? —hago un intento de cambiar el tema y ignorar el vacío que dejó su última frase. Y a juzgar por el repentino cambio de semblante, la mención de mi padre es un tema poco agradable y tengo la sospecha de que no desea conversarlo conmigo. —Sí, le comenté hace unos días —me mira fijamente, como si se estuviera debatiendo a si mismo sobre algo; deja salir un suspiro y adquiere una mirada sombría—, tuve que insistir para que accediera, aceptó no muy convencido —espeta desinteresadamente, pero por alguna razón siento que me oculta algo. No podía esperar nada menos de mi padre, me alegra saber que no se deje llevar por la fortuna de Alexander. El dinero no puede comprarlo todo como muchos piensan. —¿De verdad? —Entendió que casarte era lo mejor. Me encojo de hombros a la vez que tomo una inhalación profunda. —Jamás pensé que mi padre accedería a algo como esto —digo para mí misma. Alexander tensa la mandíbula. —Tú padre está velando por tu futuro, Camille, eres su hija y quiere lo mejor para ti. Y eso no eres tú. —Está bien. —musito resignada, ocultando mis verdaderos sentimientos. Me observa un par de minutos, su mirada es intensa pero me hace sentir cobijada, lo miro por igual y dejo salir el aire que no sabía estaba conteniendo. —Ya que hemos acordado las cosas, nos casaremos en dos semanas. Necesito que sea lo más pronto posible —articula de nuevo para después levantarse de la mesa y acercarse a mí con pasos decisivos. ¿Quién entiende a este hombre? —¡¿En dos semanas?! —me altero por la sorpresa, él aprovecha mi desenfoque y se inclina hacia mí rostro. —¿No me digas que te arrepentiste tan rápido, preciosa? —susurra en mi oído, enviando un millón de corrientes eléctricas por todo mi cuerpo. —N-no aún no —tartamudeo al sentir su aliento a centímetros de mi boca. Odio el efecto que tiene en mi, no me gusta saber que me tiene en la palma de su mano, detesto estas malditas hormonas que me traicionan de esta manera, tengo unas ganas horribles de besar sus labios y perderme en el sabor de ellos. Inconscientemente, muerdo mi labio imaginándome el momento, lo que sería volver a sentirlo, él me observa con contención y sin previo aviso, siento su mano masajeando mis muslos por encima de la tela y mis mejillas arden al instante. Su mano asciende hacia mi zona íntima, mi cuerpo se estremece con su mero toque y el aire me comienza a faltar, acerca su boca a la mía y sin pensarlo dos veces, une nuestros labios en un beso desesperado que me arrebata el aliento y me hace olvidar todo lo que he dicho los últimos minutos. Mis labios corresponden de manera automática a los suyos, fundiéndose junto a él, con una mano agarra mi nuca profundizando el posesivo beso que me hace perder la cabeza, nuestras lenguas pelean por saber quien tiene el control y es obvio que él lo tiene. Y lo peor es que quiero más porque con él nunca es suficiente. Después de unos segundos rompe el beso y aparta su mano de mis muslos, mi cuerpo resiente la ausencia de su toque, quiero protestar, lo miro confundida tratando de controlar mi respiración, que está muy agitada. —¿Que sucede...? —protesto en un jadeo. Sus ojos adquieren un brillo de diversión. —Nada, preciosa. Sólo que es una verdadera lástima que no tengas deseos de compartir sexo con tu futuro esposo —sonríe con suficiencia al ver el efecto que tiene en mí—, créeme que si por mi fuera, te follaría todo el m*****o día hasta que no pudieras caminar. Conozco mil maneras de arrebatarte el aliento... —susurra en mi oído, rozando mi piel y se aleja con brusquedad para después empezar a caminar dentro de la mansión. Lo mataré, juro que lo mataré, esto no se quedará así. Es un idiota, le sacaré esos hermosos ojos verdes.
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