Camille
Me coloco el atuendo de ropa que trajo Clara, tengo que regresar a casa, Alexander se ofreció a llevarme pero me negué, no quiero verlo después de lo que pasó en el desayuno. Estoy desorbitada y demasiado confundida con las repentinas noticias, no sé ni cómo sentirme al respecto y tenerlo cerca solo me atarea y no me permite pensar con claridad.
Termino de vestirme y bajo las escaleras rápidamente, entro a la sala y me encuentro a Alexander hablando con Clara, él sonríe libremente cómo si en realidad pudiera sentir algo, en sus ojos se puede ver todo el cariño que siente por ella. Por una parte me hace sentir mal, ya que el nunca me ha mirado de esa forma, pero por otra, me alegra que tenga a alguien en su vida que le haga feliz. Que lo haga sentir algo.
—Camille, ¿estas listas? —interrumpe Clara regalándome una sonrisa, al darse cuenta de mi presencia.
Asiento en respuesta.
—Si, gracias por todas las molestias —sonrío apenada—, espero verla nuevamente.
—Lo harás cariño —musita con dulzura—, ahora que serás la esposa de Alexander, estoy segura que te veré más seguido —contesta entusiasmada, incluso más que yo.
¿Su esposa? proceso las palabras en mi cabeza, que raro se siente ser llamada así.
—Tienes razón —miento.
—El chofer está afuera —comenta Alexander, viendo a la nada.
—Gracias. —Le regalo una última sonrisa a su nana y empiezo a caminar hacia la salida dispuesta a irme de su casa.
—Yo te enseñé modales, Alexander —su nana le regaña, haciendo que una sonrisa divertida se escape de mis labios—, acompaña a tu futura esposa a la puerta, anda —vuelve a insistir.
Alexander no dice nada, sólo se levanta de su asiento caminando hacia mi con el rostro inexpresivo, posa su mano en mi espalda y con un leve empujón me guía fuera de la casa, al salir la brisa del aire nos golpea a los dos, mi cabello empieza a revolotear en mi cara haciendo que Alexander esboce una extraña sonrisa y sin poder evitarlo, mi corazón comienza a galopar dentro de mi pecho.
—Me gusta tu pelo, preciosa —susurra con ese tono desinteresado que no me creo, mis mejillas no tardan en sonrojarse y evito a toda costa mirar sus ojos porque temo perderme en ellos.
—¿Es mi imaginación o me acabas de hacer un cumplido? —pregunto incrédula por su acción haciendo que él niegue con la cabeza.
—No te acostumbres, no lo haré de nuevo —contesta con seriedad.
Él tiene ese don especial para arruinar los momentos especiales.
—Te veo después.
Me pongo de puntillas, alzando mi cuerpo para poder acercarme a su rostro, deposito un beso en su mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios, acción que lo hace tensarse, sonrío internamente e intento alejarme pero me sostiene de la cintura y acerca sus labios a los míos permitiendo que estos se unan nuevamente.
Este beso es tranquilo, sereno, no hay segundas intenciones de por medio, solo disfruto del sabor de sus labios y los estragos que estos provocan en mi cuerpo, no hay duda estoy perdidamente enamorada de este hombre.
Rompe el beso cuidadosamente y me observa por unos segundos
—No me gustan los besos a medias —sonríe mostrándome su perfecta dentadura—, ahora si, ya puedes irte —espeta sereno.
No respondo a su comentario, solo le sonrío con cariño y comienzo a caminar hacia el auto que ya está esperándome, me introduzco en este y me acomodo el cinturón de seguridad, el chofer no me dirige la palabra, solo enciende el motor y comienza a conducir.
El viaje de vuelta a casa me ayuda a pensar en la propuesta de matrimonio de Alexander, en parte aclara mis dudas y llego a la misma conclusión de que la idea es jodidamente terrible, algo me dice que ambos saldremos heridos y por más que le busque el lado positivo a la situación no lo hay.
Al final de cuentas, me estaré casando con un hombre que no me ama y que por más doloroso que suene, solo me está usando por beneficio propio, él no siente nada por mí y aunque me repita que solo estoy haciendo esto por mis padres, mi subconsciente me recrimina con las ilusiones que vuelvo a albergar.
Alexander será mi perdición, esa parte racional dentro de mí me lo dice.
Las cartas están sobre la mesa y ahora solo queda aceptar todo lo que se viene. Solo una cosa está muy clara: casarme es condenarme y por más que lo ame no quiero hacerlo. No de esta manera.
******
Llego a mi casa y salgo del auto a toda prisa, no me molesto en despedirme del conductor porque cuando me doy la vuelta ya está haciendo su camino de regreso a la mansión. Dejo escapar un suspiro y me preparo mentalmente para la excusa que le daré a mi madre, sé que me matará por llegar hasta el día siguiente. Antes podía escapar porque nunca lo notaban, jamás se daban cuenta de lo que hacía pero ahora que ella dejó su trabajo es diferente.
Empiezo a correr hacia la puerta de mi casa, pero me detengo abruptamente cuando veo a la persona que está frente a mí.
Aarón se encuentra recargado en su motocicleta, jugando con el cierre de la chaqueta mientras resopla pausadamente.
Luce muy bien a pesar de que hay ciertas ojeras debajo de sus ojos, lo observo por unos segundos sin poder decir nada, su mirada está perdida en la nada y eso causa cierta intriga en mí, él no es el tipo de chico que se enrede en los pensamientos pero ahora, estoy viendo otra faceta nueva y no sé porque sospecho que esta es la verdadera y no la de rebelde que intenta aparentar cada vez que estamos juntos.
Meneo la cabeza sutilmente, alejando mis intuiciones y me acerco a él, no sin antes tomar una bocanada de aire. Aarón se percata de mi presencia y nuestros ojos se encuentran en medio de la incertidumbre. Su mirada me estremece de pies a cabeza y extrañamente, me hace sentir cobijada bajo el aura de paz que desprende.
—Hola... —sonríe tímidamente—. Vine a buscarte pero no me he atrevido a tocar, necesito hablar contigo —dice en ese tono serio que me preocupa, hago una mueca de confusión.
Su sonrisa se desvanece de inmediato y tuerce los labios en una línea recta, resoplando a la vez que sus manos comienzan a temblar.
—Está bien, dime lo que pasa —susurro angustiada mientras lo veo tragar grueso—. Sólo quiero saber si estás bien. Estoy preocupada por ti.
Mis palabras no pasan desapercibidas, parece dudarlo unos segundos y cuando pienso que necesito insistir, lo dice:
—No te puedes casar —suelta de la nada, con esa nota de vulnerabilidad que me acelera el corazón.
—¿Qué? —respiro con dificultad.
Tira de mis brazos con fuerza, me sujeta cerca de él sin dejar que me aleje, abro los ojos sorprendida y la duda de cómo se enteró de mi supuesto matrimonio empieza a florecer dentro de mi.
Sólo me lleva unos segundos armar el rompecabezas en mi mente, todas las piezas encajan perfectamente, y casi puedo asegurar que se enteró por la familia de Alexander o incluso por él. No me sorprendería que se lo dijera antes de hacérmelo saber a mí.
—No lo hagas.
—Aarón...—Mi voz queda suspendida en el aire.
—No puedes casarte, Camille, y menos con él —súplica dejándome aturdida y con un millón de preguntas.
Me es imposible procesar sus palabras y no entiendo porque mi corazón late con tanta fuerza. La avalancha de emociones me deja sin aire y tenerlo muy cerca de mí, respirando cerca de mi rostro mientras sus profundos ojos azules me gritan cosas que él no dice, provoca una tormenta dentro de mi interior.
—¿Qué está pasando? Me estás asustando —susurro cerca de sus labios.
No entiendo por qué se opone a mi supuesto compromiso. Mi mente no puede procesar tanto a la vez. Menos cuando no me da una explicación coherente.
—¡No te puedes casar con él, j***r! —exclama lleno de impotencia—. Tú te mereces lo mejor y él no lo es —musita a centímetros de mi rostro, tanto que puedo sentir su acelerada respiración golpeando la piel sensible de mis mejillas.
¿Qué diablos está pasando?
—Tienes que calmarte, pasa a mi casa para que hablemos —ofrezco tratando de mantener la cordura, él solo niega con la cabeza; la situación no me agrada en absoluto, al contrario, empieza a asustarme—. Por favor, hablemos...Aarón —insisto con la voz entrecortada.
Un nudo se empieza a formar en mi garganta y no me gusta el rumbo a donde se está yendo la conversación.
—No lo entiendes, no puedes casarte con él —continúa, determinado en convencerme, pero siento que hay algo más detrás de su continua insistencia.
La tristeza refulge en sus ojos, como si hubiera estado llorando por días. Mi corazón se encoge dentro de mi caja torácica, no me gusta verlo así y no entiendo esta conmoción que tengo atravesada en el pecho y que por alguna razón no me permite respirar.
—¿Por qué no? —pregunto, temiendo la respuesta que salga de su boca—, dame una razón, sólo una.
Me mira fijamente a los ojos y el ajuste de sus manos alrededor de mi cintura se hace más fuerte, como si tuviera miedo que me fuese a desvanecer en sus brazos.
—¿No puedes hacerlo por mí?
Le doy una negativa con la cabeza. Sus labios comienzan a temblar.
—Dime una razón. Necesito más que esto.
—Por...—suspende fuertemente como si estuviera sufriendo por lo que está a punto de decir—.No puedes casarte porque te amo, estoy locamente enamorado de ti, Camille, y estaría loco si te dejara ir sin luchar por ti —el corazón me sube por la boca ante su inesperada confesión y, sin darme tiempo de reaccionar, estampa sus labios con los míos.
Me congelo bajo el calor de su cuerpo y no sé qué hacer al respecto, ni siquiera puedo reaccionar inteligentemente.
Sus cálidos labios me envuelven en una burbuja alejada de nuestra realidad, me besa lenta y profundamente, conteniéndose de algo que estoy segura nadie puede entender, saborea cada segundo que nuestros labios se tocan y, por ese pequeño instante, me olvido de todo lo que sucede a nuestro alrededor. Hasta de él, porque mi corazón empieza a latir tan rápido que pierdo el aliento.
No obstante, soy incapaz de corresponder a su beso como mi corazón me exige que lo haga, ya que mis extremidades no colaboran, solo dejan que sus labios hagan el trabajo y me transporten a otra realidad paralela donde pueda corresponder a sus sentimientos plenamente.
Aarón me está besando, ¡Aarón me está besando! Mi mente no piensa con claridad.
Recobro la sensatez y con el sabor de sus labios en mi boca, le doy un leve empujón, rompiendo el beso que me deja perpleja y al borde de un colapso total. Mi acción lo hiere, su rostro confundido me lo hace saber y hago hasta lo imposible para no sentir ese escalofrío que empieza a recorrerme la espina dorsal.
Sé que hice lo correcto, no puedo hacerme esto a mi misma. No quiero vivir en un triángulo amoroso y no lo haré. Aarón no se merece esto. Él no se merece que alguien juegue con sus sentimientos.
—Aarón, yo... —hago el intento de articular una oración pero no puedo—, no puedo corresponderte, me acabo de comprometer con Alexander —no tengo la fuerza suficiente para verlo a los ojos mientras susurro la verdad, casi inaudible, sintiendo un enorme nudo en mi garganta.
Le estoy haciendo lo mismo que Alexander me hizo a mi, estoy rompiendo su corazón en mil pedazos.
Maldita sea.
Temblando, levanto mi mirada para encontrar la suya. Y en ese momento me arrepiento de mi decisión, d***o que haya algo que me haga olvidar lo que mis ojos vislumbran al verlo.
Su mirada se rompe por completo y quiero abrazarlo hasta que me asegure que vuelva a ser él mismo chico de siempre pero sé que es demasiado tarde para retractarme de lo que he dicho. En sus ojos hay un brillo de desilusión a su máximo esplendor, mi respiración se agita y los latidos de mi corazón comienzan a ser erráticos, no puedo detener todo el remolino de emociones que me suben por la garganta y destruyen todo a su paso.
Yo lo quiero mucho, demasiado, él se ha dado a querer en las pocas semanas que llevamos de conocernos, pero siempre ha sido y será Alexander para mi.
O al menos eso me repito, me digo a mi misma que no hay espacio para nadie más en mi corazón, no importa cuantas veces mi subconsciente empieza a gritar que no puedo dejar pasar desapercibido todo lo que él beso de Aarón me hizo sentir, porque mi cuerpo se sacude con ese cosquilleo tan conocido.
—No tienes por qué decirme nada en este momento —habla con la voz entrecortada y siento una fuerte opresión en el pecho—, perdóname por ignorarte en la semana, me he comportado como un completo idiota contigo y tú no eres la culpable —se disculpa, apenado, acercándose a mí con pasos inseguros y eso me rompe aún más—. No sabía cómo manejar mis sentimientos, no quería aceptar que me estaba enamorando de ti, pero ya estoy seguro de que es verdad, estoy completamente enamorado de ti y tienes que saberlo —confiesa y yo solo quiero desaparecer de la faz de la tierra para no sentir todo el tsunami de sensaciones que me estremecen de pies a cabeza.
—Aarón, por favor —quiero que pare o de lo contrario, me derrumbaré por completo.
—Me enamoré de ti —repite, seguro de sí mismo—, como nunca lo había hecho con nadie más.
Mi corazón termina por romperse cuando la realidad se acentúa en mi cabeza. No puedo corresponderle. Jamás podré hacerlo.
—No puedes amarme —sollozo sin control.
—Demasiado tarde, muñeca. —El fuego que resplandece en sus ojos me quema—. Ya lo hago.
—Lo siento, no puedo...
Él no merece ser rechazado y mucho menos que lo lastimen como yo lo estoy haciendo. El solo pensamiento me hace sollozar y, cuando el deja vu de lo que sucedió en mi fiesta de cumpleaños me golpea, me doy cuenta que nos convertimos en lo que tanto odiamos.
—Quiero luchar por ti, Camille —susurra cerca de mi rostro, sus ojos brillan con tristeza—. Tú lo vales, no te dejaré ir tan fácil. Quiero que te enamores de mí —musita y deja un casto beso en mis labios, permaneciendo cerca de mí por más tiempo de lo normal.
—Lo siento... —murmuro contra sus labios a la vez que se me rompe la voz.
El niega con los ojos acuosos y se inclina hacia mí para depositar un beso en mi frente, sus labios vuelven a hacer contacto con mi piel y me estremezco nuevamente. Contengo la respiración y su voz temblorosa vuelve a penetrar mis oídos.
—No tienes porque disculparte, no has hecho nada malo —aprieta sus labios contra mí frente y no me suelta—, solo no cierres tu corazón a las nuevas oportunidades porque estoy seguro que puedo ganarme tú corazón, si me lo permites.
Mi pecho sube y baja de manera radical, no encuentro un soporte en el que recargarme y tengo que respirar profundamente para regular mi pulso. Cuando se aparta de mí por completo, una sensación gélida me invade, él no mira atrás, sube a su moto y se pierde en la carretera.
Soy incapaz de recobrar el juicio, no entiendo de dónde viene esto, nunca me dio señales de que le gustara y ahora viene a decirme que me ama. Confieso que él no me es indiferente, pero Alexander siempre está en mi puta cabeza clavándose cómo una astilla que cada vez se entierra más profundo.
Llegaste tarde Aarón, llegaste tarde maldición.
Las jodidas lágrimas salen de mis ojos y no puedo detener el llanto que me quema el tórax, ¿cómo llegué a esta situación? Nunca fue mi intención herir a Aarón y ahora entiendo el porqué de su comportamiento, me siento tan mal por no haberme dado cuenta antes, ahora estará con un corazón roto al igual que yo.
De alguna forma me siento culpable, no quiero que nadie sufra por mi culpa y ser rechazado por la persona que amas se siente horrible, lo digo por experiencia propia, que he adquirido gracias a Alexander.
La garganta me duele y no puedo dejar de sollozar, me dejo caer en la acera y sin importarme que la gente que pasa presencie mi desastre emocional, comienzo a llorar, dejando salir todo lo que tengo atascado mientras llevo una mano a mi pecho, intentando deshacer el j****o dolor que se extiende por cada centímetro de mi cuerpo.
Cierro los ojos y con las lágrimas empapando mis mejillas, en un momento de debilidad, me permito pensar que todo sería más fácil si estuviera enamorada de Aarón y no de Alexander. Mi vida sería perfecta, podría ser feliz y él sí me amaría, tendría todo lo que alguna vez soñé. Sin embargo, cuando abro los ojos y la realidad sigue siendo la misma, vuelvo a sollozar ya que la vida es una hija de puta y nos hace querer a quien no nos quiere.
Mi estómago se revuelve por el llanto, por hoy han sido demasiadas noticias inesperadas. Ya no quiero saber más de la vida. Quiero desaparecer, mudarme de ciudad, cambiarme de nombre y fingir que mi vida no es un puto caos que me está hundiendo.