Capítulo XXX

4492 Words
Camille Permanezco con la mirada fija en la ventana que da vista hacia el jardín de mi madre. La brisa es imponente pero también relajante a su vez. Me permite estar absorta en mis pensamientos y lejos de la realidad. Sin embargo, la opresión que ataca mi garganta no disminuye y, por ende, siento que no puedo respirar. Quiero desvanecerme con el aire y olvidarme que mi vida está a punto de cambiar para siempre. Estoy a pocas horas de dar un paso que en sí, definirá mi destino para siempre. Los nervios vuelven a atacarme por enésima vez y sin poder evitarlo, suelto un profundo suspiro mientras observo a los pajaritos que se posan en las ramas de los árboles. Sé que su única preocupación es volar alto tratando de encontrar lo que llaman hogar. En el fondo, creo que los envidio. Son libres y pueden volar donde quieran, cuando quieran. Y me gustaría creer que la gente es capaz de hacer eso sin sentirse prisionera de su realidad. Y aunque soy libre de tomar una decisión sobre mi vida, me siento atada a Alexander con cadenas invisibles, que cada vez tiran más fuerte. Necesito emprender un vuelo en este momento a cualquier otra parte, un viaje fuera del caos de mi vida. Quiero escapar de todo lo que me ata a él y me condena a un abismo de oscuridad. Por fin llegó el día de mi boda y de todos los sentimientos que me abordan, ninguno es de felicidad. No siento la emoción que caracteriza a las novias el día de su boda. Desde que era una niña, Sam y yo jugábamos a fingir que nos casábamos de mentira. Ella decía que cuando fuera mayor se casaría con Zac Efron y tendría muchos hijos con él. Yo tenía una ligera obsesión con Chris Evans, que luego quedó en el olvidó cuando conocí a Alexander. Obviamente, no ocurrió nada de eso, nuestro cuento de hadas nunca se hizo realidad. Y simplemente lo olvidamos. Pero por alguna razón mi subconsciente siente la necesidad de recordármelo en este preciso momento. Simplemente éramos unas niñas ingenuas, no nos dábamos cuenta que crecer no lo era todo. Ahora me estoy preparando mentalmente para convertirme en la esposa del hombre que amo con todas mis fuerzas, que le profeso mi más profundo amor pero que para mí mala suerte, el sentimiento no es recíproco... La ironía de los seres humanos, amar a quien no nos ama. Me siento herida por dentro, mi corazón está destrozado y me es imposible borrar las palabras de Alexander, sólo por el simple hecho de que él las dijo. No me merezco esto. No merezco sufrir por una persona que no se arrepiente de haberme hecho daño, y mucho menos ser tratada como un puto juguete sólo para su satisfacción. Si la situación fuera diferente quizás lucharía para que se enamorara de mí. Tal vez arriesgaría todo lo que tengo para conseguir que me pertenezca pero él tiene razón, me estoy cortando intentando reparar algo que no he roto. Y no quiero hacerlo más, no quiero seguir en este ciclo dañino que me quita años de vida, las heridas emocionales me están desgastando, no quiero perderme en el proceso. Siempre hay una lucha constante con mi mente y mi corazón, mi mente me grita que huya y no me case, que no vale la pena seguir con este estúpido juego en el que probablemente salga perdiendo, pero mi corazón insiste en hacer un último intento. Mi corazón se aferra a él como si fuera el mismo aire que respiro. No es justo, no es justo y si ponemos en una balanza lo bueno y lo malo con Alexander, yo salgo perdiendo, mi amor por él sale perdiendo. Bajo ninguna circunstancia esto va a acabar bien, el panorama no apunta a mi favor y no entiendo por qué me hago esto a mí misma, sabiendo que puedo ser yo la perjudicada. Pero también tengo claro que necesita un escarmiento. Estoy decidida y ya no voy a dar marcha atrás, necesito hacer que Alexander sienta el mismo fuego que me quema el corazón, ya va siendo hora que alguien le de una probada de su propio chocolate. Porque el hecho de estar roto no le da derecho de romper a los demás. Acepto mi culpa, porque yo también me rebajé a las migajas de amor que me ofrecía. Fui yo la que me permití perder mi dignidad por él cuando él explícitamente me dijo lo que quería de mí, pero ahora me doy cuenta que tenerlo a medias es peor que no tenerlo. Por eso no puedo echarme para atrás, no quiero ser tan débil ante él y tengo la esperanza de que pueda darle una lección. Me convertiré en su esposa en unas cuantas horas, nuestros destinos se unirán de una forma u otra, no hay marcha atrás y solo espero no salir perdiendo aún más de lo que ya he perdido en este tiempo. Alexander me conoció siendo la típica chica tímida que se deja pisotear por todo mundo, con ese lado inmaduro, la que siempre es ingenua y no es capaz de ocultar sus sentimientos, esa persona a la cual sus emociones la delatan pero estoy dispuesta a mostrarle la otra cara de la moneda. Porque aunque no lo crea, yo también puedo jugar su mismo juego, yo también puedo hacerlo caer por mí. Voy a vencerlo en su m*****o juego. Porque para su mala suerte, puedo darle lo único que él quiere de mí; sexo, sexo que planeo aprovechar a mi favor para lograr mi cometido. Será elemento vital y podré usarlo en su contra. Le haré sentir lo que yo siento..., y no es solo amor. Suspiro profundamente una última vez y me vuelvo a repetir las razones por las cuales estoy accediendo a esto. —Camille, necesitas apurarte —se queja Sam, frunciendo el ceño. Le sonrío de manera forzada en respuesta y la reparo de pies cabeza, tratando de distraerme. Lleva un vestido floreado con un escote de corazón en la parte del pecho y su cabello está recogido en una trenza con forma de pescado. Luce hermosa. —Estoy muy nerviosa —confieso, soltando un suspiro ansioso. Sam me analiza con la mirada y se acerca a mí—. Siento que voy a desmayarme en cualquier momento...no sé. Quizá me estoy equivocando. Una pequeña sonrisa tuerce sus labios cuando termino de hablar. Entrecierro los ojos y permito que la ola de sentimentalismo me embargue nuevamente. —¿Tienes dudas? —se sorprende. No me atrevo a mirarla cuando respondo. —No es eso —susurro despacio—, simplemente tengo miedo. —¿Miedo? —Si —confirmo, mi voz perdiendo la seguridad—, miedo de no estar haciendo las cosas bien. De que todo salga mal en mi vida y termine arrepintiéndome de casarme tan joven. Sus ojos avellana se llenan de comprensión. —Es normal que te sientas así —resopla un poco más calmada—, te vas a casar con el hombre que amas y, aunque no sea bajo las mejores circunstancias, no creo que sea un error. Aparto la mirada al escucharla, la decepción avasallando cada espacio de mi cuerpo, sus palabras son una jodida guantada en el estómago que me quita el aire de golpe. —Pero él no me ama —agrego con una nota de amargura crispando mi voz. Mis ojos comienzan a arder—. Lo ha dejado muy claro. Ella niega con la cabeza. —Yo siento que sí te quiere o al menos siente algo por ti, de lo contrario no te habría pedido matrimonio —habla con una voz suave tratando de reconfortarme, pero sé que si supiera todo lo que ha pasado entre Alexander y yo nos mataría. Y por eso mismo no me hago ilusiones. —No quiero hacerme falsas ilusiones con una persona que no se cansa de repetirme que no me ama —doy por cerrado el tema, sintiéndome estresada—. Además, sólo será un contrato de un año. Después de eso tomaremos caminos distintos y no volveremos a vernos jamás. El sólo pensar en alejarme de él me hace entrar en pánico y siento que mis pulmones no reciben oxígeno. Estoy hecha un completo lío pero tengo muy claro lo que debo hacer. —Las cosas cambian y sé que el idiota de Alexander puede enamorarse de ti, ¿quién no lo haría? —su sonrisa se suaviza notoriamente, rápidamente niego con la cabeza—, no olvides que eres increíble y jodidamente hermosa, mereces ser amada y si las cosas en tu matrimonio no salen como quieres, yo estaré ahí para ti. Pase lo que pase —Siento un nudo en la garganta que no desaparece a pesar de sentir sus brazos rodeándome. Trato con todas mis fuerzas de no llorar, no quiero derramar lágrimas por alguien que no sé las merece y sé que Sam tiene razón. —Lo sé, te amo mucho... —susurro despacio mientras me sorbo la nariz. —Yo más tonta —ríe—, ahora hay que enfocarnos en que quedes como una princesa, al final de cuentas es el día de tu boda y para eso estamos las mejores amigas —parlotea y finge limpiarse las lágrimas imaginarias de sus ojos. Agradezco que esté aquí conmigo. Mi ánimo no mejora pero trato de disimular mi tristeza. Sam me ayuda a hacer mi maquillaje, consiste en algo muy sencillo; sombras, labial rosado, y un poco de rímel. Al cabo de unas horas ya estoy casi lista para la boda, me concentro en mi silueta frente al espejo. Mi vestido está colgado al lado de la puerta, es muy bonito; es de manga larga transparente, el escote y los estampados de flores blancos le sientan de maravilla, además se ciñe perfectamente a mi figura. Mi peinado también es muy sencillo, no quería nada extravagante, consiste en ondas cayendo en forma cascada sobre mi espalda. Mamá y Sam me han ayudado a hacerlo. Estuvieron cerciorándose de cada detalle para que pudiera lucir espectacular en este día. Después de eso mamá se tuvo que ir a alistarse. Sin embargo, llevo una hora tratando de ponerme el vestido, me cuesta convencerme de hacerlo. Este es un gran paso en mi vida y no quiero equivocarme. Tal vez ya lo estoy haciendo pero ahora no puedo echarme para atrás. Uniré mi vida a ese m*****o hombre que me trae loca y los nervios se han apoderado de mí. No quiero que las gotas de sudor me arruinen el maquillaje, pero por más que intento calmarme, no puedo. A este paso siento que me volveré loca. La figura de mi madre se hace visible en mi campo de visión, lleva puesto un vestido de color rosa pálido y su hermoso cabello castaño está recogido en una coleta alta. Su maquillaje es muy leve, nunca ha sido de usar nada demasiado exagerado, aún así, resalta sus encantadores ojos ámbar. Luce preciosa y distinguida, como siempre. Se acerca a mí luciendo una expresión un tanto preocupada. —Cami... —reprocha con ese tono de voz que no había escuchado desde que era pequeña—, aún no te has cambiado, ya todos estamos listos. Tú nana también lo está. Déjame ayudarte a ponerte el vestido, necesitamos irnos o de lo contrario, no llegáremos a tu boda, cariño. Ojalá. —Mamá, puedo hacerlo sola —protesto. —Si eso fuera cierto, ya estarías lista. Pongo los ojos en blanco. —Mueve tu hermoso t*****o y hazle caso a Elena, no queremos llegar tarde a tu propia boda —interviene Sam, dándole la razón a mi madre. No vuelvo a protestar por lo que dice mi madre, que saca el vestido de novia del plástico en el que estaba envuelto y me lo entrega con media sonrisa. Resoplo con resignación y me encamino hacia al baño para colocarme el vestido. Lo hago rápidamente, tratando de no arruinar mi peinado y el maquillaje. El vestido cae sobre mi cuerpo y se adhiere a mí como una segunda piel. Miro mi reflejo en el espejo y las ganas de llorar vuelven a invadirme. j***r, ¿estoy haciendo lo correcto? No quiero sufrir pero tampoco tengo la fuerza para escapar de esto. Decidida, me limpio cualquier resto de lágrimas con la yema de los dedos y tomo una inhalación deseando disipar todas mis dudas. Con el vestido ya puesto, salgo del baño y me encuentro con la mirada de felicidad de mi madre y Sam. Varias lágrimas caen sobre las mejillas de mi madre mientras intenta no sollozar. —Te ves hermosa, hija —solloza sin evitarlo—, siempre quise verte vestida de blanco pero también quiero que seas feliz, ¿estás segura de casarte? —pregunta, mirándome fijamente a los ojos. Lo dudo por un segundo pero termino asintiendo, mirándola con la misma intensidad. Sam nos observa con atención, más no dice nada. Mi madre está nerviosa y lo puedo sentir. No me gusta que esté así y mucho menos por mis problemas, yo me encargaré de resolverlos, yo puedo hacerlo sola. Acuna mi rostro con sus suaves manos, siendo cuidadosa de no estropear mi maquillaje. —No pasa nada si no quieres... —, me observa con delicadeza—, no es tu obligación casarte por un contrato y si me dices en este momento que no quieres, no pasará. Yo me encargaré de sacarte de este problema, tú no tendrás que hacer nada, ¿me escuchas? Me trago las lágrimas que comienzan a acumularse en mis ojos y apago todas mis dudas, al mismo tiempo en que niego rápidamente. —Mamá, tranquila —apenas puedo respirar o hablar sin sentir que me desmorono—, yo enserio quiero casarme. Estoy decidida, no tengo ninguna duda —miento, dándole un abrazo. Ella trata de disimular su preocupación pero no lo consigue. —Entonces si es así, vámonos —agarra mi mentón y me regala esa sonrisa que dice, "todo estará bien" Pero sé que no será así. Me pongo un par de tacones, echo un último vistazo a mi silueta y me sorprendo de mí misma. Estoy irreconocible, aunque puedo agradecerle a la magia del maquillaje, estoy preciosa. El blanco del vestido y las sombras doradas de mis párpados resaltan el verde de mis ojos. —Vamos, Camille —presiona mi madre, atravesando el umbral de la puerta. —¡Ay! Que emoción, siento como si me estuviera casando yo también —chilla Sam y suelto una carcajada, parece una niña pequeña. Debo admitir que Sam está demasiado emocionada por la boda, incluso más que yo, lo que me parece raro ya que Alexander no es santo de su devoción. —Te aseguro que yo estaré igual el día de tu boda —le respondo con una sonrisa. Mi amiga hace una cara de espanto. —¡No me eches semejante maldición! —excalama. Pongo los en blanco y amortiguo una carcajada. —Olvidé que no quieres casarte. —Le recuerdo. —¡Vamos, apresúrate! —exige Sam, ignorando lo que acabo de decir mientras me da una palmada en la espalda. Tomo una bocanada de oxígeno, sonrío para mis adentros y acto seguido, bajo las escaleras junto a Sam para encontrarnos a mi padre, que lleva un traje n***o que le sienta muy bien, va a juego con el vestido de mi madre. Por otra parte, mi nana lleva un vestido morado muy elegante y un moño alto. Los nervios me están matando, el momento ha llegado, estoy a horas de convertirme en la esposa de Alexander. Y sin embargo, no puedo sentirme completa conmigo misma, pero cómo podría hacerlo si siento que me arrepentiré. El miedo vuelve a hacer de las suyas. No hay vuelta atrás. Salgo de la mano de mi nana, que se encarga de que mi vestido no se estropee al caminar. Puedo darme cuenta de que está angustiada aunque no me lo diga a la cara, pero agradezco que esté conmigo en este día. Sin más preámbulos subimos a una de las camionetas, mi madre y mi padre van delante. Mi nana, Sam y yo viajamos en los asientos traseros. Me voy a casar en la mansión del padre de Alexander, aunque ya vamos un poco tarde. Me siento mareada. Apuesto que si pudiera mirarme en este instante, estaría en un terrible estado de angustia, siento un gran vacío en el estómago y, para colmo, soy un manojo de nervios. Dios, ¡esto está sucediendo! ¡Me voy a casar con Alexander! Si alguien me hubiera dicho que a pesar de haberme rechazado en mi cumpleaños me terminaría casando con Alexander, le habría dado un puñetazo por decir mentiras. Ahora todo ha cambiado, estoy a un paso de casarme con el hombre frío del que me enamoré. ¿Cómo he acabado así? Después de unos treinta minutos llegamos a la mansión, mis nervios están a flor de piel y temo desmayarme en plena boda. Todavía no sé cómo podré controlarme y mantener la calma. Pasamos el control de seguridad, todos los guardias van vestidos con un traje n***o elegante. La parte principal de la mansión está decorada con muchas rosas de distintos colores que resaltan el paisaje, conducimos hasta el aparcamiento principal y papá se estaciona después de unos minutos. La primera en salir de la camioneta es Sam, luego mi madre, mi padre y finalmente mi nana. Salgo de la camioneta después de tomar un suspiro y reparo todo el lugar, es hermoso aunque la boda será en el patio de la mansión. Mi padre le avisó a Stefan desde hace un rato que estábamos en camino. Y seguro que los de seguridad ya les han dicho que estamos aquí. Me retracto de lo que he dicho anteriormente. Si hay un poco de emoción, estoy ansiosa por verlo aunque quiera negármelo. —Entren ustedes primero —me animo a hablar después de unos minutos, dirigiendo mi mirada a todos. Me observan un poco dudosos y no hacen el amago de moverse—. Necesito tomar un poco de aire —suplico en un hilo de voz, necesito pensar un poco. A solas. Todos asienten con una sonrisa amable y comienzan a caminar hacia la entrada que se puede apreciar a pocos metros, cuando desaparecen de mi vista me permito sacar todo el aire de mis pulmones, estoy extremadamente nerviosa y no sé qué hacer para calmarme. Me pongo las manos en la cintura y tomo una bocanada de aire, sé que puedo hacer esto. Sólo necesito el valor suficiente para no derretirme delante de él. —¿Ya te acobardaste, preciosa? —Hasta la última fibra de mi cuerpo se eriza al escuchar su inconfundible voz. Fría y áspera. Su embriagante aroma a menta invade mis fosas nasales y me siento desfallecer, todo en él causa un puto desorden en mí. Vuelvo la mirada y lo veo a él, tan perfecto como siempre, derrochando esa elegancia que lo caracteriza. Todo en él grita tentación, en especial hoy, se ve más atractivo de lo normal. Lleva puesto un traje azul marino que resalta sus pectorales y sus grandes brazos, mis ojos no pueden despegarse de él. Sus hermosos ojos verdes con matices azulados tienen un destello diferente, que me es imposible de descifrar y, por primera vez en mucho tiempo, tampoco quiero hacerlo porque sé que lo que sea que encuentre no me gustará. Pero debo admitir que estoy deslumbrada por su apariencia. > Me reprimo a mi misma. Recobro un poco de mi fuerza de voluntad y hablo, cuidando que la voz no me falle. —Si eso fuera así, no estaría en este lugar —trato de sonar desinteresada—, despreocúpate que el contrato sigue en pie. Sus labios se curvan en una media sonrisa pese a que mi comentario no le hace ninguna gracia. —Te sigue encantando mentirte a ti misma, preciosa —admite con un nota de diversión y mi respiración se acelera al vislumbrar aquel brillo en sus orbes. Mi mirada está fija en sus gruesos labios que me apetecen en este momento, lo miro con d***o, que se extingue cuando vuelvo a recordar sus crueles palabras. —Si no quisiera casarme no estaría aquí contigo en este preciso momento —suelto con brusquedad. Alexander frunce el ceño mirándome con sospecha a la vez que se cruza de brazos. —Si tú lo dices, Camille... —saborea mi nombre en su paladar y lo observo con confusión. Sus ojos me miran intensamente y recorren todo mi cuerpo haciéndome sentir desnuda ante él. Desvío la mirada lejos de él para que no se dé cuenta de que mis mejillas han tomado un color carmesí, me abstengo de decir algo más, sólo nos quedamos de pie. Sin movernos. Él saca un cigarrillo de su bolso y lo enciende sin ninguna dificultad. Continúo observándole atentamente mientras se lleva el cigarrillo a la boca durante unos segundos, dando la primera calada y expulsando el humo con una sonrisa de satisfacción Sus muslos están notablemente relajados, su mirada permanece inexpresiva, sin embargo, soy capaz de percatarme de que está tranquilo o en paz consigo mismo. Incluso fumando luce inexplicablemente atractivo. ¿Cómo lo consigue? Aparto la mirada nuevamente y me regala una sonrisa que sale como una mueca y luego da otra calada al cigarrillo, siento que me voy a desmayar en cualquier momento. Se ve tan jodidamente sexy que me dan ganas de arrancarle ese traje y besarlo hasta el cansancio. Me encanta todo de él, su mirada, sus ojos que me dicen todo y nada al mismo tiempo, sus labios que provocan ráfagas en mi cuerpo cuando hacen contacto con mi piel, cada partícula de mi cuerpo lo ama y lo desea a muerte. ¿Cómo puede ser esto posible? —Creo que deberíamos entrar —menciono carraspeando la garganta, cuando recupero parte de mi compostura. Si sigo mirando a sus atractivos ojos verdes perderé todo el autocontrol que he tratado de mantener por estos días. Pese a que muero por besarlo, abrazarlo, acariciarlo, sentirlo dentro de mí... —Quiero hablar contigo antes —su voz áspera me saca de mis pensamientos obscenos—, necesito hacerlo antes de que nos casemos. Su semblante se mantiene sombrío, pero no opaca su belleza. —Ya todos nos esperan, no creo que sea el momento indicado.... —trato de evitar la conversación a toda costa, no quiero hablar con él. —Por favor —pide sereno. Me sorprendo de que esa palabra siquiera esté en su vocabulario. No le doy más vueltas al asunto, asiento con la cabeza y le hago señas para que hable. —Que sea rápido —le pido. —Sé que he sido un estupido contigo desde que me confesaste lo que sentías, no supe manejar la situación —empieza—, en especial hace unos días, no debí ser tan duro contigo ni mucho menos faltarte al respeto como lo hice. Acepto mi culpa por todo lo que he dicho —dice con gran dificultad, sé que le cuesta decir mucho estas palabras, en especial a él, que nunca se disculpa por lo que hace. Jamás imaginé que él estaría diciendo esto, lo esperaría de cualquiera menos de él. Pero unas simples palabras no solucionan nada y él lo sabe. —¿Qué es lo que quieres? —me frustro. Él suelta una exhalación y me mira fijamente. Sus ojos gélidos puestos sobre mí. —Sólo quiero disculparme —suelta un suspiro de resignación y se acerca a mí con lentitud, como si estuviera dudando de hacerlo—. Por todo lo que hice. Una pequeña luz de esperanza se instala en mi interior. Y lo odio. Odio que tenga el poder de cambiar mi forma de parecer tan fácilmente. —Está bien. Disculpa aceptada. —Mi respuesta es seca, no quiero mostrar lo mucho que me afectan sus palabras. Él me observa con intensidad, parece analizar mi lenguaje corporal. Quiere encontrar un indicio de vulnerabilidad. Intento mantenerme cuerda y no le dejo saber cuanto me afecta el hecho de que me haya pedido disculpas. —¿Segura? —enarca una ceja, indeciso. Tomo un profundo respiro. —No tendría por qué mentirte. —Puede parecer una estupidez, pero ya que vamos a casarnos deberíamos intentar al menos llevarnos bien, ¿no crees? —me observa esperando una respuesta positiva de mi parte pero estoy perpleja por todo lo que acaba de decir. Salgo de mi trance y le dedico una media sonrisa de desconfianza. No creo que todo se resuelva tan fácilmente. Más bien, no le creo. Ya no me fío de él. Y a estas alturas creo que nunca lo hice. —Haré lo que pueda para que las cosas funcionen —le digo sin creérmelo—. Pondré de mi parte. Un destello de inquietud brilla en sus ojos. Casi como si tampoco creyera lo que digo. —También pondré de mi parte —promete. El sonido de su voz tiene un significado más profundo. Siento que intenta atraerme a su oscuridad. Hacerme caer de nuevo y demostrarme que tiene razón. —Espero que sea así, por el bien de ambos —digo en un susurro. —Así será, quedaremos como amigos, ¿de acuerdo? —mi cara se desarma en cuanto las palabras abandonan su boca. ¿Amigos? ¿Después de todo lo que ha pasado? Tiene que ser broma. Claro que no estoy de acuerdo. Un golpe dolía menos que esto. ¿Amiga? ¡No! Todo menos su amiga. Aprieto los labios con fuerza, sintiendo que mi corazón se rompe nuevamente. —Claro que sí —cedo sin protestar, no obtendrá una reacción de mí—, amigos está perfecto —le regalo una sonrisa forzada, sin poder evitar sentir como mis ilusiones vuelven a ser pisoteadas. Él sonríe. Sin ningún destello de diversión en su mirada. —Me alegra que veas las cosas así, estoy seguro de que los dos podemos sacar lo mejor de este matrimonio —acota, pero mi mente comienza a divagar lejos de aquí—, ahora pasemos que ya ha llegado el juez —vuelve a su tono frío de siempre y sinceramente, estoy acostumbrada. No digo nada, permanezco en silencio absoluto una vez más porque siento el pecho pesado y me duele demasiado sentirme invisible para Alexander cuando él siempre ha sido lo más importante de mi vida. Sin embargo, creo que lo que más hiere es saber que idealicé tanto lo que sería estar con él que nunca pensé en cómo sería la realidad. Y eso me rompe el corazón todavía más. Porque al final de todo. Él no me quiere. Y creo que nunca lo hará.
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