Camille
Quiero preguntarle si está bien pero no me da tiempo de hacerlo, ya que se aleja repentinamente de mí y comienza a caminar al mini bar que hay en la oficina. Se sirve un trago de whisky y se lo empina completo cómo si fuera agua.
Este hombre es incomprensible.
Los rasgos de su rostro se endurecen notoriamente, me observa de pies a cabeza y sonríe con ternura haciendo que quiera besarlo. Me resulta difícil entender qué es lo que quiere. Pero yo sí sé lo que quiero y lo quiero a él, aunque no valga la pena.
—Eres inigualable —dice para sí mismo cuando me repara con intensidad e intenta acercarse nuevamente—, simplemente fascinante para el ojo humano. Eres la mujer más hermosa que he visto nunca —susurra sorprendido por lo que ha afirmado y respira con pesadez.
Recobro el poco autocontrol que me queda y retrocedo, sabiendo muy bien dónde voy a terminar.
—Basta, no te acerques más —suplico tratando de que se aleje.
Sé muy bien que si se acerca más perderé mi autocontrol y me dejaré llevar por mis instintos carnales. Se pasa la mano por el cabello y me observa desesperado. Sus ojos me exigen una respuesta.
—¿Ahora no puedo acercarme a mi futura esposa? —comienza a perder los estribos.
Terminaremos como siempre, en una pelea que no nos llevará a ningún lugar.
—No puedes acercarte a mí cuando quieras y ya que nos vamos a casar déjame que te aclare las cosas —hago una leve pausa para encontrar las fuerzas suficientes y decir lo que tengo atascado en el tórax—, sólo es un m*****o contrato, no espero que me des exclusividad porque te conozco muy bien y sé que es pedirle peras al olmo, pero tampoco quiero que intentes nada conmigo. Intenta controlar tus malditos impulsos. Seré la esposa perfecta que quieres, pero no esperes que caiga en tus juegos, ya no.
Mi voz sale extrañamente firme, él solo me echa un vistazo de pies a cabeza, pero me muestra una mirada cargada de la neutralidad que lo caracteriza. Mi cuerpo se refugia en el silencio, su cercanía y actitud me afectan demasiado pero no se lo hago saber.
Hay una línea recta en sus labios, frunce el ceño y sus nudillos se aprietan. Le he enfadado.
—¿Eso es lo que quieres? —sus ojos carecen de expresión alguna, su mirada es tan fría que temo congelarme y no poder hablar. Claro que no es lo que quiero, pero es eso o volver a perder mi dignidad—. ¡Habla, Camille!
Parpadeo desentendida. Apenas puedo recuperarme de sus repentinos cambios de humor.
—Si, es lo que quiero —me trago las ganas de llorar y le doy un último vistazo, pero parece haberse quedado sin nada más que decir.
No llores, no frente a él.
Sus ojos se encuentran con los míos enviando un torbellino de emociones a mi espina dorsal, su rostro se relaja y una sonrisa malévola envuelta en la sensualidad aparece en la comisura de sus labios.
—Sólo estás prolongando lo que sabes muy bien que pasara en cualquier momento —habla con aires de grandeza, la seguridad que envuelven sus palabras me hace tambalear—, aunque trates de negarlo, siempre caeremos en la tentación que desatan nuestros cuerpos y tú lo sabes mejor que nadie —ríe cínicamente, tanto que me hace sentir diminuta ante él.
Es imposible tratar de resistirme cuando él es el pecado y la tentación personificada. Él sabe muy bien que lo es y hace uso de sus encantos para someterme a este d***o insaciable que me carcome la piel, un d***o insano que me tiene sometida y ahora solo busco sentirlo porque ansío su cálido toque. Odio saber que me tiene atrapada en sus manos, pero es la verdad.
—No estés tan seguro, Alexander, las cosas pueden cambiar, incluyendo mi d***o por ti —su mandíbula se tensa, pero su sonrisa permanece intacta.
—Tu d***o por mi nunca cambiará, tu cuerpo siempre te delatará, pero si quieres jugar con fuego, hagámoslo —farfulla con diversión mientras una sonrisa pretenciosa tira de sus labios—, te advierto que saldrás perdiendo, no puedes jugar con un demonio y esperar ganar.
Su ojos adoptan ese brillo sombrío que opaca el verde de sus pupilas, las venas en su cuello se hacen jodidamente visibles, su torso se marca sobre el elegante traje, haciéndome sentir indefensa y rendida a su merced.
Tal vez tenga razón y pueda salir perdiendo porque soy yo la que lo ama, pero no pienso deteneme, no ahora.
—Te equivocas, demonio, si puedo y serás tú quien pierda. —Advierto—. Yo también sé jugar —aseguro haciendo que se ría con diversión, el sonido de su risa me cautiva y hace que mis neuronas enloquezcan.
> Me reprimo a mi misma, pero me cuesta pensar en otro cosa que no sea en sus palabras.
—No soy yo el que está enamorado, Camille —suelta desafiando mi mirada.
Golpe bajo.
—No te equivoques, Alexander, puedo amarte y, aún así, no tener ningún d***o de querer estar contigo —la sonrisa tirante desaparece de su rostro provocando gran satisfacción en mí, aunque sea mínimo, sé que mis palabras tiene algún efecto en él—. No te sientas tan seguro, todo puede cambiar.
Niega con diversión pero puedo percatarme del ápice de vacilación brillando en sus orbes.
—Quieres estar conmigo de lo contrario no te casarías, nadie te está reteniendo contra tú voluntad —alega y esbozo una sonrisa porque ahora soy yo la que lleva la ventaja.
Me observa con un deje de confusión, como si no supiera que pasa por mi cabeza.
Error.
—Alexander, por favor, de este contrato ambos salimos beneficiados —cito sus palabras, esas que me ha dicho una infinidad de veces y que se me han quedado grabadas a fuego—, ambos obtendremos lo que queremos de esta alianza, no es por amor que nos casamos.
Me observa entretenido, sé muy bien que le encanta este tipo de juegos mentales, pero lo que no sabe es que yo ya no estoy dispuesta a salir perdiendo.
—Vaya, me sorprendes cada día —me sonríe con malicia, afloja su corbata sin dejar de mirarme y los nervios me abordan, ¿qué diablos está haciendo?—. Nunca pensé que mi futura esposa sería tan indócil —admite y trago grueso, retrocediendo.
Sonríe satisfecho como si hubiera obtenido su cometido. Maldita sea, me está provocando, sabe que aún tiene un gran efecto en mí y se la he dejado fácil al entrar en pánico por su acción.
—¿Estás segura de querer jugar? —mete las manos en sus bolsillos y comienza a caminar hasta su escritorio—. No te la dejaré fácil, no tendré piedad contigo, preciosa. Yo pienso hacerte caer y demostrarte que mueres de d***o por un demonio.
Mis ojos están fijos en cada uno de sus movimientos, es tan difícil controlarme cuando lo único que quiero hacer es besarlo hasta que mis labios se desgasten. Lo que dice es cierto, me muero de d***o por él, pero no pienso hacérselo saber.
—Alexander, detente —exijo, no queriendo escuchar sus verdades—, no te meterás en mi cabeza de nuevo, no te lo permitiré.
Sonríe divertido y levanta la mirada con arrogancia.
—Sabes que digo la verdad, mueres porque te arranque la ropa y te folle aquí mismo, sobre este escritorio —suelta sin mostrarse afectado y mi respiración comienza a entrecortarse—, deseas mis manos sobre tu piel, deseas que te haga mía, deseas que te someta, ¿no es así, preciosa?
Tiemblo.
—No me hagas reír —finjo desinterés, pero me ha dejado sin aliento.
La emoción incrementa a un nivel extremo cuando una oleada de calor golpea mi bajo vientre, puedo sentir un cosquilleo recorrer mi cuerpo, y algo húmedo en mi entrepierna.
Mierda.
—En eso te equivocas, Camille, mi intención no es hacerte reír —confiesa con la voz rasposa—, quiero hacerte gritar cada vez que te corras sobre mí hasta que no puedas pronunciar otra palabra en tu vida que no sea mi nombre, quiero que no puedas pensar en otra cosa que no sea en que te folle, quiero hacer que caigas en tentación por un demonio —una sonrisa arrogante sale de sus labios cuando termina de hablar, haciéndome replantear mis planes y, por un pequeño momento, le maldigo por ser tan directo.
Trago grueso con la ráfaga de calor que deja mis pezones erectos. Estoy jodida por el demonio y tal vez saldré perdiendo en su juego de l*****a.
—Eso no pasará —suelto nerviosa y él niega divertido.
—Sabes que volveremos a estar juntos y cuando eso pase, estarás en mi cama suplicando que te folle tan duro —asevera sin borrar la sonrisa de su rostro a la vez que cierra los ojos como si estuviese fantaseando con ello—, y yo haré exactamente lo que me pidas, porque yo también muero de d***o por ti, preciosa.
Su mirada me quema hasta la última fibra de mi cuerpo. Ruedo los ojos fastidiada por la excitación que me corroe, no sé cómo deshacerme de ella. Me siento acalorada hasta el punto de querer sumergirme en una piscina de agua fría.
—Sigue soñando —murmuro a la defensiva y él suelta una carcajada, haciendo un ademán para que me acerque, pero no lo hago.
Coje las llaves del escritorio y toma su saco de la silla giratoria, vuelve a acercarse a mí y me sonríe de una manera tan tierna que me hace suspirar sin siquiera poder evitarlo. Su sonrisa es perfecta.
—Vamos, te llevo a casa —abre la puerta y me hace señas para que salga—, pequeña mentirosa —murmura bajito cuando paso por su lado pero lo escucho y decido ignorarlo.
¿Qué m****a acaba de suceder?
Bipolar.
Sus estados de ánimo me están volviendo loca, aunque agradezco que hayamos dejado el tema, estaba a punto de caer en su m*****o juego. ¿Cómo se supone que me controlaré cuando estemos casados?
Decido no pensar más en el tema, nos subimos al ascensor y la sangre comienza a subir a mis mejillas cuando presiona el botón para detener el ascensor. Mis nervios se disparan por todos lados y busco una manera de huir, pero no tengo escapatoria y él lo sabe. Por eso lo hizo.
Suelto un suspiro abrumador, pero sólo emito un jadeo de angustia, él sonríe diciendo algo que no logro captar debido que mi corazón late tan alto que temo que pueda escucharlo.
Sin previo aviso, su mano se cierra en torno a mi cuello, siendo precavido de no hacerme daño, nuestros ojos se encuentran al instante y no me da tiempo de dar réplica, ya que estampa sus labios en un acto de desesperación, ladeo la cabeza para rechazar el beso, pero su arrebato es demasiado fuerte que no puedo evitarlo.
Intento resistirme, mareada por la excitación y la doble moral a la vez. Se desespera al ver que no cedo y termina por morderme el labio inferior lo que me hace entreabrir los labios lo suficiente para que pueda apañárselas. No pierde la oportunidad de introducir su lengua dentro de mí y saborear cada rincón de mi boca. Siento su ansiedad y desesperación al momento de arremeter contra mí. Jadeo con resignación y rabia, sometida al sabor de sus labios que me sabe a gloria.
Confundida, me permito perderme en el beso que comienza a subir de tono, sus manos empiezan a manosear cada rincón de mi cuerpo con ese atisbo incontenible, como si le perteneciera, como si fuera suyo y estuviera a su disposición cuando él lo disponga. Aferro mi boca a la suya y me grabo el sabor que tendré que olvidar si quiero salir ilesa.
Gruñe contra mi boca como un animal salvaje. Estruja mis pechos por arriba de mi ropa, amortiguo un jadeo porque no quiero darle un incentivo para continuar, sin embargo, amasa mis muslos con tanta fuerza que regreso a la realidad en la cual no me ama y solo me utiliza para obtener su propio placer.
Esta vez no dudo en apartarlo y suelto una maldición al darme cuenta del error que he cometido. Sus ojos me observan con intensidad, pero no dice nada y tampoco necesito que lo haga. Ha sido un error y agradezco haberme detenido a tiempo. Aunque sé que debí luchar más para no ceder.
Por instinto, mi mirada viaja a su entrepierna y me percato del enorme bulto queriendo ser liberado del pantalón, trago grueso, sintiendo la sangre bombear por todo mi cuerpo.
Él sonríe airoso al darse cuenta de dónde está mi mirada, obligándome a apartarla.
Se concentra en mí, me venera como si hubiera algo magnífico en mí, que no puede dejar de ver. Con sus manos acomoda mi cabello alborotado y sonríe cálidamente.
Mi corazón comienza a galopar con fuerza y quiero sacármelo del pecho para matarlo con mis propias manos por ser un j****o masoquista.
—No vuelvas a hacer lo que acabas de hacer —apenas consigo decirle.
Un gruñido de insatisfacción es su respuesta.
—No sé de qué hablas —su falta de interés me indigna.
—Sabes perfectamente de lo que hablo, a mí tampoco me gusta repetir las cosas dos veces, Alexander —digo con firmeza y me mira fijamente.
Aprieta los labios en una línea recta.
—Hace un momento no parecías tan disgustada —frunce el ceño pero me percato del sarcasmo en su respuesta.
Me hierve la sangre y reprimo las ganas de matarlo con mis propias manos.
—Ya te he dejado muy claro cuáles son mis reglas en caso de que lo hayas olvidado y si no tienes planes de respetar mis deseos, puedes irte despidiendo de la idea de casarte conmigo.
Su mirada empieza a quemarme la piel y de repente me siento sofocada, pero no me echaré atrás, ya no. Si caigo, él caerá conmigo.
—No volverá a repetirse —con eso me dice todo lo que necesito saber.
Ambos nos quedamos callados, se produce un silencio bastante incómodo y evitamos el contacto de nuestras miradas. No obstante, mis ojos siguen sus movimientos, vuelve a presionar el botón y el ascensor comienza a descender.
Después de unos segundo este se abre de nuevo. Alexander entrelaza nuestras manos antes de salir, lo observo confundida y enojada porque ha vuelto a ignorar lo que he dicho, pero vuelve al semblante de siempre. Indiferente.
—No te emociones, preciosa —se adelanta a decir—, no olvides que estamos comprometidos ante todo el mundo y por lo tanto hay que guardar las apariencias. —Suelta con cierto fastidio, pero su mano se aferra a la mía.
—No te preocupes, era obvio que no lo harías por gusto —increpo sin ningún ápice de amabilidad.
Tampoco lo esperaba, pero su mano en la mía se siente bien. Como si siempre debieran estar así. Unidas.
Él entreabre los labios para dar réplica, pero lo conozco demasiado bien para saber que no dirá nada así que lo insto a seguir caminando.
Salimos tomados de la mano, las miradas se posan sobre nosotros, Alexander ni siquiera se digna a saludarlos, unos nos ven emocionados, otros con enojo, envidia, y no los culpo. Alexander provoca un sin fin de emociones en mí y no soy capaz de disimularlo.
La actitud de Alexander no me sorprende, camina con tanta seguridad, sabe que está buenísimo y lo demuestra con su imponente figura que grita >. Además el porte y la elegancia van de la mano con este hombre y aunque no quiera, siempre llama la atención de todos.
Hasta la mía.
Una hora más tarde arribamos a mi casa, Alexander detiene el auto y quita el seguro de la puerta. Sale primero y se adelanta para abrir la mía, lo miro extrañada por su acto, algo quiere este demonio.
Salgo del auto y me encamino a mi casa con una sonrisa radiante en mis labios. De alguna forma, me siento emocionada.
—Camille...—su voz ronca detiene mi andar, sabía que algo quería.
—¿Si, demonio? —pregunto cautelosa.
—Volverás a ser mía —advierte con una nota de seriedad tiñendo su voz, me detengo en seco y me vuelvo en torno a su dirección—, sea hoy, mañana o en meses, te aseguro que volverás a ser mía y nadie podrá salvarte de mí —su voz provoca ráfagas de electricidad por todo mi cuerpo.
Él sigue sonriendo plácidamente.
Me cruzo de brazos y suelto un suspiro antes de entrelazar nuestras miradas.
—Eso no pasará, Alexander —le reitero con seguridad—, al menos que tú caigas primero —me reservo esas palabras para mí misma.
—Sabes que pasará eventualmente y yo estaré contando los minutos para volver a sentir tu piel sobre la mía —m****a, la sangre se me calienta—. Buenas noches, preciosa.
Se cruza de brazos por igual y una enorme sonrisa de satisfacción se dibuja en sus labios al ver que me dejó sin argumentos, la luz de la noche lo alumbra directamente, luce mas sexy de lo normal y ni hablar de los tatuajes que lo hacen irresistible. Jodidamente caliente.
Tengo miedo de caer otra vez, porque eventualmente lo haré, pero necesito que caiga el primero. Ya no puedo ser yo la que salga perdiendo.
No digo nada, me refugio en el silencio que en alguna forma me ayuda, él resopla restándole importancia y se introduce en su auto rápidamente. Pone en marcha el motor y desaparece con los demás autos.
Buenas noches para ti también, demonio.
Me quedo parada con el recuerdo de sus palabras que me han dejado en blanco. No soy inmune a sus provocaciones y él lo sabe muy bien. Porque aunque me esté preparando para lo que se avecina, el sabor de su boca prevalece intacto en mis labios.
¿Cómo terminará esto?
Mal, obviamente.
Hacerle caso al corazón te puede llevar a cometer incontables locuras, pero las locuras siempre terminan mal. Y lo que estoy haciendo es una locura que está destinada al fracaso, pero tenemos que sacar agallas hasta donde no las hay y eso haré. Puede que caiga una y mil veces en sus enredos, pero ya no estoy dispuesta a caer sola.
Ahora el demonio caerá conmigo.