Capítulo XXXI

3114 Words
Camille Sin tener el mínimo d***o de querer hacerlo, sigo a Alexander por un camino lleno de rosas blancas y hermosas que decoran mi entorno. Caminamos unos minutos, en completo silencio, hasta llegar al patio que se encuentra en la parte trasera de la mansión. Esto parece cualquier cosa menos una pequeña ceremonia cómo habíamos acordado. Hay un enorme arco lleno de diferentes tipos de rosas, con colores más claros. Las luces atadas alrededor de los pinos resaltan en la oscuridad del atardecer, las mesas tienen manteles blancos con adornos plateados. Todo se ve increíble. —Pensé que sería algo íntimo. Dijimos que no queríamos algo tan grande —le susurro a Alexander en el oído, para que pueda escucharme. Su mirada sombría desciende a la mía, lentamente y mi respiración se queda estancada en mi pecho. Trago grueso, nerviosa. Él se da cuenta de que soy incapaz de seguir protestando. A consecuencia, esboza una sonrisa arrogante, una de esas sonrisas que logra desestabilizar mi interior. —A veces se te olvida quién soy, preciosa. —El poder que encierra su voz hace que cada parte de mí se estremezca—. Tengo una reputación que mantener —da por cerrado el tema. Ruedo los ojos por su comentario innecesario. —Acordamos que sería algo sencillo porque no era una boda de verdad —le recuerdo, usando un tono cundido de irritación. Su cuerpo se tensa junto al mío—. Esto no es lo que queríamos. La tensión ya es palpable en el aire y debería ser mi señal para cerrar la boca. —Esto es algo demasiado sencillo para mí, Camille. —Suelta con desdén—. Además, Amelia fue quien organizó todo. Te recuerdo que nosotros no nos involucramos. ¿Por qué lo haríamos si no es una boda de verdad? —contraataca de manera sarcástica, utilizando las palabras que dije en mi contra. Resoplo con resignación por su actitud, sabiendo que no hay nada que hacer al respecto. —Para qué me quejo, pongamos fin a esta farsa, ¿de acuerdo? Trato de ocultar mi disgusto pero no lo logro. Por otro lado, el lugar es hermoso y hay un sin fin de rosas blancas adornando el jardín. Los meseros caminan de un lado a otro llevando botellas de champán a los invitados. Hay al menos quince mesas y una pista de baile enorme decorando el centro. La mesa principal que le corresponde a los novios está decorada con rosas de colores que sobresalen entre las demás mesas, todo es demasiado elegante y extravagante para mi gusto. Aunque debí saber que esto podría suceder. —Ven, es necesario presentarte a un nuevo socio de la empresa —avisa repentinamente y me observa por unos segundos, lo miro extrañada pero no dice nada. Alexander entrelaza nuestras manos y me lleva hasta una mesa en donde se encuentra un señor de aproximadamente 50 años, acompañado de una mujer muy guapa que deduzco que puede ser su esposa. El señor se percata de nuestra presencia y se levanta de su asiento para saludarnos, al verlo a la cara me paralizo por completo. Una sensación inexplicable me atraviesa y mi mente empieza a recordarlo. Esos ojos azules de color hielo. ¡No! No puede ser él, mi cuerpo entra en alerta y quiero salir corriendo. > Me digo a mi misma. No puede ser él, el hombre que intentó abusar de mí en el club era mucho más joven, pero esos ojos azules son inconfundibles. Alexander se da cuenta de mi repentino nerviosismo y posa una mano en mi cintura atrayéndome hacia él de manera discreta. En cierta forma tenerlo cerca me hace sentir segura, su toque me reconforta y eso es lo que necesito. Es como si supiera que con él estoy a salvo. —Vladímir, te presento a mi prometida que está a punto de convertirse en mi esposa —habla Alexander de manera automática, no hay pizca de emoción en su voz. El hombre me observa con detenimiento y sonríe ampliamente. Su sonrisa me genera desconfianza. —Que bueno que hayas sentado cabeza después de todo —decreta—. Con todo respeto, tú esposa es hermosa —sonríe y el acento ruso en su voz no pasa desapercibido. —Así es, mi esposa es hermosa —Alexander contesta con una nota de enojo en su voz, haciendo énfasis en la palabra >. —Soy Vladímir Vólkov, ¿cómo te llamas dulzura? —se dirige a mí esta vez, viéndome de pies a cabeza. Dudo en contestar, pero la mirada recriminatoria de Alexander me obliga a hacerlo. Además, no quiero ser maleducada. —Camille... Camille Brown —extiendo mi mano y él la toma y planta un largo beso en esta. Una oleada de asco me sacude el cuerpo. —Es un placer conocerte, Camille —lastima que no pueda decir lo mismo, señor. Mi futuro esposo carraspea la garganta para hacer notar su presencia. Aunque no es necesario porque nunca soy capaz de ignorarlo. Sin embargo, esa distracción me da la oportunidad de apartar mi mano bruscamente. Alexander nota mi incomodidad más no pregunta nada al respecto y se lo agradezco porque no sabría qué decir. Nos despedimos del tal Vladímir y empezamos a caminar a donde se encuentran Stefan y Amelia. —Avísale al juez que nos casaremos en cinco minutos —ordena Alexander con tono de voz autoritario, sin mirarla a la cara. Amelia nos observa con perplejidad y niega con la cabeza. —Pero si aún es muy pronto, todo está organizado por horario —reprocha y Stefan toma su mano para que se relaje, pero obviamente no lo hace. —Amelia, sólo encárgate de avisarle al juez que estamos listos y ya —increpa Alexander, apretando los dientes. No le gusta que lo contradigan ni que incumplan sus órdenes y sinceramente no quiero escuchar sus disputas familiares en este momento. Intento no escucharlos, ignoro todo lo que dicen y con la mirada busco a Aarón y a mi familia. Aarón no está por ningún lado, es obvio que no vendría a la boda. En una de las mesas principales está mi madre, mi padre, Sam y mi nana. Todos lucen muy contentos y emocionados observando la increíble decoración que preparó Amelia. Es una buena anfitriona debo de admitir. Alexander aún sigue discutiendo con Amelia y Stefan, que quieren esperar hasta la noche para que nos casemos. No me importa la hora que sea porque de todas formas me voy a casar, eso es lo que he decidido y estoy más segura que nunca de que voy por el buen camino. Mi mirada se posa en el centro del jardín donde hay muchas mesas llenas de gente desconocida para mí, algunos me observan con curiosidad, también hay murmullos de otras personas, y por supuesto, sin dejar de lado las miradas asesinas de las mujeres. A nadie le hace gracia que el magnate más guapo de Seattle se case conmigo. Sin embargo, disfruto de sus miradas llenas de furia y envidia, sólo me hacen reír. Si supieran cómo es Alexander saldrían corriendo o me darían el pésame por unir mi vida a alguien como él. Deberían estar agradecidas de que les haya librado de semejante desgracia. Ahora seré yo quien sufra. ****** Después de minutos de discusión entre Amelia y Alexander, en la cual él no cedió a ninguna de las objeciones, al fin nos casaremos. Alexander le dejó muy en claro que no requeríamos de su aprobación para casarnos y aunque me siento mal por ella, es la verdad. Además, no permitió que siguiera dando su opinión y puso fin a su absurda discusión diciéndole que no era su boda. Desde entonces las cosas se pusieron un poco tensas entre todos. Preferí no meterme en su disputa familiar y mantenerme al margen de la situación. Al fin de cuentas, terminaría casándome con Alexander quisiera o no, ya lo he decidido y no voy a dar marcha atrás. Nerviosa, enfoco la mirada en el hombre que está enfrente de mí, el corazón se me acelera con demasía y la sangre me comienza a bombear más rápido de lo normal. Ha llegado el momento de casarnos y siento mis piernas transformarse en gelatina. Lo detallo nuevamente, mis ojos puestos en él, grabándome hasta el último rincón de su piel. Alexander es el tipo de hombre que no necesita sonreír ni hacer el mínimo esfuerzo para verse bien, su sola presencia basta para acaparar las miradas a su alrededor. Ya estamos en nuestro sitio, él se encuentra a mi lado. Mis testigos van a ser Sam y mi nana, mis padres estuvieron de acuerdo con mi decisión y no le vieron ningún problema. Por el otro lado, los testigos de Alexander serán Stefan y Amelia. Todos estamos acomodados en nuestros respectivos lugares y los demás invitados están detrás de nosotros esperando a que de inicio mi condena, en otras palabras, mi casamiento. Hay varios fotógrafos quienes se acomodan en posiciones angulares buscando capturar nuestra perfecta unión para venderlo a la prensa. Todo el mundo hablará de esto, lo sé, no siempre se casa uno de los magnates más codiciados del mundo. ¿Qué estoy haciendo? No lo sé, pero d***o que todo salga bien. Dejo que el viento acaricie mi piel y levanto la mirada cuando me siento con las agallas suficientes para hacerlo, aceptando mi destino. El juez ya nos está esperando para dar inicio a la ceremonia. Observo a Alexander con absoluta fijeza. Sus rasgos duros e impasibles como siempre. Trago grueso, demasiado nerviosa al sentir toda la atención de los presentes enfocada en nosotros. Él parece notar mi nerviosismo y, aunque pienso que me dirá algo, lo que sea para que pueda relajarme, sólo me regala una sonrisa más fría que el hielo. Aprieto los labios con fuerza, decepcionada. Sé que ya ha llegado el momento indicado, ambos dirigimos nuestra mirada al juez y le hacemos señas para que comience. Espero no arrepentirme de esto. Pese a que ya lo estoy haciendo. —Con todos los presentes reunidos, vamos a dar inicio a esta ceremonia —anuncia el juez viéndonos a ambos; el silencio en la atmósfera es abrumador—, ustedes han presentado una petición para contraer matrimonio, ¿es esto correcto? —pregunta, alzando su mirada. Ambos nos quedamos callados y eso desencadena una ola de murmullos por parte de los invitados, que no logro distinguir ya que mis nervios no me dejan ni pensar. Respiro profundamente mientras trato de controlar el m*****o desorden que yace en mi interior. —Si. —Contesto nerviosa, apenas reconozco mi voz. Él permanece en silencio y yo miro al suelo como si fuera mi única escapatoria. —Si —concuerda Alexander después de unos segundos. El juez comienza a decir varias palabras a las cuales no presto atención, los nervios vuelven a apoderarse de mí haciendo imposible la tarea de concentrarme con lo que sucede a mi alrededor. Además, Alexander es una gran distracción que siempre logra acaparar toda mi atención y la verdad no me molesta mirarlo, mis ojos no pueden dejar de hacerlo. Nunca lo han hecho. No importa cuanto los obligue a no hacerlo. Siempre me perderé en sus ojos y ya no importa tratar de reprimir mis sentimientos, ellos siempre saldrán a flote y me mostrarán que estoy perdidamente enamorada de él. El juez vuelve a acaparar mi atención y se me seca la boca cuando le pregunta a Alexander eso que tanto he estado esperando. —¿Alexander Rosselló acepta usted como su legítima esposa a Camille Brown? —cuestiona el juez interrumpiendo mis pensamientos. Parpadeo con la oleada de emociones que me sacude. Alexander se vuelve hacia mí y nuestras miradas se conectan al instante, como si hubiera una especie de magnetismo. Su respiración se acelera y termina uniendo nuestras manos, las mantiene juntas para luego dar un leve apretón que desestabiliza mi cuerpo en formas que todavía no logro comprender. —Si, acepto —habla firme, sin soltar mis manos, pero tampoco muestra sentimiento alguno. El juez sonríe por su respuesta y enfoca su mirada en mí con su suma emoción. —¿Camille Brown acepta usted como su legítimo esposo a Alexander Rosselló? —vuelve a preguntar lo mismo de antes. Los nervios amenazan con apoderarse de mí nuevamente, odio que siempre pase esto cuando él está cerca de mí, desearía ser inmune a sus encantos y poder salir corriendo de este lugar. Aunque mentiría si dijera que no hay emoción dentro de mí, porque si la hay, y mucha. Pero no debería, no después de todo lo que ha pasado entre nosotros. Deje escapar un resoplido lo más silencioso que puedo, resignándome a lo que estoy a punto de hacer. —¿Señorita Brown, sucede algo? —la pregunta del juez me regresa a la realidad. Niego rápidamente, todavía mirando a Alexander a los ojos. Él sigue sin mostrar ningún indicio de emoción. —No... —aclaro en un susurro antes de decir las palabras que sellan mi destino y me condenan a un año a su lado—. Acepto. Cuando termino de pronunciar la palabra se escuchan una ola de aplausos y bulla por parte de los invitados. Los flashes de las cámaras no tardan en hacer acto de presencia, todos están contentos y no puedo evitar sonreír como niña pequeña. Porque la parte irracional de mí, la que no tiene ningún instinto de supervivencia, daría todo porque esto fuera real. El juez calma los aplausos y nos hace firmar una acta de matrimonio a ambos, lo hacemos rápidamente. Después, es el turno de nuestros testigos para firmar. Debo decir que no esperaba que la ceremonia concluyera tan rápido. Pensé que sería un procedimiento más tedioso. —Una vez que se ha cumplido con todo los requisitos legales establecidos, en el nombre de la ley los declaro marido y mujer —mis piernas se vuelven gelatina, la emoción corre por todo mi cuerpo y solo quiero hacerme diminuta para no sentir todo el torbellino de sensaciones que me estremecen hasta la médula—. Muchas felicidades, ahora con el derecho que la ley me concede, señor Rosselló puede besar a la novia —sentencia el juez. Alexander se gira hacía mí, esta vez esboza una sonrisa tirante a la vez que observa mis labios por una milésima de segundos que se me hacen eternos. Con ambas manos acuna mi rostro y se inclina hacia abajo, dejándonos a una distancia demasiado peligrosa. Estamos a centímetros de que nuestros labios se rocen, nuestras respiraciones chocan entre sí y mi mundo se vuelve a poner de cabeza al sentir su cercanía. —No te atrevas —susurro cerca de sus labios, tal vez estoy rogando que no lo haga. Pero los latidos de mi corazón gritan lo contrario, muero por volver a sentir sus labios devorando los míos, aunque jamás le diré eso. Él deja escapar una leve risa y ajusta el agarre de sus manos en mi rostro, dándome una caricia sutil con las yemas de sus dedos. —Más vale pedir perdón que pedir permiso, preciosa —dice para luego estampar sus labios con los míos sin siquiera darme tiempo de tomar una bocanada de aire para aplacar la oleada de calor que hace estremecer hasta la última fibra que me conforma. Este beso es tranquilo, no hay segundas intenciones, es como una delicada caricia que se aferra a mi boca y, por un pequeño instante, apago la voz de la moral y la racionalidad. Simplemente me permito perderme en todas las sensaciones que el tacto de sus labios provoca en mi interior. Le cedo la entrada gustosa a su lengua, el beso está en perfecta sincronía, nuestras lenguas comienzan a danzar juntas, y me olvido de todo lo que sucede a nuestro alrededor. Todo mi cuerpo responde instantáneamente a Alexander y no quiero parar. Eso es lo malo, siempre quiero más de él. Mis pulmones exigen un poco de oxígeno así que lo aparto lentamente, lo veo por unos segundos y sus labios están un ligeramente hinchados, luce un poco agitado y hay una diminuta sonrisa en la comisura de sus labios al igual que un destello de excitación en sus ojos. ¡j***r, estamos casados! ¿Qué he hecho? —Idiota —intento deshacer el agarre de nuestras manos, pero no me lo permite. Es como si quisiera mantenerme a su lado. ¿Por qué tiene que hacer todo tan difícil? Un fotógrafo se acerca a nosotros y nos sonríe con cortesí, le devuelvo el gesto y escucho a Alexander reprimir un gruñido. —Permítanos una foto con su esposa, señor Alexander —pide con amabilidad. Alexander no responde, permanece inescrutable y luego con su mano libre rodea mi cintura, me acerca a él, tirando de mí con fuerza y entrecierro los ojos, ignorando el cosquilleo que se acentúa en mi pecho. Nuestros cuerpos se acoplan perfectamente, reprimo la enorme sonrisa que quiere brotar de mis labios y me permito deleitar mis fosas nasales con su exquisito aroma que me hace temblar como su tacto, al darme cuenta de que nuestras manos aún siguen entrelazadas. Aún así, Alexander no quita la expresión de seriedad de su rostro. —Sonríe, preciosa. Recuerda que somos una pareja felizmente casada —me susurra al oído con esa voz ronca y gruesa, enviando miles de corrientes eléctricas por todo mi cuerpo. Los dos concentramos nuestras miradas en la cámara y después de unos segundos, sentimos el flash que nos indica que ya han tomado la fotografía. Mi corazón comienza a latir desbocado y ese es el detonante que me hace perder la cabeza porque tengo miedo de volver a caer si permanezco a su lado. Agitada, me deshago del fuerte agarre de Alexander al instante y me alejo de él lo más que puedo, intentando huir de todo lo que se atasca en mi pecho. Desde el rabillo del ojo, puedo ver como hace el intento de seguirme para evitar que me vaya de su lado, luce furioso y atónito por mi repentino cambio de actitud. Acelera su andar pero unos cuantos invitados se atraviesan en su camino y comienzan a felicitarlo, Le obstruyen el paso haciéndole imposible seguir mi ritmo siquiera. La tristeza me invade a la vez que siento los ojos acuosos, pero me deshago de cualquier emoción que quiera hacer acto de presencia, es lo mejor, no creo poder seguir resistiéndome a él cuando lo único que quiero es desvestirlo y besarlo hasta olvidarme que ha roto mi corazón más veces de las que me gustaría admitir.
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