Capítulo IV

2884 Words
Camille Me levanto con una resaca del demonio, que a duras penas puedo soportar, mi garganta está más seca que el mismísimo desierto y me duelen los párpados. No recuerdo mucho de lo que ha sucedido la noche anterior, pero puedo inclinarme a la teoría de que ha sido un desastre de otra forma, jamás me hubiese emborrachado en mi propia fiesta. Mi cuerpo se encuentra exhaustivamente cansado y mi cabeza va a explotar en algún momento si no tomo un analgésico. El alcohol no es tan bueno después de todo. Hago el intento de recordar los eventos sucedidos pero solo se me vienen partes borrosas a mi mente, todo es demasiado confuso. Es como si mi mente me privara de mis recuerdos. No me deja saber que hice o qué pasó exactamente. Y una parte de mi desea que esos recuerdos se queden ocultos, temo haber hecho el ridículo. Después de varios intentos fallidos en recordar lo que ha pasado anoche me doy por vencida y me dedico a tomar una ducha para aliviar el dolor de cabeza que traigo encima y que no me deja concentrarme en lo que haré hoy. Las resacas son lo peor de la vida, tener esa sensación de mareo y náuseas es agotador. Ya no volveré a tomar, lo juro. Mis ojos se distraen viendo las gotas de agua fría haciendo contacto directo con mi piel, mi cuerpo logra deshacerse de toda la tensión y el estrés que lo emana, cierro mis ojos por inercia y todo lo que pasó anoche me golpea al mismo tiempo, los recuerdos, las lágrimas, los desconocidos que llegaron a la fiesta, y por último él, Alexander. Los ojos me comienzan a picar, dejándome saber que las lágrimas se aproximan nuevamente. Odio ser tan débil, nunca he logrado contener mis emociones, ellas me manejan a su antojo. Es malo dejar que las emociones te controlen, lo tengo muy claro, pero nunca he sido lo suficientemente fuerte como mantenerlas bajo control. Cierro el grifo de la regadera y envuelvo mi cuerpo en una toalla, me abro paso en el baño y me acerco al lavabo, sintiendo el mundo derrumbarse a mis pies. Con la mano limpio el paño creado por el vapor de la ducha y observo mi —no tan agradable— aspecto en el espejo. Me quedo ahí por unos segundos y las últimas palabras de Alexander invaden mi cabeza, sin anestesia alguna recuerdo su rechazo, volviendo a revivir el dolor que sentí anoche. No te amo Camille, no lo hago ni lo haré nunca solo te d***o como d***o a cualquier mujer hermosa como tú... Es imposible detener las lágrimas que amenazan con salir de nuevo, ya están resbalando por mis mejillas. Sus crueles palabras hacen eco en mi cabeza como un puto taladro, le he confesado mis sentimientos al hombre que amo y él me ha rechazado de la peor forma, sin importarle el daño que causaron sus palabras. Sé que no me debe nada y no tiene porque sentir lástima, pero sus palabras arden como fuego en mi piel, ¿cómo le veré a la cara de nuevo? ¿Cómo podré volver esos ojos que tanto me fascinan, sabiendo que no me miran a mi de la misma forma que los miro yo? No puedo hacerlo, no soy tan fuerte, no puedo mirarlo a la cara después de lo que ha pasado, lo mejor es evitarlo hasta que recobre las fuerzas suficientes para poder estar de nuevo frente a él. Desde que le conocí sabía muy bien que él no sería capaz de quedarse, pero aún así, lo dejé entrar en mi corazón. Me pierdo en mis pensamientos hasta que de repente escucho como alguien toca la puerta, mi rostro lleno de confusión se hace presente al no saber quien es, se supone que no debe haber nadie en casa, mis padres están fuera de la ciudad. Me quedo desconcertada por la situación pero todo cobra sentido cuando lo escucho hablar. Alexander y su inconfundible voz: —¡Camille, te espero en el despacho de tu padre, necesitamos hablar de lo que pasó ayer! —grita pero su voz suena a una orden, palidezco sin siquiera darme un momento a mí misma para procesar que él sigue aquí. ¿Qué diablos está haciendo él aquí? Él está en la casa, Alexander sigue aquí, la suerte nunca está de mi lado y para rematar la situación no tengo tiempo de improvisar algo, ¿qué se supone que deba hacer ahora? ¿cómo podré mirarlo? o tan siquiera hablarle después de lo que pasó ayer. ¡No! no puedo, no me atrevo. > Me repito a mi misma tratando de convencerme que solo eso quiere de mí, no le doy cabida a los reproches ni a la vocecita que me dice que me arrepentiré de lo que hice. Una sensación extraña se siembra en mi estómago y por un momento siento que desmayo. No le daré el gusto de verme derrotada ante él. Me deshago de la toalla y me pongo un vestido azul con estampados floreados. Dejo mi pelo suelto ya que se encuentra mojado, doy una última ojeada a mi reflejo, sintiéndome satisfecha con mi aspecto, logro tomar una gran bocanada de aire y un poco de valor para bajar al despacho y enfrentarlo. Con mucha delicadeza abro la puerta del despacho para encontrarlo sentado pacíficamente, recargado en la silla de cuero, su mirada se encuentra perdida entre el ventanal así que decido no hacer ningún ruido que pueda distraerlo o hacerle saber que estoy aquí. Quedo hipnotizada viéndolo por una lo que parece una eternidad, me pierdo en él y todo lo que me atrae a su persona. Solo quiero volver a apreciar lo hermoso que es ante mis ojos, aunque sea por última vez porque dudo que quiera volver a verme después de lo pasó. > No puedo evitar hacerme esa pregunta a mi misma porque aunque suene exagerado él lo es, él es perfecto. Ante mis ojos y ante los ojos de cualquier mujer. Pero hay un pequeño detalle: él no está enamorado de mi y nunca lo estará. Sus palabras de ayer aún siguen penetrando mi cabeza como navajas filosas y yo no puedo hacer nada para que el dolor de mi corazón disminuya. Que feo se siente el rechazo. Un amargo sabor de boca, un nudo en la garganta que no se deshace, simplemente horrible. No tarda mucho en darse cuenta de mi llegada, —Camille, ya estás aquí —habla sacudiendo su cabeza bruscamente, como si quisiera olvidar o alejar sus pensamientos—, toma asiento —me señala la silla enfrente del escritorio, pero no hago caso a su indicación. Necesito mantenerme alejada. —Así es, aquí estoy, Alexander —espeto con sutileza, haciendo énfasis en su nombre. Le doy a entender que estoy lista para lo que sea que él quiera hablar. Me quedo parada en el mismo sitio dónde estoy, temo acercarme a él. Temo dar un mal paso, pero tal vez ya lo hice. Ayer no debí confesar que lo amo, no debí decirle nada ya que la parte que más me aterra es no verlo jamás. No quiero que se aleje, no quiero que se vaya o que me evite. —Hablemos de tu inmadurez —se cruza de brazos sin despegar su recriminatoria mirada de mí. Frunzo el ceño, un poco confundida al no saber a qué se refiere exactamente. —¿Inmadurez? —enarco una ceja. Asiente con la cabeza. —Si, tu actitud de ayer —explica con sequedad—. Estás de acuerdo de que lo que pasó ayer no puede pasar nunca —pasa su mano por las hebras negras de manera exasperante, al igual que intenta sonar seguro de sí mismo, pero los nervios lo delatan de alguna manera. No entiendo que sucede, quiero creer que está nervioso porque tenerlo enfrente de mí le produce el mismo efecto que a mí. Pero descarto la idea cuando sus labios se curvan en una línea recta, restringiendo cualquier palabra o expresión. —¿Hablas de los motociclistas? No pensé que vendrían —pregunto dudosa, haciéndome la inocente aunque sé perfectamente a lo que él se refiere, pero voy a jugar un poco, no me dejaré ver tan débil ante él. —¿Qué? —pregunta incrédulo, sin poder entender o procesar lo que he dicho. Su rostro se desarma por la confusión y yo sonrío airosa, sintiendo un atisbo de satisfacción por primera vez en horas. —Si, los motociclistas —susurro inocente, siguiendo el juego—, olvidé decirte que vendrían unos invitados... inusuales —trato de sonar desapercibida, pero estoy apunto de soltar una carcajada por la confusión que hay en su rostro. Vaya, Vaya. —Camille no juegues conmigo, no estoy de humor para tus niñerías —advierte mientras aprieta la mandíbula—, sabes muy bien de lo que hablo —sorpresivamente su voz cambia a un tono más frío al igual que ayer lo que me hace estremecer al instante. Este hombre no conoce el humor, mucho menos la felicidad. Ni hablar del amor. Ese tema lo damos por perdido con él. —En verdad no sé a lo que te refieres Alexander, ya te explique que invite a otras personas, ¿cuál es el problema? —finjo no saber nada—, sé que no te dije nada, pero ya te estoy diciendo ahorita —explico, haciendo que Alexander pierda el juicio y explote contra mi. He enfurecido al demonio. —¡En serio no sabes de lo que hablo, maldita sea! —escupe furioso con una mirada cargada de rabia que hace que un cosquilleo recorra mi espina dorsal. Mi respiración se vuelve inestable y tengo que obligarme a mí misma a no hacer algo tonto. —¡No grites! ¡Ya te dije que no! —me excuso porque no quiero darle la razón. En especial después de todo lo que él me dijo ayer. Su sonrisa se ensancha pero no es una sonrisa amena, es una de esas sonrisas que me dicen que él sabe lo que estoy haciendo y que no le importa en lo mínimo dejarme al d*********o. —Bueno, déjame refrescarte un poquito la memoria, cariño. Ayer hiciste el ridículo enfrente de todos los invitados, te emborrachaste cuando sabes perfectamente que no puedes tomar alcohol y por si no fuera mucha tu estupidez me confesaste que estabas enamorada de mí —arremete las palabras con una sonrisa irónica para luego acercarse peligrosamente a mí, como si quisiese poner a prueba mi mentira y en estos momentos es claro que él ha ganado porque no tengo algo que argumentar. Mierda. —Mmmm yo no... no recuerdo. No sé de qué me hablas —empiezo a tartamudear mientras él se acerca más a mis labios y pierdo mi habilidad para respirar. Puedo sentir como todas mis fuerzas por no caer en la tentación se van por la ventana dejándome a mi suerte. Maldita sea, ¿porque tengo que amarlo tanto?. No es sano. Con las únicas fuerzas que quedan en mi cuerpo lo empujo lejos de mi necesitando encontrar oxígeno para poder respirar y no derretirme, sin embargo mi acción hace que el se sorprenda, puedo notar como su rostro está lleno de confusión al ver que lo he alejado de mí. Sé que esperaba otra reacción de mí, pero no puedo ni respirar teniéndolo así de cerca y en este momento necesito pensar con claridad. No te lo esperabas, Alexander. Intenta sacudir la sensación que lo embarga y se aleja unos cuantos pasos para después unir nuestras miradas, —¿Seguirás fingiendo que no recuerdas nada? —el tono de burla que usa me hace enfurecer a tal nivel que no mido las palabras que salen de mi boca y que en cierta forma me ponen en evidencia. —¡¿Qué esperabas después de que me rompieras el corazón, Alexander?! —cuestiono exaltada, sintiendo un gran ardor enroscado en mi garganta—. ¿Eso es lo querías escuchar?, como me rechazaste ayer y luego te fuiste y me dejaste en ese estado, ¡¿eso quieres escuchar maldita sea?! —grito en su cara mientras golpeo su pecho con todos mis fuerzas, intentando herirle sin éxito alguno. Es impenetrable y eso me enfurece aún más porque necesito que sienta una mínima parte de mi dolor. Necesito saber que tiene corazón y que alguna parte retorcida de él siente algo. —¿Ahora si recuerdas, Camille? —acusa, apretando los dientes con fastidio—, dime, ¡¿a qué m****a estás jugando?! —insiste rabioso, su mirada se oscurece y el miedo me atraviesa de manera fugaz. Lo he hecho enojar, pero no me importa, quiero sacar todo lo que tengo atorado en mi ser y ahora parece el momento perfecto. No lo puedo desaprovechar. —No estoy jugando a nada, maldita sea —niego con la cabeza—, ayer te confesé lo que sentía por ti ¿y qué hiciste tú, Alexander? Me rechazaste de manera cruel, así que perdoname si en este momento no salto a tus brazos —puedo sentir la rabia empezando a crecer dentro de mí mientras él escucha mis palabras inaudito, imposible de formular alguna palabra. No hay nada que pueda decir, y tampoco quiero que lo haga porque lo que sea que dirá no es lo que quiero escuchar. —Camille, por favor, no sigas —advierte con un tono demandante pero a la vez preocupado mientras intenta acortar la escasa distancia que hay entre nosotros—. Deja esta actitud porque no nos llevará a ningún lugar —pide, suavizando su voz. Niego con las mejillas encendidas y la nariz roja por el llanto que se avecina. No sé en qué momento sucede pero puedo apreciar una emoción de intranquilidad en sus expresiones faciales, como si quisiera acercarse y estrecharme entre sus brazos para consolarme pero algo dentro de él no sé lo permite. Y eso me enfurece más porque no quiero que se preocupe por mí, no quiero que lo haga porque mi corazón duele más. —No me hagas esto, por favor, no finjas que te preocupas por mi cuando mis sentimientos te importan un carajo —sollozo y sin evitarlo las lágrimas caen de mis ojos con más fuerza, otra vez me encuentro llorando frente a él. Pero ya no importa, él ya sabe todo, no hay marcha atrás. Su semblante se mantiene intacto. Y me vuelvo a quebrar. Vuelvo a ser la misma chica con un amor no correspondido. —Claro que me importas y siempre me preocupo por ti, pequeña —se acerca más a mi cuerpo y toma mi rostro lentamente, sus manos tiemblan como si tocarme le quemara en lo más profundo pero aún así no me suelta. Todo lo contrario, me acerca hacia él y pese a la pelea qué hay en sus ojos no merma, roza nuestros labios y suelto un suspiro cuando el sabor a menta que posee penetra mis fosas nasales. El beso me arrebata el aliento pero no quiero soltarlo, quiero quedarme ahí, en donde nuestras respiraciones comienzan a mezclarse para convertirse en una sola. Enredo mis manos en su cuello atrayéndolo más a mí, correspondiendo abiertamente a su beso como si él fuese a desaparecer en cualquier momento. Este beso es completamente diferente, puedo sentir sus labios exigiendo más de mí, comienza a ser más rudo y desesperado. Sé perfectamente que él no me quiere, que no siente lo mismo por mí y aunque la moral me dice que me aleje porque saldré herida, mi cuerpo me pide a gritos que no rompa nuestro beso porque es lo más hermoso que me ha pasado. No importan las consecuencias, le amo y solo por este momento el mundo puede irse al carajo. El d***o que siento por él es demasiado, lo añoro con cada centímetro de mi piel, sólo quiero saciar mis ganas de tenerlo. Quiero mucho más de él, quiero sentir su piel sobre la mía, anhelo sentir sus cálidos y a la vez feroces labios sobre mí, él hace que mi corazón de un vuelco de felicidad y es a eso a lo que quiero aferrarme, quiero aferrarme a las sensaciones que él provoca en mí. Es tanto que me resulta imposible no perderme en la profundidad de sus ojos, cada vez que me mira se me corta la respiración y pierdo la función cerebral. No entiendo como puedo amarlo tanto, no entiendo como tal sentimiento puede caber en mi pecho porque estoy completamente segura que el amor que siento es inmenso y si él le diera la oportunidad podría darse cuenta que yo haría cualquier cosa por él. Las emociones que él causa en mi cuerpo valen la pena. Vale la pena arriesgarlo todo por él. Vale la pena arriesgar lo que no se debe arriesgar cuando se ama a alguien y puede que me arrepienta, pero tener su sabor en mi boca me nubla el juicio así que no lo detengo. Sólo me aferro a sus labios porque sé cuando me suelte sólo se arrepentirá de haberme besado.
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