Capítulo II

2963 Words
Camille Todo está casi listo para dar inicio a mi fiesta, la que he estado esperando desde hace dos años para ser exactos, solo falta el vestido que usaré en la noche. Sintiendo la emoción recorrer mi cuerpo, doy unos cuantos pasos hacia mi cama, estiro mi mano, tomando el vestido que subió mi madre hace unas horas. Con delicadeza abro la caja revelando la tela roja y sedosa, con un precioso encaje en la parte del busto hasta las mangas, es ceñido al cuerpo y posee un llamativo escote que hacen la combinación perfecta para esta noche. El vestido es hermoso por sí sólo, además de que hace resaltar mis atributos y eso es justo lo que necesito esta noche. Resaltar y ser el centro de atención, para ser más concretos, ser su centro de atención. Diversas sensaciones, algunas desconocidas, me embargan en estos momentos, me hacen sentir en la cima, como si hoy nada pudiera salir mal, hoy es mi día y quiero disfrutarlo con...él. No puedo evitar sentirme como una niña eufórica apunto de ir a un parque de diversiones por primera vez en la vida, solo que en esta ocasión el parque vendrá hacia mí. Mi demonio vendrá a mí. Me observo en el espejo por última vez, contemplando lo bien que luzco con la fábrica que arropa mi cuerpo, mi madre no se ha equivocado, este es un hermoso vestido. Dejo salir un resoplido mientras estiro mi mano para tomar mi móvil, por si acaso y, sin más decido salir de la habitación, albergando esa sensación de euforia que no me cabe en el pecho. No tengo dudas esta noche será mágica e inolvidable. Al entrar a la planta baja donde se encuentra la sala de estar, diviso la llegada de algunos invitados de mis padres y algunos amigos cercanos que puedo reconocer con facilidad, los veo varias veces ya que no faltan a este tipo de eventos. Todos lucen exquisitamente elegantes, portando las mejores joyas y sus vestidos, y trajes de diseñador, que es una simple manera de presumir el dinero en sus cuentas bancarias. Alejando ese pensamiento, me enfoco en la decoración de las paredes, detallando los jarrones de cristal que fueron agregados hoy, si mi mente no me falla. Mis labios se curvan en una línea recta mientras mis ojos reparan cada rincón. Pero para ser francos, solo estoy intentando buscar una persona en especial, mi amor platónico, mi demonio, Alexander. ******* Al cabo de unas horas, me encuentro entablando conversaciones que no me apetecen y saludando de beso o estrecho de manos a algunos invitados. Mis padres ya se han marchado desde hace tiempo, se les hacía tarde para tomar su vuelo, me felicitaron y ambos plantaron un beso en mi mejilla antes de irse. Todo parece ir bien por el momento, las cosas marchan conforme al plan, el ambiente es tranquilo como lo imaginé, y las luces no están a su máximo esplendor ya que necesito que se cree una atmósfera romántica. Mis cinco sentidos se ponen alerta y una lluvia de escalofríos recorren mi cuerpo entero al oler ese aroma tan peculiar. Mis fosas nasales perciben esa inconfundible fragancia, que le pertenece a la persona que me enamoró dos años atrás. Una sonrisa se apodera de mis labios y sin siquiera voltear, sé que él ha llegado, él está aquí, sería imposible no reconocer su embriagante aroma a menta. Es su esencia, es tan él que no sé cómo explicarlo. Él lo es todo en este momento y percibir ese aroma enloquece mis neuronas en maneras que me cuesta demasiado trabajo describir. Es de esos aromas que mandan ráfagas de electricidad por todo tu cuerpo sin poder controlarlas. Esos aromas que te dejan marca y que no importa cuanto tiempo pase, si los vuelves a oler, el recuerdo seguirá regresando a tu mente. Sentirlo cerca, es estar en el cielo, en la mismísima gloria. —Feliz cumpleaños, Camille... —me felicita, usando una voz ronca y profunda, que me roba el aliento y acapara mi atención. Que ya tiene desde hace minutos, horas para ser completamente honestos—, disculpa la tardanza, tenía unos asuntos que atender antes de venir. Sin poder detenerlo, mis ojos viajan a sus labios donde se puede apreciar una pequeña sonrisa que apenas se empieza a formar, pero no se logra ver por completo, mi corazón ha latido tan fuerte por las últimas tres horas que ya me ha dejado de funcionar y dudo que alguien pueda revivirlo. Ese es el efecto que él tiene en mí. —¡Viniste Alexander! —grito emocionada mientras corro hacia él para envolver mi cuerpo en sus enormes brazos, permitiéndole a mis fosas nasales respirar por segunda vez ese embriagante olor a menta—. No te preocupes por la tardanza, lo importante es que estas aquí —espeto y él asiente con la cabeza, volviendo al mismo semblante gélido de siempre. No es una novedad verlo de esta manera, pero tengo la esperanza de que hoy pueda cambiar eso. —Tu padre me pidió acompañarte esta noche y por eso decidí venir, tú sabes que no soy una persona que disfrute las fiestas —rompe el abrazo sin previo aviso, para después tomar una copa de champagne de la charola del mesero que va pasando a nuestro alrededor. Mi rostro decae al ver que no se ha dado cuenta del abrazo que nos acabamos de dar, parte de mi se niega a creer que no sígnico lo mismo para él que para mí. Logro recuperar mi sonrisa y alzo mi mirada para encontrar la suya, —Claro, ¿por qué más vendrías? —escupo la pregunta con cierta ironía. Él asiente, un poco aturdido por mi repentino cambio de actitud, pero es imposible no sentirme herida después de lo que acaba de decir; sólo vino porque mi padre se lo pidió, no esperaba eso. Obligo a mis labios a sonreír, aunque sé que en el fondo de mi corazón quiero escucharlo decir que ha venido solo por mí, pero eso no pasará. Por el momento... Carraspea fuerte para que pueda escucharlo y centra sus profundos ojos verdes en mí. —Bueno, estaré saludando a algunos conocidos. Disfruta la fiesta, pequeña —al momento de irse muestra una perfecta sonrisa glacial para así desaparecer entre la m******d, dejándome con una mueca de insatisfacción en el rostro. Me quedo de pie en el mismo lugar en el que estaba cuando él llegó, contemplando la belleza exterior que emana. Incluso si no nos conociéramos, hubiese sido imposible no notarlo, él es un hombre intimidante que irradia poder y belleza a cualquier lugar que llega, él es el tipo de hombre que roba el suspiro a cualquier mujer sin siquiera proponérselo. Su rostro está conformado por una perfecta y afilada quijada, sus labios no son muy grandes pero la carnosidad de estos lo compensa, se acomodan perfectamente a la simetría de su rostro, su es nariz puntiaguda, sus cejas son pobladas y le asienta muy bien al corte de pelo. A pesar de que posee un hermoso rostro, digno de admirar por cualquier persona, son sus ojos mi parte favorita de su anatomía, esos ojos verdes que a veces tienen un destello de azul celeste cuando el sol hace contacto con ellos, esos malditos ojos que le favorecen a su inconfundible cabellera negra azabache. Él es el hombre perfecto, creado por los mismísimos dioses griegos, no hay nadie que se compare con él, lo que más me vuelve loca son los innumerables tatuajes, su cuerpo está repleto de tatuajes, llenos de esa tinta negra que le hacen parecer un hombre rudo y frío. Un hombre intimidante con dominio activo, eso me atrae como abeja al panal. Sin duda es un hombre digno de contemplar y las mujeres que no pueden despegar la mirada de él reafirma mi teoría, él es el hombre más hermoso. Todas caen rendidas a sus encantos y yo no soy la excepción, muy a mí pesar. Estoy tan perdida en mis pensamientos sobre el físico Alexander que no me doy cuenta de los ensordecedores ruidos de lo que parecen ser motocicletas, y las voces gruesas de personas que no logro distinguir. La incertidumbre me hace voltear a ver directo al gran portón que divide la propiedad, puedo apreciar a muchos hombres bajándose de sus motocicletas y entrando a mi casa sin permiso alguno, como si la mansión les perteneciera a ellos, y no se porque diablos tengo el presentimiento de que saben porque están aquí y tienen un propósito en mente. —¡Ya llegamos a reanimar esta fiesta, damas y caballeros! —la voz burlona del rubio me produce migraña. Ahogo un chillido de frustración cuando lo veo subirse a la mesa de cristal que forma parte de la decoración de mi fiesta, cosa que por lo visto no les importa en lo absoluto. No les importa que están allanando una morada y posiblemente vayan a la cárcel por eso. Guardo mis insultos y me acerco a la mesa en donde se encuentra el hombre desconocido. —¿Qué está pasando aquí? —pregunto a punto de perder la cordura. Mi cuerpo se encuentra lleno de rabia, estos hombres están arruinando el momento que siempre he estado esperando, el momento que he anhelado desde hace dos años y no pienso permitirlo. —Hola, muñeca. No es hasta ese momento en el que me doy cuenta que hay un hombre a mis espaldas, y la pregunta con el tono seductor me provoca náuseas al igual que su toque en mi mejilla —¡¿Qué hacen aquí?! —cuestiono, evidentemente enojada mientras quito su mano de mi mejilla y busco a Alexander con la mirada. Lo encuentro fácilmente y es porque él ya está mirando en mi dirección. Su rostro está enrojecido y su mandíbula tintinea por la manera en que la aprieta, como si se estuviera conteniendo. —Tu nos has invitado pequeña —el hombre que se encuentra en la mesa argumenta mientras muestra una enorme sonrisa coqueta, no sé porqué lo hago pero la aprecio y me doy cuenta que es capaz de robarle el aliento a cualquier chica, pero no a mi. Puedo sentir la mirada oscura de Alexander recriminando por el desastre que están haciendo estos chicos, y ni hablar de los invitados que tienen esa mueca de disgusto. Seré la burla de todos, mis padres me matarán. —¡Claro que no! —empiezo a cabrearme más, no entiendo lo que está pasando—, yo no los he invitado, tienen que irse ahora mismo si no quieren dormir en los separos —formulo nuevamente, amenazandolos para que se larguen antes de que provoquen un desastre mayor. Nadie se mueve. Al contrario, la hilera de motociclistas que rodean la mesa donde se encuentra el rubio se echan a reír como si hubiese dicho lo más gracioso del mundo. Mi autocontrol se esfuma, sin pensar mis acciones como la persona cauta que soy me acerco peligrosamente a ellos pero no llego muy lejos ya que la voz de Sam invade mis oídos. —¡Camille, yo les he invitado! Mi amiga se acerca al círculo de motociclistas, llamando la atención de todos mis invitados y la de él. En especial la de él. Mi confusión es demasiada ya que no logro comprender como ella pudo haberlos invitado, sabiendo que hoy era importante para mí. Agarro el brazo de mi amiga haciendo fuerza innecesaria y sin querer seguir siendo la comidilla de las personas la guío hacia un cuarto dentro de la casa. Eso no quita que aún pueda sentir como todos me miran con una cara de disgusto y se muy dentro que él también está cabreado conmigo por lo que acaba de suceder. Pongo perillo a la puerta para no ser interrumpidas y me vuelvo hacia Sam, con una cara de desilusión que no puedo difuminar. —¡¿Qué diablos te pasa Sam?! Sabías perfectamente lo importante que era esta fiesta para mi —cierra los ojos—. ¡Maldición! Dime algo —pido en un hilo de voz, pese a estar enojada y tratando de contener las lágrimas que se acumulan en mis ojos. Mi noche se ha arruinado por unos estupidos motociclistas que ni siquiera sé de donde salieron. ¿Por qué tengo tan mala suerte? Mi cuerpo tiembla y no se diferenciar entre la rabia o las inmensas ganas de llorar y tirarme al suelo como una niña pequeña. —Lo siento, Camille, no pensé que vendrían tantos chicos —se disculpa, pero eso no me tranquiliza—. Te juro que yo solo invité a uno de ellos, no a todos esos que vinieron —habla con una voz apenada y lo peor es que le creo porque sé que ella no haría nada a propósito para intentar sabotear mi fiesta. Sin embargo, eso no ayuda a mantener mi enojo bajo control. —No era tu fiesta, Sam —susurro con tristeza y pesar—. Debiste avisarme antes. Las lágrimas se me acumulan en los ojos, la decepción que envuelve a mi corazón en este preciso instante es visible y se que todos se darán cuenta en cuanto salga allá afuera donde se supone que está mi fiesta. ¿Por qué diablos hizo eso? Entiendo que se sienta mal, sé que tampoco fue su intención arruinar este momento, pero mi enojo es más grande que la recrimino con la mirada, ella agacha la cabeza entristecida para después salir del cuarto en el que nos encontramos. Al verla salir mis lágrimas empiezan a caer, todo lo que había planeado se ha arruinado, ya no tendré una noche mágica con Alexander, probablemente ahorita está muy enojado pensando que fui yo la que invitó a esas personas que arruinaron mi fiesta por completo. Y pese a que no tiene derecho a cabrearse conmigo por esto, lo hará, mis padres le han otorgado cierto derecho sobre mí y me dejaron a su cuidado. Todo es un completo desastre. Salgo del cuarto y me dirijo a las personas que se encuentran murmurando cosas estúpidas sobre mi, traspaso la puerta de vidrio y al poner un pie afuera de la mansión la brisa de la noche golpea mi rostro, mi cuerpo se estremece, pero eso no evita que me suba a una mesa mientras le arrebato el micrófono al presentador que contrató mi madre. Todo se puede ir a la m****a en este preciso momento, ya después me arrepentiré. Este se podría catalogar como el peor cumpleaños de la historia. Suelto una sonrisa amarga, —¡Esta fiesta se ha acabado evidentemente así que quiero que todos se larguen de mi casa! —grito con todos mis fuerzas para que todos los presentes me escuchen. Trato de no caerme de la estúpida mesa que se tambalea porque no encuentro un equilibrio para sostenerme. Ninguna persona emite ningún sonido o movimiento, solo me observan como si fuese un bicho raro. Rabia, siento rabia al ver como me miran con lástima. Como un cachorro herido en busca de consuelo. Solo quiero que se larguen. Necesito que se vayan. La vena en la sien me tiembla, provocando una sensación de pánico mezclada con rabia. —¡Lárguense ahora mismo o llamaré a la policía! —son las últimas palabras que salen de mi boca, no soy capaz de quedarme ahí viendo como mi oportunidad con él se ha esfumado. Bajo de aquella mesa y pese a que no tengo permitido emborracharme tomo una botella de champagne y me dirijo hacia mi habitación. Ignorando los gritos cargados de preocupación de Sam y Alexander. En este momento las recriminaciones son lo que menos me interesan escuchar. Camino por unos minutos hasta llegar a mi habitación, me adentro y suelto un jadeo lleno de frustración mientras dejo caer todas las lágrimas que he guardado durante la noche. Las yemas de mis dedos pican por la necesidad de romper algo. Sin poder contener mis impulsos empiezo a tirar todo lo que está a mi alrededor, no me importa el dolor que esto produce en mis frágiles nudillos. Solo quiero algo que me haga olvidar el resultado de esta noche. Intento quitar mi vestido desesperadamente, pero mis manos no son lo suficientemente largas para alcanzar el cierre que se encuentra en la parte trasera. Suelto un jadeo, irritada, la rabia me nubla la coherencia y la sensatez, así que no puedo pensar en una solución para deshacerme de la opresión que aplasta mi pecho. Es la impotencia la que se apodera de mi cuerpo, siento que el vestido me asfixia más de lo normal, como si este se hubiese encogido dos tallas. Sin pensarlo dos veces me dirijo al baño en busca de unas tijeras, abro varios cajones sin ningún éxito en mi búsqueda, las manos me comienzan a temblar por la rabia. No me detengo y no sé cuánto pasa que un sollozo se queda atorado en mi garganta al encontrar lo que buscaba, ajusto la tijera y sin más empiezo a cortar el vestido que adorna mi delgado cuerpo. Mis labios y mis párpados tiemblan, haciendo imposible la tarea de no sollozar como quiero hacerlo desde que entré a mi habitación. El aire de mis pulmones es absorbido de golpe desencadenando la sensación de pánico y estrés que me hace soltar gritos agudos. El vestido queda hecho un desastre, no hay ningún sentimiento de arrepentimiento dentro de mí. Ya no lo necesito para impresionarlo, él ya me ha sentenciado con esa mirada recriminatoria que me dio al momento de subir a mi habitación, esa mirada fría e indescifrable que en cierta forma me culpa de todo lo sucedido.
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