Capítulo I

2610 Words
Camille Cuando era pequeña siempre solía pensar que cuando me enamorara de una persona todo sería perfecto, tan perfecto como lo es en los cuentos de hadas donde el príncipe azul rescata a su dulce y amada princesa de las garras del malvado dragón. Lo sé, era una estúpida fantasía. Pensaba que por el mero hecho de amar a alguien ellos tenían la obligación de amarte a cambio, me hice a la idea de que la gente se lanzaría voluntariamente a los brazos de aquellos que perjuraban amarlos. Fui una estúpida al engañarme pensando que el amor sería suficiente para que alguien se quedara a mi lado, pero desgraciadamente estaba muy equivocada y caí en la cruda realidad cuando conocí a Alexander Rosselló, el pecado en persona. O como a mí me gustaba llamarlo, el demonio. Él era el socio de mi padre y el hombre del cual estaba irrevocablemente enamorada. Empecemos por el principio, ¿de acuerdo? Me llamo Camille Brown y tenía diecisiete años cuando conocí a Alexander Rosselló en mi fiesta de cumpleaños. Era el hombre más atractivo y hermoso que había visto en mi corta vida. Bastó una sola mirada a esos ojos verdes para que me enamorara perdidamente de él. Me dejó sin aliento como esperaba que lo hiciera. No había vuelta atrás a lo que sentía. Si alguien buscaba la definición de la palabra perfección podrían encontrarla en él, porque eso es lo que era para mí. Perfecto. Todas esas tonterías que dice la gente sobre el enamoramiento cobraron sentido cuando le conocí. Todo era mágico, había esas estúpidas mariposas revoloteando como locas en mi estómago, esas de las que la gente habla todo el tiempo. Mi corazón dio un inesperado giro de ciento ochenta grados cuando lo vi sonreír, mostrando sus perfectos hoyuelos a los costados de sus mejillas. Me sentí como en una película romántica en la que él y yo éramos los protagonistas. Nada más importaba porque había encontrado al hombre de mis sueños y creo que habría arriesgado todo para conseguirlo. Incluso lo que nadie debería arriesgar al amar a alguien. Su dignidad. Parece una estupidez, pero creo que todos hemos experimentado al menos una vez en nuestra vida la sensación de estar en las nubes sólo por pensar en alguien. Ese alguien era él y quizás por eso entré a ciegas e hice todo lo posible para que me quisiera como yo lo quería. Pero como todo lo bueno no dura por mucho tiempo, mis ilusiones se vinieron abajo al enterarme que él era el nuevo socio de mi padre y que tenía veintiséis años. ¿17 y 26? Estaba claro que no era buena combinación, nadie hubiese aprobado algo así. Hasta mi "yo" adolescente lo sabía. Pero había una cosa que era indiscutible, a pesar de la evidente diferencia de edad, no pude evitar enamorarme perdidamente de él, no pude cerrar mi corazón a las cosas que sentía, aunque nunca tuve el valor de confesarle mis sentimientos porque sabía que él era una persona muy correcta y estricta; me hubiese rechazado en el acto sin pensarlo dos veces, esto era porque yo solo tenía diecisiete años en ese momento. Teniendo eso en cuenta, aborté la misión de confesarle el amor que le profesaba y decidí esperar al momento indicado. El momento en el que por fin pudiera confesar todo lo que sentía. > Después de unos meses de conocer a Alexander, él se hizo muy amigo de mi padre tanto que pasaba todos los fines de semana en mi casa y yo era muy feliz al verlo aunque él siempre me trataba como si fuese su hermana pequeña. La sensación de ser especial para alguien, pero a la vez ser irrelevante, dolía demasiado porque sabía que yo no le importaba. A pesar de que Alexander fuera un magnate de los negocios contaba con una dudosa reputación ya que siempre se le veía envuelto en diversos escándalos que incluían a diferentes mujeres, eso dolía demasiado, pero no podía reclamarle absolutamente nada. Y para ser sinceros tampoco quería hacerlo, había verdades que me negaba a escuchar. Escuchar sobre su vida amorosa era una de ellas. Alexander era hijo único, tenía ascendencia italiana ya que ambos padres provenían de Italia, pero residían aquí en Seattle, a excepción de su madre. Cuando su padre se retiró del mundo de los negocios, Alexander decidió ocupar su lugar y ahora hacía negocios con el mío. Había pasado los dos últimos años tratando de acercarme a él sin ningún éxito, era una persona muy reservada y no le gusta hablar mucho de su familia en especial de su madre. Me las había arreglado para hacerme su "amiga" y en el poco tiempo que compartíamos, aprovechaba para conocer más acerca de él, Alexander era una persona muy difícil de tratar, ya que tenía un temperamento de los mil demonios, carecía de emociones y sentimientos o al menos eso es lo que intentaba aparentar, pero aun así, le estaba muy agradecida porque cuando conoció a mi padre, se encontraba en una mala posición económica gracias a una mala inversión y con la ayuda que le brindó Alexander, logró multiplicar nuestra fortuna. Nunca entendí porque Alexander decidió hacer negocios con mi padre, él contaba con una incontable fortuna y no necesitaba inversión alguna... Su personalidad se basaba en la de una persona egocéntrica, arrogante, muy directo y no tenía pelos en la lengua cuando se trataba de decir lo que le desagradaba. Además de que era una persona frívola, rara vez le veía sonreír y cuando lo hacía era sólo una mueca vacía, lo que me hacía preguntarme quién le había quitado el brillo de los ojos. Pequeños detalles que fui descubriendo al pasar de los meses; él prefería el invierno, le gustaba la música clásica, en especial la ópera, odiaba las historias románticas al igual que las cosas dulces y no creía en el amor a primera vista, ya que afirmaba que nadie es capaz de amar a una persona sólo con verla. Para Alexander el amor era la cosa más patética que existía en el mundo, pensaba que el amor te hacía débil y que nadie en el mundo se merecía tal desgracia, pero sabía que él pensaría diferente si pudiera leer mi mente y darse cuenta que le he amado desde el momento en que cruzamos la mirada. Tal vez tenía razón y el amor te hacía débil, incluso vulnerable, pero creía que a veces valía la pena dejarse ver así frente a alguien que pudiera amarnos como somos. A pesar de saber muy poco de su persona, le amaba aunque él ni siquiera apreciara mi existencia, mi amor por él seguía intacto en mi corazón y crecía cada día con más intensidad. Era muy grande lo que sentía por él que mi única opción a mis diecisiete años fue amarlo en secreto. Tenía muy en claro que él nunca estaría con una adolescente rebelde, era una persona muy correcta, así que decidí hacer una promesa la cual consistía en que al cumplir diecinueve años haría hasta lo imposible para que el socio de mi padre se enamorara completamente de mí sin saber que no estaba preparada para amar a alguien y no ser correspondida. ******* Dos años después... —Alexander, necesito confesarte algo que he escondido desde hace dos años —me mira expectante—, ya no puedo callarlo más, tengo que decirlo —hablo con emoción, sintiéndome más nerviosa de lo normal. Verlo de esta manera enfrente de mí provoca una revolución en mi interior. Siento que el corazón se me va a salir por la boca. Las manos me sudan y mi cuerpo experimenta el mismo estremecimiento cada vez que estoy con él. Su mirada se posa sobre mí, sus ojos agitándose con un brillo desconocido. —Yo también necesito confesarte algo, Camille —sonríe, sin dejar de verme. Tomo un último respiro y antes de que pueda acobardarme, lo digo. —!Estoy completamente enamorada de ti, Alexander! —exclamo con una voz temblorosa, la expresión de su rostro es épica y no dudo al momento de acortar la distancia. Nuestros alientos se mezclan y el mero hecho de sentirlo me hace enloquecer, porque mis narices no hacen más que aspirar el dulce aroma que desprende. Su rostro se ilumina, los gestos felices, tanto que el brillo llega a sus orbes verdes, puedo sentir como mi corazón lucha por salir de mi caja torácica, pero eso ya no importa porque verlo sonreír de esa manera me confirma que su respuesta será la que yo siempre he esperado. Acuna mi cara con ambas manos y me planta una cálida caricia, mordiéndose el labio. —Yo también estoy perdidamente enamorado de ti, Camille —confiesa mientras une nuestros labios en un profundo y apasionado beso que aviva mis ganas de tenerlo. Estoy besando a Alexander y se siente completamente irreal... Como si no estuviese ocurriendo... Fin del sueño. —¡Camille! —¡Camille! —¡Camille! —Princesa, despierta, hoy es un día muy especial —explaya mi padre haciéndose entrada y creando un caos que no d***o en mi habitación. Abro mis ojos con cierta delicadeza, la realidad me golpea, y bufo al darme cuenta que otra vez he tenido ese sueño en donde le confieso mis sentimientos a Alexander. Un sueño que se repite constantemente, todas las noches, pero al final es sólo eso, un mendigo sueño. No empezamos tan bien el día, además odio levantarme temprano, es un fastidio pero hoy es una ocasión diferente. ¡Oh si! Hoy es mi cumpleaños número diecinueve. Resoplo con cansancio, me sorbo la nariz y me quedo quieta, repasando lo que haré hoy. Mis ojos se acostumbran a los malditos rayos de sol y me permiten apreciar el rostro de mi padre. Sus ojos verdes hacen contraste con el sol, haciéndolos lucir más brillantes de lo normal. —Ya estoy despierta padre, deja de gritar que aún es muy temprano —bufo con cierto fastidio mientras estiro mi cuerpo y me despido de mi cómoda cama. Él niega con una sonrisa pintada en sus labios. —Hija, ya sabes que hoy es tu cumpleaños y como siempre, quería ser el primero en felicitar a mi princesa —hay cierto destello de alegría y orgullo en los ojos de mi padre, eso me hace sentir única. No siempre lo veo. Le regalo una sonrisa y me quedo mirándolo. —Por fin mis diecinueve años... —me repito a mí misma, sin poder creérmelo. ¡Llegó el día! Me levanto de mi cama con dirección al baño dispuesta a darme una ducha rápida, no sin antes darle un beso en la mejilla a mi padre y despedirlo de mi habitación. Hoy no puedo tardar tanto, no necesito retrasos. Me encuentro inexplicablemente feliz ya que al fin ha llegado el día en el que le voy a confesar a Alexander mis sentimientos por él, todo va a ser perfecto, le voy a decir cuánto lo amo y por fin me convertiré en su novia como lo he soñado desde hace dos años. Tal vez sea muy precipitado pero no descarto la posibilidad. Hoy cumplo diecinueve años y mis padres han estado organizando una fiesta para mí desde hace meses, todo estaba marchando a la perfección hasta hace unas semanas, mis padres me comentaron que no estarían en mi fiesta ya que saldrían de viaje. No les reclamé ni nada por el estilo, ya estaba acostumbrado a su ausencia en ocasiones importantes, cumpleaños, graduaciones, salidas. En todo. Mi niñez no fue tan mala, mi nana y Sam siempre estuvieron para mí aunque al final de cuentas no llenaban por completo el vacío que dejaban mis padres. Después de ducharme y ponerme algo decente bajo las escaleras lo más rápido que puedo y al llegar a la sala puedo observar que casi todo está listo para la noche, la casa tiene decoraciones negras con luces plateadas, el jardín está decorado con mesas, los manteles son blancos y las velas rojas, la pista que se encuentra en el centro del jardín hace resplandecer las flores de mi madre. Sus hermosas y preciadas flores. Todo está perfecto, mis padres saldrán de viaje por negocios y no estarán en mi fiesta de cumpleaños, lo que en parte es estupendo ya que tendré la casa sola para Alexander y para mí, solo falta prepararme porque hoy será la gran noche. He esperado dos años para este día y no pienso permitir que nada ni nadie arruine nuestro momento. Los meseros siguen trayendo sillas, mesas, botellas y más decoraciones, todo va a salir bien. Estoy completamente segura de eso. Empiezo a correr hacia a mi habitación nuevamente, al entrar noto la figura de mi madre, quien se encuentra sentada en la orilla de mi cama, luce un poco nerviosa y triste, eso es muy raro en ella. Elena Brown no es el tipo de mujer que se deje ver así, ella es la mujer elegante que siempre sabe cómo mantener su compostura. Exhalo obviada y decido no tomarle tanta importancia ya que hoy es el día más feliz de mi vida, mi madre se encuentra dejando el vestido que usaré en la noche. —Mi niña, feliz cumpleaños —dice la voz temblorosa de mi madre mientras las lágrimas amenazan con salir de su bello rostro. Niego con el nudo que comienza a formar en mi garganta. —Gracias mamá —me acerco a darle un abrazo y calmar sus lágrimas, nunca me ha gustado verla llorar y además hoy es un día especial. Hoy tiene que reinar la felicidad. No quiero nada de lágrimas. —Ya creciste mi niña, estoy muy orgullosa de ti y de ver en la mujer hermosa e inteligente que te has convertido —sus palabras hacen que mi corazón se estruje, pero de felicidad al saber que ella está orgullosa de mi—. Los años han pasado volando, mi pequeña. —Mamá, tranquila, sabes que yo sigo siendo tu niña —musito pacífica, acariciando su hermosa melena castaña. Tan parecida a la mía, muchos aseguran que soy la réplica de mi madre a cuando era joven. Observo con delicadeza a sus hermosos ojos que se encuentran derramando un par de lágrimas traicioneras. No entiendo porque se encuentra muy sentimental, ella no es así, pero tampoco me molesta que lo haga. Siempre se necesita un abrazo de mamá. Y no me molestaría recibir esos abrazos que ansié durante mi niñez. —Lo sé, cariño —exclama, depositando un beso en mi mejilla, y dirigiéndose a la puerta—. No olvides que te amo, mi niña —sale de la habitación sin más, mis ojos la siguen hasta que se pierde en los pasillos. —Yo también te amo, mamá —susurro, terminando la oración para mi misma. Pasan unos segundos en los que me quedo perdida en mis pensamientos, y solo hasta que vuelvo en sí, despego la mirada de la puerta, tratando de ignorar las lágrimas que comienzan a brotar de mis ojos. Hoy no puedo llorar. Limpio las lágrimas de mis mejillas y me siento enfrente del gran espejo, me decido por un maquillaje sencillo pero que a la vez logre resaltar los ojos verdes que son herencia de mi querido padre. Debo reconocer que mi piel es muy pálida, es evidentemente visible y mi pelo castaño chocolate siempre la delata más de lo que a mí me gustaría. Pero tampoco me puedo quejar, amo el contraste que el color de mi cabello hace con mi piel.
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