Capítulo XIX

3897 Words
Alexander Hoy ha sido un día de m****a, todos los días lo son pero en especial hoy. Los malditos socios rusos se negaron a firmar el contrato que teníamos establecido, ya que no estaban muy seguros de los beneficios de trabajar conmigo. Una completa m****a de excusa, sé que están buscando cualquier razón para sacarme de la jugada pero no sé los permitiré, ahora soy yo el que no está interesado en hacer negocios con ellos, pero debo reconocer que son importantes. No es egocentrismo, pero soy el mejor cuando se trata de negocios y mi trabajo es impecable, por eso estoy donde estoy y nadie puede venir a ponerlo en duda. Por otro lado, no tengo una reputación intachable con respecto a las mujeres, ante los ojos de los malditos rusos soy rebelde, joven, y no tengo la capacidad para ser la cabeza de los negocios. Se atrevieron a poner de condición que contraiga matrimonio, o que al menos mantenga una relación estable y solo entonces pensaran en hacer negocios conmigo > pero James y yo si necesitamos nuevas inversiones para poder expandir los negocios a nuevos territorios y los rusos son pieza clave para llevarlo a cabo. Odio sentirme atado. Odio necesitar de alguien más para cumplir mis propósitos. Camino por mi oficina, cabreado, doy vueltas sin sentido, me aflojo la corbata para poder respirar mejor, me siento asfixiado, la rabia sube por mis venas y siento los nudillos apretados, no entiendo la frustración que me llena el pecho, que sin pensarlo dos veces agarro el teléfono y llamo a mi asistente en busca de una relajación. Un buen polvo es lo que necesito en este momento. En cuestión de minutos entra Ana por la puerta, y sin necesidad de decirle lo que tiene que hacer, empieza a desvestirse dejando al d*********o sus grandes pechos, comienza a caminar sensualmente hacía mi escritorio, contoneando las caderas, la tomo del cuello y la dejo en cuatro sobre el cristal de mi escritorio, tomo el preservativo y lo abro rápidamente para después deslizarlo por mi m*****o que ya se encuentra erecto. Me entierro en su canal comenzando a embestirla con rudeza, necesitando descargar toda esa rabia que me nubla la razón. —Más…rápido —jadea y enrosco su cabello en mi mano, tiro de él con fuerza, dando penetraciones más bruscas. Necesito liberar la furia y frustración en algo o alguien, y por alguna razón esto no está funcionando. Mierda. Los gemidos de la rubia se hacen cada vez más fuertes, pongo mi mano en su boca intentando acallar cualquier sonido, tiro de su cabello con fuerza, suelto varios gruñidos y cierro los ojos dejándome llevar por la ola de placer que me sacude de pies a cabeza. Mi respiración se entrecorta con cada empellón, sin embargo, la sensación no se prolonga mucho, ya que se interrumpe cuando unos ojos esmeralda acuden a mi mente atormentando mis pensamientos; su cuerpo, sus gemidos, su aroma, Camille. Doy tres embestidas más y sin poder evitarlo eyaculo pensando en la mujer que no debería, é me estás haciendo, Camille?¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella?>> me deslizo fuera de ella y tiro el c****n al cesto de basura, me subo los pantalones, me ajusto el traje y me vuelvo a sentar en mi escritorio, estoy peor que antes. Esto no ha funcionado. El estrés se apodera de mí de nuevo y pensar en ella no ayuda en absoluto, ya que me encuentro deseando que sea ella a la que me esté follando en mi escritorio, quiero saciar las putas ganas que me están quemando la piel y asfixiando, haciéndome sentir impotente ante la situación que se me está yendo de las manos. —Ya puedes irte —ordeno secamente, pero ella se acerca lentamente a mi e intenta besarme. Mala idea. Soy más rápido que ella y giro la cabeza para no besarla, no quiero, una cara de decepción se hace presente y la ignoro. No me importa. —¿Acaso no he sido bastante claro contigo, Ana? —inquiero, tratando de controlar mi temperamento. —Si lo has sido —dice tomando su ropa del suelo para después comenzar a vestirse. Trato de ser paciente y esperar que ella termine, mi mirada se pierde en un punto indeciso, mi cuerpo se siente acalorado y rabioso solo por el hecho que la persona que follé no es ella, no se sintió al igual y no se porqué diablos no dejo de compararlas. Me volveré loco si no logro sacarla de mi cabeza. —¿Quizás podemos salir en la noche? —su voz me saca de mis pensamientos—, conozco un bar muy bueno y está muy cerca de mi casa —sugiere con ingenuidad o tal vez estupidez. —Ya sabes las reglas —le recuerdo sin más. No estoy interesado en salir o conocer a alguien. Así soy yo y no me interesa cambiar. —Mmm, sé cómo son las reglas, pero podemos conocernos mejor —hace una pausa nerviosa, haciendo que ruede los ojos fastidiado—. Ya tenemos meses teniendo sexo y creo que podríamos... —habla con esa voz seductora, en un intento de que acepte su propuesta. Ella me observa y muerde su labio inferior, haciendo que me de cuenta que esta ha sido la última vez que tendremos sexo, me está empezando a fastidiar el hecho de que insista, además de que ya es obvio que busca algo más que no tengo el mínimo interés en dárselo. —Estás colmando mi paciencia, Ana —recrimino impacientado y ella me observa exasperada—, déjame dejarte las cosas claras por última vez, solo follo contigo cuando estoy estresado, tú también lo haces. Ambos aceptamos que sería sexo, nada más, ahora puedes salir de mi oficina y ponerte a trabajar que para eso te p**o —espeto sin ningún remordimiento de conciencia. Ella hace caso omiso y no se mueve, sigue parada en el mismo lugar, sin poder creer lo que acabo de decir. Se está ganando su propio despido. No entiendo porque hace su m*****o escándalo cuando solo es sexo. —¿Te ha quedado claro o necesito despedirte? —pregunto nuevamente, con el ceño fruncido y la rabia recorriendo mi cuerpo. Sus ojos se llenan de lágrimas y sale de la oficina como alma que lleva el diablo, haciendo su puto escándalo que hace que quiera despedirla en ese mismo instante. No entiendo su repentina indignación cuando desde un principio me gusta dejar las cosas en claro con las mujeres que me acuesto, nunca les prometo algo que no pueda cumplir, siempre soy directo con lo que quiero, >, es su m*****o problema si ellas quieren otra cosa. Nunca entienden las cosas y cuando salen heridas por sus propias decisiones, se les hace fácil hacerme el villano de su historia. Pero no me importa, por mi pueden pensar lo que les dé la regalada gana. Si quieren hacerme el villano que lo hagan, yo seguiré con lo mismo, dejando en claro lo que quiero, nunca obligo a nadie a nada. Las mujeres y su afán en complicar las cosas. Paso la tarde entre papeles, ha sido un día largo y mi mente no me deja concentrarme en nada más que no sean esos malditos ojos verdes. Me estoy volviendo loco con solo el pensamiento de esa chica. Trato de firmar algunos contratos y comienzo a buscar nuevas inversiones con diferentes socios, los rusos no darán su brazo a torcer y están locos si piensan que contraeré matrimonio solo para detener los escándalos de mi reputación. No son los únicos inversionistas del mundo. Necesito soluciones y siempre las encuentro, por algo estoy en donde estoy. He trabajado muy duro por mi puesto y así se mantendrá. El teléfono de la oficina comienza sonar, lo tomo de mala gana y contesto rodando los ojos. —Señor Rosselló —su voz me produce jaqueca—, el señor James está aquí y dice que le urge verlo, ¿le cedo la entrada? —pregunta Ana usando una nota desagradable que solo pone en evidencia su enojo. ónde quedó el m*****o profesionalismo?>> —Hazlo pasar de inmediato —contesto antes de colgar la llamada. ¿Para qué querrá verme el padre de Camille? ¿Se habrá enterado de lo qué pasó con su hija? No…No lo creo. Después de unos minutos entra James con un semblante serio, no me importa en lo más mínimo, pero no puedo negar que me provoca mucha intriga saber de que necesita hablar conmigo. —¿A qué se debe tu visita, James? —pregunto con seriedad—, sí muy bien tengo entendido, nuestra próxima reunión es dentro de dos días —espeto recargando mis codos sobre el escritorio e impulsando mi cuerpo hacia enfrente. Me lanza una mirada cargada de recriminación. —Necesitamos hablar sobre el negocio con los Rusos —dice tratando de ocultar su enojo, aunque no lo logra, es igual que su hija, los dos no pueden ocultar lo que sienten ya que sus miradas los delatan. —¿Qué hay de eso? —pregunto con desdén. —Sabías muy bien que necesitábamos ese contrato, siempre haces lo que te da la gana y no te importa —exclama perdiendo la cordura. Me comienzo a cabrear cada vez más. ¿Quién se cree para venir a mi oficina y exigirme explicaciones? —No es como si necesito el dinero y tú lo sabes perfectamente —el sarcasmo en mis palabras es evidente. —¡Pero yo sí, maldita sea! —grita sacándome de mis casillas. Mi paciencia se había quebrantado con Ana y James la ha roto por completo. —¡Ese no es mi puto problema! —aclaro enojado—, ellos no quisieron firmar el contrato y no me iba a poner a rogar, así no funcionan los negocios y tú lo sabes de sobra —arremeto con furia, haciendo que James pegue un salto por el asombro. James jamás me ha visto así y en este momento estoy a punto de explotar. —Pero fue por tu culpa, necesito el dinero, Alexander —me mira con expectación—. No seas orgulloso que no funciona así —sigue con lo mismo haciendo que me de jaqueca. Pongo los ojos en blanco, intentando no perder los estribos. —Habrá más inversiones en el futuro, no te lamentes —suelto con desinterés, volviendo a enfocar mi mirada en el ordenador, que es mucho más interesante que James en estos momentos. Me mira con rencor. —Podemos tener esta inversión si consigues una esposa, es importante y no lo perderé por tu soberbia —habla como si fuera lo más simple del mundo y el comentario no me pasa desapercibido. Para mí lo es, cualquier mujer se casaría conmigo si lo pidiera, pero yo no. Además que no tengo interés en casarme con nadie. Me gusta mi soltería y así pienso mantenerme. —Te lo diré por última vez porque somos amigos y aprecio tu amistad, pero deja de tocarme los cojones —arrugo la hoja que está enfrente de mí—, no estoy interesado en casarme ni hoy ni nunca, si tanto necesitas dinero te hago el préstamo en este momento. Di el número y déjate de estupideces que ya me cansaste —sentencio, fulminándolo con la mirada, se está pasando de la raya. Hablar del tema me pone de malas, en estos momentos lo último que quiero es que me hagan reclamos. —Sabes que no seré el único beneficiado —insiste, colmando mi paciencia—, hablé con tu padre en la mañana y los dos coincidimos en que necesitas asentar cabeza —habla en un hilo de voz teniendo miedo a mi reacción, y en esta ocasión debería. Necesito reunir más paciencia para no romperle la cara. Porque ahorita eso es lo que quiero, golpearlo por meterse en donde no debe y donde no lo llaman. —Deja de meterte en asuntos que no te incumben —advierto, tratando de no perder la cordura, pero me la está poniendo difícil. James se está metiendo en asuntos que no son de su incumbencia y no hay nada que odie más que la gente se meta en cosas que no le importan. —Me importas, hijo —espeta y río con sarcasmo. —Y una m****a con eso, James —lo corto—, dime que quieres y dejémonos de teatritos, no se te dan. Suelta una exhalación antes de volver a hablar. —Tendrás que casarte si quieres recibir la herencia de tu abuela —suelta dejándome sorprendido, porque según tenía entendido, mi abuela dejó todo su dinero a mi padre antes de morir. Era su dinero y podía hacer lo quisiera con él. Sin embargo, odio las mentiras y no entiendo porque mi padre ocultaría algo como eso cuando sabe perfectamente lo que pienso al respecto. —¿De qué demonios hablas? —me levanto de mi escritorio estupefacto, avivando mis ganas de golpearlo. Mi padre jamás me ocultaría algo así. —Tú abuela dejó un testamento donde estipula que tú eres el heredero universal de toda su fortuna, la única condición es que te cases y viajes a Italia a cobrar la herencia —dice sin más tratando de ocultar el miedo que palpa en su voz. Esa es la gota que derrama el vaso, mi paciencia llega a su límite. Puedo sentir la rabia y frustración corriendo por mi cuerpo, voy a explotar en cualquier momento. Se que lo haré y James pagará las consecuencias. —¿Me puedes decir por qué diablos sabes esto antes que yo? —me contengo lo más que puedo para no ceder ante mis impulsos. Él es el padre de Camille y no quiero hacer algo de lo que después me arrepienta. Aunque pensándolo bien, no me arrepentiré de golpearlo. —Empieza a hablar, James, ¿por qué te encuentras con mi padre para hablar sobre asuntos familiares? —mi paciencia se ha agotado y estrello mis puños contra el escritorio, el vidrio se hace trizas con el impacto. James es incapaz de articular alguna palabra y solo retrocede lentamente. Está asustado y debería estarlo. No puedo controlarme cuando me sacan de mis casillas. Y él ha cometido el error de hacerlo. —Tu padre ha aceptado a Camille como tú esposa —suelta las palabras de la nada, dejándome sin aire porque son una jodida guantada en el estómago. Sin pensarlo dos veces lo tomo de la camisa apretando su cuello. Traté de contenerme, pero mi paciencia ha rebasado su límite y estoy a punto de romperle la cara sin importar nada más, ni ella. —¡¿De qué m****a hablas?! —ajusto mi agarre sobre él, haciendo que tosa. —S-suéltame, Alexander…te diré lo que sé —balbucea desesperado, suelto mi agarre y me alejo de él Hijo de puta. —Será mejor que comiences a hablar en este momento —advierto sin darle cabida a las objeciones. Asiente con la cabeza y pasa saliva. —Me enteré de las condiciones de los Rusos hace unos días así que fui con tu padre, ya sabía las cláusulas del testamento de tu abuela, eso me lo dijo él mismo hace apenas unos meses —articula con dificultad—. Convencí a tu padre para que aceptara a Camille como tú esposa, de esta manera ganamos los dos. Tú te casas con mi hija y cobras tu herencia, y yo me quedo con el negocio de los Rusos —farfulla cínicamente, sin importarle una m****a lo acaba de decir. Aprieto la mandíbula con furia. —¿Tienes m****a en la cabeza, James? —pregunto lleno de rabia—, estás ofreciéndome a tu hija por dinero, ¿si te das cuenta? —la furia me vuelve a invadir. ¿Cómo puede hacer esto con Camille?, estoy seguro que ella desconoce los planes de su padre. Puedo ser muy hijo de puta con ella, pero él es su padre y la está ofreciendo como si fuera un pedazo de carne que tiene precio. Ella no lo tiene. Esta situación me sobrepasa ¿cómo puede hacer eso con su propia hija? De todas las personas que he conocido en mi vida jamás pensé que James fuera tan m****a. Lo tenía en un pedestal muy alto que ahora se ha reducido al suelo. Odio a la gente que aparenta ser algo que no es, la fachada de James al aparentar ser un padre amoroso se ha caído. Es un m*****o doble cara, no se merece a Camille. Ella es demasiado para los dos, me incluyo porque sé que yo no la merezco y tampoco estoy tratando de hacer algo para ser digno de ella. —Solo estoy pensando en el bienestar de mi familia, algún día lo entenderás —musita tranquilo, sin ningún remordimiento o sentimiento de culpa. —No me hagas reír, James, ¿esperas que crea que estás vendiendo a tu hija por su bienestar? —le lanzo una mirada asesina, queriendo moler su cara a golpes—. Márchate ahora y olvidaré que tan siquiera tuvimos esta conversación —ofrezco, tratando de controlarme. —No lo entiendes, Alexander, también te beneficiará a ti —insiste irritado al ver que no puede convencerme—. Camille no se opondrá al matrimonio, ella sabe lo que le conviene a la familia y sé que tu serás un buen esposo para mi hija. No habrá mejor candidato —espeta tratando de sonar seguro de sí mismo. á al dichoso matrimonio>> —¡Lárgate! —ordeno. —Alexan... —no lo dejo terminar la palabra y comienzo a marcar a seguridad. Ya no pienso escuchar sus estupideces. —Tienes dos minutos si no quieres que te saquen cómo a un perro —le amenazo con el teléfono puesto en la oreja, su rostro está rojo por el coraje, lo piensa unos segundos y sin rechistar, sale de la oficina azotando la puerta. Maldito. Pateo la silla tratando de desquitar mi coraje, las palabras de James hacen eco en mi cabeza, esto no me puede estar pasando. No me casaré con Camille ni con nadie más, no pueden obligarme. Malditos sean James y mi padre. Salgo de la oficina echando humo por los oídos, me acerco a Ana que se encuentra sentada sin hacer nada. ía en que decidí contratarla, me enferma la gente inepta>> —Llama a limpieza, necesito que mi oficina esté como nueva cuando regrese, si no haces lo que te pido puedes considerarte desempleada —comienzo a caminar fuera de la oficina ignorando sus reproches y salgo con dirección al aparcamiento. Me introduzco en el auto y comienzo a llamar a Patrick, mi mano derecha. Después de varios timbres al fin se digna a contestar —¿Dónde diablos estás cuando se te necesita? —pregunto cabreado—, consígueme un vuelo a Italia para esta misma noche, en primera clase. —ordeno. Yo mismo iré a investigar qué son estas tonterías de cláusulas de mi difunta abuela, que no tuve la dicha de compartir tiempo con ella. —Sí señor —obedece. Cuelgo la llamada aventando el móvil al asiento del copiloto para posar mi vista en la carretera. Empiezo a conducir a toda velocidad con dirección al aeropuerto, ignorando los demás autos que se atraviesan. Una hora después llego al aeropuerto, intento hacerme camino, evitando cualquier tipo de contacto con la gente, un Patrick cansado se hace visible en mi campo de visión y camino directamente hacia él. —¿Trajiste lo que te pedí? —pregunto con cierto fastidio en mi voz. Asiente con la cabeza. —Sí señor, su maleta está lista —dice nervioso—, pero no pude conseguir un vuelo disponible a esta hora, todos ya estaban agotados —susurra con miedo. Maldigo internamente, necesito ir a Italia lo más pronto posible. Necesito saber si esa cláusula existe. —Necesito soluciones, Patrick, para eso te p**o —éxigo volviendo a cabrearme. —Mmmmn…si señor, viajará en su Jet privado —balbucea con timidez y mi estrés incrementa hasta el punto de querer despedirlo. —Entiendo que el piloto se enfermó, por eso mismo te dije que programaras otro vuelo, ¿cómo diablos voy a usar mi jet privado? —pregunto irritado haciendo que Patrick sude por el nerviosismo. Trabajo con gente inepta, no hay duda. —Sí señor lo sé —me mira con miedo—, pero conseguí un nuevo piloto y podrá viajar esta misma noche —afirma dejando de temblar. —Ya te puedes retirar —musito un poco más relajado—, y en mi regreso recuérdame renovar el personal de trabajo, no quiero a gente que no sea eficiente —espeto dejándole con la palabra en la boca. ******* Después de una hora de espera, por fin despegará el avión rumbo a Italia, ya me estaba estresando la situación porque no soporto la espera. Alejando, esos pensamientos saco el móvil de mi saco y comienzo a marcar el número que aprendí de memoria desde que lo supe. No tengo que esperar mucho, ella contesta de inmediato y por alguna razón eso acelera mi corazón. —Bueno —su voz tímida y a la vez efusiva invade mis oídos, y aunque quiero mentirme a mí mismo, no puedo negar que llevo horas ansiando escucharla. La idea de esperar por una hora más y ofrecerle que venga conmigo cruza mi mente, llenándome de serotonina, pero se esfuma cuando las palabras de James regresan a mi mente y la furia lo acompaña. Mis ganas de hablar con Camille se desvanecen sorpresivamente, porque de solo pensar en contraer matrimonio con alguien me da náuseas. Carraspeo, suelto un resoplido y me aclaro la voz para decirle lo que quiero sin alargar la conversación. —Camille, te hablaba para decirte que saldré de viaje por unos días. Buenas noches —suelto desganado para después colgar. No puedo evitar ser un idiota con Camille, pero necesito alejarme de ella para que se convenza que no valgo la pena. Si logro que ella se desilusione de mi será más fácil rechazar la propuesta de matrimonio. Sin novia no hay boda. No puedo negar que Camille me gusta más de lo que quiero admitir, pero no lo suficiente para casarme con ella ni con nadie más. No pienso contraer matrimonio, la sola idea de atarme a alguien me repugna. Eso no está en mis planes, jamás lo ha estado porque me conozco a la perfección. Yo me quedaré solo para toda la vida, no merezco el amor de nadie, mucho menos el de ella, un amor puro, un amor el cual no busco. No me interesa amar a alguien, no me interesa entregarme por completo y otorgar ese poder de destruirme. No puedo confiar en nadie porque al final todos se van, nadie soporta la oscuridad de un demonio. A eso me ha condenado la mujer que yo más he amado en mi vida, mi madre. La mujer que me dejó en la oscuridad sumiéndome en un abismo de demonios del cual no puedo huir por más que lo intente.
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